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70. Te amaré aún cuando me hagas daño.

Colby Lopez.

Comenzaron a pasar los días, ya casi se transformaban en semana. Aún recordaba las palabras de Devin que hicieron mierda mis sentimientos, no había mañana que no despertara y las recordara sin ese vacío en el estómago imposible de hacer desaparecer haciendo cualquier otra cosa. Me atormentaban, me causaban pesadillas.

Ese mismo día comencé a hacer un lado todos los asuntos pendientes; le pedí a Stephanie un tiempo libre, gané la batalla contra el sujeto del auto chocado, le pedí a Chris que me consiguiera la dirección de Devin en California y dejé la academia, quedaba en buenas manos.

Ahora me encontraba empacando para ir a buscarla, tenía muy claro que ella me gritaría de todo un poco pero podía aceptarlo y hacerme sumiso solo por ella, porque no deseaba perderla.
Salí de casa cargando una mochila. Me encaminé hasta la casa de Chris, por suerte él se encontraba afuera bebiendo una lata de cerveza. Cuando me vio sacó de su bolsillo un papel doblado en más de tres partes.

—Hey —me saludó casi sin voz, algo estaba mal. Le respondí de vuelta y él prosiguió: —¿Cómo estás? ¿te sientes listo para hacer esto?

—No puedo dejar pasar más tiempo.

—Te seré franco, y te diré que el tiempo perdido no se volverá a recuperar. Ni mucho menos los sentimientos.

—No quiero saber a dónde piensas llegar con todo eso, así que solo entrégame la dirección —suspiré—. Me esperan horas largas de viaje.

Él me lo entregó inseguro.

—Suerte —añadió.

—Gracias.

Seguí mi camino dejando a Chris atrás, a unas calles más allá tomé un taxi que me llevó directo al aeropuerto. Tenía suerte, no estaba tan lleno como suponía que estaría hace varios minutos atrás en el vehículo.

Me acerqué al sujeto detrás del mostrador, conseguí un boleto de ida y me senté a esperar. Miré mi teléfono, aún conservaba la fotografía de ella en la pantalla, la extrañaba muchísimo. Ella no contestaba mis llamadas y no respondía mis mensajes, estaba totalmente desesperado aunque no lo demotrara con facilidad, sentía impotencia.

«Te seré franco, y te diré que el tiempo perdido no se volverá a recuperar. Ni mucho menos los sentimientos...»

Intenté no pensar mucho en esas palabras, pero conociéndome, no las olvidaría hasta que llegara a California. Odiaba cuando yo mismo intentaba asesinarme mentalmente por la inseguridad que en mis sentimientos tenía, era un diota. Si, lo era.

Me levanté de mi puesto otra vez cuando la voz por el altavoz me notificó que debía abordar, me puse en la fila con los demás, le entregué el boleto a la señorita y subí al avión. Por suerte me tocaba para el pasillo, así no tendría que esperar a que todos bajaran para yo hacerlo al último.






.

Varias horas de viaje y por suerte pude llegar con todas mis piezas intactas, no había sido tan agradable.
Leí el papel en mi bolsillo y con ayuda del mapa en mi teléfono me pude ubicar, o eso intenté.

Las calles eran bien raras, le pregunté a una que a otra persona con la que me topaba y a pesar de que no todas eran simpáticas, me hicieron entender que ya estaba cerca. Solo tenía que doblar unas cuantas calles más y el edifício donde se estaba quedando estaría al frente.
En el camino aproveché y compré una rosa.

El estómago se me revolvió como nunca, como si supiera con anticipación lo que mis ojos iban a ver. No lo sé.. se sentía bien extraño.

Empujé la puerta de cristal, me acerqué al recepcionista y le pregunté por el nombre de Devin Knox. El hombre me dio el número del piso con facilidad, al parecer todos la conocían en este lugar y eso que ella siempre deseó pasar desapercibida ante la humanidad.

