68. Desastre.
Intenté soltarme, pero ya no podía.
Sus manos me sujetaban todavía junto a él sin hacerme daño.
Levanté la mirada, él besó mi frente y sin mucho esfuerzo me cargó en su espalda. Apreté mis piernas en su cintura y los brazos a su cuello.
Él seguía sin decir nada, sólo comenzó a caminar lejos del bar por la vereda poblada de peatones. Oculté mi rostro como si fuese una delincuente atrapada por la policía y fuese a la cárcel en estos momentos, estaba humedeciendo su camiseta con mis lágrimas pero a él no parecía importarle en lo absoluto. Una de sus manos acarició mi pierna derecha como si intentara decirme que estuviera tranquila porque todo estaba bien ahora... porque él estaba conmigo.
Siguió caminando, no veía indicios de estar agotado. En cambio, mi estómago si que se retorcía por el alcohol que aún no liberaba de mi cuerpo.
Luego de media hora andando, frenó y me bajó lentamente. Estaba todo oscuro que tomé su mano y él me guió hasta lo que se suponía era una casa o eso parecía al pisar césped húmedo, abrió la puerta, la cruzó y sin soltar mi mano cerró detrás de mi. Mi maldito corazón se aceleró pensando que también intentaría abudar de mi, todas las luces seguían apagadas y su cuerpo se encontraba cerca del mío.
Un suspiro. Un suspiro frente a mi me hizo temblar, su boca estaba cerca de la mía. Apreté los ojos con fuerza, pero ese roce jamás llegó y su mano jaló de la mía por el pasillo, sus zapatillas sonaban y el aroma que iba dejando por cada lugar que caminaba impactaba en mi rostro, me aturdia más de lo que todo el alcohol había hecho en mi cabeza.
Abrió una puerta, esta rechinó y se metió en ella jalandome consigo. No tenía las intenciones de encender las luces, tomó mis manos y se acercó a mi podía sentir su aura que me tranquilizaba por completo.
—Confía en mi —susurró.
Tragué saliva, no le di una respuesta ¿que otra opción tenía?
Sus dedos tomaron el borde de mi camiseta y comenzaron a subirla intentando sacarla sobre mi cabeza.
—N-No... —jadeé con temor—. N-No quiero...
—Lo último que te haría sería daño —volvió a susurrar, eso me impedía el identificarlo.
—¿C-Cómo puedo estar segura?
—Porque te he sacado de ese infierno —tomó mi rostro entre sus manos—. Déjame continuar, por favor.
Apreté los dientes y me dejé desvestir por sus frías manos; me quitó la camiseta, los zapatos y el pantalón de mezclilla. Me había dejado la ropa interior.
—Por favor, despójate de la ropa interior —se alejó de mi hasta llegar al fondo del cuarto, temblando le hice caso y llevé mis manos a mi sujetador. Lo desabroché.
Di un brinco cuando escuché el sonido del agua, ahí me di cuenta que estábamos en el baño. El tiempo comenzó a transcurrir y el frío que antes habitaba había sido reemplazado por calor.
Me quité la ropa interior y las medias dejándolas a un lado de mis pies.
El hombre que aún no me había dicho su nombre volvió a tomar mi mano y me encaminó hasta llegar donde se encontraba él, mojó mi mano dándome algo de confianza como a un niño pequeño y me ayudó a entrar en la tina llena de espuma, estaba tan cálida el agua. Se sentía agradable a mis golpes. Me dolía todo el cuerpo.
Se levantó del borde de la tina, escuché una cajetilla de fósforos, encendió uno y prendió la vela a un costado. Esta diminuta luz me permitió ver de quien se trataba..
—A-Adam —tenía un nudo en la garganta. El ojiazul se sentó otra vez en el borde de la tina y besó mi mano, todo dio un vuelco en mi interior... había sido él—. ¿Cómo me encontraste?
—Iba cruzando la calle en dirección a casa, escuché un grito y reconociendo tu voz no dudé en acercarme —tomó la esponja—. Me asusta la idea de pensar que hubiera pasado si hubiera tomado un taxi.
Sollocé.
—Gracias.
—Dije que iba a cuidar de ti —hundió la esponja en la espuma y comenzó a limpiar mi brazo.
