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III

Alyssa

—¡Mueve el puto culo, Axton! —exclamó Alyssa al otro lado de la puerta, despertándome.

Abrí los ojos de golpe, exaltado por sus gritos. Al darme cuenta de que en realidad no pasaba nada, suspiré con pesadez. Estaba muy cansado. Apenas había pegado ojo en toda la noche, pues había estado pensando en mi madre. Y a pesar de que me había despertado, la pesadilla era la misma: mi madre no estaba y yo estaba perdido en un planeta totalmente desconocido.

—¡Axton, hablo en serio! ¡Mi padre aún no sabe que estás aquí, y él no será muy amable si ve que un chico ha dormido en mi cuarto!

Decidiendo dejar mis problemas de lado, decidí que Alyssa también merecía algo de ayuda después de lo que había hecho por mí. Respiré hondo y me levanté de la cama, preparándome para otro día de mierda. Me miré en el espejo —del cual no había notado su presencia— y me miré fugazmente. Un segundo fue suficiente para saber que el morado de mi ojo se había hecho más notable y, por culpa del cansancio, parecía uno más de esos drogadictos causantes del color de mi ojo. Abrí la puerta de la habitación y volví a la cama para sentarme en ella.

—¿Tú qué? ¿Piensas quedarte sentado todo el día? —preguntó Alyssa.

—No me importaría en absoluto —dije mientras bostezaba, aunque sabía que tarde o temprano tendría que salir de allí.

—Mala suerte, hoy iremos a buscarte una casa. Anoche ya me encargué de tu identificación.

Justo después de decirlo, lanzó el carné por los aires y lo atrapé torpemente. Lo observé con atención, todavía tratando de despertarme del todo y despejar mi mente.

—Supongo que seguiré teniendo mil años —susurré mientras lo leía, a pesar de que no entendía una sola palabra.

—Hay que mantener la mentira creíble —comentó ella, confirmando mis sospechas con una pequeña sonrisa—. Anda, levanta. De camino te enseñaré más de este planeta.

Resoplé antes de ponerme en pie. Ella comenzó a caminar hacia la salida y no me quedó más remedio que seguirla. Poco después, ya estábamos en medio del mercado de nuevo. No estaba seguro si había pasado por ahí antes o simplemente era todo muy similar, pero confié totalmente en Alyssa para no perdernos.

—Para empezar, deberías saber lo más básico —comenzó a explicar, poniéndose a mi lado—. Estás en Akvenia.

—¿Akvenia?

—Ajá —asintió—. En este planeta compartimos cultura con nuestro planeta vecino, Lakveria. Aunque tenemos un alfabeto especial, el mismo que en Lakveria, hablamos inglés. Somos muy similares, en ambos planetas cada persona tiene un don. Algunos son totalmente inútiles. Una vez conocí a un chico cuyo don era imitar a los animales —rió—. Pero también hay dones chulos.

—¿Cuál es el tuyo? —pregunté con curiosidad.

—La paciencia es mi fuerte —ironizó, sin responder a mi pregunta—. Los dones son parte de nosotros desde que nacemos hasta que morimos y, dependiendo de qué don sea, las emociones pueden influir en cómo se van desarrollando. Por ejemplo, si tuviste una infancia dura, estarías sometido constantemente a emociones fuertes, lo que puede hacer que tu don se desarrolle más que el de otras personas. En otros casos, es momentáneo, es decir, cuando se someten a emociones fuertes, el don también es más fuerte. Y por último, tenemos a los que, como mi mejor amigo, tienen un don que se vuelve completamente inútil cuando están sometidos a emociones fuertes.

—Entiendo —contesté y, por primera vez desde que había llegado, sí que tenía claro cómo funcionaban los dones allí. Tenía cierta lógica cuando te ponías a pensar en ello—. ¿Y qué hay de este lugar? ¿Dónde estamos exactamente?

—Todo este mercado es el Mercado Central, y es enorme —explicó—. Podrías perderte en él con facilidad, hasta yo lo hago a veces. Pero si te sirve de algo, mira al cielo.

Obedecí de inmediato, en busca de alguna señal que me mostrara algo de importancia. No vi nada.

—¿Qué se supone que tengo que ver?

—Fíjate bien. Deberías ver una pequeña luz morada.

