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01| Intentar.

El invierno nuevamente había llegado, una densa capa de nieve cubría todo a su paso, como una manta que parecía azúcar y los pocos rayos de sol que se lograban asomar entre las esponjosas y abundantes nubes iluminaban el suelo, haciendo parecer que los copos brillaban como diamantina.

Todo era un bello paisaje blanquecino a la vista, un espectáculo matutino que llegaba cada año a Rusia.

Era algo de lo que tus ojos no querían perderse ni tu mente olvidarse, sólo en Rusia la nieve se ve tan elegante que era impensable apartar tu vista de las vistas de la nación, desde sus hermosos bosques espolvoreados de nieve hasta los lagos congelados en todo el lugar sin olvidar que de igual manera las ciudades y sus exquisitas construcciones. Sin duda Rusia se ve mejor en los inviernos.

Si pudiera distinguir los bellos colores que se filtran por el mundo que me rodea juraría que los guardaría en mi mente para siempre, aunque sólo fuese un momento, yo definitivamente jamás me olvidaría de ellos. Pero lo único que he podido hacer es imaginar aquel arcoiris esparcido alrededor, imaginar lo que los grandes artistas describen en sus obras maestras o la simple opinión del viejo que se sienta en su mecedora a fuera en su jardín viendo todos esos colores pasar.

La gracia de los copos delgados de nieve solo me hacen pensar en cuanto tiempo he dejado caer el invierno sin volver a verte, lo gruesa que se vuelve la capa me hace consiente que la brecha de tiempo que ha pasado también crece y crece. Y de la misma manera cuando toda la nevada se derrite y las hojas vuelven a nacer dando bienvenida a la deslumbrante primavera o cuando se secan y caen nuevamente al piso con los primeros vientos fríos del otoño pero me gusta más lo hermoso que es el frío invierno.

Han pasado 3 inviernos desde que no te veo y lo único que hago es contar las temporadas que pasan volando delante de nosotros para llegar al invierno y pensar que es momento de verte pero pienso en que no quieres volver a verme por alguna razón, que por eso tú tampoco te has atrevido a llamarme o buscarme, pero lo que jamás harías es salir en la gélida noche a gritar mi nombre con ardientes lágrimas derramando de tus ojos como yo lo hice.

Pienso que tus ojos no desean ni encontrarse con mi figura y por eso cuando el destino después de un tiempo decide ponernos en la misma calle no mantienes tu mirada y la alejas de mí, y pasas de largo sin mirar atrás. Sin mirarme.

Y sólo quiero decirte que nada de ésto es tu culpa, fue mi decisión. Y me duele que hayas consumido toda la culpa dentro de ti, sacándome de allí.

Fue mi decisión, de nadie más que mía. Pero lo que merece saber tu corazón es que fue por amor.

El viento soplaba con tristeza y hacia el día más frío que de costumbre, esperando una nevada en poco tiempo. La brisa salvajemente fría chocaba contra todo a su paso, congelando al contacto.

Y desde mi ventana, el cielo nublado y el bajo canto de las aves me daba los buenos días.

Recostarme con un par de cobijas sobre el sillón frente al enorme ventanal panorámico del departamento y beber una taza de té caliente extremadamente dulce mientras leo un poco es mi manera de pasar las mañanas heladas de invierno.
El silencio y la comodidad que tenía era lo único que deseaba para tener una mañana agradable.

Hasta que, desde la pequeña mesa de café frente a mí, sonó mi teléfono. Tuve que detener mi lectura para atender la llamada.

— Solo hay una persona capaz de interrumpir mi día libre a estas horas.
Y como siempre y sin falta, la molesta llamada matutina culminaba mi agradable momento personal.

— ¡¿Dónde se supone que estás?!

Una voz femenina gritó al otro lado de la línea, su pequeño tono agudo llegaba a molestar mis mañanas como lo era ya su rutina.

— Servicio telefónico, por ahora el número al que desea marcar está apagado o fuera de servicio. Favor de marcar más tarde.

Intenté evadir a la pequeña molestia al menos por ésta mañana.

— Deja de jugar ________, ¡¿Dónde se supone que estas floja de primera?! — ella replicó aún más molesta. — ¡Llegaré tarde a mis prácticas por tu culpa!

— ¡Ya, tranquilizante Veruschka! — me levanté rápidamente y me dirigí a la salida de mi departamento a penas acomodandome los zapatos. — No es mi culpa que no quieras caminar hasta la pista, es tu responsabilidad no la mía.

Vera, mi pequeña hermana, era la irritable existencia del otro lado del teléfono.

