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XLIV. Navidad


Renee Belrie
Colonia 22


Pasaron nueve días. Durante los primeros tres, Renee había intentado cada técnica en la que podía pensar para recuperar su memoria. Sin embargo, Siura insistía que debía descansar, que esa memoria no regresaría hasta que lo hiciera. Así que Renee escuchó y se dedicó a descansar a pesar de las insistencias de Hazz.

Por las mañanas, cuando Siura salía, Renee escuchaba a Kybett y Aprell discutir acerca de la organización de la boda. Dadas las circunstancias, habían decidido que la boda sería en el jardín de Siura. También ayudaba a Priss a confeccionar los vestuarios de cada uno. Kybett se había negado a que hicieran nuevas vestimentas para la ocasión, pero Aprell insistió tanto en ello que a Priss y Renee no les quedó de otra más que aceptar. De cualquier manera no había mucho por hacer ahí.

A lo largo de aquellos nueve días, Siura había hablado con casi todos los integrantes del equipo a solas. Renee no sabía exactamente de qué, ya que había sido la única en no ser llamada. Se sentía aliviada de ello, supuso que su turno había pasado aquella noche cuando olvidó. Siura ya había confundido lo suficiente. Renee no iba a poder descansar si recibía más sorpresas.

Esa mañana no fue distinta a las demás. Aprell siempre se despertaba antes que el resto para hacer el desayuno, porque la única vez que no lo hizo, fue Eliott quien lo intentó y no salió nada bien. Él estaba acostumbrado a recibir la comida, no a cocinarla.

La boda sería dentro de un par de días. Eliott y Wivenn ya habían arreglado ciertos detalles entre ellos, mientras que Kybett y Aprell discutían a diario. Era divertido, ayudaba distraerse en el desayuno.

—Si no hay música, no hay boda —declaró Aprell, clavando agresivamente su tenedor en la comida.

Kybett imitó su gesto desde el otro lado de la barra. Wivenn tan solo rio y no intervino, así como tampoco lo hicieron Renee ni Hazz.

—Aprell, no hay manera de tener música aquí —rebatió Kybett—. Siura no es fan de la tecnología y lo que tiene no reproduce música.

—No hay problema. Podemos preguntarle si tiene un chelo o violín. —Aprell se encogió de hombros.

—¡Siura no va a tener ningún instrumento por aquí!

—¿Tú qué sabes? ¿Ya buscaste?

—No, pero-

—Pero nada. Puede que tenga un chelo o un violín.

—De acuerdo. Puede que lo tenga. Aún así no hay nadie quien lo toque.

—Claro que hay alguien: Hazz.

Dirigieron su mirada a Hazz, quien estaba concentrada en masticar su desayuno. Ella le lanzó una mirada de odio a Aprell, una que todos ya estaban acostumbrados a recibir.

Después de que Hazz tuviera aquella plática privada con Siura, dejó de insistirle y preguntarle a Renee sobre su memoria. Renee pensó que al fin se había relajado. Hasta que la noche siguiente la encontró husmeando las pertenencias de Siura. Hazz no iba a dejar de ser Hazz.

—¿Sabes tocar esos instrumentos? —cuestionó Kybett.

Hazz se encogió de hombros.

—El violín, el chelo, la flauta, la guitarra, el saxofón, la batería, el piano... —Hazz debió de ver expresiones extrañadas en los rostros de los demás porque rodó los ojos con exasperación. —Argh. Sé tocar muchos instrumentos porque de niña iba a clases de música para el control de ira, no es ninguna novedad, equipo. Además, también ayudó a mejorar mis técnicas de pelea. Las artes y el físico están más conectados de lo que creen.

—¿Y estarías dispuesta a tocar en nuestra boda? —preguntó Kybett de nuevo.

Hazz lo pensó por un momento donde se terminó su desayuno. Rodó los ojos, dándose por vencida.

—No, pero sé que Aprell no dejaría de insistir hasta que lo hiciera. Así como lo hizo con Priss y Renee para los vestuarios. —Se levantó de su asiento para dejar el plato en el lavadero automático. —Consigue las partituras y yo me encargaré de lo demás.

