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00. esa noche




Baje las escaleras del sótano y coloque en el suelo la caja que sujetaba. Era la última caja de la mudanza que quedaba por vaciar. Me acerqué a las estanterías, detallando lo que veía mentalmente: gran cantidad de libros sobre mitos, leyendas y cuentos. Variedad de objetos míticos que, aunque la mayoría eran imitaciones baratas, lucían bastante bien. Carpetas llenas de fotos de animales sobrenaturales, especies extintas, bestias y personajes de cuentos de hadas. Entre muchas otras cosas que parecían juegos de niños.

Desde que llegamos a nuestra nueva casa, mi padre se encargó de organizar únicamente el sótano, dejándome la tarea de desempacar todo el resto, que era demasiado. Me pase los últimos días ordenando la cocina, la sala, las habitaciones y el baño, sin ayuda alguna. Pero lo entendía de cierta forma, porque para él lo que existía en ese sótano eran sus cosas más preciadas y adoraba cuidarlas como si fuesen de oro, entonces les dedicaba todo su tiempo.

Porque mi padre era un obsesionado por las leyendas, por lo fantasioso, por lo que la gente creía inexistente. Él tenía como meta de vida descubrir la realidad de muchas cosas, el porqué del porqué. Quería saberlo todo, era un auténtico fanático por los seres sobrenaturales. Al punto que se olvidaba de cuidarse a sí mismo y de cuidarme a mí.

A esta altura, ya no me molestaba, porque estaba acostumbrada a él y a su extraña forma de ser. Sin embargo, cuando apenas comencé a ser consiente del mundo, traté de loco a mi padre reiteradas veces. ¿Quién podía culparme por eso? Todos lo trataban como a un demente, siempre diciéndole que sí a todo, sin poner en duda sus palabras desquiciadas porque de otra forma empeoraban su obsesión.

Bram, el loco. Así solían llamarlo sus hermanos poco antes de excluirlo de la familia. Recuerdo que, con apenas cinco años, lo llame por ese apodo y mi padre se encerró en su habitación a llorar lo que resto del día. Después de eso, jamás lo llame así otra vez, ni siquiera cuestione sus investigaciones y obsesiones, simplemente lo deje en paz con sus cosas y lo quise de esa forma.

Por lo que ahora estábamos en paz.

O eso creí, antes de enterarme la verdadera razón por la que nos mudamos.

Cuando mi madre falleció a mis diez años, a causa de un choche automovilístico ocasionado por ella misma al ir distraída, mi padre abandonó sus pasatiempos durante un largo período. No tocó ninguno de sus libros de cuentos durante años y creí que su mente había mutado, o algo por el estilo. Ahora sabía que estaba equivocada.

Bram me mintió durante mucho tiempo. Jamás dejo sus cuentos, lo qué pasó fue peor, su obsesión empeoro. Él comenzó a creer que a mamá la mató un ser sobrenatural, sin tener pruebas ni indicios. Esa idea se le metió en la cabeza y nadie podía quitársela.

Por eso nos mudamos a Beacon Hills, una ciudad pequeña, en la que según mi padre se registraban más sucesos sobrenaturales que en ninguna otra.

Yo ni siquiera sabía nada de esto, me entere apenas durante el viaje hacia la nueva casa. Tampoco me habría negado, ya que mi vida en mi anterior pueblo era aburrida y sinsentido. No tenía amigos, no pasaba el tiempo con nadie y mis vecinos eran unos malnacidos. Pero la verdad era que me asustaba el estado mental de mi padre, me preocupaba su salud. Él estaba realmente maniático.

Sin duda debía poner toda mi atención sobre él.

Unos pasos resonando al bajar las escaleras me hicieron voltear.

— ¿Esa es la última caja? — cuestionó mi padre, acercándose a la caja que deje en el suelo minutos atrás.

— Si, ya desempaqué todo — le informé, caminando de regreso a las escaleras, mientras Bram se encargaba de vaciar la caja —. ¿Tienes hambre?

— No... No te preocupes —alzó la vista y sonriendo me enseñó un objeto que acababa de levantar entre sus manos, que era una gran pesuña de algún animal—. ¿No es hermosa?

Sonreí tanto como el cansancio me permitió y asentí con la cabeza.

— Sí que lo es — mentí, no podía parecerme hermosa una pesuña gigante, pero quería verlo feliz —. Si no tienes hambre, entonces ya me iré a dormir. Estoy muy cansada y mañana tengo clases.

