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L. Luz


Hazz Soreil
Colonia 30

(85 horas después de aterrizar)


Hazz esperó alrededor de dos días y medio. Durante ese tiempo había instalado un pequeño campamento con algunas cosas prestadas de Istenia. Quería estar ahí al momento de que saliera su equipo, no iba a perderse un segundo más de lo necesario. Además, no tenía deseos de vivir en la misma casa que Istenia, por poco o mucho que el tiempo fuera.

Lezzt pasaba largas horas con Hazz. Istenia las acompañaba sin participar mucho en la conversación. Hazz estaba aprendiendo cómo estar alrededor de una niña, apenas asimilando que eran familia.

Así como prometió, Hazz relataba muchas historias de Limunest, todas las que recordaba. Sabía que Lezzt las mantendría en su memoria para siempre, por lo que intentaba darle el máximo de detalles. Limunest había sido una buena persona, sin embargo, había tenido las aventuras de alguien que no iba por buen camino en la vida.

Entre Istenia y Hazz no hablaban mucho, a excepción de las veces que Istenia completaba las partes de las historias que Hazz no recordaba. Hazz contenía sus ansias de golpearla por no haberle permitido el paso e Istenia no hacía nada más para provocarla. Si Hazz había aprendido algo de Renee durante su tiempo juntas había sido que aquel tipo de temas debían hablarse, sin embargo, Hazz se rehusaba a hacerlo. No quería ser amiga de Istenia. Le gustaba odiarla. Mantenía su mente ocupada.

—Tienes suerte de no haber entrado —habló Istenia.

Lezzt había tenido ganas de ir al baño, así que estaban Istenia y Hazz solas. Lezzt generalmente tardaba media hora en ir a su hogar y regresar con Hazz. En media hora podían pasar muchas cosas.

—¿Sí? —respondió Hazz con frialdad. —No sabes cómo me alegro de ser la única que está de este lado del muro brillante.

Istenia negó con la cabeza.

—Ya has sufrido demasiado, Hazz. No mereces sufrir más. Utiliza esto como una lección —reprochó.

—Oh, claro. Cuando escriba mi biografía habrá un capítulo llamado "Cómo me perdí lo más importante de la misión porque mi cuñada es una perra".

Istenia rio, Hazz la miró mal.

—La última vez que te vi estabas destrozando mi refugio temporal en la Colonia Veintiocho —dijo como si nada. —Fuiste cuidadosa con las cámaras de seguridad. Por poco y no te reconozco. Adelgazaste. Ahora ya haces ejercicio y te alimentas bien. Me alegro por ti.

Hazz soltó una risa sarcástica. Por supuesto que había adelgazado. Haber sido una niña con sobrepeso le había causado problemas de autoestima severos. Eso sumado con el trauma de abandono y traición que había vivido con su padre y que después sintió con su hermano, había creado a la Hazz agresiva del momento. Le había costado ser segura de sí misma. Ahora ya no permitía que nadie la hiciera dudar. Istenia la había conocido en aquellas épocas oscuras donde lo único por lo que respetaban a Hazz era porque su madre tenía un puesto importante.

—No me interesa si notaste cambios en mí, Istenia. Lo hice por mí, no para que tú lo notaras.

Istenia se sentó a un lado de Hazz. Dejó su báculo a un lado. Al parecer nunca soltaba aquella vara.

—Lo sé. Limunest estaría muy orgulloso de ti —aseguró Istenia con el mismo tono maternal que utilizaba para hablarle a Lezzt.

Hazz rodó los ojos y movió su trasero algunos centímetros a la derecha, distanciándose de Istenia.

—Lo estaría de no ser porque está muerto. Honestamente no sé quién tiene más culpa: tú o la Condena.

Istenia negó con la cabeza, se veía cansada del tema. Hazz encontraba un pequeño placer en tocar el tema, no iba a dejarlo.

—Al principio yo tampoco sabía quién tenía más culpa —sinceró. Hazz la miró, sin haberse esperado esa respuesta. —Yo también sentía responsabilidad por la muerte de Limunest. A veces, en esas noches cuando siento mi cama demasiado vacía, aún lo hago. Después recuerdo que Limunest me salvó. De no haber sido por él, yo también estaría muerta.

Hazz estuvo por hacer un comentario acerca de las últimas palabras de Istenia. El pensamiento fue bastante claro: "deberías estarlo". Aunque llegó tan rápido como se fue. Si Istenia no hubiese sobrevivido, Lezzt no existiría. Y Lezzt era lo único que Hazz tenía de Limunest.

