CAPÍTULO 3
Dicen que el silencio de la noche es un buen consejero para que la mente muestre lo que realmente piensa. También se dice que el silencio deja escuchar los ecos de lo que tu subconsciente guarda como si fuera un tesoro oculto que no se te permite tocar o ver a no ser que estés preparada para ello.
La soledad siempre ha sido algo que me había gustado, pero ante la grandiosidad de mi nuevo hogar no podía sentirme lo que es precisamente cómoda en su totalidad. Aunque la casa me fascinaba, los crujidos del suelo de madera al contraerse por el frío de la noche o las criaturas nocturnas que se hacían notar cuando la luna estaba en lo más alto del cielo.
Me parecía extraño que el abogado encargado del caso de mis abuelos hubiera concertado la cita por la noche y en la mansión en vez de ser en una oficina a primera hora de la mañana. Quizás así eran los abogados de la gente pudiente, pensé.
Preparé una cafetera con la intención de recibirlo de una forma adecuada al tener que molestarse en venir aquí. Iba a llamarlo por teléfono para decirle que si lo deseaba podía reunirse conmigo en otra hora más apropiada para él, pero en la carta no aparecía ni siquiera su nombre.
En la carta decía claro que mi abuela Elizabeth había fallecido a los 94 años por causa de su avanzada edad. Ella se había divorciado hacía más o menos casi 20 años de mi abuelo, pero acordaron vivir juntos en la mansión para evitar el tener que venderla y que la herencia que sería de sus hijos y nietos se perdiese para siempre.
De esa forma convivieron como dos buenos amigos sin volver a tener más relaciones con otras personas; siempre estuvieron inmersos en sus diferentes pasiones. Mi abuela con el piano y mi abuelo con sus maquetas, ambos eran reconocidos en sus respetivas actividades y muchos de ellos los contrataban por su gran talento. Mi abuela fue a muchas fiestas de gente selecta siendo aplaudida por multitudes que adoraban su música. En cuanto a mi abuelo, construyó maquetas de edificios realmente importantes, usados desde en casas que las querían como forma de decoración hasta empresas que las usaban para que los arquitectos tuvieran una mejor idea del edificio que deseaban construir.
De esa forma la gran fortuna que tenían la fueron haciendo más grande, pudiendo aumentar el tamaño de la mansión aún más. El valor de la mansión se disparó y la gente de alrededor comenzó a cuchichear sobre la posibilidad de que hubiesen demonios y espectros en aquella casa. Las envidias que despertaron mis abuelos favorecieron que se convirtiesen en dos ermitaños a los que nadie quería acercarse.
Mi abuelo murió un poco antes que mi abuela sobre los 78 años cuando su vida ya llegó a término. Desde entonces, mi abuela se enfrascó en su música hasta casi vivir solo para tocar.
Dejó de asistir a las fiestas a las que antes solían contratarla porque nadie deseaba acercarse a esa casa o lo que tuviera que ver con ella. Lo más extraño de todo es que, por mucho que investigué las razones por las que la gente cambió de parecer, no había respuesta alguna o al menos una respuesta clara.
Esperaba que al menos el abogado encargado en el caso me esclareciera las razones verdaderas por las que mis abuelos comenzaron a tener una fama tan mala. Era algo que pude comprobar de primera mano cuando el taxista me miró de mala forma cuando comprobó donde me dirigía.
Terminé el café y lo puse sobre la mesa de madera de uno de los salones de la mansión. Elegí el que tenía el piano y donde había desayunado esta mañana. Era de los lugares más agradables de la casa, al menos de los que había podido ver.
No había caminado por toda la casa así que me quedaba un buen trecho para investigar, pero lo que quedaba de la noche lo iba a usar para saber más sobre la herencia que me correspondía por ser la única de la familia que aún quedaba en pie.
Acomodé la vajilla que había encontrado en una de las vitrinas del salón. El juego de té parecía que no había sido usado apenas, pero, sabiendo los gustos que tenía mi abuela por el café según mamá, de seguro era de las cosas más usadas de la mansión. Puse las cucharillas, los terrones de azúcar dentro de un pequeño cuenco de cerámica además de unos mantelitos de encaje de color más bien beige. Parecía el típico té de la gente refinada y esa fue la segunda evidencia de que mi estilo de vida estaba cambiando de forma irreversible.
Tras colocar los cojines, el timbre de la casa sonó avisándome de que mi invitado ya había llegado. Me alisé la falda de tubo que me había puesto, revisando que mi camisa seguía ceñida en mi cintura de forma impecable. Mi peinado seguía bien arriba y con cada pelo en su lugar. Opté por unas bailarinas de planta baja, cómodas y discretas al igual que todo mi conjunto que era de un gris sobrio.
Al abrir la puerta me topé con un hombre de mediana edad con gafas redondas a la par que anticuadas. Por sus zapatos impolutos y nada desgastados y su rolex de oro, estaba claro que no pertenecía a los típicos abogados de oficio. Su maletín tampoco parecía ser de cuero sintético con el que de seguro me podría pagar un buen teléfono móvil sin problemas.
