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26 Una injusticia

Nicholas apartó a las personas para que pudiera caminar, mirándome con pena y temor antes de caminar delante de mí.

—Laal Dayan —Escuche la voz de aquel hombre al que todos llamaban líder.

—Aleik —pronuncie caminando hacia él en medio de la plaza, repleta de todo el pueblo, sentados en cada una de las sillas cómo quienes esperando listos para disfrutar de un espectáculo.

—¿Sabes porque estás aquí? —preguntó en cuanto estuve frente a el.

—No, tus hombres me han sacado de casa sin darme explicación alguna, espero que sea rápido, tengo cosas por hacer.

—Será rápido —habló sereno—. Te he pedido que vengas por el siguiente motivo.

«Eres juzgada por actos de hechicería cometidos en el pueblo, ha embrujado a jóvenes, ocasionando comportamientos extraños en ellas, los Clifford han visto a su hija caminar y bailar desnuda a plena luz de la luna, murmurando cosa acerca de un macho cabrío, los Wanders han visto a sus hijas desmayarse sin razón aparente, murmurando palabras sin sentido y vomitando cosas extrañas... como esos hay ma historias de los habitantes y algunas terminan trágicamente en la muerte, el pueblo exige justicia.»

—Nada de eso ha sido mi culpa—me defendí, sintiendo como la rabia comenzaba a calarme los huesos—. ¡Lo único que he hecho es ayudar a cada uno de los habitantes de este asqueroso pueblo!.

—¡Miente! —Grito alguien en la multitud.

—¡Debe morir! —cada vez se escuchaban más gritos de la multitud.

Todo comenzó a volverse un caos, gritos mezclados se escuchaban por todas partes, una multitud sedienta de justicia, inculpando a la única persona inocente sin querer escuchar la verdad de lo que ocurría.

Tal vez se había topado con alguna planta en el bosque y la habían tomado.

Conocía algunas que si las consumías podían hacerte levitar y comunicarte con personas en el más allá, yo misma era testigo de ello.

Habían miles de opciones y miles de soluciones, pero mi magia no estaba involucrada en ninguna de ellas.

Había más hechiceras en el pueblo, y en el pueblo vecino.

Pero estos ineptos tenían que atacar a la única persona que no ocultaba su naturaleza, a aquella que no tenía temor de demostrar su naturaleza, aquella que no tenía temor de demostrar una pequeña parte de su poder, y vaya que aún no había conocido todo mi poder.

—¡Ella es culpable! —Grito otra persona.

Un grito cargado de dolor se escuchó de pronto, provocando que todo quedara completamente en silencio.

Me voltee de inmediato hacia ella, estaba tirada en medio de la plaza, con el pequeño cuerpo de un bebé es sus brazos.

O bueno, las pequeñas partes del cuerpo de un bebé.

Habían entrado en mi cabaña.

Habían conseguido al Niño.

Los murmuras no tardaron en aparecer, podía sentir las miradas cargadas de enojo y repudio sobre mi piel.

No podía ser cierto, por mas poder que tuviera, yo no causaba daño a ninguna persona en el pueblo.

Alguien me había engañado llevando a un niño que no le pertenecía para pagar alguno de mis trabajos.

Pose mi mirada en él, que permanecía sentado en su enorme silla como si de un rey se tratase, sin importarle lo que las personas opinaran o pensaran de él.

Con la tranquilidad intacta.

Y la conciencia dañada, por haber entregado en sacrificio algo que no le pertenecía.

«—Ayúdame a tener su aprobación —pidió, aquella noche bajo la luz de la luna.

—Lo que pides tiene un precio muy alto —le advertí, recordándole que todo tenía un precio que pagar.

—Lo pagaré, no importa el precio que sea, pero lo quiero, quiero que todos me sigan y me amen y me respeten como el líder que soy, que no duden de mis alcances y que me dejen guiarlo a una mejor vida.

—¿Aún cuando el precio sea entregar a tu primogénito? —pregunte con duda.

—Aún cuando ese sea el precio, aún si tengo que entregar mi alma por ello.

—Una vez que lo hagas no hay marcha atrás.

—Correré el riesgo, es lo que más deseo.»

—Es tu culpa—murmuré en voz baja—. ¡Ha sido tu culpa!—Grite acercándome hacia él.

—No se de que hablas— respondió confuso sin perder su postura firme.

