Capitulo 1 (Página 1)
Mazmorras De Ingerdi
Ruckmord
Ánpidelle
Todo a su alrededor era negro. De un negro tan infinito como el de una noche sin luna ni estrellas que pudieran contrastar la perpetuidad de lo oscuro. La luz parecía prohibida en aquel singular escenario.
Pero el solo veía luz. Estaba demasiado cerca de lograrlo. Sólo tenía que seguir adelante.
Una sensación extraña, hasta el momento dormida en su interior y que parecía buscar disuadirlo de continuar, comenzó a quemarlo por dentro, obligándolo con sus súbitas descargas a caer al suelo y a retorcerse, lleno de un dolor quemante y profundo. Se trataba de un sufrimiento que ya había sentido antes, pero falto de la opresión y la asfixia que lo habían invadido la primera vez. Poco a poco, se había acostumbrado a su silenciosa e inevitable presencia. Debía hacerlo.
Una vez se hubo levantado, sacó del bolsillo de su vieja y raída túnica lo que parecía ser un pequeño mapa. Lo miró con detalle, como si se encontrara frente a la obra de arte mas bella jamás creada.
Para él ese pequeño mapa era mucho mas que eso. No obstante sus dotes de exquisitez no eran tales, al menos de momento. Algo le faltaba al papel para alcanzar la perfección que rozaba la musicalidad del delicado andar de una musa.
Por más que lo mirase minuciosamente y por más que lo escudriñara ávidamente en búsqueda de aquello que tanto anhelaba poseer, no había nada que pudiera hacer. El mapa estaba incompleto. La falta de un pequeño extremo del mismo actuaba como una eficaz e impenetrable barrera contra sus impulsivas aspiraciones de poder. Por una fatídica casualidad marcada por un designio adverso, ese trozo era quizás el más importante de todos. La pieza final del rompecabezas.
Emperador de los Cinco Reinos de Ánpidelle. Encontrar la pequeña pieza de papel pondría todo el Imperio a sus pies. Escarpadas montañas, áridos desiertos, indomables océanos, vastas praderas, desalmados ejércitos. Todo ese gran poderío en sus pequeñas manos temblorosas. Sería dueño de la pieza final de un cerrojo que había guardado desde el principio de los tiempos un milenario e incalculable poder. Un poder de magnitud tal que ninguna de las fuerzas que imperaban en los Cinco Reinos podría hacerle frente, sin importar la cantidad de hombres que arriesgaran su vida para derrotarlo y las armas que se empuñaran para evitarlo.
Dio un resoplido de resignación. En su afán impulsivo, había pasado por alto algo de suma importancia para su plan.
Si conseguía triunfar en su búsqueda y se hacía con el pedazo de mapa faltante, solo restaría encontrar la llave, empresa que presentaría una dificultad igual o quizás mayor que la que ya cargaba sobre sus hombros.
No obstante, y a pesar del deseo que ardía en su pecho y que amenazaba con exaltar sus sentidos, buscaba no perder la paciencia. Cada vez estaba más cerca, pero no descansaría en aquellos laureles mediocres y carentes de ambición que tan fácilmente hacían acto de presencia en la lúgubre e impenetrable oscuridad del escenario.
Él nunca dejaba algo sin terminar. No era su estilo ni su manera de hacer las cosas. El cadáver que nació con la muerte del osado que se atrevió a ponerlo a prueba podía confirmarlo.
Y estaba dispuesto a llegar hasta el final por lo imposible.
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