—Soy un desastre.
—No lo eres.
—Si lo soy, mira lo que he hecho por arrebatos de ira —miré su rostro—. Por creer que sería lo correcto, pero todo lo que yo creo correcto es totalmente incorrecto. He cometido hasta el peor error de mi vida y aún así lo sigo arruinando, ni siquiera Danny esta aquí para ayudarme, siempre desaparece cuando más la necesito.
—Tranquila.
Me giré de posición en la tina y le di más accesibilidad a mi espalda. Procuraba de no tallar tan fuerte en mis moretones.
—Estoy golpeada, casi abusada, alcoholizada y dándote problemas. Me imagino que esperabas una noche tranquila, ¿verdad?
—Si te refieres a aburrida, supongo —pasó a lavar mi cabello—. Mira, Devin —se detuvo—. Me importas. Me importa cuidar de ti, no me interesa si tengo que ir a buscarte a la luna para curar tus heridas o si tengo que ir hasta Marte para alimentarte. Lo haré, lo haré todas las veces que sean necesarias porque no me importa si en el camino me hago daño. Me importas tú y nada más, tú y tu bienestar más que el mío propio.
Lo miré.
—Y si no me crees, una cosa te puedo jurar. Yo, que me enamoré de tu sonrisa... intentaré con cada partícula de mi cuerpo, quitarte todo el dolor hasta ver esa sonrisa verdadera una vez más aún si eso me condena a cien años de intentos fallidos —siguió con el lavado de mi cabello.
No dije nada, ni mucho menos él.
Cuando acabó se quedó en su lugar y yo en el mío, ninguno se movió por varios minutos. Llevé las rodillas a mi pecho.
—Adam.
—¿Dime?
—No sé si es el efecto del alcohol en mi sangre, pero... ¿entrarías a la tina conmigo? —admiré como gotas de las puntas de mi cabello caían al agua espumosa—. No es necesario que te desvistas.
Adam se levantó, escuché como se quitaba las zapatillas y directamente se metía en el otro extremo de la tina.
Conecté mi mirada con la suya, era jodidamente profunda que no pude dejar de observarlo.
Dejé aquella posición que había adoptado y me acerqué a su cuerpo, sus brazos me abrazaron por la cintura ayudándome a recostar mi cuerpo sobre el suyo. Me acurruqué y cerré los ojos.
—No sé por qué siento que he defraudado a todos —mi voz salió casi inaudible—. Y que al final de todo, solo tú te quedarás conmigo.
—Es el efecto del alcohol —tomó un poco de agua en su palma y la fue dejando caer por mi espalda.
—No recordaba que fuese tan agresivo.
—Lo es.
—¿Y también el deseo de querer besarte? —lo miré.
—Dev, son cosas que se confunden en ocasiones... —me miró—. Quiero cuidar de ti, pero no sabes como pagarme tal gentileza que de repente comienzas a sentir atracción. No te culpo.
—Eres tan desgraciadamente perfecto —sonreí—. Pero la verdad es que llevó tanto tiempo sin sentir el contacto humano que... lo deseo. Deseo un simple roce, o algo que me ayude a controlar otros tres meses más. Estoy delirando.
—Todo estará bien.
—No —susurré y miré sus labios, Adam se dió cuenta y me sonrió aumentando mi necesidad de hacerlo—. Podría hacerlo ahora y nada de esto será recordado mañana, yo no lo recordaré. Así tampoco tendrás que temer por como vas a mirarme a la cara.
Cerré los ojos, ahora todo quedaba a su criterio. Sentí como se tensó, hasta que una de sus manos sujetó mi mentón y rozó sus labios con los míos en algo muy sencillo.
—Que lindo —sonreí y lo miré otra vez. Volvió a acercarse, separó mis labios con uno de los suyos y esta vez me besó de verdad.
Mis brazos pasaron por su cuello hasta acariciar el cabello de su nuca, los suyos me abrazaron por la cintura y no hizo nada más con ellos. Era un buen beso justo como lo había imaginado hace unos segundos atrás, él solo me estaba dándo lo que le había pedido.
Sin ningún compromiso, sin nada que nos uniera.
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