01.
Para su madre él era especial, diferente..., único. Algo que el resto del mundo jamás lograría comprender, tampoco importaba si él estaba por cumplir los dieciséis, jamás dejaría de ser el bebé de su pequeña familia.
Su hermana mayor cada mañana le daba los buenos días y le revolvía el cabello juguetonamente, y como era costumbre entre ambos muchachos, ella antes de partir a la preparatoria le daba aquellos dulces de manzana, los favoritos de Harry. Los mismos dulces que ambos solían compartir desde que tenían memoria, al menos por parte de Gemma.
Su madre bajo el marco de la puerta de la cocina negaba con su cabeza sin quitar la sonrisa de sus labios. Ellos jamás cambiarían y sin embargo, nunca podría dejar de emocionarse con la alegría que irradiaba su pequeño al recibir tales dulces después de que su hija mayor partiera a la escuela.
Harry valía oro, pero nadie lo notaba. Ni siquiera quien creía que fue el amor de su vida..., quien le dio la vida a Harry, él simplemente decidió marcharse. No podía soportar tener un hijo como lo era Harry.
Aquél quince de agosto él simplemente tomó sus pertenencias luego de haber obtenido los resultados del diagnóstico de Harry y sin más... Desapareció.
Sin dejar rastro.
— ¿Mami? —Oyó en un susurro bastante dulce para provenir de tan gruesa voz. Y simplemente amplió una sonrisa, quitando todo mal recuerdo proveniente de quien fue su esposo.
— ¿Sí, amor? —Él ladeó su rostro a un costado, su rostro demasiado angelical ante aquellos gestos. Elevó su dedo índice en dirección al rostro de Anne, la cual rápidamente llevó sus palmas hacia sus mejillas, notando la humedad que le embargaba. Ni siquiera notó que estaba llorando. — Oh, bebé no es nada.—Rápidamente quitó cada rastro de lágrimas con las mangas de su suéter, queriendo parecer como si nunca hubiera sucedido.
Y sin ningún esfuerzo lo logró.
— ¡Oh, mami! ¡Mira lo que Gabi me regaló! —Había extendido sus manos hacia su madre, pudiendo de aquél modo que notase la cantidad de dulces en sus manos. Sus ojos brillaban de felicidad.
— Gemma, amor. Se llama Gemma, es tu hermana, ¿lo recuerdas? —Y allí iba de nuevo. Él lo había olvidado. Algo bastante común, algo con lo que Anne había aprendido a vivir. Su bebé tenía memoria selectiva y era un milagro que él la recordase a ella.
Él sabía que aquella mujer de castaños cabellos y grandes ojos verdes era su madre, jamás lo olvidaba. Podían pasar años y él jamás la olvidaría, mientras que con Gemma solía olvidar su nombre, algunas veces olvidando que era su hermana, pero también sabía que cada mañana aquella muchacha de brillante sonrisa y graciosa actitud lo recibiría dándole los buenos días, bromeando y jugando con él hasta marcharse. Para posteriormente volver a jugar con su pequeño hermano, el mismo que la esperaba ansiosamente en la puerta de su casa a la misma hora.
Harry apenas tenía ocho años cuando el auto había impactado contra él, había sobrevivido por supuesto, pero el golpe en su cabeza había sido lo suficientemente fuerte para dañar gravemente el lóbulo temporal, haciéndolo perder la memoria por completo. Solo recordando a Anne una vez que abrió los ojos luego de tres meses en coma.
Sólo Anne...
Y él era un niño dentro de un cuerpo adolescente. Nunca nadie se daba el tiempo y la paciencia de conversar con Harry, de comprender aquella actitud. Él era inteligente, aprendía tan rápido como un chico de su edad, pero solo bastaban diez minutos para que él retrocediera y ni siquiera supiera el porqué de estar charlando con un "desconocido."
— ¡Vamos Harry, tienes que ir a la escuela! —Y tan rápido como pronunció aquellas palabras un guapo muchacho de apariencia absolutamente inocente bajó por las escaleras. Colgando una mochila en sus hombros.
Cada día era como el primer día de clases para Harry. Le emoción y el nerviosismo era parte de sí mismo, él quería ir a conocer nuevos niños con quien jugar y conversar, y todos en aquella escuela lo sabían. Las maestras le recibían dulcemente, y comenzaban nuevamente con las enseñanzas, pero por alguna razón él podía acumular cierta parte de lo que aprendía cada día. Por ende, las maestras le enseñaban algo diferente cada semana, pudiendo durante la misma reforzar lo aprendido el primer día de la semana.
Ningún médico podía explicar lo que sucedía con Harry, pero entre ellos existía la esperanza de que Harry pudiese vivir como una persona normal... Como siempre debió ser.
