Sentía el áspero roce de la nevisca que solía azotar el pueblo con frecuencia en aquellas largas e inolvidables tardes de invierno, en las que solían adentrarse junto con sus amigos en las escarpadas cumbres que bordeaban el pueblo pese al peligro del que eran sabiamente advertidos.

Se dibujó en su cabeza aquella época en la que se pasaba horas pescando en el lago de la aldea, que encantaba a los turistas que la visitaban buscando un sitio donde descansar y en el que los traviesos niños sirelinos encontraban un lugar ideal para jugar.

Ya no existía la diversión allí. Ni allí ni en ningún lado.

El celestial y arrullador sonido de un manantial repicó con delicadeza en sus oídos. Eso hizo que Kite recordase lo mucho que extrañaba sentir el agua corriendo sobre su cuerpo. ¡Cómo extrañaba la pureza de aquel elemento en el que tan bien sabía moverse!

Extrañaba embarcarse y navegar. Ser tripulante de una tripulación y emprender letárgicos viajes en búsqueda de la riqueza que pusiera fin a una vida, sino en la pobreza, al menos discreta en lo que a lujos concernía. Añoraba el canto del albatros que servía como señal indicadora de la presencia de tierras inexploradas y llenas de misterios al frente.

Moría por sentir al menos una última vez más el dulce crepitar de una ardiente fogata, ver con sus ojos una vez más cómo aquellas hogueras que, bajo los destellos de la Luna y avistadas en las torres de observación, anunciaban la cercanía y los preparativos previos a una gran batalla. Emociones encontradas y contrapuestas se apreciaban en una ensoñación que merecía tomar la posta que su vida actual debía dejar hace tiempo ya.

Súbitamente, aquellos sueños llenos de melaza dieron paso sin matices a una memoria de tonos grises que sin pedir permiso irrumpió en su mente. Una evocación de algo horrible que ya creía haber olvidado en un rincón oscuro e inaccesible.

Aún dormido, una solitaria lágrima abandonó la amparadora seguridad de su grupo para seguir en soledad un camino en dirección a un suelo que carecía de la bella emoción que esa lágrima escondía, pero que se encontraba inundado de las viles que la sangre inocente ya había derramado sobre el mismo.

Suavemente, Kite fue abriendo los ojos. Algo lo había despertado. Una mariposa de coloridas alas había entrado en la celda con una insolencia encantadora, posándose sobre su pecho. Eso no podía ser posible. No existía la posibilidad de que algo tan bello como aquello tuviese lugar en esa prisión, perfectamente resguardada de la vida exterior.

Un mirlo gorjeaba a lo lejos buscando su nidada. Ese trinar melodioso era algo normal, ¿pero escucharlo allí en Ingerdi?

Imposible. Creible o no, estaba sucediendo. Fue en ese mismo momento que notó un rayo de sol, que se coló entre los barrotes de una ventana cercana e iluminó su cara. Nunca antes la luz del exterior había entrado en a prisión. No había Ilusión capaz de lograr semejante belleza.

"Ingerdi está muriendo" Kite no cabía en sí de la emoción que sentía.

Algo le decía que iba a escapar de allí sin tener que hacer caso a lo que Balathid había dicho.