Hazz salió de la cocina sin decir más. Se dedicaron a la charla casual hasta que Priss entró a la cocina frotándose un ojo con su mano y un lado del cabello aplastado contra su mejilla. Su rostro aún tenía marcas de la almohada, así como algo de saliva en las comisuras de sus labios. Priss no era una chica de mañana.

Al convivir por tanto tiempo, Renee notó que cada cual tenía su rutina por las mañanas. Mientras Eliott y Kybett siempre aparecían en la cocina impecables con sus vestimentas negras y sin un cabello fuera de lugar, Priss y Wivenn eran quienes, tan pronto como se despertasen, se dirigían al desayuno, sin importar su aspecto. Hazz no tenía la pulcritud de los de la Colonia Diez, sin embargo, jamás se le veía fuera de su habitación sin atarse el cabello. Renee y Aprell variaban un poco más. Renee a veces se duchaba antes de desayunar y a veces Aprell cocinaba sin playera. Eran una caja de sorpresas.

—¡Ay! ¿Ya vieron qué día es hoy? —exclamó Priss emocionada, pareciendo despertar.

Negaron con la cabeza. Renee había perdido la cuenta y era demasiado temprano para hacer matemáticas.

—Mmm... ¿jueves? —dudó Aprell. —No lo sé, Priss. Siura tiene muy poca tecnología y no veo ningún calendario por aquí.

—Para empezar, es martes —corrigió Priss con obviedad. Aprell contó los días con sus dedos como si eso mejorara su cálculo. —Y hoy... ¡es Navidad!

Priss era la única tan emocionada por la fecha. El resto sonrió en respuesta, aunque no con la intensidad que lo hacía Priss.

—¿Feliz... Navidad? —habló Kybett, insegura. —No festejo esta fecha.

—Yo tampoco —añadió Wivenn, encogiéndose de hombros.

Renee ya sabía que Kybett, Eliott, Hazz y Wivenn tenían distintas religiones a las que compartían el resto del equipo. A veces los choques culturales tenían más impacto en esas situaciones.

—¡Feliz Navidad! —Aprell pareció terminar con su cuenta de días y abrazó a Priss, quien se encontraba a su lado. —Vaya, esto se ha pasado muy rápido. No tengo regalo, aunque supongo que preparar el desayuno todos los días lo compensa.

Renee tampoco se había dado cuenta de la fecha. Había estado tan inmersa en la misión que poco pensaba en lo demás. Además, sin su familia alrededor, ella sentía distinta la Navidad. Como si fuese un día más.

Aprell invitó a Renee a unirse al abrazo, así como a Kybett y a Wivenn aunque no tuvieran las mismas festividades. A nadie pareció importarle que pertenecían a distintos orígenes, se abrazaron con cariño. Pasar tantos días juntos los había unido en una amistad que Renee nunca antes había tenido con alguien. Ellos eran sus primeros amigos, sin tomar en cuenta, quizás, a Neffan.

—Los teatros donde nos presentábamos nos daban cosas gratis por estas fechas. —Priss rio al término del abrazo. —A Eonné y a mí nos encantaba... esta época. —Su volumen de voz decayó ante la mención de Eonné. Sus ojos no tardaron en enrojecerse. —Ella tenía un don para la actuación. Cualquier personaje que le dieras, ella podía hacerlo mejor que alguien graduado en una escuela de artes. Me enseñó todo lo que sé. Prácticamente me crio. —Priss hipeó. Aprell la tomó de la mano. Nadie quiso interrumpirla, era la primera vez que Priss hablaba de ella sin echarse a llorar por completo. —Hace un año que no la veía. Se suponía que nos veríamos hoy. Todos los años nos reunimos en el hogar de la compañía que nos adoptó. Ella se la vivía ocupada en viajes y asuntos que no explicaba, así que esta ocasión ya no solo era importante porque nos daban cosas gratis. Era importante porque veía a mi hermana. Ahora no podré verla ni este, ni el próximo, ni el siguiente a ese año. Ni siquiera pude despedirme.