— ¡Pero tu tienes auto! — chilló en el altavoz haciendo que me separe un poco. — Además aceptaste llevarme en el auto a cambio de no mudarme contigo así que sí. También soy tu responsabilidad.

— ¡Esta bien! — tomé las llaves de mi auto y salí del departamento tratando de no caer por las carreras. — Voy saliendo, esperame afuera. Llego en cinco minutos.

— Sí, sí, como sea. Pero ven rápido.

Y sin querer escuchar más, colgué la llamada y arranqué mi auto para recoger a mi hermana.

................

A pesar del abrigo y la bufanda que vestía, tenía un frío que me helaba los huesos. El viento golpeaba mi cara con tal frialdad que parecía querer congelar mi cara y la nieve en el suelo parecía querer lo mismo con mis pies. Sólo esperando a que la figura de Vera saliera por la puerta.

Y de un rápido movimiento, la puerta se abrió mostrando a Vera, con su típica bolsa deportiva sobre su hombro y su cabello atado en una coleta, sin un gorro que caliente su cabeza, y una chamarra lo suficientemente gruesa para soportar el frío.

— Ya era hora de que salieras. — solté un quejido a su tardanza de más de media hora.

— Y ya era hora de que me recogieras, _______— pronunció molesta con su voz aniñada y aguda.

— ¿Me pregunto por qué no puedo pasar mi fin de semana tranquila en mi cama? — pregunté irónica mirando en su dirección.

—¿Me pregunto por qué no puedo ir a tiempo a mis prácticas sin ver tu horrible cara? — me respondió de la misma manera.

— La única cara horrible es la tuya, Veruschka. — y así empezó la típica pelea matutina entre ella y yo.

— Sabes cuanto odio que me digas Veruschka. ______(apodo) — contestó retante.

—¿Ah sí? Ve-rusch-ka. — la alegría de mis días era molestar hasta que el día llegue a ver. Sobre todo a Vera.

Ambas entramos al auto, emprendiendo camino a la pista de entrenamiento.

— ¿Por qué no entras conmigo a la pista hermanita? — me tense al momento que pronunció la pregunta. — Hace tiempo que no entras, deberías aunque sea pasar a saludar. — no conocía bien sus motivos, no sé si quería jugar con ello o de verdad estaba haciendo la petición.

— Vera, sabes que yo... — intentaba buscar una buena excusa para salir de ésto.

— No puedes evadir todo ello de por vida, no por lo que pasó debes abandonar lo que más amas. — me miró de una manera seria y pude saber la necesidad de su petición. — Todos te extrañan, yo te extraño.

— Esa vida quedó en el pasado, no es algo que yo pueda evitar. — la mire sincera buscando más palabras. — Es doloroso para mi volver, no tengo el valor para regresar.

— ¿Acaso no extrañas volver a la pista? ¿O escuchar el corte de las cuchillas sobre el hielo? — el silencio de mi parte era igual de presente que la tristeza en sus palabras. —¿No extrañas aunque sea un poco ver a los demás patinar? ¿No extrañas sentir aquello?

— Vera. — mire fugazmente su rostro antes de volver a prestar atención al resbaloso camino. — Es una decisión que tomé, no sólo porque ya no podré patinar nunca más o correr siquiera. — su reflejo en el retrovisor era más difícil de ver, me partía tener que aclarar las cosas. — También lo hago por él.

—¿Todo esto es por él? — respondió molesta. — ¿Renunciaste a todo aquello por él? Eres increíble. — respondió irónica y sarcástica.

— Fue mi elección, ¿De acuerdo?— paré el carro en frente de la imponente escalera de la escuela de patinaje. — No puedes juzgarme y creo que hice lo que mi corazón me dijo. ¡Él tenía un futuro por delante Vera! — al final terminé gritando.

— ¡Eras igual de talentosa, como ninguna otra! — furiosa me gritó. Hasta que después de un corto sollozo susurró. — Eras.

— Hubiera hecho lo mismo por ti, pensé en ti. — Mis ojos se cristalizaron. — Todos tomamos elecciones.

Ambas dirigimos la vista a una de mis piernas, aparentemente más cubierta que la otra e inconscientemente la escondí.

— Y tenemos que vivir con las consecuencias.

No sé qué me dolió más, el frío que se adentró a los vendajes de mi rodilla o lo despreciable que me sentía ante su mirada.

Todo parecía nuevo a pesar de que nada había cambiado, parecía diferente. Extraño.

La temperatura era igual de fría que afuera a pesar de estar bajo techo, los pasillos eran recorridos por personas de todas las edades, después de todo ahora en la pista habían abierto un campamento de patinaje dirigido a todas las edades.

