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•❯ CAPITULO CUATRO

【En un capítulo se puede saber más de una persona que en un año】

¿Nunca se han preguntado por qué «todo junto» se escribe separado y «separado» se escribe todo junto?

¿No?

¿Solo yo?

Okey.

QwQ

Y por esta razón he decidido suicidarme.jpg

Pues Dazai sumía sus pensamientos en este tipo de pendejadas de la vida mientras se dirigía a casa de Chuuya. Si no despertaba a ese enano explosivo para ir a la preparatoria cada día de cada semana, Chuuya llegaría, con suerte, a las clases de la tarde.

Ese era el motivo principal y único de sus visitas matutinas.

No permitir que su vida académica se viese afectada por su inexistente ciclo de sueño.

En serio, es el único.

No existía ninguno, NINGUNO, más.

...

«¿A quién intento engañar?»

A Dazai le encantaba pillar por sorpresa a Chuuya con el pelo rojo enmarañado, su pijama rosa lleno de estampado de cupcakes de chocolate y un rastro de saliva aún húmeda en la comisura de su boca. Incluso los brillantes ojos azules se encontraban medio escondidos entre dos párpados casi cerrados e hinchados por el sueño que había sido vulgarmente interrumpido.

Muy pocos sabían que ese era el único momento en el día en el que Chuuya se mostraba vulnerable.

Pues los demás creían que este joven gamberro loco de las artes marciales dormía con un machete de metro de largo abrazado.

Y Dazai, por su parte, no se podía perder eso por nada del mundo mundial. ¡Estamos hablando de Chuuya en pijama y con la carita sonrojada! ¡Ignorar eso sería sacrilegio!

¡Directo a la hoguera a los herejes!

>:v

No, señor, eso sería inaceptable.

Dazai había adaptado su personalidad para que fuese la opuesta a la de Chuuya. Todavía no sabe si fue intencional o no, pero todo terminó siendo íntimo como solo ellos dos lograrían hacerlo.

«—¿No te has preguntado qué se sentiría ser tu reflejo? —preguntó un Dazai tirado boca arriba en el tejado de la preparatoria. Un inmenso cielo lleno de estrellas los saludaba.

—¿Hah? —a su lado, Chuuya, se levantó sobre un codo y lo miró con una ceja alzada.

—Sí, ya sabes, ver cómo los demás te ven; sin ataduras ni tus propias mentiras. Simplemente mirándote a ti mismo y pensando "¿este soy yo?"

—No sé cómo logras darle a todo un matiz de depresión.

Dazai le devolvió la mirada a Chuuya con detenimiento.

—¿Cómo lo dirías tú, Chuuya-sensei?

—Pues... vería todo lo que soy y cómo puedo mejorar su ceño, usualmente fruncido, se suavizó; ya que nadie puede conocerme mejor que yo, así que no hay nadie más capaz de ayudarme que yo mismo.

Los ojos castaños de Dazai, tan oscuros debido a la noche que los envolvía, haciéndolos un charco totalmente negro, miró el perfil de Chuuya.

Sonrió.

—En serio, Chuuya, eres la persona más increíble que he conocido.»

Entre recuerdos llegó a casa de Chuuya: una casa sencilla de dos pisos y pintada de amarillo pastel, con un pequeño jardín en el frente y un buzón de metal en una esquina. Estaba ubicada en un barrio tranquilo, ya que todas las veces que eran muchas en las que Dazai había visitado esa casa, jamás hubo una discusión en la calle o algún ruido para variar.

Sonriendo y tarareando consigo mismo como el loco que era, brinco el medio muro que dividía la casa de la calle y fue hasta debajo de la ventana del cuarto de Chuuya, que estaba en la segunda planta. Ahuecó su boca entre sus dos manos, formando un túnel con ellas y gritó:

—Flor de mi jardín, Sol de mis mañanas, ¿por qué no te asomas por la ventana?

Esperó pacientemente mirando el cristal de doble hoja.

«Si alguien cuerdo y totalmente en sus cabales me escuchara diría que...»

Como si le estuviesen leyendo la mente, escuchó:

—... ¡Que te calles la puta boca! ¡Son las seis de la mañana! ¿¡Acaso tú no duermes, maldita mierda!? —pos sí, alguien se había levantado con el pie izquierdo.

