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XV. Segundos (primera parte)


Hazz Soreil

Ubicación desconocida


Hazz despertó al escuchar las alarmas de la nave. Ella había ayudado a su tía Sáhtte con el armado de aquella nave desde que era tan solo un par de tuercas sueltas, así que sabía exactamente qué clase de emergencia estaba sucediendo. Había programado un sonido de alarma especial para cada emergencia: incendio, fallo en el sistema, falta de oxígeno, compuerta abierta, autodestrucción...

Si su oído no le fallaba —y no lo hacía—, al menos las dos primeras alarmas estaban sonando por toda la nave, lo cual significaba que pronto comenzaría a sonar la tercera.

No sabía cuánto tiempo había dormido, pero se sentía suficientemente recuperada para ir a ver qué estaba sucediendo con su inútil equipo. Su cuerpo había sido entrenado para circunstancias tan críticas como esas, solo que no se imaginaba que realmente tendría que aplicarlo.

Tan pronto como salió de su habitación se escuchó una explosión, provocando que, como Hazz había predicho, una nueva alarma se activara: falta de oxígeno. En ese momento supo que tendría, como máximo, diez minutos para llegar a la cabina de seguridad, donde estaría a salvo al momento que el oxígeno se acabara o la nave se estrellara. Lo que sucediera primero.

Retrocediendo al interior de su habitación, comenzó con un conteo regresivo de segundos con ayuda de su reloj inteligente. Sabía que no iba a poder salvar todo lo que tenía guardado ahí, pero podría salvar lo esencial para su misión.

Tomó algunos archivos que pertenecían a todas las investigaciones que había hecho para emprender la búsqueda de la cura. Deseó haber sido más ordenada con sus papeles en ese momento, así no hubiera tardado tanto en encontrar todo.

Se aseguró de no olvidar lo que Eliott había recuperado de La Residencia. El códice no le había sido fácil de conseguir, así que ni de broma iba a dejar la versión original en su habitación o en cualquier otro lugar donde cualquiera pudiese encontrarlo. Prefería hundirlo en el océano, al menos ahí estaría seguro. A fin de cuentas Renee ya lo había aprendido de memoria.

Nueve minutos, dos segundos.

Le dolió tener que dejar más de la mitad de sus armas. Buscó las más letales y pequeñas.

Ocho minutos, veintinueve segundos.

Necesitaba tomar provisiones médicas. Vació el botiquín de primeros auxilios dentro de la mochila donde estaba guardando todo. Estaba segura de que iban a haber incidentes sangrientos. Además su herida en el brazo necesitaba cuidado.

Siete minutos, cincuenta y un segundos.

Para mayor prevención, tomó prendedores localizadores y su computadora de última generación. Ambos podían serle útiles al equipo. La computadora se encogió justo al tamaño de la palma de su mano antes de entrar a la mochila ajustable.

Siete minutos, quince segundos.

Salió de la habitación, calculando mentalmente la ruta más rápida a la cabina. Le requirió el doble de esfuerzo correr con la mochila sobre sus hombros, también por el dolor muscular que ya tenía en las piernas después de haber corrido por toda la Residencia. Se sintió mareada en cuanto entró en movimiento, aún faltaba que su cerebro terminara de despertar.

Seis minutos, treinta y ocho segundos.

Hazz sabía —suponía— que Aprell ya estaba dentro de la cabina de seguridad. Esperaba que el resto del equipo se encontrara con él, de lo contrario no habría posibilidad de salvarlos.

Se escuchó otra explosión muy cerca de la ubicación de Hazz. Fue tal la sacudida a la nave que las piernas de Hazz fallaron y terminó cayendo. Creyó escuchar un grito salir de sus labios, pero se dio cuenta de que no había sido suyo. Ella no tenía la voz tan grave.

Tan pronto como recuperó el equilibrio, el uniforme blanco representativo de su colonia apareció en su campo de visión. Se contuvo para no gritar una grosería. Tan solo gruñó y tomó a Aprell del brazo para ayudarlo a levantarse.

