11.- Par de tortolitos
Desayunamos en silencio. Era común para Vix, quien de por sí era de pocas palabras. Pero que Callum estuviera comiendo sin cotillear sobre nada se me hizo extraño. Lo miré un par de veces, suplicándole que sacara conversación. Y lo único que hacía era mirarme con una expresión incómoda y luego mirar a Damien.
Me terminé mi sándwich deprisa y me levanté.
—Iré a cambiarme —anuncié al resto.
—De acuerdo —me respondió Damien—. Tómatelo con calma, tenemos tiempo de sobra.
Tardó minutos, aunque no sé cuántos, en decidirme qué atuendo usar. Tras pensármelo varias veces, considerando todo tipo de opciones, me decanto por una falta con peto y un jersey. Me visto deprisa, sabiendo que ya había tardado bastante, y me dirigí hacia el baño para cambiar mi goma de pelo por una que conjuntara con el jersey.
—Siento la espera —anuncio mientras llegaba al salón.
Damien se había sentado en el sofá, leyendo algo en la pantalla de su móvil de última gama. No encontré a Vix ahí, por lo que supuse que se había ido a la biblioteca para usar la wifi o a su cuarto. Por el trasteo que se escuchaba, ese debía ser Callum.
—Me gusta tu conjunto —me dice Damien a modo de saludo—. El granate te favorece mucho.
Y cómo no, me guiña.
—Gracias.
—¿Nos vamos entonces?
—Por mí sí.
—Alto ahí, par de tortolitos —nos frena Callum en la puerta.
Estaba de brazos cruzados, apoyado en el arco que conectaba con la cocina y componiendo los ojos en blanco. Y también llevaba el delantal y sostenía el cucharón por alguna razón. Qué puedo decir, Callum...
—Vix hace la cena hoy —ay, Dios, se me había olvidado. Callum mira a Damien—. Y eso quiere decir que me digáis si Brooke volverá para la cena, porque Vix no tiene la paciencia ni las ganas de hacerlo ella.
—Uhm... —considero, echándole una mirada a Damien.
Él lo entiende rápido y contesta:
—Yo creo que sí, pero si se nos alarga la excursión, os avisaremos con tiempo.
—Ahora fuera del piso —se despidió Callum. Sí, siempre tan majo.
Al cerrar la puerta, nos reímos un poco y Damien me guía hasta su coche, que estaba aparcado en la calle de al lado. Se pone junto a la puerta del copiloto y la abre con una reverencia pomposa.
—Milady.
Sonrío y acepto la mano que me ofrece para ayudarme a subir.
—Gracias —le respondo, a lo que él me guiña.
—Por nada.
Una vez que ya estamos los dos en el coche, saca su móvil y me lo tiende. Está abierto y puedo ver todas sus aplicaciones perfectamente colocadas y sin ningún mensaje sin leer. Sí que era organizado.
—Abre Spotify y elige alguna lista que te guste —dice—. Está conectado a los altavoces del coche.
Mis ojos brillan al comprobar las listas que tenía guardadas hasta dar con una que me llama la atención, porque era también de mis favoritas. La pongo sin dudarlo y tarareo la primera canción. Sin embargo, alrededor de diez segundos más tarde, no puedo resistirme a cantar a pleno pulmón.
—I spent all of the love I've saved —entono—. We were always a losing game. Small-town boy in a big arcade.
—I got addicted to a losing game —Damien se une a mí y seguimos cantando todo el estribillo.
No paramos hasta el final de la canción.
—All I know, all I know... —Damien me mira y sé qué hacer.
—Loving you is a losing game —termino.
—¿Cómo es que nunca antes me dijiste lo bien que se te da cantar? —me acusa, juguetón.
—¡Y tú! —exclamo, asombrada—. ¡Tu voz parecía la misma que la del cantante!
—Bueno... —se rasca el cuello sin despejar el ojo de la carretera—, se me da bien imitar voces y eso...
—¡Eso mola!
Sonríe. Le veo abrir la boca para decir algo, pero en vez eso, se pone a cantar de nuevo. Y eso hacemos hasta que después de casi una hora, veo a un lado de la autovía un cartel que anunciaba la bienvenida a Weybridge.
Desde lo lejos, parecía un pueblecito pintoresco, típico de las áreas rurales cerca de Londres. Se respiraba un aire tranquilo y un ritmo mucho menos frenético. Si cerraba los ojos, incluso podía escuchar alas ovejas balar por las colinas que rodeaban el pueblo.
—De niños, mis padres, mis hermanos y yo vivíamos aquí —comentó—. Aunque íbamos al King Alfred a estudiar todos los días, ¿te suena ese colegio?
Niego con la cabeza.
—No son tan extraños ya pero en su momento eran de los pocos colegios privados sin distinción de género —explica mientras comienza a serpentear por las calles pavimentadas del pueblo—. Creo que fue mi bisabuelo quien comenzó la tradición. De hecho, antes de que falleciera, mis abuelos también vivían aquí pero se mudaron para heredar el bufete. Y eso mismo les pasó a mis padres cuando se murieron ellos —justo entonces se volvió a mirarme y me pilló triste. No me gustaba hablar de mis abuelos precisamente—. Pero, míralo por el lado bueno, si me hubiera quedado en este pueblecito, no nos habríamos conocido.
Sonrío de nuevo, aunque fue una sonrisa algo forzada, y dejo que Damien me guíe por el lugar.
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