— ¡Es cierto! — soltó una risa y apuntó con el dedo índice su cabeza —, lo olvide por completo. Mañana temprano saldré de casa para comenzar con las investigaciones del caso A y después de eso iré al trabajo, así que no nos veremos hasta la tarde. Suerte en tu primer día.

El caso A era el caso de la muerte de mi madre. Y su trabajo era en medicina veterinaria, por muy cómico que sonara. Él adoraba la investigación desde niño, entonces al crecer y encantarse con los seres de leyendas y animales encantados, creyó buena idea estudiar para ser veterinario. De hecho, él amaba su trabajo.

En su vida, la prioridad era lo sobrenatural, le seguía el trabajo y por último estaba yo.

Soltando un suspiro me acerqué de nuevo y le deje un beso en la mejilla como despedida.

— Nos vemos entonces — murmuré intentando ocultar la amargura en mi voz y finalmente subí las escaleras.

Hasta ese momento creí que mi padre me llevaría al instituto en su coche, porque yo ni siquiera conocía la ubicación, pero al parecer él tenía cosas más importantes que hacer y debería arreglármelas sola. Como siempre.

Apenas llegar a mi habitación, me senté a los pies de la cama, agachándome para quitarme las zapatillas y proseguir a colocarme la ropa de dormir. Cuando estuve lista, apagué las luces y me cubrí con las sábanas hasta el cuello, haciéndome un ovillo en una esquina del colchón. Tenía frio y el estómago se me retorcía del hambre, aun así, no tenía ánimos para cocinar o siquiera ordenar algo de comida.

Con lo poco que mi lampara de noche alumbraba el entorno, examine los alrededores con atención. Mi habitación constaba de cuatro paredes, una cama, un armario, un escritorio y un póster de alguna película que no conocía colgado detrás del respaldo de la cama. No contenía nada más, tampoco tenía muchas cosas, la verdad. Así me gustaba, era simple y nada bullicioso para la vista.

De todos modos, no me sentía bien en ese lugar. La nueva casa se sentía ajena y estaba segura de que jamás se parecería a mi pequeño escondite.

Mi pequeño escondite. Mi viejo hogar. El lugar donde crecí, donde todos mis buenos y malos recuerdos aguardaban. Las memorias de mi madre...

Quería regresar, largarme de Beacon Hills, escaparme. Huir de mi realidad tampoco sería tan malo. A veces lo añoraba, deseaba correr lejos de todo, pero al final recordaba lo mucho que mi padre me necesitaba y decidía olvidar aquello junto a todas mis ensoñaciones.

Tenía que resistir, lo mal que lucía todo entonces y lo peor que vendría...









Un par de sacudidas en mi hombro me obligaron a entreabrir los ojos, adaptándome a la luz que acababa de encenderse. Sobresaltada, me senté sobre la cama e inspeccioné la habitación hasta hallar a mi padre de pie junto a la puerta, manteniendo una inmensa sonrisa y sus destacadas ojeras oscuras bajo sus ojos, las cuales armonizaban perfectamente con su barba algo larga y descuidada.

— Levántate, debemos apurarnos — exigió, todavía manteniendo su sonrisa, para luego salir del cuarto y caminar por el pasillo.

No tarde en ponerme de pie y colocarme el calzado para perseguirlo por la casa, buscando alguna explicación clara para haberme despertado a esas horas de la noche. Bram llego a la puerta principal y se envolvió con un abrigo, pasándome una chaqueta a mí también. Entonces, ambos salimos de la casa.

Mi cabeza seguía entumecida por el sueño, por eso solo podía seguirlo como un robot.

— Papá... — toqué su hombro, intentando llamar su atención. El continúo caminando apresuradamente —. ¿A dónde me estas llevando?

Admito que cierto escalofrió me recorrió el cuerpo apenas nos adentramos al denso bosque del pueblo. Nadie sabía lo que podrías hallar ahí dentro, mucho menos a medianoche. Lo que estábamos haciendo era una completa locura.

— Llamaron a cada oficial del departamento de Beacon Hills, incluso a la policía estatal — intentó explicarme, alzando un radio frente a mi rostro.

Estaba delirando.

— ¿Intercediste ilegalmente en las frecuencias de la policía? — le arrebaté el radio, totalmente sorprendida y decepcionada.

— Cuervo, escúchame, encontraron un cuerpo en el bosque — se detuvo unos minutos, sopesando las explicaciones que debía darme —. Lo que me llama la atención, es que no hallaron el cadáver entero, sino solo una mitad. ¿Entiendes eso?

