13.- Polo o Ralph Lauren
Damien me dejó entrar a bañarme primero, dándome como recambio una camiseta lisa y unos simples vaqueros.
—Vaya, yo creía que sería de Polo o Ralph Lauren —bromeo cogiendo la camiseta.
Pero él me la arrebata.
—Tengo, voy a por una —se apresura a decir, dirigiéndose corriendo hacia la habitación de al lado.
—¡No, no! —chilló—. ¡Era broma!
Entonces, por la sonrisa que me pone, descubro que él me la había jugado a mí y no al revés. Vuelve hasta mi lado y le doy un puñetazo amistoso en el brazo.
—Vete a bañarte, anda —apremia—. Ya luego resolveremos lo de las marcas.
Lo último que veo antes de cerrar es un guiño suyo y no puedo evitar sonreír ante el gesto.
El baño se siente estupendamente bien. Tal vez fuera por el aroma a lavanda o por la bañera con opción de burbujas humeantes, pero era tentador quedarme dormida de lo a gusto que estaba. De vez en cuando, escuchaba a Damien hablando con alguien aunque no llego a apreciar el contenido de la conversación.
—Tu turno —le digo entrando de su cuarto, después de ver que no estaba en el pasillo.
Me mira, asintiendo, y vuelve a hablar con quien fuera:
—Luego hablamos, estoy ocupado. —Después, se dirige hacia mí—. Lo siento, era mi hermano y... mejor te lo cuento cuando deje de oler a charco de barro.
—No te preocupes.
Se va al cuarto de baño, pero, en vez de simplemente guiñarme un ojo como siempre, lo acompaña lanzando un beso. Hago el gesto de cómo lo cojo al vuelo, aunque dudo de que lo haya visto.
Pasó los siguientes veinte minutos comprobando los libros que tenía Damien en la estantería. Hay uno en particular que me llama la atención. Era una hermosa edición de El señor de las moscas de William Goulding. De hecho, era la misma versión que yo solía tener, en la que aparecían las sombras de los niños delante de una mancha roja que simbolizaba la hoguera. Al abrirlo, me di cuenta de que estaba plagado de post-it's por dentro. Suponiendo que era la letra de Damien, hacía algunos comentarios sobre la obra conforme discurría, cosa que nunca se me había ocurrido a mí pero que decía un montón de él.
Escuché a Damien salir del baño y me apresuré a dejar la novela donde la había encontrado.
—Terminé —anunció entrando.
Los colores trepan por mis mejillas. Estaba desnudo de torso hacia arriba, con tan sólo una toalla rodeándole el cuello, dejando al visto unos abdominales bien trabajados y pectorales definidos, por no hablar de esos bíceps.
Se da cuenta enseguida.
—Lo siento, estoy acostumbrado a hacer esto por casa y...
—N-no pasa nada —digo—. Vivo con dos chicos, al fin y al cabo.
Hace una mueca que no consigo descifrar, pero no tarda en cambiar de tema:
—Me llamó Dominic —explica—. Hoy es el cumpleaños de Deena y se preguntaba dónde estaba. Me temo que tendré que estar presente, ahora que me ha descubierto. En cierto sentido, tiene el mismo genio que Callum.
Me río.
—De acuerdo, no pasa nada.
—Prefieres venir conmigo o que te lleve a casa.
—Me da igual —cedo mientras nos dirigimos hacia el coche—, ¿qué prefieres tú?
—Si te soy sincero, me da rabia que no podamos terminar la cita a solas pero odiaría aún más que te dejara en casa antes de tiempo.
Me pone esos ojos de cachorro y no puedo evitar sentir pena por él. Así sonrió y asiento.
En el coche tardamos algo menos en volver a Londres, pero me doy cuenta de que no nos dirigimos a Queens' como me había contado Callum, sino hacia Knightsbridge.
—¿Dónde es la fiesta? —pregunto para disimular que ya sabía sobre la fiesta de Deena.
—Oh, en Queens' pero antes necesitamos algo de ropa más adecuada. Vamos a mi casa.
Resulta que su casa, aunque compartida con su hermano Dennis, ocupaba un piso entero del edificio. Me invita a sentarme en el sofá del salón mientras él va a buscar algo apropiado para los dos.
Al poco rato, sale vestido en un polo de rayas que le queda como anillo al dedo y con una pieza roja en las manos. Extiende la tela hasta que veo un vestido corto pero elegante.
—¿Qué te parece? ¿Te gusta?
Asiento encantada.
—Pensé que como te quedaba bien el granate, el rojo también debería de verse bien en ti —me guiña un ojo.
Tardo dos segundos en enfundarme en el vestido y salgo para enseñárselo a Damien.
—Te sienta de maravilla. Ahora, dejaré nuestra ropa lavándose y ya nos podemos ir.
—¡Oh, no hace falta! Ya lo haré yo.
—No —insiste Damien—, fue mi idea eso de tirarnos al río, así que yo arreglo esto. Déjame ser un caballero —me guiña de nuevo.
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