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52. . Todo es blanco o todo es negro.

Lo miré unos segundos, pero estaba demasiado serio.
—¿Qué haces aquí? —preguntó cruzándose de brazos.

—Y-Yo... me enteré de mamá.

—Bastante tarde te enteraste.

—Lo sé, pero...

—No hay pero que pueda solucionarlo —su mirada siempre fue la misma—. ¿Sabes todos los años que tu madre perdió buscándote? ¿todas esas noches de dolor que pasó rezando por su hija? ¡acaso sabes cuanto sufrió! —me gritó—. ¡No entiendo porque creiste que venir aquí solucionaría las cosas, tu madre no volverá a la vida!

—Pero...

—¡Ya cállate! Siempre fuiste la oveja negra de la familia, la descarriada que creía que sería mejor persona por tomar otro camino ¡te gustó hacerla sufrir! —dio un paso al frente, y yo dí uno en reversa—. Y tú qué, ¿eh? Supongo que te alimentabas de su sufrimiento y ahora vienes para seguir burlándote en nuestras narices —su voz cada vez era más fuerte cuando intentaba decir una palabra—. ¡Fuiste un error, ahora entiendo porque ella no quería tenerte en primer lugar! ¡eres un demonio! ¡una hipócrita con cara de ángel!

—¡Dej...

—¡No, tú te largas de aquí! ¡está nunca fue, ni será tu casa! —apuntó a la calle. Podía ver aquellas venas hinchadas en su cuello, si seguía así iban a estallar—. Tu madre te hubiera recibido por el buen corazón que tenía. Incluso tenía las esperanzas de verte al menos una vez más. Pero yo no soy como ella así que ahora largate, no me interesa lo que tengas que decir.

—¡No me voy! —le grité más fuerte, estaba llegando a mi ira máxima. Cuando eso sucedía era un manojo de nervios capaz de incluso llegar a matar.

—¡Que te largues! —apareció otro individuo desde la puerta y me empujó hasta aventarme al suelo, lo miré detalladamente y se trataba de Robin, uno de mis hermanos. Nunca le tuvo respeto a las mujeres, ni mucho menos conmigo.

—Maricón —me quejé tocando mi codo derecho, era el que había chocado en la acera recibiendo todo mi peso.

—¡Ándate desgraciada, ya escuchaste a mi padre! —apretó los puños, el hombre que solía llamar padre lo sujetó por los hombros y lo llevó de vuelta adentro—. Y espero te vayas al infierno, maldita perra —escupió a un metro de mis pies.

Intenté levantarme sorbiendo mi nariz, estaba asustada y dolida. Pero más asustada por creer que serían personas civilizadas después de tantos años, siempre solía equivocarme... solo que después de esta vez lo pensaría mejor antes de actuar, o antes de hacerle caso a los demás.

"Tranquila Devie, todo estará bien"

Estoy cansada de escuchar eso todo el tiempo, a veces no todo está bien ni siquiera mejora con el transcurso del tiempo. Todo es blanco o todo es negro, pero jamás habrá un color intermedio como me hago creer —me tomé el brazo, sentía que me lo había roto.

Me crucé el bolso en el pecho y comencé a caminar lejos, las lágrimas descendían por mi rostro no por la discusión, sino por el dolor del golpe. Jamás lloré por ellos y jamás lo haría ahora.

Traté de moverlo como si levantara una pesa pero dolía como el demonio, definitivamente me había roto el brazo. Lo único que deseaba era conseguir una habitación de hotel y encerrarme ahí hasta el día siguiente, tomé el celular de mi bolsillo pero este se había apagado –supongo que por la caída– así que volví a encenderlo y esta vez ya tenía treinta llamadas perdidas, no haría nada al respecto. Lo volví a guardar otra vez en mi bolsillo.

"Una calle más allá encontrarás un hotel llamado «Paradise», hospédate ahí"

Miré el gran hotel y recordé todas las veces en que me quedaba ahí cuando mis padres discutían de la noche a la mañana. Siempre era la habitación número trece, ese era mi número favorito y era la mejor habitación de todo el edificio.
Me acerqué con premura, empujé las puertas transparentes y me acerqué al mostrador.

—Buenas tardes —saludé.

—Buen... ¡Devin Knox! —sonrió el sujeto interrumpiéndose el saludo—. Cuantos años sin saber de ti, pequeña niña. Sigues siendo chiquita y con aquel rostro inocente que tenías a los catorce años.

—¿Jeremías? ¿eres tú?

—¿Acaso conoces algún otro? —me mostró aquella sonrisa perfecta y ceja levantada que siempre me hacía reír en años pasados.

—¡Jeremías! —grité—. ¿Cómo has estado?

—Sentado todos estos años.

Reí.
—¿Y tú?

—Conociendo el mundo.

