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CAPÍTULO 6


Mientras que seguía enfrascada en mi investigación dando bandazos por toda la casa, un mensaje me sobresaltó con demasiada violencia para mi gusto. Al echar un vistazo, el nombre de mi jefa me hizo prestar más atención a lo que deseaba comunicarme.

Ahí me exponía a lo que debía de dedicarme el día de hoy, cosa que, al leer detenidamente, tuve que parpadear varias veces para comprobar si lo que me había pedido había sido un error.

Pero decía claramente mi nombre, así que realmente aquella extraña actividad, me la había encomendado a mí. De nuevo, leí el mensaje, pero esta vez en voz alta:

Querida Eva, he de mandarte un encargo especial. Sé que sigues enfrascada en la traducción del libro que te encargué, pero, aprovechando que hoy trabajas desde casa, deseo que me envíes toda la información que puedas recoger sobre el nombre que te indico aquí: Gottskalk Nikulausson. Todo lo que encuentres de él, realiza un informe y lo imprimes para mañana entregármelo en mano. Deliciosos saludos, con amor.

Delila.

Casi como si se tratase del instituto, ella me había mandado un trabajo típico de aquella época, muy alejado a lo que solía hacer en cualquiera de mis empleos. No comprendía la necesidad de ello, pero al pensar por unos minutos, la única respuesta que se me ocurría era que, simplemente, le había llegado el libro de un autor desconocido para ella y me confió tal misión.

Quizás no había internet en la tienda o simplemente, no deseaba realizar esa labor de investigación. También podía estar ocupada con otros asuntos, aunque no podía quejarme de nada porque ella era mi jefa y debía de realizar aquello que ella me dijera sin rechistar.

Podía ser peor, así que no me quejé y comencé a caminar rumbo a mi dormitorio para tomar el portátil. Un leve crujido en una de las tablas del suelo, me hizo girarme completamente sobresaltada. Con la respiración disparada y los ojos girando a mi alrededor, me apoyé en la pared por mis piernas temblorosas. Cuando comprobé que no había sido nada, proseguí mi camino sin mayores incidentes.

Desde aquel sueño extraño y el descubrimiento de las paredes del pasillo, no veía a la casa con los mismos ojos risueños de al principio. Quizás era el cansancio mezclado con la novedad de encontrarme en un lugar desconocido, sintiéndome en peligro por no estar arropada por mi familia o amigos. En aquel momento, me hallaba sola ya que no conocía a nadie confiable.

Pero con el tiempo eso cambiaría, tan solo debía de tener paciencia y conservar el magnífico trabajo que tenía. a pesar de que Delila era demasiado extravagante, no podía quejarme de la carga de trabajo que ella me mandaba o del trato que ella me ofrecía.

Bill también era una ayuda extra; su humor unido a su lado caballeroso, me ayudaba en los días en los que el sueño me amenazaba con no rendir en cuanto a las traducciones. Siempre que detectaba que estaba en mi momento más bajo, sacaba su artillería pesada y los males se disipaban por completo de mi estado anímico.

Por el momento, mi vida en aquella ciudad no había empezado precisamente mal, tan solo necesitaba ahorrar para comprarme un coche y así dejar de aguantar las miradas cautelosas que los taxistas le dedicaban a mi nueva casa.

Ese tema, por el momento, lo tenía archivado en "cosas pendientes por hacer".

Cuando llegué a mi dormitorio, rebusqué entre mi maleta en la que aún habían cosas por guardar y clasificar, tomando la bolsa de mi portátil para abrirla y coloqué mi ordenador sobre el escritorio que se encontraba junto a la ventana. Para aprovechar la luz del día, una a una, fui abriendo las cortinas, quedándome observando a través de la ventana como alguien estaba paseando por los jardines exteriores. Agudicé la vista y pude ver como un hombre ya entrado en años, buscaba algo con bastante insistencia a pesar de que se intuía la poca movilidad de su ya desgastado cuerpo, el cual necesitaba de un robusto andador para poder caminar.

No pude reprimirme y abrí la ventana para llamarle la atención; debía de saber que aquella casa ya no estaba abandonada.

—¡Eh señor, ésta es propiedad privada, váyase!

La vista del anciano, ascendió lentamente hasta encontrarse conmigo. A pesar de la distancia, el frío gélido que me atravesó la espalda, se pudo sentir tan real como el cristal que estaba tocando. La actitud de él era diferente a la que había esperado; no parecía arrepentido sino más bien molesto por mi descubrimiento.