Me sentía extraña volviendo a la elegante recepción del lugar, sin mi mochila ni motivos para regresar. Y la sensación se amplió al ver que todo tipo de miradas se posaban en mí, desde las miradas asombradas y contentas hasta las despectivas disfrazadas de confusión.

Y todas dependían de que lado de la historia se sabían.

Caminé a la velocidad que podía permitirme hasta llegar a la puerta de cristal, tan transparente que podías ver los pequeños muros que rodeaban el fino hielo, y de tan solo verla mi corazón no supo que sentir.

Emoción.

El eco de las cuchillas rozar ferozmente el hielo y de vez en cuando el delicado azote de las mismas después de saltar, todo eso hacían recordar los dorados momentos dónde igual la brisa de mi velocidad chocaban con mi cuerpo lleno de adrenalina y decisión.

Y la misma emoción me volvió a invadir, olvidando el tiempo.

Nostalgia.

La tristeza de recordar que ya no podré deslizarme nunca más y de que la misma incapacidad de visión me invadían.

Enojo.

Después de todo, fue mi maldita culpa haber permitido que todo esto pasara.
Todo. Mi corazón alberga todas esas emociones.

Alguien más empujó la puerta, un chico más alto que yo, era claramente apuesto por dónde quiera que lo veas y sus facciones eran simplemente encantadoras: unos bellos ojos que robaban tu atención y te hipnotizaban junto a unas hermosas pestañas largas , su cabellera negra hacía un celestial contraste con sus orbes y su blanca tez, blanca como la nieve o la leche, incluso su cuerpo estaba perfectamente formado, muy bien ejercitado. Simplemente era asombrosamente apuesto, tanto que quitaba el aliento.

Por su parte igual me miraba, nos perdimos un momento en la mirada del otro.

Mi mirada no se mantuvo mucho tiempo ya que aproveché la oportunidad y me metí por la puerta ya abierta.

— ¡Las damas primero! — alcanzó a gritar después de reaccionar a mi movimiento, ya cuando había avanzado lo suficiente.

Me reí de su reacción. —¡Pero que caballero! — le grité desde mi lugar.

—¡Cuando quieras!— fue lo último que le escuché gritar, antes de escuchar una pequeña risa y ver una amplia sonrisa en sus labios.

Ahora eran otro color de ojos que quería ver.

Pero mi mirada se topó con las figuras deslizantes sobre el hielo y de inmediato mi sonrisa se borró, sus cabellos dorados habían hecho presencia en el umbral de mi mirada.

Y tratando de buscar su silueta me topé con Vera, tomando su lugar en el centro de la pista. Mirando a la mesa dónde sus entrenadores simulaban el jurado, con pluma en mano dispuestos a evaluar su programa.

En la mesa estaba nadie más y nadie menos que Yakov Feltsman, el entrenador estrella de Rusia y actual Có-entrenador de Veruschka.

Ballet Ruse.

— Buena elección, Masha. — me acerqué a la mesa, hablando con la entrenadora de mi hermana, y mi antigua entrenadora también.

Maria Buyanova, la dama de hierro. La mejor entrenadora de juniors y patinadoras femeninas.

— ¡_______! — me abrazó por un momento para dar pausa a la música. — Cuanto tiempo.

— Hola, he venido a darme una vuelta. — me coloqué en medio de los dos, abrazando los por igual, mi antiguo equipo. — Yakov.

— Pequeña, que gusto que al fin vuelvas. — me sonrió y abrazó.

— He vuelto a casa. — miré a todos los estudiantes dentro de la pista y vi a mi hermana sonriendo satisfecha.

— Dónde siempre has pertenecido, y siempre tendrás un lugar. — Masha respondió.

— ¿Qué te trae por aquí? — preguntó espectante hacía mí, buscando la respuesta. — Porque no es para dar una vuelta.

— Hablé con Vera y me dí cuenta que no podía seguir evitando la realidad. — me miraron inconformes, se veía que no creían en mi respuesta, bufé molesta e indignada. —¿No me creen?
—No. — respondieron al unísono.

— Bien. — suspire rendida. — Vengo a pedirle a Vera 7 rublos que me faltaron para completar mi café.

— Nunca cambiaras. — ambos se apoyaron sobre su mano, negando con su cabeza en desaprobación.

— Además vine a ver si mi hermana cumplía las espectativas.

— Nadie te reemplazará, tranquila. — respondió, mirando con cierta nostalgia a la pared llena de fotos, viendo una imagen mía, con las medallas de oro colgando de mi cuello y brazos. — Nadie podría, _______.