Seguí observando, y finalmente pude ver la luz. Era pequeña y no brillaba demasiado, pero era fácil de ver una vez que la localizabas.

—Hay luces de distintos colores en cada lugar al que vayas. Naranja en palacio, morado en la entrada del Mercado Central, verde en zonas de campo, amarillo en zonas de costa y rojo en lugares peligrosos, como barrancos.

—¿Cómo? No entiendo que la luz pueda señalar esas cosas. ¿Lo mirasteis antes de construir o algo así?

—No exactamente. Antes de construir aquí, hicieron un plano de lo que querían que fuera el planeta y lo marcaron con esas luces. Había un tío que tenía el don de la luz por decirlo de algún modo. Luz que quiere, luz que crea. No ha habido un don así desde hace siglos.

—Guay —murmuré.

—Seguramente no te quedes con los colores exactos, pero tú busca la luz en cualquier lugar y te guiarás. Ahora, lo importante, vamos a ver la comida.

Ella aceleró un poco el paso y me apresuré a seguirla. Igual me saturaba un poco de información, pero me convencí de que me salvaría la vida, lo cual era una gran motivación para olvidar el sueño que tenía.

Llegamos a un pequeño puesto con un toldo azul y Alyssa señaló los distintos alimentos. Tras un rato, había descubierto varias cosas interesantes sobre la comida de Akvenia, y también descubrí que la alita de pitufo era de la especie de pájaro que tanto me había fascinado. Alyssa dijo que se llamaba Jynx. De pronto, dejó de gustarme esa alita de pitufo.

Después de ver la zona de comida, Alyssa insistió en que, y cito textualmente, «olía peor que un trozo de mierda»; por lo que casi me arrastró hasta un hotel. Robó una llave sin que nadie se diera cuenta y yo usé el baño para ducharme.

Mientras yo estaba ahí, ella iría a los puestos de ropa para buscarme una nueva vestimenta.

Cuando me encerré en el baño, me deshice de mi ropa y me observé en el espejo. Lo que había visto esta mañana era solamente una sombra de lo que podía ver ahora. Estaba hecho una mierda. Mis rizos estaban destrozados y, aunque Alyssa no hubiera nombrado nada, tenía la nariz y los ojos rojos por haber llorado gran parte de la noche. Eso sin hablar de mi ojo morado, que no parecía mejorar, pero gracias a Dios, no había empeorado. No tuve tanta suerte en el brazo. No lo había notado hasta ahora, pero en el accidente me había hecho una herida que dejaría cicatriz.

«Genial, un recuerdo del peor día de mi vida», pensé con tristeza.

Decidí meterme en la ducha de una vez, pues no podíamos perder mucho tiempo. Una vez duchado, me puse una toalla alrededor de la cintura y salí del baño. Alyssa me esperaba de brazos cruzados en la puerta. Sobre la cama estaba la ropa que me había comprado.

—Joder, he tardado menos en recorrerme todo el mercado que tú en ducharte —se quejó ella.

Ni siquiera me había dado cuenta de todo el tiempo que había pasado hasta que ella lo había dicho. En silencio, cogí la ropa que me había dado y me encerré en el baño para vestirme. El conjunto era muy yo, pues eran unos pantalones negros de cuero, una camiseta blanca y unas deportivas que mezclaban los dos colores anteriores. Busqué entre mi ropa mi gorro de lana y me lo puse. Ya estaba listo.

Cuando salí, Alyssa pareció observarme durante varios segundos, pero finalmente apartó la mirada y se fue, esperando que yo fuera detrás. Obviamente, no tardé en hacerlo.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

—A buscarte una nueva casa en Sidentwall —explicó—. Supuestamente, la tuya se quemó; así que al menos tenemos una excusa si alguien pregunta sobre tu hogar. Conozco a alguien, nos echará un cable.

Guardé silencio el resto del camino. Alyssa comenzó a hablar de la historia de Akvenia. Quizá debí prestar atención, pero no era capaz. En su lugar, pateaba una pequeña piedra que me había encontrado hacía un rato y pensaba sobre todo lo que estaba ocurriendo. Todavía no sabía si hacía bien en confiar en Alyssa, tampoco sabía por qué me ayudaba. Quizá quería algo a cambio. O quizá sí que tenía un buen corazón. En esos momentos, solamente quería huir de ese planeta, pero claro, ella era mi única oportunidad y odiaba eso. Quería poder valerme por mí mismo, pero obviamente, no podría en este lugar.