Se quedó parado en aquel lugar por no sé cuánto tiempo hasta que decidió girarse lentamente para marcharse por donde había venido. Aquel evento me había causado un sentimiento extraño y me hizo pensar en lo que Fenton me había comentado sobre las habladurías de la casa. Si la gente aún recordaba todo aquello, muchos de ellos visitarían la mansión en busca de psicofonías o material siniestro con el que satisfacer su curiosidad, dificultándome la vida y provocándome más de un susto si se colaban dentro de mi casa.

En aquel momento decidí que era hora de colocar cámaras en el exterior y también, en las partes de la mansión que poseían una puerta que daba al exterior. Debía de prepararme ante lo que pudiera pasar porque de seguro alguno de esos visitantes inesperados podría darme más de un problema si no se encontraba en su sano juicio.

Aunque, a decir verdad, el hacer un allanamiento de morada por simples "fantasmas o cosas paranormales" denotaban que las personas dispuestas a ello no se encontraban precisamente en sus cabales. Pero el mundo era una caja de sorpresas; nunca me dejaba de sorprender en cuanto a sus peculiaridades.

Cuando ya pude relajarme, encendí el ordenador, dispuesta a trabajar en aquello de Dalila me había dicho. Gracias al cielo, la instalación de internet por parte de mis abuelos, funcionaba perfectamente y no tuve que esperar a que un técnico se dejara caer por estos lares. Releí el nombre no sé cuántas veces hasta que pude escribirlo en el buscador, ¿Quién demonios sería aquel hombre? ¿Era algún escritor?

Para la mayor de mis sorpresas, lo primero que leí fue algo de un libro maldito. Conforme iba leyendo al azar en varias páginas, las palabras "demonio", "magia negra" y "rituales", se extendía conforme la vista iba descendiendo en aquella pantalla iluminada. Ya era demasiado para mí, demasiados eventos extraños como para añadir algo más de carácter paranormal a la lista.

Tuve que tomarme un descanso, necesitaba algo con lo que poder relajarme antes de proseguir con mi trabajo. Bajé a la cocina para prepararme algún té relajante y así dejar de pensar en todo lo que estaba sucediendo. Debía de ser una tenebrosa casualidad, una conspiración que el universo me había impuesto para hacerme la vida más entretenida. No podía rendirme, tenía que demostrarle a Dalila que había contratado a la mejor para que trabajase bajo su mando, pero hasta que no me calmara, no podría realizar un informe con la claridad que ella esperaba de mí.

—Cálmate Eva, tan solo estás cansada y nerviosa por la situación...todo pasará...—Me repetí una y otra vez mientras que ponía a hervir el agua dentro de la tetera. A pesar de que escuchaba algunos ruidos a mi alrededor, no presté demasiada atención para no sugestionarme aún más. Mi cerebro ahora no se encontraba en estado óptimo, así que debía de obviar lo que sucedía a mi alrededor.

Seguí respirando hondo buscando el té relajante que necesitaba, el azúcar, la taza y la cuchara donde me lo serviría. Cuando el pitido de la tetera sonó, tomé un trapo y me serví el agua humeante en la taza que había elegido entre los cientos que había en los armarios tanto del salón como de la cocina. Antes de añadirles las hierbas, algo comenzó a teñir el agua, como si el esmalte de la taza comenzara a desteñirse. Cuando el interior comenzó a tornarse rojo como la sangre, solté la tetera, cayendo ésta al suelo y salpicando el agua caliente a mis piernas.

Un grito salió de mi garganta, corriendo como pude al fregador para poder aplicarme agua fría y evitar así unas quemaduras más graves. Las lágrimas brotaban de mis ojos y no por el dolor, sino por la impresión de ver aquella sangre brotar en el interior de la taza.

Hasta el olor metálico característico de ese fluido de vida, podía aun sentirse en el fondo de mi nariz y paladearse en las profundidades de mi garganta.

Miré desde mi posición la mesa donde la taza aún seguía humeando por el agua caliente que había vertido en su interior. De pronto, ésta se volcó y vi como de su interior, salía agua y no la sangre que había visto instantes atrás. Me llevé las manos a la cabeza, cerrando los ojos completamente fuera de mí.

—No puede ser...debe ser todo mi cabeza...debe de ser mi imaginación...

Pero ese olor, ese aroma de muerte, podía sentirse a mi alrededor a pesar de no ver la sangre dentro de la taza que, inexplicablemente, se había volcado bajo la fuerza invisible de algo que de seguro esa misma noche, me provocaría pesadillas.

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