CAPÍTULO 9
No podía negar que la conversación que había tenido con Bill me había dejado con un sabor de boca extraño. Por su carácter, Delila no era de las que por un simple resfriado o dolor de estómago dejaría de trabajar, por tanto, me temía de que se tratase de algo más grave y que no me lo quisieran contar por el poco tiempo que llevaba trabajando en la librería.
Aunque Bill tampoco actuaba de forma normal ya que, casi literalmente, me echó del edificio con el pretexto de que había trabajado demasiado. Quizás tenía que hacer unas cosas antes de marcharse y, por falta de confianza, no deseaba que estuviera merodeando por allá. Me limité a seguir su sugerencia y me marché paseando por las calles húmedas y solitarias.
Pensé que quizás el andar hasta la mansión era una buena forma de seguir conociendo la zona, sobre todo si podía localizar al intruso que me topé desde la ventana de mi dormitorio. No lo había olvidado y ese paseo que me brindé, me hizo pensar mucho más en aquel evento. La idea de poner cámaras en los alrededores era algo que me parecía sumamente atractivo, por lo que no o descarté sino más bien, lo anoté para investigar más sobre su instalación.
A pesar de la hora tardía, mi teléfono comenzó a sonar, observando que era el abogado de mis abuelos el que llamaba.
—Buenas noches señor Felton, ¿A qué se debe esta llamada?
Una leve disculpa sonó al otro lado del teléfono. Si me llamaba a estas horas es que tenía una buena razón para ello.
—En efecto, se me olvidó decirle en mi última visita de que contacté al antiguo servicio de tus abuelos y están encantados de volver a trabajar en la mansión. En cuanto al dinero no se preocupe, con el dinero que heredó de sus abuelos, tiene más que suficiente como para pagarles.
—No me había dicho que ellos me habían dejado dinero además de la mansión en herencia—Le contesté sorprendida. Él se explicó.
—En realidad, lo que hicieron sus abuelos es dejar un depósito para que tu pudieras pagarles de por vida. Ese dinero no puede usarse para otra cosa que no sea para ello.
—No comprendo, si ellos estaban prácticamente en bancarrota, ¿Cómo es posible?
El señor Fenton se mostró tan intrigado como yo, no pudiendo darme una explicación lógica. Simplemente, habían dejado por escrito de que el antiguo servicio que trabajó para ello, trabajaría para mí durante los próximos años que viviera. Si muriese antes de que se efectuara todos los años que habían sido pagados, se darían como compensación económica a la familia de ellos o bien, como donación a la ciudad para la conservación de museos. Era una petición extraña, pero era lo que ellos deseaban antes de morir, así que debía hacerse su voluntad.
Le agradecí a Felton su llamada, prometiéndome que lo más rápidamente posible, se pondría en contacto conmigo para concretar el día que me reuniera con todos ellos. acepté y le deseé una buena noche.
Lo cierto es que la idea de que hubiera más gente en la casa no me parecía atractivo, ya que había estado acostumbrada durante años a vivir sola en un apartamento. Era verdad eso que decían, que la vida cambia en un instante.
Y ahora vivía como las ricachonas de la televisión, tan solo me faltaba la piel de algún animal muerto sobre mis hombros, cosa que por ahí no transigía. Aunque mi trabajo no era típico de alguien de dinero, sino más bien de alguien del montón.
Bueno, siendo sinceros, no muchos eran capaces de aguantar el sopor de una carrera como la mía, por lo que traductores de lenguas muertas no había demasiados. En cuestión de sueldo, no podía quejarme, pero tampoco me permitía comer caviar ruso para cenar cada noche. Me froté los ojos por el cansancio que llevaba encima; había pasado las últimas horas pegada a un ordenador durante casi todo el día, por tanto, mis ojos ya se encontraban en peligro de salirse de sus órbitas. Necesitaba el sueño reparador de mi cama y la ausencia de sonidos que me daba la noche.
Tardé un total de cuarenta minutos caminando desde la librería hasta la mansión, teniendo en cuenta de que iba a paso ligero porque no me gustaba merodear por la noche en plena ciudad. Ese momento del día era para estar en casa con un buen café y un libro que amenizara el sueño previo. Aunque en este caso, no me permitiría tal cosa por mi salud ocular. Mañana me esperaba otro día de trabajo, pero daba gracias a que era viernes y que podría tener unos días de descanso para pensar en otras cosas que eran igualmente necesarias.
