CAPÍTULO 20
—No tengo ninguna madre, es algo que me inventé para que no sospechases nada de mí, ya que es extraño que me ausente tanto de mi puesto de trabajo y que apenas pise mi casa algunos días de la semana. Quise que pensaras que tenía a alguien en el mundo cuando, realmente, no es así. He sido huérfano toda mi vida y los libros me han proporcionado el consuelo que siempre he necesitado. Sonará muy patético, pero considero que el mero hecho de vivir, es un acto lamentable, una caterva de sucesos pérfidos y horribles, adornados con momentos de luz.
Esos momentos de luz son los que nos mantienen vivos, Eva.
Me mantuve en silencio, expectante de que me diera la esperada explicación de porqué había en su casa, libros que se suponían que debían de estar, como mínimo en un museo. Algunos de ellos, incluso, se desconocían su ubicación.
Al ver mi rostro, no solo curioso sino concentrada totalmente en su explicación para encontrar algún atisbo de mentira, me hizo un gesto con la cabeza.
—Por favor, bebe. Tuve el detalle de echar un poco de whisky para hacer más amena la conversación.
—O sea, que has transformado un sencillo capuchino en un café irlandés sin mi permiso. Vaya, no dejas nunca de sorprenderme. Quizás desees emborracharme para intentan despistarme y escaquearte así de darme explicaciones, pero no soy estúpida. Solo beberé un sorbo cada vez que encuentre coherencia en tus palabras.
—Veo lo que vi Delila en ti. Estás hecha de una pasta especial, eres dura, pero con la suficiente sensibilidad como para comprender ciertas cosas que el resto no haría. Por eso ella te eligió, por encima de ser quién eres y de vivir donde vives. En un comienzo, era meramente por interés, pero tras el primer día de trabajo me dijo que eres perfecta para trabajar en Fures Temporis.
—Por lo que veo y me haces entender, la librería es algo más que una tienda y tiene más servicios que el de traducción de lenguas muertas. No sé en qué negocios estáis metidos, pero yo no quiero saber nada. Tengo que renunciar porque no quiero mancharme con aquello que estáis ocultando y el saber que Delila tiene intenciones de indagar en mi casa en busca de a saber Dios qué, me hace desconfiar más de ella—Le respondí recolocándome de nuevo en el sofá. Comenzaba a tensarme y en un momento de desesperación, deseaba largarme de allí de una buena vez. Mis visiones eran cada vez peores y más realistas, por lo que iba camino del loquero.
Bill parecía perdido, completamente desesperado porque comprendiese que ni Delila ni él me deseaban hacer daño o provocar mal alguno. Si algo había aprendido era a no fiarme en absoluto de nadie, incluso de los que aparentaban ser de confianza.
—Escucha Eva, mucha gente de tu alrededor deseará hacerte pagar el vivir donde vives. Es un lugar non grato, incluso deseaban demolerlo cuando tu abuela falleció. El problema era que no podía hacerse porque esa casa había sido heredada por alguien más. Eso provocó el descontento de mucha gente que cree que en la mansión aún se esconde el Raudskinna.
La mención de aquel nombre me hizo saltar a la cabeza el trabajo de investigación que me mandó hacer Delila. Seguramente fue como una forma de advertirme que lo sabía, que sabía que el libro podía estar en mi poder y, de esconderlo, tener la certeza de que ella estaba controlando mis pasos.
Todo aquello me abrumaba y, en no mucho tiempo si la progresión continuaba así, iba a descontrolarse hasta niveles insostenibles.
Me puse en pie, necesitaba estirar las piernas. Sin percatarme demasiado de mis acciones, caminé hasta la ventana, cuya cortina estaba echada tal y como me pidió Delila que hiciera. Pero estaba harta de las malditas advertencias y supersticiones; tenía problemas mentales derivados del estrés de la mudanza y de tener una peculiar jefa que me hacía sentir violenta además de observada.
No había nada paranormal.
Todo estaba en mi cabeza.