Y Chuuya era de aquellos que se dice que tienen dos pies izquierdos.

Lo sé, mal chiste.

Dazai no perdió su sonrisa juguetona e inocente.

—Pero, Chuuuuya~, tú haces más ruido que yo.

Esquivó sin problemas un cactus que bajó a toda velocidad en dirección a su cara y bonita sonrisa de Don Juan.

«Uff, la última vez había sido un gato».

Y aquella vez sí que no pudo esquivar muy bien...

Las 20 tiritas en su cara dicen lo contrario, ajio ajio.

—Cuánto mal humor~ Vamos, Chuuya, ya el sol salió~

—¿Y qué quieres que haga? ¿La fotosíntesis?

—Sería buena ide- ¡Ay! —exclamó Dazai sobándose el dedo pequeño del pie, donde había dado de lleno la mancuerna de cinco kilos que había lanzado Chuuya desde la ventana—. ¿Por qué ese mal carácter?

El pelirrojo solo chasqueó la lengua irritado, mientras apoyaba todo su cuerpo en el marco de madera pintada de blanco de la ventana. Sus bíceps se abultaban, definiendo el músculo formado y enmarcado por una camiseta sin mangas. Dazai vio con curiosidad la gargantilla negra que lucía en el pálido cuello de su amigo, incluso a pesar de que acababa de levantarse de la cama y la piedra azul que colgaba de una fina cadena de plata.

«¿Duerme con él?», se preguntó a sí mismo sin admitir abiertamente la felicidad que le ocasionaba que aquel regalo suyo hacia Chuuya fuese resguardado con cariño semejante.

—¿Cómo te sentirías tú, caballa estúpida, si un loco se parase bajo tu ventana a las seis de la mañana a gritar todos los putos días? —Chuuya no podía creer que Dazai tuviese la cara suficiente para preguntarle la causa de su mal humor mañanero.

Más le molestó al recibir una sonrisa juguetona de parte de Dazai.

—Si ese "loco" fueses tú, lo aceptaría con gusto.

Chuuya no sabría jamás que aquellas palabras de Dazai no eran una broma del momento, sino que estaban cargadas con total sinceridad y sentimiento.

Una sinceridad que ni el mismo Dazai conocía en él.

●❯────────────────❮●

Veinte minutos después, cuatro sesiones de gritos (de Chuuya hacia Dazai), siete lanzamientos de tiro al blanco (donde la diana era una cabellera castaña llena de rizos) y un casi envenenamiento por culpa de la comida de la momia, se encontraban ambos en la calle, de camino a la preparatoria.

Caminaban uno junto al otro, sin hablar, sumidos en un silencio cómodo y seguro que solo era interrumpido por los tarareos de Dazai; Chuuya ni se molestaba en preguntarle qué canción era, pues una vez lo hizo y fue suficiente para saber qué ese loco solo «deleitaba sus delicados oídos» en palabras del mismísimo Dazai con música ideal para cometer un suicidio doble.

Ese silencio fue interrumpido espontáneamente después de cruzar un semáforo.

Y obviamente, no fue Chuuya.

—¡Mira, Chuuya! —señaló hacía dos personas que caminaban no muy lejos de ellos con su mano vendada hasta los nudillos. No muy lejos de ellos pudo divisar dos cabelleras opuestas entre sí; blanco y negro—. ¡Son los gais de clóset!

—... ¿Podrías no gritar? —«Ay, tierra, trágame», Chuuya se tapó la cara con el dorso de la mano para evitar la vergüenza ajena que le provocaba estar cerca de Dazai en este tipo de situaciones.

¡Es que el maldito no sabía medir sus palabras!

Bueno, sí lo sabía, ¡pero no le importaba!

¡¡Y eso lo hace peor!!

Trotaron los pocos metros que los separaban hasta que estuvieron junto a los dos muchachos que vestían el mismo uniforme que ellos mismos.

Era como ver el yin y yang personificado.

Cabello blanco, ojos dorados, amable y suave.

Cabello negro, ojos grises, frío y cortante.

«Ay, se aman» dijo Dazai en su cabeza. «Me encanta el amor con "h" de homosexual».