Subí por el ascensor y esa sensación extraña en mi estómago aumentaba, esperé a que el sonido se hiciera presente y cuando lo hizo cerré los ojos por unos segundos. Bajé del ascensor y los abrí lentamente, la rosa cayó de mi mano..

"No puede ser"
Pensé con el nudo en la garganta, no sabía que sentir en realidad. Todo se amontonaba en mi interior, Devin besaba a un sujeto al cual no pude identificar su rostro; su cuerpo se encontraba apretado contra el de ella, tomaba de su cintura como si le perteneciera y sus labios demostraban que jamás la dejaría ir.

Limpié mi mejilla izquierda con el pulgar, estaba desbaratado. Nada podía apaciguar el dolor que sentía por dentro y el odio que me carcomía mentalmente.
Tenía dos opciones: a) marcharme y dejarla ser feliz o b) golpear al sujeto.
No podía hacer la primera si no hacía la segunda.

Me quité la mochila y corrí hasta el tipo, me lancé sobre él hasta que cayó al suelo. Se trataba de Adam Cole, con más razón le pegué con todas mis fuerzas sin dejarle oportunidad para reaccionar, era un ataque cobarde pero la rabia que sentía por dentro me hacía pensar que dejarlo golpear sería una podrida mierda.

—¡Colby, basta! ¡detente! —comenzó a gritar Devin. Hice caso omiso.

Estaba por deformarle el rostro al imbécil, mis nudillos se estaban llenando de sangre y mi respiración ya no tenía como normalizarse. Era imposible.

—¡Para ya! —me jaló de la chaqueta hacia atrás, perdí el equilibrio y Cole se abalanzó sobre mi teniendo todo el control en estos momentos—. ¡Pero tú no le sigas el juego! —lo tomó de la cintura y lo bajó de encima de mi.

Ambos se miraron y ella le pasó algo con que limpiarse el labio roto, pasé mis dedos por la nariz pero no estaba sangrando. Simplemente me dolía.

—¿Quieres que llame a la policía?

Ella me miró. Yo los miraba con odio puro, sobre todo a él que intentaba hacer lo mismo pero no le salía como el desearía. Hijo de perra.

—No —respondió después de varios segundos.

—¿No? —la miró.

—Yo puedo solucionarlo.

—Debería quedarme entonces.

—No, te prometo que estaré bien. Él... —suspiró—. Él no puede golpearme y, además, le debo una explicación —me miró y luego a Cole—. Desinfecta ese labio y hablamos mañana temprano.

—Está bien Devin —se acercó y besó su frente, ella desvió la mirada.

—¡Ya lárgate de una puta vez! —le grité.

Me hizo caso con recelo.
Ahora solo éramos los dos en un mar de silencio, ella no pretendía ayudar a pararme y yo no tenía las intenciones de hacerlo por mi cuenta.

—¿A qué has venido? —se cruzó de brazos.

—Por ti.

—¿Por mi? ¿no te parece bastante tarde para ello, Colby?

—Fui un imbécil por darme cuenta tan tarde, perdóname.

—Jamás he sentido rencor por ti, solo un poco de impotencia al darme cuenta que solo te preocupas por mi cuando tus celos atacan.

—No es algo que yo pueda controlar.

—Y es porque ni siquiera lo intentas —se apoyó en la pared—. Crees que todo está bien en ti, pero tienes más imperfecciones que cualquier persona en este asqueroso mundo.

—No te he pedido que me ofendieras, puedo estar tirado en el piso pero eso no me hace más inferior —me senté—. Así que contrólate.

—¿Qué me controle? Siempre has dicho que debemos ser transparentes el uno con el otro y ahora lo estoy siendo. Te estoy diciendo todo lo que he callado desde que nos despedimos en el aeropuerto.

Suspiré.

—No es nada comparado con el dolor que intenté desahogar todas las noches. No es nada —recalcó.

—No fue mi intención.

—Es que tú nunca tienes las intenciones de nada Colby, ese es uno de tus jodidos problemas. Eres un imbécil prepotente, altanero y pedante.

—Al menos puedo pedirte perdón de corazón.

