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CAPÍTULO 12


Era extraño abrir los ojos y no toparme con la decoración recargada de mi dormitorio o los enormes ventanales con esas cortinas tupidas y semitransparentes. Mi cerebro le costaba arrancar como casi todas las mañanas, pero más temprano que tarde, se encargó en hacerme recordar lo que había sucedido en mi casa, en concreto, en mi dormitorio.

Suspiré al comprobar que no tenía ningún mensaje o llamada perdida en mi teléfono. Parecía ser que la policía encargada en el asesinato se estaba tomando su tiempo y el informarme de cómo iba avanzando la investigación, no estaba dentro de sus prioridades.

Pero no había sentido en enfadarme u ofuscarme a primera hora de la mañana en la que mi estómago estaba tan vacío. Por fortuna, hoy era sábado y tenía el día libre para poder realizar otro tipo de actividades que no tuvieran que ver con la traducción de algún manuscrito o la investigación de monjes satánicos. Me reí ligeramente a pesar de que tuve unas cuantas experiencias extrañas que giraban en torno a ese extraño personaje, así que, para evitar llamar a todo ese tipo de cosas, hice desvanecer todo pensamiento relacionado con el tema.

Para mi sorpresa, cuando salí al comedor en busca de Bill, éste no se encontraba por ningún lado, en cambio, había algo sobre la mesa escrito por su puño y letra. Era un sobre dirigido a mí que decía:

Di que vas de mi parte, es necesario si quieres no tener problemas.

Por fortuna, no saben quién eres ya que di mi nombre en la reserva. Si te preguntan, di que eres mi acompañante.

No te metas en líos, tu compañero de antiguallas.

Bill Rider.

Sonreí como hacía mucho no lo hacía. Dentro del sobre había una llave de una habitación perteneciente al otro hotel al que no había ido la noche anterior. Quizás pensó en que mis problemas me sobrepasaban y que necesitaba estar sola. Sea como fuere, le debía un desayuno o dos.

Esperaba que, durante esos momentos, no intentara sacarme información, aunque conociendo a mi compañero, eso era imposible. Era como esas viejecitas que se sientan en la puerta de casa con una silla plegable, olisqueando en el ambiente jugosos cotilleos con los que satisfacer la tarde.

Si necesitabas periodismo de investigación, lo mejor era tener contratadas a varias de este tipo de señoras. Sin ir más lejos, en la ciudad donde antes vivía, había un quiosco de prensa y golosinas que era manejado por una señora de más de noventa años. Su pelo se encontraba en perfecto equilibrio en un moño alto completamente blanco, sus gruesas gafas eran de pasta de color naranja y su mirada, aunque cansada, destilaba inteligencia, pero sobretodo curiosidad.

Siempre que los niños la iban a visitar, ella siempre decía que, antes de ser quiosquera, era una hábil espía, pero que se metió en varios líos en el pasado y que tuvo que tomar un rumbo más tranquilo en su vida. Nunca se supo si era cierto o no, pero si algo le sobraba, era talento para descubrir cualquier secreto o cosa alrededor de ella.

El número de hijos ilegítimos y de matrimonios con infidelidades que había descubierto, le valieron el apodo de "pumpkin spy", por el color naranja calabaza de sus gafas. Por mucho que intentaban desvelar el cómo lo hacía para lograr desenmascarar todas aquellas mentiras, no veían que la anciana hiciera nada sospechoso. Tan solo se levantaba cada día a las seis de la mañana, iba a una cafetería cercana a su trabajo y, tras un café y un bollo, abría su local. Desde allí, solo se dedicaba a vender periódicos, revistas y golosinas, parando solamente entre las cuatro y las seis de la tarde para limpiar.

Durante ese tiempo, la mujer se quedaba dentro del local y lo cerraba por completo. Quizás en ese tiempo tan solo se dedicaba a limpiar u ordenar.

O quizás era cierto y se dedicaba a vigilar a todo el mundo.

Uno de los grandes enigmas de la historia que se quedará para siempre sin resolver.

Dejándole una nota disculpándome por haber tomado algo del frigorífico, rehíce la maleta para marcharme del departamento de Bill. Le mandé un mensaje de texto diciéndole que ya iba directamente al hotel, agradeciéndole lo cortés que había sido durante las horas que había pasado en su casa.

Una vez en la calle, observé la acera de enfrente donde vi aquella sombra durante la noche, justo bajo esa farola donde alguien esperaba un taxi. Me quedé mirando fijamente ese lugar, por lo que el hombre que estaba esperando, levantó la vista y se topó con mi mirada inquisidora, torciendo el gesto con profundo desagrado por mi insistente mirada.

Era hora de marcharme y dejarle de dar vueltas a todo. Decidí que lo mejor era llegar al hotel, subir las cosas a mi habitación y ver a la bibliotecaria ya que le debía un café tras su descanso de la tarde. Aún me quedaban unas cuantas horas, por lo que me sobraría tiempo para dar alguna vuelta por la ciudad. El camino era un poco largo, pero era plena luz del día, por lo que estaba a salvo de cualquier pervertido o curioso que deseara fastidiar a señoritas que caminasen solas por las calles.