Abrí la verja del exterior echando un vistazo a mi alrededor. Todo estaba despejado, no había un solo coche aparcado en las inmediaciones de la mansión. La calma que se respiraba no me tranquilizaba en absoluto. Lo que tenía claro es que tenía que hacer algo con la iluminación del exterior; era muy pobre y apenas podía divisarse los jardines de la casa. Tanto eso como el tema de las cámaras, era algo que planearía este fin de semana.
Además de si era necesaria alguna reforma más. Aún no había revisado la casa por completo, así que era el momento perfecto. Con las llaves en la mano, caminé sin apartar la vista de cualquier movimiento o sonido que escuchase. Quizás era porque no me había acostumbrado al lugar ni a los sonidos que se suponían que eran normales allí, pero hasta entonces, mi vena paranoica saldría a la luz. Debía de tenerme un poco más de paciencia, al fin y al cabo, había sido un cambio enorme.
Tenía la sensación de que el día había sido extenuante y largo, pensando en las posibilidades de que fueran todo el cúmulo de acontecimientos lo que me agotaban las energías. No veía otra que tomar medidas, no solamente con la vigilancia de la casa, sino con el orden de las ideas de mi ingobernable cabeza. Necesitaba saber si lo que me pasaba tenía un nombre y un tratamiento ya que no podía ver caer sangre del techo o que mi ordenador actuase como si tuviese vida propia.
Debía de encontrar a un psicoterapeuta que pusiera fin a todo lo que me sucedía. Tan solo esperaba que no se fuera de la lengua al vivir en un lugar ya de por sí, pequeño. Si mi fama no era demasiado buena, si encima el resto de los habitantes supiera que me estaba sometiendo a una terapia psicológica, me veía rodeada de antorchas como en la obra de Frankestein cuando todos iban en busca del monstruo.
Pero yo no lo era, simplemente me vi desbordada por demasiadas cosas. El desorden era intolerable para mí, en todos los aspectos de mi vida. Aunque ahora era momento de aliviar las tensiones del día, encontrándome al amparo de la paz que proporcionaba la noche.
La ventaja es que mañana era el último día laboral de la semana, por tanto, podía organizar todo lo que tenía en mi lista mental. Y entre todos los puntos, estaba el terminar de revisar cada rincón de esa enorme casa, aunque sin compañía admitía que me daba bastante respeto. Pero no era estúpida y no lo haría por las noches como en las películas de terror que casi parecen llamar a las tinieblas para que obren con su presencia algún tétrico truco como hacer levitar alguna silla o helar una habitación.
—Clichés, clichés y más clichés—Pensé riéndome de mí misma. Y lo hacía aún más pensando en la cara de mi psicoterapeuta cuando le contara lo de mis visiones. Aunque técnicamente, ese tipo de personas estaban acostumbradas a escuchar todo tipo de historias rocambolescas, por lo que la mía de seguro no le sorprendería.
Me quité los zapatos en la entrada de casa, frotando mis pies para hacer crujir mis entumecidos huesos. No estaba aún acostumbrada a los tacones, pero por orden de Delila, deseaba que todos los trabajadores de la librería nos vistiéramos con sobriedad y traje de chaqueta, al más puro estilo de trabajadora de un tanatorio.
Y Bill, desde luego, no se quedaba atrás. Y con su cabello casi ceniciento, parecía más una aparición que un simple trabajador.
Me acerqué a la cocina con la sonrisa aun pintada en la cara, pero entonces, un pensamiento sobre lo que había sucedido en ella, me hizo poner los pelos de punta. Temblorosa, le di al interruptor de la luz, cegándome ligeramente por su luz blanca. Todo parecía en orden para mi mayor alivio, por lo que respiré varias veces antes de cruzar el umbral de la puerta.
Tomé una jarra para llenarla de agua y llevármela junto con un vaso a mi dormitorio. Todo el silencio que envolvía a la mansión me tranquilizaba levemente, aunque había ciertos momentos en el que el crujir de la madera me hacía levantar la vista. Era normal en una noche en la que el viento soplaba con cierta fuerza, haciendo contorsionar a los árboles. No me entretuve más y salí de allí para subir las escaleras que conducían a mi cuarto.
Pero la poca luz me hizo pisar algo justo en el primer escalón. Al estar descalza sentí perfectamente la humedad sobre mi piel, pensando en que quizás se trataba de alguna gotera o humedad que estaba filtrándose por algún lado de la mansión. Pero ningún sonido de goteo resonó en el lugar. Deposité la jarra y el vaso en una de las mesillas de la entrada de la mansión, para así poder encender la luz. Al mirar al suelo, una arcada subió desde mi estómago, haciendo que corriese a mi bolso para tomar mi teléfono.
No lo pensé dos veces y me encerré en el baño de la planta inferior para así llamar a la policía.
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