Entonces, ¿Por qué me temblaba tan intensamente el pulso de mi cuello en cuanto mis manos se posaron en la fina seda de las cortinas? ¿Quizás me había sugestionado?
Bill parecía sentir mi tensión, comprendiendo que me hallaba en un dilema. Escuché sus pasos tras de mí, pero me dio el suficiente espacio como para quedarse a una distancia que se considera cerca, pero sin ser hostigante.
—Sé que ves algo que no logras explicar, no eres la única persona que lo ha visto. El antiguo alcalde, el que encontró la biblioteca secreta de la mansión, se aquejó de alucinaciones hasta que puso fin a su vida por no poder soportarlo. Durante ese tiempo, intentó por todos los medios comprarles la casa a tus abuelos o al menos la parte en la que estaba ubicada la biblioteca, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Entonces, comenzó a arruinarles la reputación a tus abuelos, intentando así que su trabajo escaseara hasta el punto de verse obligados a vender su propiedad, pero con lo que no contaba era con la enorme fortuna que ellos guardaron en su época dorada. Aun a pesar de que apenas eran contratados por sus servicios, con ese dinero vivieron bien e incluso, te dejaron una pequeña parte como herencia.
—O sea, que la decadencia de mis abuelos se debió a un hombre loco que se obsesionó por un libro que encontró en la sala secreta que fue encontrada en la mansión de mis abuelos. Y por esa razón, más de media ciudad me detesta e intenta fastidiarme hasta el punto que me impiden alojarme en un mísero hotel no teniendo la culpa de que haya habido un asesinato en mi casa. Creo que he definido bien lo que intentaste explicarme, ¿No?
Bill suspiró pesadamente, afirmando con la cabeza levemente. Mis manos se cerraron más fuerte alrededor de la tela que sujetaba, abriendo lentamente las cortinas que me impedían parcialmente, ver el exterior.
Allí no había nada, tan solo algunas personas que volvían a sus casas. Unos con maletines, otros con mochilas, pero lo que era común eran sus rostros cargados de sueño y de una necesidad imperante de sumergirse en una burbuja que los alejara de los quehaceres diarios. Puse mi frente contra el cristal, cerrando los ojos con fuerza; todo aquello me estaba pasando factura y lo que era peor, no sabía qué sería lo siguiente.
Y sin poder quedarme en ningún otro lugar, no podía irme del departamento de Bill. Su mano se puso sobre mi hombro, quedándose a una distancia lo más alejada posible.
—Si te sirve de consuelo, cuando me enteré a lo que realmente se dedicaba Delila, quise huir porque me sonaba tan mal como a ti. Quiero explicarte nuestro trabajo secreto, el cual es realmente gratificante porque ejercemos un bien. Y eso explicaría las razones por las que tengo todos esos libros en esa sala. A diferencia de ti, yo no era tan curioso, por lo que considero que más bien, necesitas saber lo que está ocurriendo. Solo así puedes decidir si sigues o abandonas el barco, ¿Te parece?
Tenía mis reservas; lo más sencillo para mí era abandonarlo todo y largarme de aquel lugar para seguir con la vida relativamente tranquila a la que acostumbraba. Aunque tendría que darles explicaciones a mis padres, si es que aparecían alguna vez.
A primera hora del día volvería a llamar a la comisaría donde puse la denuncia de desaparición. No iba a tolerar más excusas y si era necesario, me presentaría yo misma para vigilar la investigación.
Quizás debía escuchar a Bill, porque, aunque me fastidiara admitirlo, era cierto que me quemaba el no saber. Esa curiosidad me había dejado en vela muchas noches y eso es lo que me ocurriría si echara la vista atrás y me rendía. Ya que aún estaba en el campo de batalla, debía de usar todas mis armas antes de rendirme.
Pero en aquel momento, en un instante, en un parpadeo, antes de mirar a Bill, pude ver con claridad a un encapuchado bajo la luz de una de las farolas de la calle completamente desierta.
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