Abrí los ojos exageradamente, repleta de horror.

— ¿Qué se supone que significa? ¡Alguien la asesino!

— O algo — me señaló con un dedo, su sonrisa regresando a su rostro —. Algo podría haberla asesinado. Y no hablo de un simple animal.

Retomo sus pasos, dejándome atrás. Permanecí quieta por unos segundos, pensando seriamente en llamar al hospital y decir que mi padre estaba teniendo algún ataque de demencia, cualquier cosa que lo detuviera de hacer una estupidez. Pero sabía que no podía hacer eso, no podía traicionarlo, así que volví a seguirlo por el bosque.

¿De qué persona sería el cuerpo? ¿El asesino seguiría rondando por allí? Esas y más preguntas rondaron por mi cabeza durante toda la caminata. Nos detuvimos al divisar a lo lejos a un grupo de oficiales que realizaban un rastrillaje. Mi padre me sostuvo del brazo y me indicó que me escondiera detrás de un gran árbol, así lo hice y ambos nos mantuvimos ocultos en la oscuridad.

Sentía como la respiración se me aceleraba con el pasar del tiempo, temiendo que alguien nos viera y que todo se complicara.

Entonces aparecieron dos chicos. Sí, dos chicos corrieron en dirección a los oficiales a pocos metros de nosotros. Fruncí el ceño y me pregunté si buscaban lo mismo que nosotros. Uno de los oficiales logro atrapar a uno de los jóvenes, mientras que el otro consiguió escapar y desaparecer de nuestra vista.

Ram se apegó aún más al árbol, intentando oír la conversación del oficial y el chico, que debido a la noche y al gran espacio abierto del bosque, se escuchaba a la perfección.

— ¿Papá, cómo estas? — habló el chico, levantándose de la tierra húmeda a la que había caído cuando lo atraparon.

El oficial era su padre. Entreabrí los labios, sorprendida.

— Así que, siempre escuchas mis llamadas telefónicas — se quejó el oficial.

A la distancia no pude detallar su expresión, pero no se escuchaba enojado, sino más bien agotado por las situaciones que su hijo le hacía pasar. Lo comprendí un poco, ya que solía sufrir lo mismo con mi padre.

— No... — dudó —. No las aburridas.

— ¿Y dónde está tu pareja de crimen?

— ¿Scott? — cuestionó el chico, fingiendo inocencia. A mi lado, mi padre soltó una corta risa que me tomo desprevenida —. Esta en su casa, dijo que quería dormir para el primer día de clases mañana. Soy yo, en el bosque, solo.

Su padre no creyó ni una sola palabra, entonces levantó su linterna y alumbró los alrededores mientras gritaba el nombre del chico que había escapado. Intenté esconderme lo mejor que pude, casi hiperventilando del miedo. Solo cuando el oficial apagó la linterna pude relajarme un poco. Al final, el hombre sujetó a su hijo por la capucha de su abrigo y lo arrastró detrás de él, llevándolo fuera del bosque mientras lo reñía.

Cuando me sentí más segura, asomé la cabeza desde atrás del tronco e intenté detallar mejor al chico que se alejaba, con la curiosidad al cien. ¿Quién era y qué estaría buscando en el bosque?

Todos los oficiales en la zona se alejaron poco después, por fin dejándonos solos nuevamente. Voltee y observé fijamente a mi padre, quién no podía despegar sus ojos del lugar exacto por el que se fue el oficial y su hijo. Reconocería aquella mirada en cualquier lado, la cual siempre nos llevaba a los desastres más graves. Temí lo peor.

— Ese chico... Y su amigo, Scott — casi que sus ojos brillaban debido a la emoción cuando puso su atención en mí y me sostuvo por los hombros —. Ya sé lo que debemos hacer. Tu madre nos atrajo a todo esto, ella era tan inteligente, ella...

— Papá — murmuré, obligándolo a enfocarse.

Me liberó solo para señalarme con un dedo.

— Tú serás muy importante en todo esto. Me ayudaras a resolver el misterio que envuelve a la familia — suspiró con alegría y se preparó para soltar la frase que arruinaría todo de ahí en adelante —. Debes buscar a esos chicos, unirte a ellos y descubrir lo que sucede en este pueblo. Tienes que hacerlo, cuervo.

Por segunda vez en la noche, un escalofrió atacó mi cuerpo y esta vez sentí mucho más miedo que antes.

Tenía que negarme, no hacerle caso, ignorar sus palabras hasta que dejasen de existir.

Sin embargo, acepté.


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