Priss dejó que las lágrimas salieran con intensidad. Renee intentó acercarse, pero ella la alejó. Salió de la cocina a paso rápido y desapareció por el pasillo. Se escuchó el fuerte cierre de una puerta y después todo quedó en silencio.

Se miraron entre sí, sin saber qué hacer. Aprell se ofreció a ir con ella. Después de Renee, probablemente era el ser más sentimental e indicado para ello. Recogieron lo que quedó en la mesa y salieron de ahí en direcciones distintas. Kybett y Wivenn se quedaron en la sala de estar, donde habían instalado un equipo de vigilancia provisional para estar alerta en caso de que alguien los descubriera. Renee y Aprell caminaron juntos por el pasillo hasta que se separaron en la puerta de la habitación de Priss. Renee siguió caminando hasta llegar a las escaleras que había al fondo.

Recién al llegar a la casa, ninguno había notado aquellas escaleras. La oscuridad las cubría muy bien. Sin embargo, después de unos días sin saber dónde dormía Siura si esa era su casa, Renee le preguntó y ella la guio hasta el segundo piso. Desde afuera la estructura se veía tan pequeña que no había pensado que pudiese existir un segundo piso. Todo lo que estaba relacionado con Siura era confuso, hasta un simple edificio.

Renee subió las escaleras y avanzó hasta encontrarse con la puerta de una habitación que ya le era familiar. En esa planta había varias habitaciones, así como en el primer piso, sin embargo, Siura le había pedido que respetara su privacidad al no entrar a ninguna de ellas, a excepción de la que estaba frente a ella. Renee obedeció, Hazz no, aunque de igual manera no encontró nada.

La habitación no tenía nada de especial. Los muros estaban vacíos. La única decoración dentro era una alfombra y un par de sillones al centro. Lo que le gustaba a Renee era el silencio y la tranquilidad que transmitía ese lugar. Su simpleza relajaba a Renee y eso era justo lo que necesitaba. Le ayudaba a pensar, a recordar. Saber nuevos datos sobre su familia hacía que viera todas sus memorias de su niñez con otra perspectiva.

Renee no conocía otra manera para relajarse que pensar en sí misma. Recordar. Viajar a aquellos momentos felices donde su familia aún estaba completa y sana.

A diferencia de las veces anteriores, al abrir la puerta, Renee no encontró la habitación vacía, sino que había un cuerpo vestido totalmente de negro sentado en uno de los sillones. Eliott tenía sus codos recargados en las rodillas, sin notar que Renee había entrado a la habitación.

—Oh, lo siento —se disculpó Renee, retrocediendo. —No sabía que también venías aquí. Lamento interrumpir.

Renee ya estaba dispuesta a salir, cuando Eliott levantó la cabeza.

—No te disculpes. No estoy aquí por mí. —Se puso de pie. —Hazz me dijo que estarías aquí.

Renee no supo qué contestar. Esperó a que Eliott explicara más.

La situación entre ambos había sido peculiar durante esos días. Dormían juntos y a veces hablaban como en la isla. La diferencia era que ya no estaban en la isla y habían cambiado muchas cosas desde ese entonces. Cada momento que pasaba con él, Renee sentía cierta tensión al recordar lo que había hecho. No obstante, poco a poco estaba encontrando el perdón. Notaba cómo se esforzaba por hacerle más ligera la carga a Renee, así que ella también ponía de su parte para hacer funcionar lo que hubiera entre los dos.

El primer par de días después de la confesión de Eliott habían sido de lo más incómodos. Renee lo evadía a toda costa a pesar de haberle pedido que no se alejara. Iba a mantenerse así hasta que Siura le presentó esa habitación y Renee obtuvo la concentración para revivir ciertos momentos de su niñez.

En cada recuerdo su padre estaba presente. Renee sabía que su padre había tenido un corazón incluso más grande que el de ella. Al recordarlo, entendió que a él le había gustado que Renee no quedara con ningún rencor por su muerte. La habría sermoneado, diciendo que Eliott había sido engañado y que ni siquiera había participado tanto en el plan, tan solo había escrito la dirección y enviado el paquete. Su padre habría comprendido. Así que Renee dejó de evadir a Eliott, consciente de que era lo que su padre hubiese querido.