Yo era su más grande promesa en el patinaje, desde Junior lideraba en el podio en la mayoría de las competencias hasta que tuve un grave accidente.


— ¡Hey!

De entre todos los chicos realizando saltos en el lugar, cierta cabellera llamó mi atención. Aunque lo llamé no fue fácil hacer que me notara sin que alguien más se confundiera, hasta que sus oídos captaron mi llamado.

— ¡Pestañas!

Volteo a mirarme y sonrió, su semblante era divertido una vez que se dio cuenta que era yo quien lo llamaba.

Se acercó al borde para saludar pero derrapo en el camino y por reflejo natural me preocupé en un instante hasta que no duró mucho ya que me empecé a reír.

— Vaya, gracias por la ayuda. — cuando se levantó se acercó solo para ver que me estaba burlando de él.

—¿Cómo le llamas a esa maniobra, eh?— ahora no podía parar de reír, después de todo lo mío es el humor negro.

— Ja, ja ja. — rió sarcástico. — No fue gracioso. — me replicó molesto.

— Ay admitelo Pestañas , fue gracioso.— le golpeé juguetonamente su hombro.

— ¿Pestañas? — su mirada confusa igual me divertía, su encanto aún así no se perdía.

— No sé tú nombre y tus pestañas son largas y bonitas, así que te puse Pestañas. — expliqué como si fuera lo más lógico.

— Ruslan. — me extendió su mano. — Ruslan Lyovin. Un gusto señorita.

— _________ Románovichna, el gusto es mío. — nos tomamos de las manos en un saludo.

— Veo que eres muy famosa por aquí. — dijo mientras salía y se colocaba los protectores y salir por completo de la pista.

— Sí, podría decirse que sí.

A un paso apresurado un chico salió de la pista, sin voltear a vernos. Para mí era imposible no reconocerlo, era Yuri.

Sin decir nada más le perseguí corriendo en su dirección, dejando atrás a Ruslan gritando mi nombre esperando que regresara. Pero no me importaba tanto en esos momentos, al fin después de todo este tiempo tengo la oportunidad de verle, y de pedir disculpas.

Su espalda quedaba a mi vista y cada vez se iba alejando, corriendo, huyendo.

"No quiero verte, olvidate de mí. Esto es mi culpa. Vete."

Eran las palabras que se repetían en mi mente una y otra vez por un largo tiempo, pero ya era hora de que esas heridas también cicatrizaran.

En un pasillo, antes de que saliera por la puerta logré alcanzarlo del brazo, nuestro primer contacto después de tiempo. Con la fuerza que tenía le hice voltear para mirarme a la cara, pero intentó safarse tirando de mí con brusquedad y terminamos cayendo, él se golpeó un poco con la puerta y yo caí de frente al piso, con nuestras piernas enlazadas.

Sin tiempo que perder tomé su cara en mis manos y le obligue a mirarme y de nuevo, no podía ver el color de sus ojos.

Nos quedamos mirando con nuestras respiraciones agitadas, cansados de correr y sorprendidos de volvernos a ver, mirando sus ojos temblorosos y él viendo los míos apunto de llorar.

— Qué.... ¿Qué haces aquí? — preguntó aún sorprendido empezando a reaccionar a la situación.

— Y-yuri, yo... — era ahora o nunca. — Q-Quiero discul....

—¡Aléjate! — gritó interrumpiendome, se veía asustado. — ¡Te dije que te alejaras! ¡Vete antes de que algo malo te pase!

— ¡No, Yuri! No me iré.— se veía apunto de llorar, como yo. — Nada malo pasará, entiendelo.

— Pasará, yo lo sé. Mira como quedaste, ¿Qué no lo entiendes? — apuntó a mi rodilla en el piso, mostrando su propia evidencia.

— Fue un accidente, no es culpa tuya.

— Es que tu no lo entiendes, es una maldición. Ya te lastime y no pienso volverlo a hacer así que será mejor que te alejes. — se levantó sin mirarme y se fue.

Su mirada fría era lo único que podía mirarme en él ahora.

— ¡Eso no es cierto, estoy perfectamente bien! — me levanté bruscamente causando dolor en mi rodilla, pero traté de esconder mi mueca de dolor, no tuvo sentido pues él volteó a verme justo cuando le grité. — ¡Por algo he vuelto! ¡Ya puedo volver! — intenté caminar pero me dolía. — ¡Volví!

— Pues no debiste volver, te lastimaré. Aléjate, por favor.

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