25 Un recuerdo
Hace muchos años...
Sangre fresca
Levante mis manos y las pase por mi cuerpo cubriéndolo por completo, el rico aroma de la sangre me golpeó la nariz, recordándome lo mucho que la necesitaba para tener vida.
El llanto del bebé que estaba en la mesa era insoportable, lleve mi daga al pequeño cuello y lo enterré en el, deslizándolo para cortar la cabeza que producía aquel irritante llanto.
Pase la mano por la mesa, empapándome de aquella sangre y deslizándola por mi cuerpo.
Otra más para la colección..
Corte con fuerza las extremidades del pequeño cuerpo y seguí deslizándolas por mi piel.
Necesitaba toda su sangre.
Aquello era lo que me mantenía con juventud.
Enterré la daga en su pecho abriéndome paso para llegar a él.
Su corazón.
Lo saque con cuidado, llevándolo a la cubeta que tenía a un lado en la mesa para limpiarlo un poco.
Me serviría para algún hechizo más adelante.
Termine de beber su sangre y untarla por mi cuerpo, desde hace muchos años, eso era lo que nos mantenía jovenes y con vida.
Guarde las partes del pequeño cuerpo en un cofre, ya vería más adelante que haría con ellas.
Luego podía devolvérsela a la familia en alguna comida.
Para que disfruten de él, tanto como yo lo hice.
Después de todo, nadie lo recordaría, porque cuando una bruja tomaba a un niño, todos lo olvidaban, como si nunca hubiese existido.
Un golpeteo incesante sonó de pronto en la puerta, lo ignoré por completo y camine hacia la estufa, tomando un trozo de carne y llevándolo a mi boca, el dulce sabor lleno mi paladar por completo, haciéndome olvidar el insistente golpeteo en la puerta.
Un fuerte golpe sonó de pronto, haciéndome voltear de inmediato hacia la puerta para ver cómo ésta caía al piso.
—¿Que mierda te sucede? —Grite de pronto en cuanto vi al joven entrar en mi casa.
—Él quiere verla— respondió de inmediato apartando su mirada de mí.
Lo ponía nervioso, no lograba comprender si era por mi desnudez o por lo que podía hacer, pero podía notar su incomodidad al estar aquí conmigo.
A solas.
—Que mala decisión ha tomado al enviarte aquí conmigo, siendo tan inocente, tan débil—Camine hacia él a paso lento—Tan puro de corazón, incapaz de hacer daño, incluso si tú vida dependiera de ello.
—Por favor, mantente en tu puesto, no te acerques —Pidió el joven, aún desde la puerta, sin mirarme a la cara.
—Pero has dicho que él desea verme, ¿No?—me acerque un poco más a él—. Iré a verlo, es lo que me has pedido.
—Debes vestirte— lo escuche decir en voz baja.
La tensión del ambiente podía cortarse fácilmente con una daga.
Él estaba tenso, yo lo provocaba.
Sabia que generaba los más oscuros deseos en el, hipnotizándolo con la belleza pura de una Ninfa que me caracterizaba.
—Puedes mirarme a la cara, no muerdo —le recordé, sin dejar de recorrerlo con la mirada.
No tenía el gran físico, era de contextura delgada, de tez blanca y facciones finas.
Un joven muy apuesto.
—No quisiera que las cosas salieran mal —admitió en voz baja.
—Nada saldrá mal—le asegure—. Hemos hecho las cosas bien, además te gusta tanto como a mí, lo que algunas noches ha ocurrido en el bosque o aquí en mi cabaña.
Levantó el rostro posando su mirada en mi, recorriéndome con la mirada como cada noche cuando venía a verme.
Me acerque a él, acortando el espacio que nos separaba, rodeándolo con mis brazos, hasta quedar pegada a él, sintiendo como su cuerpo se estremecía bajo mi tacto.
—Déjate llevar—susurre cerca de él—. Sabes que lo deseas tanto como yo.
Pude ver en sus ojos el temor de lo indebido, la adrenalina de hacer lo que no debería, cargando el ambiente de una tensión consumiente.
Roce mis labios con los suyos, provocando una descarga de electricidad recorrernos el cuerpo entero.
Lo había conocido hace algún tiempo, un joven inocente, sin experiencias, que había llegado a mi vida para ayudarme con lo que necesitaba.
Lo amaba, y él me amaba a mí.
Habíamos sellado nuestro amor años atrás mediante un pacto de sangre.
Cada vez nos volvíamos más cercanos, pero por las absurdas reglas del pueblo en el que vivíamos debíamos mantener una relación en secreto.
Donde solo el bosque y la cabaña fueran testigos de nuestros pecados.
—Por favor—sus palabras salieron como un susurro—. Sabes que no es la hora ni el momento Laal.
—¿Quien nos dice cuando es o no el momento? —Pregunte mirándolo a los ojos.
Acorte la distancia besándolo, sintiendo el sabor de sus dulces labios.
No lo dudó, me siguió el beso apoderándose de cada espacio de mis labios.
Un golpe fuerte nos hizo separarnos de pronto, o bueno, hizo que rápidamente él me alejara, acomodándose la camisa y dando varios pasos atrás antes de centrar su vista en la persona que estaba de pie en la puerta.
Su mirada era dura sobre él.
Lo había visto todo, y solo estaba actuando como si no lo hubiese hecho.
—Veo que ya no debo ir a ningún lado —comente por fin rompiendo el silencio que se había creado.
—¿Interrumpo algo? —Preguntó sin quitar la mirada de él.
—No, ya estaba por vestirse y salir —respondió aún con la mirada perdida.
Camine hacia la mesa y tome el largo vestido café que había dejado allí, antes de que ellos llegaran.
Me vestí y salí junto a ellos.
Ninguno de los tres pronunció nada en el camino, un sentimiento de alerta me hizo sentirme intranquila de pronto.
Recordándome varias veces que había roto las reglas de pueblo, ayudando a algún campesino o conjurando cerca del pueblo.
Habían sido muy pocas ocasiones, pero ahí estaban.
Y la mayoría de ellas habían sido completamente en las sombras, me resultaba imposible imaginar que alguien las comentara.
Los que habían necesitado de mi, siempre eran leales y devotos a mi poder.
Nos detuvimos frente a la gran plaza del pueblo, el lugar que servía para juzgar o sentenciar a aquellos que rompían las reglas que por tantos años habían mantenido al pueblo "en paz" alejados de cualquier guerra, o problema en el que pudieran verse envueltos.
De los que normalmente yo me ocupaba en secreto, manteniendo el orden de aquel lugar.
Tratando de enmendar un poco lo que mi magia podía ocasionar, devolviendo tranquilidad y un poco de paz al pequeño lugar.
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