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5.- Sí, tengo un Lambo

No conozco bien a Duncan pero debía de admitir que terminar la clase justo a la hora prevista parecía muy suyo. E hizo justo eso.

Me di prisa en recoger mis cosas, había tomado muchísimos apuntes a pesar de que sabía que la clase estaría grabada y subida al intranet de la universidad. Antes de irme, hice repaso de que lo llevaba todo: ¿bolígrafos?, sí; ¿subrayadores?, sí; ¿carpeta?, sí; ¿libro de texto?, sí; ¿tabla periódica?... aquí estaba, debajo de la mesa, se me debió de caer en algún momento.

Recorrí el pasillo tan rápido como pude, empujándome contra los demás que salían ahora. Bajé los escalones deslizándome por la barandilla y aterricé en la puerta principal.

La calle estaba bulliciosa, llena de vida por ser la hora punta. Vi varios coches aparcados. Me pregunté cuál sería el de Damien hasta que su llamada llegó.

—Aquí —descolgó tocando el claxon.

Escuché que el ruido venía de un lateral, donde estaba aparcado un flamante Lamborghini. Mi boca se abrió sola ante tal posibilidad. Aún no había colgado y se ve que Damien llegó a ver mi expresión incrédula.

—Sí, tengo un Lambo —confirmó—. Sube.

Se ve que pulsó algún botón, porque la puerta del copiloto se abrió sola, revelando a un Damien mucho más arreglado que el de ayer. Llevaba una camisa blanca impoluta y unos pantalones de vestir azules, combinados con unas zapatillas casuales y sus gafas de sol.

—¿Nos vamos?

Asentí, sintiéndome algo mal por mi simple blusa y mis vaqueros.

—¿Hay hambre? —preguntó y lo respondí con una sonrisa—. Ya verás, te encantará el Olivier's. Oh y, supongo que te preguntarás por el coche. Prometo que quería usar el Audi hoy pero se lo llevó mi hermano, al parecer.

—Espera, ¿cuántos coches tenéis?

—Cinco, cada uno de mis padres tiene uno suyo y entre los cuatro hermanos, compartimos tres.

Tragué saliva. Si tenía cinco coches de este calibre en pleno Londres, su familia debía ser tremendamente adinerada. Y se ve que me pilló el pensamiento al vuelo.

—Mis padres trabajan como abogados, ¿has escuchado alguna vez sobre el bufete O'Hannagain? —preguntó causalmente. De hecho, sí, Callum me había hablado de que era un negocio familiar desde hace siglos y que eran de los mejores pagados de toda Europa—. Representan mucho a artistas y eso. ¿Sabes qué? Mejor olvídalo, no es que te esté comprando ni quiera hacerlo.

Sonrio.

—Entiendo, pero tampoco está bien ocultarlo —le respondo—. Se nota que estas orgulloso de tu familia y eso es genial.

Veo cómo su sonrisa se ampliaba. Sus dientes se asomaron un instante y eso me hizo pensar en cómo de diferentes podían ser las sonrisas de la gente. La de Evann... no, nada de él.

—Sí, la verdad es que tienes razón. Aunque, entiéndeme, todos te juzgan y algunos incluso te usan por ello. Hay tantas cosas que puedes comprar con dinero y lo he visto con mis propios ojos, sentido en mi propia carne —gira su cabeza para mirarme, ahora que habíamos parado en el semáforo—. Y definitivamente no quiero eso.

—Por algo dicen que el dinero es la invención humana que más vidas destruye...

—Ya, pero, no nos pongamos tristes —me animó con una palmadita en el hombro—. Te estoy llevando a mi restaurante favorito y vamos a pasárnoslo bien, ¿sí? ¿Tienes clase por la tarde?

Intenté recordar mi horario. Era pésima para ello pero no tenía ganas de sacar el papel de mi mochila. Hoy era lunes, ¿verdad? Lunes era tarde de... comité. Pero Evann también estaría ahí. Estábamos los dos juntos en comité de ayuda para estudiantes internacionales.

—Tengo reunión pero no es nada importante.

—¿Segura?

—Sí, de verdad, no te preocupes.

—Entonces, tengo que hacerte una pregunta —pensó un segundo—. Más bien dos.

—Dime.

—El tío de ayer, ¿Elliot?, ¿es tu novio?

—No —respondí por impulso—. Qué va.

—Perfecto, entonces, esta es la pregunta que quería hacerte en verdad: ¿te puedo pedir una cita?

Me reí.

—Creí que el almuerzo ya lo era.

—¡Ah! —rió—. Esto es cortesía de la casa —dijo acompañándolo con un guiño—, son mis modales básicos. ¿Puedo tomarlo como un sí, entonces?

—Claro.

—Perfecto, justo estamos llegando —dijo mientras maniobraba para aparcar—. Espera, te abriré la puerta.

Salió del coche y, con un gesto galante, me invitó a coger de su mano para salir. Me reí un poco antes de aceptársela y salir, pretendiendo ser una dama de verdad.

—Mademoiselle —susurró Damien en mi oído.

—¿Francés también? Qué nivel.

—Tendré dinero pero eso no implica que he malgastado mi vida —explica Damien sin alterarse—. De hecho, hablo fluidamente cuatro idiomas y terminé mi grado en Economía con honores.

—No me esperaba menos.

Me había tomado por sorpresa que fuera tan inteligente pero no me gustaba ser prejuiciosa, por lo que tampoco había descartado la opción.

Mientras tanto, Damien me había tomado de la mano y me guío hacia el restaurante del otro lado de la calle. Tenía una puerta de manera tallada elegantemente y toques clásicos en el marco. Justo encima de estos, se posaba un cartel que rezaba Olivier's como si estuviera escrito a pluma.

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