Cinco minutos, cincuenta y dos segundos.

—¡Hazz! ¡Estás bien! —Aprell gritaba sobre el ruido de las explosiones.

Ya no faltaba mucho para que pudiesen llegar a la cabina de seguridad. Un par de pasillos más.

—¡Deberías estar en la cabina de seguridad, Mocreil! —gritó de vuelta Hazz, odiando el buen corazón de Aprell.

—¡Es que tú no estabas ahí!

Estaban por dar la vuelta final al pasillo para llegar a su destino cuando una enorme explosión se los impidió. Hazz sintió el calor del fuego tan cerca de su rostro que no tenía dudas que parte de su cabello terminó quemado. Un pitido era lo único capaz de escuchar.

Cinco minutos, once segundos.

Intentó gritarle a Aprell, aunque al parecer él tampoco escuchaba. Hazz de inmediato se arrepintió de haber reprobado ese curso de señas en su secundaria. A ambos les hubiera sido útil en aquel momento.

Aún con el molesto pitido sobre sus oídos, Hazz señaló el camino hacia la cabina. Lograron colocarse de pie, y, sin embargo, quedaron nuevamente inmovilizados. El sistema de la nave falló completamente, dejándolos a oscuras y a la deriva. Al comenzar a caer sin control alguno, la nave no paró de dar vueltas en el aire, provocando que la pareja de la Colonia Tres no pudiera avanzar. Estaban demasiado ocupados chocando contra los muros metálicos o contra ellos mismos.

Eran tantas las vueltas que Hazz no podía enfocar su vista en el reloj. No sabía de cuánto tiempo disponían. Probablemente poco más de cuatro minutos.

Aunque intentara concentrarse en un plan, su cabeza y estómago daban demasiadas vueltas. Los golpes eran imprevistos, ya que ni siquiera sabía contra lo que estaba chocando. Sus tres sentidos más importantes estaban noqueados: no veía nada, la explosión la ensordeció y todo lo que tocaba su cuerpo terminaba en golpes. Incluso el olfato solo le indicaba que había mucho humo y cosas quemadas. No podía escuchar los gritos de Aprell, pero sabía que él se encontraba en la misma situación que ella.

De un momento a otro sintió un doloroso tirón en su brazo. No se necesitaba ser Wivenn para saber que su herida se había abierto por el movimiento tan brusco. Su cabeza aún seguía mareada, pero dejó de sentir los golpes. Pudo identificar que alguien la sostenía del brazo en cuanto sus pies quedaron suspendidos en el aire y el dolor en el brazo aún persistía.

Levantó la cabeza, echando un vistazo a quien la estaba sosteniendo. Tuvo unos segundos de visión con ayuda de la luz creada por el fuego de una explosión. Esperaba encontrarse con un uniforme blanco y cabello castaño, pero resultó todo lo contrario: vestimenta y cabello negros. Él se estaba sosteniendo de la perilla de una puerta abierta. Era un milagro que la puerta los soportara, aunque los chirridos que soltaba le decían Hazz que el milagro no se mantendría por mucho tiempo.

Aprell seguía dando vueltas por el movimiento de la nave, así que Hazz nuevamente lo salvó al tomarlo por el codo. Eliott sintió el nuevo peso que recaía sobre él al ser quien sostenía a todos, pero Hazz no se molestó en pensar lo que Eliott podía sentir. Se concentró en ubicarse, tratando de pensar un plan para llegar a la puerta de la cabina de seguridad. Sabía que no podían estar tan lejos.

Eliott estaba diciendo algo, quizás gritando. Ninguno de los otros dos chicos pudo escuchar nada a excepción de un hilo de voz sofocada.

Hazz tuvo que flexionar su brazo sano para leer el tiempo restante en su reloj: dos minutos, tres segundos.