Hazz veía a Limunest en cada expresión de Lezzt. Lo escuchaba en cada palabra que ella decía. Lo soñaba con cada risa que ella soltaba. En los ojos de Lezzt había más que alegría e inocencia, había un brillo especial de bondad que Hazz sabía de primera mano que provenía como legado de Limunest. Aquella bondad, aquella nobleza, aquel buen corazón, aquella firmeza... Lezzt sería una grandiosa mujer algún día. Honraría el nombre de su padre mucho mejor de lo que Hazz estaba haciendo.

—¿Cómo sobreviviste? —preguntó Hazz, sin ningún tono especial.

A decir verdad, ella también estaba algo cansada de odiar a Istenia a pesar de que le gustaba hacerlo. Era un sentimiento tedioso. Incluso podía escuchar la voz de Aprell reprochándola por no dejar que Istenia se explicase. Últimamente a esa voz se le unía la de Renee. Hazz odiaba tener amigos con corazones tan débiles. Provocaban que el suyo también se debilitara.

—Limunest me llevó a la Colonia Veintiocho justo después de casarnos. Yo había pensado que era por nuestra luna de miel. —Istenia sonrió con nostalgia. —Después descubrí que no había sido totalmente por eso. Me había llevado ahí para protegerme. Protegernos. Él tuvo que regresar, de lo contrario la Condena sospecharía que sabíamos algo de su plan. Solo algunos Guardianes logramos escapar.

Hazz asintió. Odió a su hermano por poner primero a Istenia antes que él. Deseaba que él hubiese imitado algo del egoísmo de Hazz y se hubiese quedado con Istenia en la Colonia Veintiocho.

Entonces recordó cierta frase de Bemmy.

—"A veces uno está antes que el otro y el otro antes que uno" —intentó imitar, fallidamente. —O algo así dijo Bemmy.

—"El otro está antes que uno y, a su vez, uno está antes que el otro" —corrigió Istenia con una sonrisa. Asintió. —La conozco, fuimos amigas. Por ahora piensa que estoy muerta.

Hazz tensó los labios.

—Eh... no. Espero que no hayas querido mantener ese secreto por mucho tiempo, porque yo quizás mencioné que seguías viva.

Istenia rio, restándole importancia.

—La verdad se conoce tarde o temprano. De una manera u otra.

Hazz asintió, sabía sobre ese tema. La verdad era algo peligroso en el momento equivocado.

—¿La frase de Bemmy exactamente qué significa? —cuestionó Hazz.

Istenia se encogió de hombros con obviedad.

—Lo que escuchas. Dependiendo de la situación, de la persona y del tiempo, sabrás cuándo pensar en ti o cuándo pensar en el otro. No es ser egoísta, es ser humano. El lema de la Aurora refleja la humanidad, ya que la Aurora intenta ser lo más humana posible. El pañuelo tiene que ver.

Hazz ignoró su último comentario, enfocándose en el tema del egoísmo.

—Si eso no es ser egoísta, ¿entonces por qué no entré? —No había rencor en su voz, tal vez un poco, pero en su mayoría era curiosidad.

Istenia suspiró. Hizo rodar a su báculo por el suelo durante unos segundos, jugando con él como una niña pequeña.

—Porque muy rara vez piensas en el otro antes que en ti. Te conozco desde hace tiempo, Hazz. Sé por lo que has pasado y sé que no es tu culpa mucho de lo que has sufrido. Puedo ver que has cambiado en muchas maneras durante estos últimos años, sin embargo, no lo suficiente. Tú no sabes balancear el lema de la Aurora. No es algo que se domina de la noche a la mañana. Requiere tiempo, sabiduría.

—¿Cómo sabré cuando deje de ser egoísta?

—Lo sabrás. Un día mirarás sobre tu hombro y te darás cuenta de los errores que cometiste y que ya no cometes más.

Hazz asintió. Istenia hablaba con aquella voz tranquila que Limunest también poseía. De alguna manera, Hazz sentía que Limunest le hablaba a través de Istenia. Era casi un alivio. Había desperdiciado tanta energía en ira que no había notado que estar con Istenia en realidad le ayudaba a asimilar que eso no había sido culpa de nadie —sin contar a la Condena—.

—Lezzt es una preciosa niña. —Hazz cambió el tema, refiriéndose a algo más allá del físico de su sobrina. —Me gusta su nombre. Se parece un poco al mío. La doble zeta es un buen toque.