—Atsushi-kun y... ¿Takunawa? :D

—Es Akutagawa, Dazai-san. —el muchacho de pelo negro con puntas blancas rectificó con la misma seriedad que portaba, pero a Dazai le pareció ver una ligera muestra de decepción al no ser reconocido su nombre.

«Será mi imaginación».

—Eso, Monokirawa ^^

—... Olvídelo.

A partir de ahí, caminaron juntos hasta la preparatoria, la cual no estaba a más de tres calles de distancia desde donde estaban, así que en unos tres o cinco minutos llegarían al paso tranquilo que llevaban.

Todo hubiese salido genial si Atsushi-kun no hubiese metido la pierna en una alcantarilla del borde de la carretera después de tropezar con su sombra, y en estos momentos, Chuuya estaba haciendo de enfermeraaaa mientras lo socorría.

Atsushi metió la pata.

Literalmente.

Desde un costado, Dazai y "Tachinakawa" se limitaban a ignorar la situación como si con ellos no fuera, así que el castaño vio muy bien comenzar a hablar de la vida.

—¿Deberíamos quedar para ir a la playa? —preguntó Osamu soplando un diente de león que arrancó de un jardín a su lado.

—Buena idea. —aceptó Atsushi, ya de nuevo en el camino y con ambos pies intactos, después de ver el asentimiento de la cabeza de Akutagawa.

Chuuya se recogió el cabello rojo en una pequeña coleta pegada a la nuca.

—¿Qué les parece el domingo que viene? —ofreció el pelirrojo con ambas manos en los bolsillos.

—¡Estoy ocupado! —añadió Dazai con rapidez, casi atropellando las palabras—. ¡Mejor el miércoles!

Chuuya lo miró con vacilación y mala cara.

... Ni siquiera lo pensaste.

Como si les lanzasen a los cuatro una cubeta de agua helada o un rayo cayese sobre sus cabezas, se detuvieron como carros descompuestos llenos de óxido.

Un viento frío se llevó sus almas y un aura negra les bajó por el cuerpo.

—Somos idiotas. —dijo Atsushi.

—Muy idiotas. —agregó Akutagawa.

—Los idiotas más grandes del mundo. —Chuuya parecía a punto de explotar.

Los tres se pegaron en la frente y un grito unánime estremeció en la temprana mañana.

—¡HOY ES DOMINGO!

Dazai rió con malicia detrás.

●❯────────────────❮●

Sintiéndose más idiota que nunca, regresó en dirección a su casa, y vaya que había momentos en los que su idiotez subía a su pico máximo; porque sí, Chuuya podía ser un excelente idiota cuando no lo ameritaba.

Él era de los que intentaba agarrarse del chorro de agua de cuando resbalaba en la ducha.

En fin, la hipotenusa.

Su objetivo era regresar a casa y seguir durmiendo, pues su cabeza se sentía pesada y atolondrada. Tanto, que cuando Dazai ¡maldita sea esa momia!, lo despertó a gritos está mañana, deseó lanzarse él mismo de cabeza para morir ambos en un «hirmisi y pirficti siicidii dibli».

Al final, se quedó sentado en un columpio protegido por la sombra de un ciprés en el primer parque que se le hizo camino. Estaba solo, pues Atsushi y Akutagawa habían regresado a casa de este último para ver Netflix o algo así.

«A mí no me engañan, ellos van a hacer ñiqui ñiqui descontrolado».

«Netflix los cojones que no tiene Dazai».

Hablando del Diablo, el muy cabrón se fue tarareando y dando brincos sin que ellos se dieran cuenta. Así que, cuando Chuuya se giró en busca de su cara bonita para hacerle un trabajito de maquillaje a base de puñetazos, ya había desaparecido.

Se había multiplicado por cero.

¿Y por qué Chuuya quería golpear a Dazai?

¡Porque estaba totalmente seguro de que esa momia tenía algo que ver con qué hubieran ido a la escuela un domingo!

¡Oh, por Fyodor, estamos hablando de Dazai Osamu!

¡Él siempre tiene la culpa!

Y si no, es divertido golpearlo.

ᕕ( ᐛ )ᕗ

Dazai...

Dazai Osamu...