El diseño de la nave era muy similar en cualquier pasillo. A Hazz le fue muy difícil saber dónde se encontraba, sobre todo si se tomaba en cuenta que la nave no había dejado de dar vueltas y las explosiones se hacían más constantes a su alrededor. A la próxima nave que construyera, pondría paredes de distintos colores dependiendo de la sección. Y luces de emergencia fuera de la cabina de seguridad.

A mitad de su desesperación, Hazz logró leer las letras rojas que se encontraban arriba de la puerta metálica, donde se sostenía Eliott. Ellos se encontraban justo debajo de la entrada a la cabina de seguridad. Tan cerca y tan lejos a la vez.

—¡... subir!

Como una iluminación, la voz de Eliott por fin pudo ser procesada por el sistema auditivo de Hazz.

—¡Hazz, carajo! —Eliott continuó—. ¡Necesitamos subir a la cabina! ¡Tenemos como un minuto antes de que la nave se estrelle! ¡No los soportaré a ambos por tanto tiempo!

Hazz asintió. Miró hacia donde estaba Aprell, aún siendo sostenido por Hazz. Necesitaba tomar una decisión. Si algo era seguro: los tres no iban a poder subir estando en aquella situación, y Eliott era el más cercano a la puerta, por lo tanto, él no iba a ser el sacrificado.

La decisión estaba entre soltar a Aprell o que Hazz hiciera un esfuerzo inhumano flexionando su brazo para que Eliott fuera capaz de alcanzar a Aprell y que ella fuese quien cediera.

Aprell pareció entender la situación. Hazz vio el miedo en sus ojos.

Por un segundo dejó que los sentimientos la invadieran, trayendo recuerdos. Lo único que pudo pensar en aquel momento fue la manera en la que ella había rescatado a Aprell del techo de la Residencia cuando eran niños. Quizás fue por la similitud de la situación. Tenían once años en aquel entonces. No era una gran anécdota, pero su cerebro no podía procesar tantos sentimientos a la vez.

Hazz siempre se había encargado de salvar el trasero de Aprell en cualquier situación posible. Él era la única persona por la que estuvo dispuesta a dar la vida todas las veces en las que se encontraban en situaciones arriesgadas.

Habían pasado más de nueve años desde aquel suceso donde Aprell casi moría intentando hacer un estúpido reto. Hazz lo recordaba como si hubiese sido una semana atrás. Los expresivos ojos de Aprell no habían cambiado en absoluto. El miedo en ellos tampoco.

Maldijo a Aprell. Era demasiado dolor el que estaba soportando su brazo herido. Era demasiada la carga de la decisión que estaba por tomar. Eran demasiados los sentimientos que estaba experimentando. Era, sencillamente, demasiado.

Hazz podía ser una mujer fuerte física, mental y emocionalmente. Había luchado por su persona, su niñez no fue fácil. No obstante, no importaba qué tan fuerte fuese, había situaciones que la sobrepasaban. Estaba agotada. No le parecía justo tener que decidir entre su mejor amigo y ella misma. Si hubiese sido cualquier otra persona, no hubiese titubeado en soltarle el codo.

El problema era que se trataba de quien conocía desde que ambos estaban en pañales. De quien nunca se había alejado de ella a pesar de su forma de ser. De quien había estado para ella incluso en los momentos que ella no quería estar con nadie.

Se trataba de Aprell, su compañero de vida.

—¡Treinta segundos!

Sabía que necesitaba alejar sus sentimientos para poder tomar una decisión objetiva. Sabía que contaba con pocos segundos para poder entrar a esa maldita cabina.

A través de una pequeña ventanilla de vidrio que les daba algo de luz, ya se lograba observar el agua cristalina. El océano no se encontraba muy lejos de ellos. Si no tomaba una decisión en el momento, los tres morirían. Sería en vano.

Sabía lo que tenía que hacer, lo que era mejor para el equipo. Incluso un niño sabía la opción más objetiva.

Un equipo no iba a poder sobrevivir sin una líder. Sin embargo, quizás, sí podía sobrevivir sin un cocinero.







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