—Un poco al tuyo. Un poco al de Limunest. La doble zeta en su nombre es por ti, Hazz —admitió Istenia. —No sabía si Lezzt alguna vez te conocería, pero quería que estuvieras presente en su vida de alguna manera. Así que lleva mi nombre como tradición familiar y el nombre de los hermanos Soreil como un recordatorio.

Hazz no supo qué responder. Durante todo ese tiempo sin hablar con Istenia había pensado que los sentimientos negativos eran recíprocos. Claramente se equivocó. Odiaba equivocarse. La hacía lucir como peor persona de lo que ya era.

Se quedaron en silencio por algunos minutos a espera de la pequeña Soreil.

Hazz miró hacia el punto de la cueva donde su equipo había entrado y desaparecido.

Aún recordaba esa escena. Después de que Hazz gritara y peleara con Istenia, ellos fueron entrando, uno a uno, desapareciendo detrás de una cortina de luz celeste que se había abierto en cuanto Hazz accedió a no entrar e Istenia golpeó su báculo contra el piso de piedra. Ninguno sabía con lo que se encontrarían al otro lado. Istenia no lo había delatado, lo tenía prohibido.

Creyó ver un pequeño movimiento en la cortina de luz. Tan rápido que pensó que lo había imaginado.

Después el movimiento se repitió.

De nuevo.

Una vez más.

Una delgada línea de luz aparecía y desaparecía intermitentemente, cada vez más rápido. Hazz no había visto nada parecido durante su estadía en la cueva. Comenzó a preocuparse cuando aquella línea, poco a poco, iba ensanchándose, cubriendo más roca.

—¿Istenia? ¿Qué está sucediendo? —inquirió con algo de temor. Lo imaginario se estaba volviendo realidad y Hazz era nueva en ese territorio. Aún ni siquiera asimilaba que ese lugar podía ser la mítica Atlántida.

Istenia, quien observaba hacia el lado contrario de la cueva, pareció captar a lo que Hazz se refería cuando se dio la vuelta. La línea no solo se estaba haciendo más ancha, sino también más larga. Comenzaba a cubrir gran parte de la cueva, provocando que Hazz entrecerrara los ojos por la intensa luz que contrastaba con la cueva negra.

—La encontraron —murmuró Istenia—. Encontraron la cura.

De un momento a otro, Istenia tomó la mano de Hazz para ponerse de pie. Ella dejó que su cuñada la guiara mientras corrían para alejarse. Istenia no dio explicaciones, Hazz estaba demasiado sorprendida para pedirlas.

La línea de luz dejó de ser una línea. Persiguió a ambas mujeres a través de las conexiones de las cuevas, consumiendo todo a su paso. Hazz no quería saber qué sucedería si la luz las alcanzaba.

Corrieron y corrieron mientras Hazz gritaba sin decir nada en específico. Istenia parecía saber perfectamente por dónde iba, Hazz confiaba en ella, no tenía otra opción. La luz era tan intensa que era fácil ver su reflejo en la piedra negra de las cuevas. Estaba cerca de ellas, un tropiezo y no habría escapatoria.

Hazz sintió que su corazón se detuvo por un instante cuando reconoció otra luz frente a ellas. Estuvo por gritarle a Istenia que escogiera otra dirección, cuando notó que aquella luz no estaba avanzando.

Era la luz natural del día. Estaban por salir del laberinto de cuevas.

Al llegar al final, Hazz por fin miró atrás. No vio nada además de la luz. Se descuidó, tropezando al tocar el suelo de arena. Rápidamente se recuperó al sentir un enorme impulso a sus espaldas, como si alguien estuviese despegando una nave y ella estuviese justo abajo. La luz se convirtió en una gigantesca ola celeste que obligó a Hazz a caer nuevamente. Fue como si el viento hubiera tomado vida, impactando con toda su fuerza contra Hazz.

Sin previo aviso, Hazz dejó de sentir la mano de Istenia. Ni siquiera tuvo la fuerza de gritar su nombre. La luz la había cegado, no podía ver ni sus propias manos. El viento llegaba de todas las direcciones, manejándola a su antojo, metiendo arena a su nariz, oídos y ropa.

Se escuchó una explosión. Hazz no distinguió de qué. Sus sentidos estaban bloqueados. La explosión tuvo que ser demasiado fuerte para que ella lograra escucharla.

No supo cuánto tiempo estuvo hecha un ovillo ni en qué momento tomó esa posición. Pareció una eternidad.

De la nada, el viento se detuvo. La luz desapareció.

Hazz apenas estaba ajustando sus ojos a la nueva iluminación cuando sintió un golpe en la cabeza.

De luz celeste se volvió oscuridad.




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