—No bajaste al desayuno —comentó Renee al no escuchar explicación de Eliott. —Tampoco estabas cuando desperté.

Él volvió a tomar su lugar en el sillón y Renee cerró la puerta detrás de sí.

—Tuve que despertar temprano. Sabía que Hazz me gritaría si se enteraba de que salí, así que lo hice mientras dormía.

Renee se sentó a su lado, ignorando el otro sillón vacío. Lo miró con el ceño fruncido.

—¿Saliste? No podemos salir, Eliott. En especial tú. Cualquiera pudo haberte reconocido, es peligroso —reprendió con preocupación.

—Lo sé. Nadie me vio, tranquila.

—Todo lo que necesitamos nos lo ofrece Siura, ¿por qué no se lo pediste a ella?

—Porque quería obtenerlo yo mismo. —Se encogió de hombros. —Cuando escapábamos de la fiesta vi unos locales de comida. Panaderías, dulcerías, heladerías, ya sabes. No están muy lejos de aquí. Además, por la hora, había poca gente y nadie se molestó en dirigir su mirada hacia mí.

Renee tensó los labios. Salir había sido un gesto muy descuidado de Eliott y él no era descuidado. Aún no comprendía por qué había salido.

—Pudiste haber esperado a que esto terminara, Eliott. Estoy segura de que un príncipe puede conseguir el postre que desee desde su palacio. —Resopló con molestia. Cualquier acto podía causar una tremenda repercusión en el equipo. Renee lo había aprendido por las malas desde que tuvo la idea de salir de una nave para buscar un libro. —De cualquier forma, ¿con qué dinero compraste? —habló más relajada.

Eliott parpadeó.

—¿Estás más interesada en saber cómo conseguí el dinero? ¿No preguntarás qué compré?

Renee suspiró, negando con la cabeza.

—Aprendí que contigo no hay que preguntar datos importantes porque seguramente callarás o cambiarás de tema. Invierto mi tiempo en otra pregunta, El.

Renee sonrió. Eliott alzó una ceja.

—Eso era antes de contarte mi vida entera. Ahora puedes preguntar lo que quieras, no tengo nada que esconder. —Su expresión se mantenía seria. Renee ya estaba más que acostumbrada a escuchar palabras dulces y no ver mucho efecto en el rostro de Eliott. —¿Cómo sabías que es importante lo que compré?

—Porque eres inteligente, no te arriesgarías de esa manera por cualquier cosa —respondió Renee con obviedad. Sonrió de nuevo, emocionada. —Ya, dime qué es.

Eliott esbozó apenas una sonrisa corta. Sacó algo del bolsillo de su pantalón. Se lo extendió a Renee. Ella lo miró, extrañada. Era un papel azul brillante, rectangular, no parecía ser algo por lo que alguien arriesgaría su vida. Tal vez, pensó Renee, aquel papel solo se podía conseguir en la Colonia Veintidós.

—Un papel —afirmó Renee con extrañeza.

—Un papel que envuelve algo, Belrie. Tómalo. —Eliott alzó su mano, instándola.

Renee frunció el ceño, tomando el papel. Sintió algo rígido dentro de él.

—¿Por qué envolviste con papel algo? ¿Es tradición en la Colonia Diez? —cuestionó Renee, aún sin abrir el delgado paquete.

—Los regalos generalmente se envuelven —aclaró Eliott. Renee notó algo de confusión en su voz al darle la explicación.

—¡Oh! —Renee creyó comprender. —Claro. Lo siento. En mi familia no hacemos eso. Damos el regalo y ya. Cosas de pobres, supongo. —Renee se encogió de hombros.

Durante las semanas con el equipo, Renee había aprendido a no tener tanta autocompasión y ver con algo de humor a la vida. Kybett y Wivenn relataban las desgracias de sus vidas como chiste. Así que asimiló que había mejores formas de ver su propia vida. Comenzó a tomárselo más a la ligera, sin dejar de darle la importancia que merecía. De nada servía estar lamentándose siempre.

