Epílogo.
Colby Lopez.
Solté la pequeña mano de Devin y comencé a correr hasta la joyería más cercana, debía recoger el collar que había mandado a hacer el día de ayer cuando fui por comida al supermercado. Se trataba de dos collares, cada uno era la mitad del corazón y dentro se encontraba tallada nuestras iniciales, era algo que ella deseaba hace mucho tiempo pero sabía que ahora ya lo había olvidado por completo.
Se lo pedí al vendedor, me lo entregó y yo le entregué el dinero añadiendo un "gracias" al cruzar la puerta. A Devie le encantaría mi regalo, estaba seguro que lo amaría.
Intenté alcanzarla por la calle pero ella ya no se encontraba cerca, confundido dejé de caminar rápido y mirando cada calle que cruzaba por si acaso, pude llegar a casa.
Saqué la llave de mi bolsillo, la metí en la hendidura pero esta no giró como debía de hacerlo. Fruncí el ceño e intenté un par de veces más hasta que me di cuenta que estaba cerrada por dentro.
—¿Devin? ¿estás ahí? —pregunté, esperé unos segundos pero nadie respondió. Escuché un débil, casi inaudible jadeo y me di cuenta que algo no estaba bien—. Por favor abre —insistí con más fuerza, estaba comenzando a desesperarme.
—¡Colby, ayúdame!
Escuché su voz desesperada.
—¡Devin! —comencé a patear la puerta, a darle golpes con toda mi fuerza—. ¡Puta puerta de mierda! —tiré la llave a un lado y seguí pateandola la cerradura, mi torrente sanguíneo comenzó a burbujear. Sentía que perdía tiempo valioso que no lo iba a poder recuperar.
"Que hago, que hago"
Pensé tomando de mi cabello.
Corrí hasta rodear la casa, había una puerta hacia el patio. Giré la perilla pero esta también estaba cerrada, maldije el voz alta y sin parar grité el nombre de Devin.
Tomé una piedra, la tiré contra el vidrio y sin importar cortarme el brazo, metí la mano para quitarle el cerrojo a la puerta y por fin pude entrar. Comencé a correr por el resbaladizo pasillo gritando su nombre otra vez como si fuese en cámara lenta, podía sentir mi respiración de una manera anormal, mi estómago estaba revuelto y mi boca se había secado.
Me caí un par de veces pero me volví a parar hasta dar con su paradero, me sujeté al borde del umbral.. todo se venía abajo. Me estaba mareando.. la estaba perdiendo.
—¡Devin... no! —me acerqué a su cuerpo cubierto de sangre, su piel estaba pálido y su boca no dejaba de botar sangre como una cascada. Sus ojos brillaban y se veía en ellos el sufrir—. Por qué... —apreté su cuerpo como si eso fuese a impedir que no me dejara.
—E... Eras el color... q-que... necesitaba mi... v-vida para de... dejar de ser... gris-s —susurró.
—No... D-Devie... —sollocé—. Mira... —con mis manos rojas y temblorosas tomé el collar de mi bolsillo y se lo mostré, ella intentó sonreír pero ya no tenía fuerzas—. Tú eres el verdadero sentido de mi vida... —dije como pude, mi voz no me permitía decir más y cuando me di cuenta... ella ya se había ido entre mis brazos.
Lloré. Lloré con todas mis fuerzas, mi corazón se había ido con ella y todo el dolor se había quedado conmigo torturándome.
—¡Mierda, por qué! —grité desgarrando mi garganta, tomé la navaja y la tiré fuera del baño chocando ruidosamente contra la pared—. Yo... intenté salvarte, lo intenté... lo intenté... ¡lo intenté, joder! —me metí a la tina y la abracé como si aún siguiera viva—. Pero al parecer tu dolor era más grande que todo lo que yo podía darte, no pude ver las señales que me dabas... fui un idiota. ¡Como no pude darme cuenta! —grité—. Como no pude ver tus ojos y darme cuenta que todo estaba mal, me necesitabas, me suplicabas por una ayuda y yo... yo no supe dártela. Te fallé, nos fallé a ambos y jamás me lo perdonaré —no podía detener mi maldito llanto—. Ahora te has ido y me has dejado con este sufrir, tal vez yo debería hacer lo mismo pero no tengo el valor para hacerlo. Soy un maldito cobarde.
Tomé el collar y se lo puse en el cuello un poco más abajo del corte que tenía.
Acaricié su mejilla, sentía que me ahogaría con mis lágrimas.
—Cierro los ojos y lo único que puedo sentir es tu risa tan fresca como la primera de cada mañana —susurré—. ¿Ahora quién me despertará con un beso todas las mañanas? ¿o me abrazará por la espalda cuando menos me lo espere? Me harás mucha falta, una falta tremenda que ninguna mujer podría llenar con su amor. Yo necesito tu amor, solo el tuyo... —tragué saliva—. Nos faltaron muchas cosas por hacer, no te ayudé a vivir del todo antes de volver al cielo; no te llevé a la playa, no te llevé a conocer a mis padres, no te di el hijo que tanto anhelabas, no celebré tus triunfos ni tus logros, no te llené de poesía, no te canté canciones, no te discutí por el control remoto, no te hice un debate por tu feminismo... no cargué el dolor que tanto llevabas cuesta arriba tu sola. Dios, no te di nada. ¡Por eso decidiste dejarme!
Controlé mi respiración, o eso intenté. Tenía mucho más que decir pero ella ya no podía escucharme.
—Yo era tu cielo y ahora que has decidido marcharte... lo único que puedo hacer es llover, llover hasta inundar todo a mi paso —pausé—. Aunque ya no puedas escucharme, te diré que tú, con tu sentido del humor y maravillosa presencia me has cautivado desde la primera sonrisa que me regalaste. No me preocupa el futuro, pues he aprendido que lo que tenga que ser, será, y no hay nada que hacerle. Pero eso no me impide confesarte que mi corazón lo tienes allá contigo, en las nubes —besé su frente.
Y de todas las cosas que he hecho, creo que amarte ha sido la mejor de todas.
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