El hombre hizo una reverencia y yo lo dejé pasar. Al estrechar la mano con la mía, se presentó educadamente:
-Me llamo George Fenton y seré su abogado desde ahora. En el testamento lo dejó claro su abuela y ahora le informaré de lo que dispondrá a partir de ahora.
-Entonces, ¿Usted ha sido siempre el abogado de mi familia? -Le pregunté con curiosidad. El asintió con un rostro realmente circunspecto, demasiado para mi gusto, pero no podía pedir que aquel hombre fuera la alegría de la huerta. Tampoco las circunstancias eran demasiado idílicas; había venido porque su cliente había muerto y venía a entregarme el relevo que ella dejó para mí.
Por mucho que el mostrara una gran severidad en su forma de ser, de seguro él sentía un mínimo de aprecio por mis abuelos, así que él estaría afectado seguramente por esta situación. Le pedí que tomara asiento, sirviéndole una taza de café que agradeció con un pequeño sonido de aceptación. Con un movimiento estudiado, se sirvió los terrones de azúcar y agitó su taza en silencio. No sabía cómo abordar el tema; nunca sabía cómo romper los silencios incómodos porque el don de la palabra precisamente no era lo mío. Quizás por eso era la candidata perfecta para estudiar literatura e historia, porque mis grandes amigos siempre fueron los mudos libros llenos de interesantes conocimientos
Un leve carraspeo me hizo levantar la vista, justo cuando George parecía que se encontraba más cómodo en mi presencia. Tras ajustarse la corbata con una mano, tomó un pequeño sorbo de café para aclararse la garganta. Su voz enronquecida comenzó a chasquear:
-Digamos señorita Dawson que conozco a su familia desde que casi empecé en este negocio. Gracias a ellos siempre he tenido un trabajo fijo y bastante bueno, siempre confiando en mi criterio a pesar de ser realmente joven en aquel momento que me eligieron. Siempre fui fiel a ellos a pesar de que la gente los fue abandonando a su suerte por unas simples habladurías. Debe saber señorita Dawson que a partir de ahora esas habladurías se ceñirán sobre usted y eso será difícil de sobrellevar porque estará sola.
-Pero señor Felton, ¿Cuánto tiene de verdad esas habladurías? -Le pregunté preocupada, debía de estar preparada para lo que se me viniera encima y él debía de contarme todo lo que supiera.
Él puso la taza de nuevo en la mesa y colocó su maletín sobre sus rodillas. Abrió el cerrojo con una llave que tenía colgada de su cuello y tras el clic, el maletín se abrió dejando a la vista numerosos documentos. George comenzó a sudar y eso me dio mala espina.
-Cuando su abuela decidió ampliar la casa cuando consiguieron suficientes fondos para ello, ampliaron las hectáreas que rodeaban la casa y que pertenecían al alcalde de la ciudad. Ella pagó una buena suma de dinero para poder quedarse con todo el terreno circundante hasta las vallas que daban a la próxima casa de uno de sus vecinos. De esa forma, contrató a varios albañiles para poder aplanar el terreno y así poder plantar encima, pero se toparon con algo que no sabían que existía.
Bajo la tierra encontraron las ruinas de una casa abandonada, más bien de una biblioteca medio derruida que aún tenía libros en su interior. Ella por supuesto, como buena apasionada de los libros que es, decidió quedárselos para poder averiguar más de ellos, pero el alcalde de la ciudad, al enterarse del hallazgo, decidió reclamar dichos libros. Sabía que podían tener un buen valor, pero, como dije antes y digo ahora, el terreno les pertenecía ahora a sus abuelos así que esos libros también les pertenecía. El alcalde no se tomó bien esto y entonces comenzó a difundir rumores absurdos de que esa casa estaba embrujada y que algunas personas habían desaparecido de la ciudad. Cundió el pánico de tal forma que la gente dejó de visitarlos.
Su abuela no pretendía ganar dinero con esas antigüedades sino saber más sobre su contenido. Ella era muy parecida a usted; debe de sentirse orgullosa de sus raíces, aunque la gente intente tirar abajo con sus motivos absurdos la clase de familia que usted ha tenido.
Como he dicho antes, no solo esta casa le pertenece sino todo el terreno que la rodea hasta las vallas que usted ha visto el primer día que llegó a la mansión. En cuanto al dinero, mañana le dejaré el cheque y diferentes pertenencias que su abuela dejó en su caja fuerte del banco para que usted la administre como plazca. Ahora si me disculpa, debo marcharme a casa. Espero que pase una buena noche señorita Dawson.
Con una reverencia, George se marchó con su maletín bajo el brazo dejándome en un estado de estupefacción. La gran pregunta era, ¿Dónde estaban los libros que mi abuela encontró?
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