Al fin, llegamos a lo que parecía ser Sidentwall. Había un cartel verde en un idioma que yo no conocía, Alyssa me explicó que decía «Bienvenidos a Sidentwall». Sidentwall resultó ser un pequeño pueblo que me recordaba bastante a Grecia por alguna razón. Quizá por los edificios, que tenían una estética casi idéntica. Alyssa tocó la puerta de una de las casas del lugar y se giró rápidamente hacia mí.

—Quiero que te centres en cualquier cosa que no sea La Tierra, tu infancia o cualquier cosa que pueda revelar quién eres.

—¿Qué?

—Confía en mí. Nolan es nuestra única oportunidad; así que piensa en... No sé, algún pájaro de esos que te gustan.

No supe por qué quería eso, pero logré concentrarme para pensar solamente en ese bonito pájaro.

Alyssa

Vale, quizá traerlo a la casa del chico telépata no era la mejor de las ideas. Pero Nolan había sido mi amigo por muchos años, confiaba en él. Y sabía que podía ayudarnos. Hacía ya un tiempo que no había tenido contacto con él, pues ser guardia ocupaba la mayoría de mi tiempo. Mientras tanto, Nolan seguía aquí. No lo veía desde antes del incendio, su casa se quemó. Me arrepentía de no haberlo visitado entonces para apoyarle, pero pensé que quizá debería centrarme en mi nueva labor. Y sería mucha hipocresía ir sabiendo lo que pasó en realidad esa noche.

Por suerte, Nolan al abrir pareció contento de verme. Me recibió con un abrazo y una sonrisa de oreja a oreja, la cual se fue borrando al ver a Eddie.

—¿A tu amigo le flipan los pájaros o me lo parece? —preguntó, divertido.

—Eh... Supongo —sonreí con nerviosismo—. ¿Podemos pasar?

—Sí, claro.

No tardamos en entrar. Intenté no pensar en Eddie, pues irremediablemente pensaría en La Tierra y Nolan sabría todo. Nolan nos observó con curiosidad, cruzado de brazos. Su pelo rubio caía en suaves ondas a ambos lados de su rostro. Una raya al medio separaba el flequillo en dos, creando una especie de cortinas naturales que enmarcaban su cara. El azul claro de sus ojos encajaba perfectamente con su tono pálido de piel. Era delgado, pero fuerte. Vestía con una camisa negra y unos pantalones del mismo color. Cuando se apartó uno de los mechones de pelo de su cara, decidió hablar.

—¿Sabes que cuando intentas ocultarme algo siempre te centras en mis rasgos físicos? —sonrió— Venga, Al, te conozco. ¿Ocurre algo?

—No —mentí—. Pero necesitamos algo. Una casa.

—Oh —murmuró, algo descolocado—. Ya, bueno... No va a poder ser.

—¿Qué? ¿Por qué?

Se formó un silencio, incómodo y demasiado largo para mi gusto. Fue Nolan quien lo rompió al fin para responder a mi pregunta, con un deje de decepción en su voz.

—Al, ha pasado mucho tiempo desde que te vi por última vez. Mi casa se quemó y no viniste ni una sola vez. Ni una carta siquiera. Ni un «oye, ¿cómo te encuentras? Debe ser duro que se te queme la casa y te quedes sin nada». Nada de nada. Pensé que venías a saludarme por primera vez en un año, pero solamente vienes a pedirme cosas. Así que no, Al. No va a poder ser.

Esta vez su sonrisa se había borrado. En su lugar, había una expresión de decepción absoluta en su rostro. Parecía más dolido de lo que habría imaginado que podría estar. No podía culparlo. De hecho, si supiera toda la verdad me odiaría a muerte.

—Debí venir —aseguré—. Lo sé. Pero en ese momento me acababan de nombrar guardia y me tenían muchas horas trabajando. No quería saltarme horas de mi nuevo trabajo por esto.

—Tú habrías perdido tu trabajo por ayudar al que lo había perdido todo —sonrió con tristeza—. ¿Es egoísta que piense que aun así debiste venir?

—En absoluto. Te entiendo y lo siento. Muchísimo.