Tan simples palabras hacían un tornado de hielo dentro del cráneo de Chuuya, cada astilla de hielo enterándose en la masa cerebral, cortando, entumeciendo, arañando, despedazando. El viento confundiendo sus pensamientos y distorsionando la realidad.

Porque Chuuya no sabía, sino que sentía, que toda aquella extraña amnesia que estaba pasando tenía que ver con Dazai de una u otra manera. Se sentía tan agradable estar junto a él y, al mismo tiempo, tan erróneo, que a veces deseaba salir corriendo cuando este se le acercaba; sin embargo, nada más ese pensamiento rondaba por su mente, una tristeza pesada se instalaba en su pecho a la mera idea de abandonarlo.

Recordar, pero no recordar.

Sentirse parte de todo y estar fuera de lugar.

Tener miles de preguntas y que la respuesta esté entre interrogantes.

Lo peor, es que Chuuya sabía cuál era el mayor problema en toda aquella sarta de cosas sin sentido.

Y ello era, irónicamente, lo que lo tenía en aquel estado de agonía.

Porque... ¿qué hacer cuando el problema eres tú mismo?

●❯────────────────❮●

Atardeció y Chuuya continuaba en el mismo columpio del parque, agarrado de las oxidadas cadenas, mirando dos florecitas que crecían entre la graba, al lado del tobogán.

Una pequeña florecilla de pétalos azules, cobijada al lado de otra de color rojizo y café.

Ambas silvestres.

Protegiéndose una a la otra.

Creciendo entre las piedras.

No muy decidido a seguir pensando en los problemas mentales que crecían en su cerebro, admitió que solo no resolvería nada.

Debía contarle a alguien.

Recibir apoyo.

Necesitaba un confidente.

Y, el candidato perfecto, era su mejor amigo después de Dazai. Era obvio que, con él, no podría hablar nada de aquello; terminaría con la dignidad más rota que culo de actor de porno gay.

"El Ancianito Enano Rabioso con Alzheimer", sería su nuevo nombre de contacto. No veía el futuro, pero ya podía ver al mini Dazai con colita de diablo y cuernos pinchando su mini tridente en una de sus mejillas.

Así que, sin pensarlo más, emprendió marcha a la florería en la que trabajaba su mejor amigo #2.

Nikolai Gogol.

●❯────────────────❮●

Un estornudo hizo estremecer un débil estante de madera empotrado en la pared, haciendo que una de las macetas de todos los colores se precipitase al suelo, estrellándose contra él en pedazos de arcilla pintada, tierra y plantas.

Nikolai Gogol se rascó la nariz, preocupándose por un posible chisme a costilla suya.

¡Porque era obvio que la causa de ese estornudo era que alguien hablaba de él!

¿Qué más sino?

Él era idiota, así que no se resfriaba.

¡Ja! ¡Tomen esa, virus!

¡El sistema inmunológico infalible de Nikolai Gogol!

BUAJAJAJAJA.

Sin percatarse de la planta recién fallecida, continuó fertilizando un pequeño cactus que tenía enfrente. Parecía una especie rara, ya que era de color negro y en medio de él, florecía, tímida, una diminuta flor violeta.

Cualquier parecido con una persona de la realidad es pura coincidencia.

Nikolai, por su parte, se tomó la potestad de llamarlo "Fyodor", aunque corría el riesgo de morir asesinado si el susodicho en cuestión se enteraba de que compartía nombre con el cactus-mascota de su novio.

Sonriendo y satisfecho consigo mismo le colocó a la pequeña maceta blanca donde estaba sembrado el cactus-mascota una mini falda de tul rosa con purpurina.

—Mi Fedya es tan lindo. —dijo con voz melosa, suspirando como una adolescente enamorada.

—¿No es raro que tengas un cactus de mascota?

La voz sonó justo detrás de su oído.

—¡KYAAAA! ¡DIOS, PERDÓNAME! ¡PROMETO QUE NO VOLVERÉ A MANOSEAR A FYODOR MIENTRAS DUERME!

Y eso que se escuchó fue el grito de niñita aterrorizada salido de la garganta de un nombre de casi 1.90 metros.

Peores cosas se verán en este mundo.

La juventud está perdida.