—Deberías dejar de disculparte por cualquier detalle —regañó Eliott.

—Ah, lo siento. —Renee soltó una risa al ver la ligera expresión frustrada de Eliott. —No puedo evitarlo.

—Sí puedes. Pero no importa. Abre el papel —apresuró.

Renee le dedicó una sonrisa extrañada. Empezó a desdoblar el papel con cuidado, sin querer arrugarlo más de lo que ya estaba. Por dentro, el papel era color plata, aún brilloso. Lo que le sorprendió a Renee no fue la textura del papel, sino lo que contenía.

Una perfecta tableta de chocolate estaba en sus manos. Renee entonces comprendió. No podía creer que Eliott lo había recordado.

—Feliz Navidad. —Eliott sonrió.

—No celebras Navidad. —Renee aún seguía incrédula, sosteniendo inmóvil el dulce entre sus manos.

—Tú sí. —Se encogió de hombros. —Me dijiste que los Belrie compartían chocolates en Navidad. No soy un Belrie y sé que una barra de chocolate no es mucho, per-

—Una barra de chocolate es todo, Eliott —interrumpió Renee, negando con la cabeza. Le entraron unas terribles ganas de llorar. —El hecho de que me hayas escuchado es todo. No tenías que darme nada. Por solo recordar este detalle me hacías feliz.

Renee no podía despegar la vista del chocolate. Se le hacía increíble que Eliott en verdad le hubiese prestado atención en esos momentos donde ella creía que estaba siendo relativamente ignorada.

—Eres feliz con cualquier excusa, Renee —respondió Eliott casi como reclamo—. Quería darte algo que te recordara a tu familia hoy, para que no te sintieras sola. Es lo mejor que pude conseguir.

—Es perfecto. —Renee alternó la mirada entre Eliott y el dulce. —No sé cómo agradecértelo, yo no tengo nada para ti —susurró.

Eliott negó con la cabeza, haciendo un gesto para invitar a Renee a comer el chocolate. Ella lo dudó unos segundos más. No quería comer nada. Quería conservar el chocolate. No obstante, sabía que Eliott lo había comprado para ella, así que sería grosero no aceptar el regalo de la manera que ella lo esperaba.

Renee partió uno de los cuadros en los que estaba dividida la tableta. Después partió otro, ofreciéndoselo a Eliott.

—Es para ti, Ren —negó él.

—Para los Belrie, Navidad es compartir. No comeré nada a menos que lo comparta contigo.

Eliott suspiró, rendido. Aceptó la pequeña porción de chocolate.

Renee colocó cuidadosamente el chocolate junto con su envoltura sobre el sillón vacío. Seguido a eso, abrazó a Eliott sin darle posibilidad de reaccionar antes. Aspiró su aroma como cada noche que dormían juntos. Él le devolvió el abrazo después de pasar por la sorpresa. A Renee aún le causaba gracia que él se tensara brevemente ante cualquier contacto físico inesperado.

—Gracias —murmuró Renee con la voz ahogada por el pecho de Eliott.

Él le dio un beso en la frente sin decir más. Renee por fin se sintió cómoda entre sus brazos, ignoró cualquier tensión que pudo haber sentido en otra ocasión. Sus sentimientos parecían de vuelta en su lugar, sin rencor.

Renee se separó lo suficiente para colocar su rostro a la misma altura que el de Eliott. A esa cercanía, Renee no podía pensar muy claro. Decidió seguir sus impulsos e inclinarse a besarlo. Él le devolvió el beso enseguida, adoptando un ritmo lento, contrario al que habían experimentado la primera vez.

Renee rodeó su cuello con un brazo y con su mano libre le acarició la mejilla, donde había un rastro de barba naciente. Él la abrazó por la cintura, sin complicarse mucho con la ropa holgada que Renee siempre vestía.

Todo iba bien hasta que se escuchó el picaporte de la puerta, obligándolos a separarse de mala gana.

—Te dije que tengo un don para interrumpir a las personas, Eliott —habló Wivenn con una sonrisa incómoda. Renee rio sin saber muy bien a lo que se refería su amigo. —Deberían trabar la puerta o algo.



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