—Siempre es lo mismo, pero esta vez no voy a caer —caminó hasta la puerta del departamento—. Así que ahora lárgate.

Me paré con agilidad y antes de que cerrara detrás suyo alcancé a sujetar la puerta. Caminó por el pasillo y la seguí, esto no se quedaría así.

—¿Podemos hablar? —pedí.

—¿Ahora quieres hablar? Ni siquiera aceptabas mis videollamadas y quieres hablar ahora, que ironía la tuya.

—Entiéndeme, tenía cosas que hacer.

—Todas las cosas menos yo son importantes para ti, incluso tu perro está antes que yo en tu lista —llegó a la cocina.

—Eso no es cierto.

—Así me hiciste entenderlo la otra vez.

—No estaba pensando con claridad.

—Ay ya basta maldición, solo regresa por donde viniste y déjame vivir en paz. Déjame ser feliz con alguien que no eres tú, con alguien que de verdad me quiere y me tiene como primordial en su día a día, que me viene a ver seguido, que no se olvida de mi ni por un segundo. Que me quiere de verdad.

Desordené mi cabello y me acerqué a ella.

—No actúes como si yo no hubiera luchado por ti —la miré a los ojos—. Luché cuando comenzaste a intimar con Levi, luché contigo cuando intentaste dejar tus vicios, luché y lloré cuando tu padre te golpeó, luché contra el dolor cuando sufriste frente a la tumba de tu madre, luché por hacer tu vida más agradable... luché por nosotros. Luché por ser el único que pudiese amarte inclusive en los malos momentos. ¡Luché, demonios luché por ti! ¡sufrí en el intento hasta que todo el esfuerzo me recompensó con los mejores días de mi vida junto a ti! ¿y ahora quieres que te deje ser feliz? ¿acaso yo no merezco ser esa persona? —intenté respirar.

Pasó a mi lado intentando huír otra vez, siempre hacía lo mismo.

—Mírame a los ojos y dime que no me amas, que ya has dejado de hacerlo —me giré a ella.

—No comiences con ese cliché —se detuvo.

—Dímelo.

—No te amo.

—Bien, ahora mírame y repítelo.

No lo hizo.
Eso me llenó de impotencia, la jalé de la muñeca y pegué su espalda al refrigerador con ambos brazos a cada lado de su cabeza. Sus ojos estaban cristalizados, su labio temblaba pero lo sujetaba entre sus dientes para no dejarme verlo.

—Repítelo.

—Me haces daño —sollozó.

—¡Repítelo!

—¡Te amo Colby, aún te amo! —gritó con los ojos cerrados, las lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta perderse en su cuello—. Nunca dejé de hacerlo —bajó la voz—. Lo intenté... intenté llenar ese vacío con el amor de otras personas, pero hasta ahora no he podido lograrlo.

Ambos guardamos silencio.

—Eres el único que llena de color mi vida, acabas de llegar y ya todo tiene color nuevamente. Pero me haces daño y poco a poco comienzo a verlo todo gris como al principio —su pecho se movía arriba y abajo asustada—. Me haces daño y como la imbécil que soy, seguiré amándote hasta que en una de estas me mates con tu prepotencia.

Reaccioné y aflojé el agarre de sus muñecas, miré mis manos, no podían estar más rojas. No podía creer lo que estaba haciendo. Devin cubrió su rostro con ambas manos, temblaba.

—Lo siento.

Intenté tocarla, pero su piel se erizó y me hizo el quite. Quité las manos de su rostro sus ojitos rojos me miraban, besé sus muñecas haciendo alusión a todas sus heridas que desde un principio yo besé y acobijé.

—Prometo no hacerte daño otra vez, Devie —susurré sin desviar la mirada y ella pasó sus brazos por mi cuello hasta sujetarme fuerte.

—Te amaré aún cuando me hagas daño, eso es un hecho.

Apreté mis brazos a su cuerpo y la sentí llorar en mi cuello, esto no estaba bien. Pero era lo que más amaba.

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