—Ey, eso es bueno —sonrió—. ¿Qué haces por aquí si se puede saber?

—Vine a verte, querido amigo.

—No inventes, sé que no es cierto —tomó un cuaderno y comenzó a anotar algunas cosas.

—No, de verdad vine a verte. Sentí que te debía algo por todos esos años de alojamiento cuando nadie más quería dármelo.

—No es nada, siempre fuiste como una hija para mi —giró el cuaderno hacia mi con el bolígrafo—. No me debes nada.

—Aunque no lo quieras, lo haré —firmé y me dejó la llave de la habitación trece a un costado. Levanté la mirada, giré el mostrador y lo abracé con todas mis fuerzas, sus brazos me correspondieron. Nunca lo había hecho ya que siempre le temía a la gente y él siempre me lo pedía. Ahora entendía el porque.

—Gracias —acarició mi espalda.

—La agradecida soy yo, querido amigo —comencé a caminar hasta el ascensor, toqué el botón y subí. Me hizo un movimiento con la mano a medida que la puerta se iba cerrando, luego ya no pude verlo más y suspiré quitándome la máscara que ocultaba mi sufrir.

Cerré los ojos hasta que el ascensor hizo el sonido avisandome que había llegado a mi destino, volví a bajar caminando lento hasta buscar la habitación que me correspondía. Abrí dándole un empujón como todas las veces anteriores y adentro seguía igual como lo recordaba, es más, tenía mi olor.. estaba en casa.

Me quité el bolso sin hacer mayor esfuerzo con el brazo derecho, el dolor era insoportable. No iría a un médico, me negaba a hacerlo, por ende revisé el mueble debajo de la televisión.

"Bingo"
Sonreí al darme cuenta que seguía la caja con la cruz roja pegada encima, siempre llegaba lastimada a este lugar hasta que un día me dí cuenta que Jeremías siempre supo de mis golpes por estar jugando con mi patineta y había dejado ese botiquín en un lugar fácil de encontrar. Siempre fue un hombre atento.

Tomé las vendas y me enrollé el antrebrazo con ella en una posición que mi cuello pudiese cargar su peso, así no me olvidaría y lo movería como una idiota blasfemando tiempo después. Limpié mi nariz ya que había comenzado a gotear debido al llanto que tenía.

—No debía ser tan difícil —miré hacia el techo con los ojos cerrados, ese calor bajaba por mis mejillas y mi garganta dejaba salir un suspiro—. Porque...

"A veces solo necesitas pasar por pruebas que te da la vida, para que esta pueda moldearte y hacerte la persona que deberías ser. Que estás destinada a ser"

¿Pero qué más se puede esperar de mi? Estoy dando todo y aún así no es suficiente —me dejé caer atrás, la cama seguía siendo como una nube—. Estoy cansada, he pasado por más pruebas de las que tuvo Jesús cuando estaba en la tierra. Incluso el diablo me ha tentado más veces.

"Deja de blasfemar"

No blasfemo, solo te digo mi verdad y lo cansada que me estoy quedando —tragué saliva, se había puesto más espesa—. Tú... —me quedé a medias, el celular comenzó a sonar desde mi bolsillo. Lo tomé y era Colby, esta vez lo dejé a mi lado—. Tú sabes lo difícil que ha sido todo para mi.

"Nunca te vi caer, aparte de las drogas que eso fue después de mi partida"

Ahora estás vi... —el celular volvió a sonar, acortando mis palabras—. Ahora estás viendo la verdadera persona que soy, las cicatrices que hay dentro de mi y lo perdida que puedo encontrarme sin ti.

"Tú eres quien se hace creer a si misma que no puede salir adelante, cuando no es cierto. Deja de mentirte"

Deber... —nuevamente sonó, esta vez ya le puse silencio y lo dejé caer al suelo—. No necesito hablar con nadie, ¡dejen de saturarme! —me senté—. No entienden lo cansada que puede llegar a estar la gente.

Miré mi entorno, era un lugar muy lindo y rústico. Me sentía como si fuese niña otra vez, como si hubiera viajado en el tiempo.

"¿Qué es eso?"
Me pregunté y me puse de pie.

"Dejalo ahí, no es necesario que lo tomes"

Ignoré su orden y me acerqué hasta la repisa, era una pequeña caja blanca con el nombre de "Marlboro" escrito sobre ella. No podía ser.

"Devin, no. ¡Te lo ordeno!"

A veces hasta yo misma me cansaba de lo mismo, de caer y pensar rápidamente que lo mío eran las drogas. Estaba equivocada, demasiado equivocada... pero no era mi consciencia la que dominaba cuando se trataban de ellas.
—¿Esto es lo que quieres, señor? —pregunté en voz baja mirando la caja—. Porque si es otra de tus pruebas de fuego no la voy a superar... y no por falta de fuerza, sino porque no quiero hacerlo.

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