Unos brazos me rodearon por completo impidiéndome acercarme hacia él.

—¡Muerte a la bruja!—comenzaron a gritar todos—. ¡Láncenla a la hoguera!.

—Has cometido la peor de las atrocidades que existen— hablo con voz firme desde su puesto—. Le has arrebatado la vida a un ser indefenso e inocente de todo mal.

—¡Tu lo enviaste!—le grite, mientras me sujetaban con fuerza, impidiéndome acercarme a él—.¡Tú lo hiciste, rompiste el trato!

—Llévenla a la hoguera —Dio la orden a sus hombres, quienes no tardaron en subirme por los escalones a la hoguera.

El hombre que había llegado a la cabaña en el momento en que Nicholas estaba allí, se posó junto a él, susurrándole cosas al líder.

Sus hombres me ataron de pie a un largo tronco.

Aleik me miro de nuevo, curvando una sonrisa de satisfacción.

—Súbanlo también— ordenó.

Giré el rostro y vi cómo tomaban a Nicholas a la fuerza y lo subían junto a mí, atándolo de brazos a mi lado.

—¿Que haces?—pregunte horrorizada.

—Dándole al pueblo lo que pide... Justicia.

—No lo hagas —pedí con voz áspera, claramente era una advertencia.

Aleik ignoro mi advertencia por completo, caminando hacia nosotros, quedando justo delante de la hoguera.

—Nicholas, eres culpable por complicidad en prácticas de hechicería causadas por Laal Dayan, además de mantener una relación sentimental con ella, eres sentenciado a morir en la hoguera.

Lo demás sucedió demasiado rápido, sin darme tiempo a reaccionar o poder evitarlo.

Uno de sus hombres, se acercó a Nicholas, encendiendo la hoguera, incinerando su cuerpo por completo.

Los gritos de dolor por el calor que consumía su cuerpo no tardaron en aparecer, llenándome de impotencia, al ver a la persona que amaba morir de esta manera.

—Me has condenado injustamente Aleik, y me has arrebatado lo único que amaba.

—¡Basta de tus mentiras! Tus maldiciones no me detendrán en mi misión de purgar nuestra tierra de tu corrupta presencia y todo mal que esté oculto entre las sombras.

Apreté mis manos con fuerza y canalicé todo el poder que contenía, pronunciando una antigua maldición.

—kuchal daalo, poore shahar ko maar daalo. unake shareer vileen ho jaen, bhasm ho jaen aur doob jaen, unake sabhee ang vileen ho jaen aur mujhe jo dard mahasoos hoga, usase aur adhik peedit hon. —podía ver la cara de confusión de todos al no saber que estaba sucediendo.

Un viento helado envolvió a todos todo el lugar, mientras Aleik me miraba preocupado por lo que acababa de pronunciar.

—Por cada alma inocente que hoy condenas y que condenaras en un futuro, una parte de ti se perderá. Tú desdicha será eterna, y el peso de la culpa los aplastara por completo.

Aleik ordenó la ejecución, pero ya era tarde, demasiado tarde.

Una oscuridad inquietante se cernió sobre el pueblo, y uno a uno, los que rodeaban a Aleik comenzaron a morir. Gritos de terror y agonía llenaron el aire, mientras él observaba impotente la devastación que su decisión había desencadenando.

Ofuscado por la maldición, Aleik comprendió que su decisión lo ataría por toda la eternidad a aquel pueblo, donde su nombre sería sinónimo de desgracia y su legado, condenado por una decisión errónea que ensombrecería cada amanecer.

Sabiendo que la maldición que pesaba sobre su tierra estaba tejida con hilos oscuros y retorcidos, provocados por sus decisiones y su traición.

—La única forma de romper esta maldición es sacrificando a tu primogénita. Su sangre pura me permitirá renacer en este mundo y hasta entonces, serás condenado a vagar por la eternidad hasta que se cumpla la profecía.

Podía sentir como mi cuerpo ardía por las llamas de la hoguera, pero ya era demasiado tarde, me había condenado a mi misma al pronunciar aquellas palabras, el sacrificio de aquella maldición me había costado la vida, hasta que la profecía se cumpliese, sería una vida por otra.

Hasta entonces, una parte de mi alma y mi poder quedarían resguardados en un pequeño cubo, esperando el momento exacto para devolverme a la vida.

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