Eran más de las once de la mañana cuando llegué al recibidor del hotel, cuyo bullicio era anormal debido a la época del año. Muchos esperaban con enormes maletas y sombrías miradas a que el empleado los atendiera. Por el aspecto de todos y cada uno de ellos, no habían dormido demasiado en las últimas horas y el peinado de muchas de las mujeres, se encontraba prácticamente deshecho y sus maquillajes ya casi se habían e vaporado.

Era extraño porque me di cuenta de las joyas que portaban todas ellas. No eran precisamente de personas corrientes sino de gran solvencia económica, por tanto, era anormal que no cuiden su apariencia siendo de alto estatus. Mi naturaleza curiosa quiso investigar un poco más, por lo que me acerqué un poco a dos hombres que estaban manteniendo una conversación un tanto seria.

Me senté estratégicamente en una de las butacas que más cerca estaba de ellos y saqué el libro que guardaba en mi bolso. Las voces de ambos eran bien claras:

—Sabes perfectamente que era su obsesión desde siempre. No pudimos convencerlo de lo contrario.

—Lo sé, pero tú eres su hijo y técnicamente te haría más caso a ti.

—Mi hermana era su ojo derecho y no hubo manera de convencerle para que dejara esa maldita casa. Ahora está muerto.

Aquella frase hizo que me congelara de pies a cabeza. Aparenté normalidad, pasando la siguiente hoja y mirando al mostrador. Aún me quedaba bastante tiempo de espera.

Una de las mujeres, la última en ser atendida, se acercó a los hombres con una sombría mirada. Se notaba de lejos el enorme sufrimiento que llevaba a sus espaldas. Uno de los hombres la abrazó y comenzó a hablar con ellos.

—Tranquila Betty, todo río desbordado vuelve a su cauce.

—Nada traerá a la vida a mi padre.

—Debes de pensar en positivo: la herencia enorme que será toda tuya en unas horas.

La mujer pasó de la tristeza al enfado en solo un segundo, despotricando contra el hombre de gafas que, según la conversación, era su hermano. Entonces, ¿La herencia no se repartiría a mitad?

—¡Eres un ingrato, Paul!¡Abandonaste a papá hace años! ¿Qué esperabas, una redención en forma de dinero?

—Sabes perfectamente porque me fui y rompí los lazos que tenía con papá. El problema es que tú le tenías demasiado amor a las comodidades que te ofrecía y, fíjate como son las cosas, cuando te marchaste de casa terminaste casándote con un multimillonario, ¿Tanto te gusta la buena vida que tienes que vivir a expensas de otros para ser feliz?

El enorme tortazo que le propinó, fue el punto y final a una tormentosa conversación. La mujer tomó la maleta y caminó escaleras arriba a su dormitorio. Su hermano sonrió con un enorme cinismo que me puso el pelo en punta.

El otro hombre parecía visiblemente molesto, pero no lo suficiente como para correr tras ella. el otro individuo no cesaba en sus puyas:

—Ve tras tu mujer, gánate tu parte de la herencia, querido cuñado.

Finalmente, el esposo de Betty lo dejó con la palabra en la boca buscando en su bolsillo las llaves de su dormitorio. Aquello me hizo pensar, si Betty ya había ido a su dormitorio, técnicamente él no podía tener las llaves de la habitación porque las tenía su mujer. Eso solo quería decir que ambos dormían en habitaciones separadas, por tanto, no parecían encontrarse en su mejor momento.

Finalmente, todas las personas de la sala subieron a sus respectivos dormitorios y yo pude por fin inscribirme como visitante de Bill Rider. Como la habitación estaba registrada, no necesitaban mi apellido ni mi identificación, tan solo bastaba dar mi nombre y mencionar a Bill.

Por fin pude llegar a lo que se suponía iba a ser mi remanso de paz durante los días posteriores. El aspecto no estaba nada mal, aunque se sentía un tanto anticuado. La televisión de tubo tenía colocada sobre ella un tapete de color crema, de esos que nuestras abuelas tejían y tenían cientos de ellos por todos los cajones de su casa. En su mayoría había lámparas de aceite en cada superficie de la estancia, lo que pronto supe la razón de ello y me hizo alucinar. El baño no tenía luz, de hecho, no había ni interruptor. Pensaba que quizás era que se había fundido la bombilla, pero no, en aquel lugar nunca hubo una lámpara de techo.

Suspiré pensando en dónde demonios me había metido. Eso sí, la limpieza era excepcional y el trato muy amable, por lo que al menos no tendría visitas de insectos indeseados durante la noche.

Mi estómago protestaba, más por el movimiento y el estrés que sentía que por hambre. Aún me quedaban unas cuantas horas para pasarme por la biblioteca, por lo que decidí echar una pequeña cabezada. Necesitaba reponer fuerzas de forma alarmante.

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