╮(︶▽︶)╭

El causante de su muerte prematura, habló, como si no hubiese roto un plato en su vida.

—Tranquilízate, payaso. Soy yo. —Chuuya ni siquiera preguntó acerca de lo que había escuchado. Todo por mantener la dignidad de su amigo. Debería hablar con Fyodor para que renovara el sistema de seguridad de su habitación.

Gogol se secó el sudor que perlaba su frente pálida, se tomó un segundo para recuperar el aliento y se dirigió al pelirrojo, intentando ocultar con su cuerpo el pequeño cactus transgénico que estaba sobre la mesa.

—Ma-mafia-kun —llamó con el apodo que le otorgó a Chuuya debido a sus constantes peleas que terminaban en victorias aplastantes para Chuuya—. No me des esos sustos.

«¿Por qué no me miras a los ojos, Mafia-kun?»

«¿Doy demasiada vergüenza verdad?»

«¿¡No merezco siquiera que me mires!?»

o(〒﹏〒)o

Chuuya soltó una risa nerviosa, negándose a mirar a los dorados ojos del ucraniano.

—Por cierto —agregó, moviendo su pie constantemente contra las tablas del suelo de madera—, deberías ver a un psicólogo.

Algo se activó dentro de Nikolai Gogol.

Algo oscuro, turbio, que roza lo maníaco.

Chuuya sintió la necesidad de marcharse corriendo. Era como si un loco peliblanco vestido de payaso lo estuviera persiguiendo mientras sostenía una motosierra con purpurina en la mano y gritando adivinanzas.

—... ¿Escuchaste algo, Chuuya? :) //*cuchillo muy afilado.

—... Nada de nada.

— ^^. Así me gusta —su cara cambió como si simplemente se hubiese despojado de una máscara, cambiando de una sonrisa maquiavélica a un gesto tierno, hasta maternal.

«Este tipo, solito, se monta toda una película. No tendrán que contratar a ningún actor».

—Bueno, yo-

Fue interrumpido abruptamente.

—Más importante —su cara cambió de nuevo, está vez a una de reproche y regaño con una mota de incertidumbre y curiosidad—, ¿cómo entraste aquí?

Él estaba muy seguro de que había colocado al menos el cerrojo y un candado antes de ponerse a decorar a su cactus-mascota llamado Fyodor.

Además, la florería ponía su cartel de CERRADO.

Miró a Chuuya, paciente, parpadeando lentamente, sus largas pestañas blancas aleteando contra sus mejillas, a la espera de que Chuuya le contase cómo carajos había allanado su propiedad y a cuántos cargos debía condenarlo.

—¿Hah? —Chuuya torció el gesto de sus labios, dando a entender de qué esa pregunta tenía una respuesta bastante obvia—. Bueno, ¿cómo llega alguien a cualquier lugar, payaso? —Nikolai alzó una ceja, animándole a seguir—. Con un poco de trabajo duro y resistencia.

—¿Pateaste la puerta, verdad?

—Tengo la intención de patear un par de puertas hoy, Nikolai.

Gogol no se carcajeó por aquellas ocurrencias de su amigo, quién dijo aquellas palabras con los brazos cruzados a la altura del pecho y un aura de total orgullo rodeando su figura, sino que dibujó lentamente una cariñosa sonrisa en sus labios delgados, feliz de ver a Chuuya comportarse de aquella manera, tan distinto a aquel muchacho perdido y desolado que vagaba por las calles sin rumbo alguno, descorazonado por la muerte de su hermano.

En ese momento, parecía una persona distinta.

Sin alma.

Sin corazón.

Sin esperanza.

Peor que alguien muerto, porque él podía respirar, solo que no tenía un motivo para hacerlo.

Así que, al ver el cambio en él, solo pudo sentirse feliz.

—Nunca cambias —dos grandes manos le palmearon la espalda a Chuuya en gesto de compañerismo—. Ponte cómodo —Nikolai señaló dos butacones de color violeta pastel con estampado de mariposas—. Voy a hacer un poco de chocolate caliente y así —sus ojos dorados brillaron con empatía mirando los azules; un sol del amanecer reflejándose en el océano— me cuentas qué es eso que tanto martiriza tu mente.

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