«Te sigo queriendo. Fuiste, eres y serás siempre mi mejor amigo», pensé con sinceridad. Podría haberlo dicho, pero hablar de mis emociones siempre me había resultado ridículamente difícil.

Nolan pareció leer mi pensamiento, pues suspiró y sonrió nuevamente.

—Yo también te quiero —murmuró. Pareció dudar sobre si ayudarme o no—. En cuanto a la casa..., ¿en qué lío te has metido esta vez?

—¿"Esta vez"? —intervino Eddie, divertido.

—Sigo sin saber quién es él —añadió Nolan, algo asqueado.

—Oh, cierto. Nolan, este es Eddie. Eddie, este es Nolan. Su don es leer la mente.

—Eso explica por qué me mira tan raro —comentó Eddie, y juraría que quería matarme por no habérselo contado antes—. Juro que no soy un friki de los pájaros.

De todo en lo que podría haber pensado, ¿había pensado en pájaros? Bueno, yo se lo había pedido, pero era un ejemplo.

—Un poco sí —me reí.

—Quizá —él me devolvió la risa.

—Y... ¿sois amigos? —preguntó Nolan con curiosidad.

—Sí, y me toca vigilarlo durante dos meses —expliqué rápidamente.

—¿Vigilarlo?

Nolan parecía cada vez más confuso. Intenté poner mi mente en blanco, se me estaba dificultando cada vez más.

—Es... una larga historia.

«No me puedo creer que haya encubierto a este tío», pensé sin querer.

—Oh, vale —Nolan sonrió—. Déjame adivinar. Tu amigo, Edmundo, es un delincuente.

—Eddie —corrigió el aludido.

—No es un delincuente —fruncí el ceño—. Es un imbécil con mala suerte.

—Explícate —ordenó.

—No puedo dar muchos detalles —intenté escabullirme.

—Pues lo siento, Al. Pero tengo a un desconocido pensando en pájaros en mi casa, creo que necesito una explicación si quiero ayudaros —bromeó—. En serio, Al, ¿qué ocurre? ¿No confías en mí o qué?

—No es cuestión de confianza.

—Entonces dime qué ocurre.

Dudé. ¿Y si hacía mal en contárselo? Bueno, pero tarde o temprano se enteraría. Lee la mente.

—Eddie es... Eddie es humano.

El silencio se formó de inmediato en toda la sala. Eddie pareció matarme con la mirada, mientras que Nolan parecía simplemente algo descolocado.

—¿Humano? —preguntó— ¿Cómo...?

—Ha llegado aquí por accidente y no puede volver. Necesito salvarle la vida hasta que pueda mandarlo a casa.

Nolan hizo el amago de hablar; sin embargo, se calló a último momento. Pareció meditar sobre lo que quería decir y finalmente dijo con preocupación:

—Ahora entiendo por qué tanto empeño en pensar en pajaritos —miró a Eddie con una mezcla de enfado y preocupación—. Al, si te descubren no solamente lo matarán a él. También a ti.

—Lo sé.

—Te. Matarán.

—¡Lo sé!

—¿Vas a morir por un extraño?

—¡Quiero hacer las cosas bien! ¡No ha hecho nada malo!

—¡No quiero que mueras, joder! —exclamó de pronto— Este tío me da exactamente igual. ¡Si salvarlo significa perderte, que se muera y ya!

—Sigo aquí —comentó Eddie enfadado.

—Nolan, escúchame —ignoré al imbécil de Eddie—. Sé que es una locura. Y que es muy peligroso. Pero quiero hacer esto. Por favor.

—¿Por qué? No tiene sentido. Es humano.

Yo también lo era. Pero eso él no lo sabía. Y una oleada de culpabilidad por no contárselo me invadió por dentro. Agradecí que sus poderes no funcionaran cuando estaba sometido a emociones fuertes, pues si no lo habría sabido.

—Sí, es humano, pero eso no lo hace automáticamente una mala persona.

—Ya, pero... Al, piénsalo. Es una locura —rió, histérico—. Estamos hablando de tu vida.

—Y también la de él. Mi vida no vale más que la de Eddie.

Nolan comenzó a dar vueltas con preocupación por toda la sala sin decir una sola palabra. Eddie me miró con nerviosismo mientras yo temblaba de los nervios del momento. Al fin, Nolan habló.

—Está bien. Vale. Os ayudaré. Pero ya te vale que esto salga bien, Alyssa.

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