— ¿Y conoceré nuevos niños, verdad? —Su emoción era notoria, por lo que una vez conseguido su objetivo de ajustar el cinturón de seguridad para Harry ella le respondió dulcemente con un "sí, cariño." Cerrando la puerta del co-piloto para dirigirse a encender el motor del automóvil.
Harry parloteaba cada mañana durante el trayecto a la escuela y sin importar qué, Anne le respondía como si nunca hubiese oído cada pregunta. Cada alarido de emoción por el muchacho de expresivos ojos verdes una vez estacionados frente a la escuela, donde se encontraban la mayoría de niños con discapacidades de la pequeña ciudad en la que vivían.
— ¡Mamá, mira todos esos niños! —Chilló él menor, apuntando con su índice como los padres dejaban a sus hijos. Allí variaba, de niños a jóvenes adolescentes asistían.
Todo tipo de discapacidades y cada una poseían a una maestra en especial, incluso Harry era tratado por dos de ellas. Unas mujeres de no más de 40 años que ya le conocían, que le habían visto crecer y que sin embargo Harry, jamás pudo guardar en su memoria sus rostros.
— Sí, mi amor. Ahora relájate, pronto estarás con todos ellos. —Ella le sonrió cariñosamente, disponiéndose a bajar del automóvil para dirigirse hasta la puerta de su hijo.
No le tomo mucho tiempo quitar el cinturón para llevar a Harry a la entrada, el mismo que se aferraba ahora temerosamente a la mano de su madre, esfumándose por completo cualquier rastro de alegría y emoción. El pánico de alejarse de ella y que al final de las clases no volviera por él le embargó repentinamente. Y sin embargo, ya se encontraban frente a Brigitte -su maestra-, la misma que le esperaba con dulces y distintos juguetes cada mañana, pero él rápidamente olvidó sus miedos. Y no por lo que ella le ofrecía... sino, porque realmente lo había olvidado.
— Mamá... —Susurró bajito, casi como si estuviese en peligro por alzar un ápice del todo de voz. Dirigió su mirada hacia Brigitte, que a pesar de notar lo que sucedía se mantuvo sonriente, a la espera de la pronta emoción de Harry. Pero él, sin embargo se escondió detrás del menudo cuerpo de su madre. — ¿En dónde estamos?
— Oh, bebé. Estamos en la escuela, conocerás niños, habrán juegos y muchos dulces, aprenderás a escribir y a sumar, ¿lo recuerdas, amor? —Ella en aquél instante se había volteado hacía él y le había tomado por sus mejillas, acunando delicadamente el rostro de su hijo entre sus manos, logrando que él comprendiera cada palabra y el temor desapareciera de sus facciones, siendo el miedo reemplazado por un profundo brillo de emoción en sus verdosos ojos.
— ¡Sí, la escuela! —Brincó en su mismo lugar, dirigiendo su mirada hacia su alrededor, notando la naturaleza que le envolvía y justo detrás de su madre notó a una mujer mayor, sosteniendo un balón de soccer y lo que parecía ser una bolsa de caramelos. Él se zafo del agarre de su madre, caminando en dirección a la pelirroja mujer de radiante sonrisa y gracioso uniforme de múltiples colores chillones. — ¡Hola, soy Harry, hoy es mi primer día! —Movió su diestra en un alegre saludo, mostrando sus blancos dientes a causa de su gran sonrisa y sus profundos hoyuelos en su compañía.
Finalmente él cedió ante Brigitte, tomando de su mano para adentrarse al establecimiento no sin antes voltearse hasta que sus ojos diesen con Anne y despedirse de ella una vez más. Así desapareció de la visión de su madre, tomando con su mano libre la bolsa de múltiples dulces y no importaba que no supiese los nombres de cada persona que veía, él sentía la familiaridad y la confianza que le daban aquellas personas, pero no sabía por qué.
Brigitte hizo su rutina de cada mañana con Harry. Ambos fueron hacia el patio trasero donde la mayoría de los niños se encontraban, algunos de la edad de Harry se encontraban apartados del grupo, mientras que los otros jugaban a la escondida con los más pequeños.
Él se soltó del agarre de la pelirroja, corriendo en dirección a los columpios y por supuesto, sin soltar la bolsa de caramelos.
Subiéndose al de color verde comenzó a columpiarse, aferrando sus manos a las cadenas del juego. Extendía sus piernas una vez que subía y su melodiosa risa se hacía presente, él alzaba su mirada hacia los grandes árboles notando en ellos como las coloridas aves cambiaban de posición, yendo de un lugar a otro. Amaba las aves, amaba las mariposas..., él amaba cada ser que tuviese alas y pudiese ser libre, vivir sin muchas preocupaciones.
Sus ojos se abrieron nuevamente y a pesar de que el columpio no detuvo su movimiento y él tampoco se molestó en detenerlo fijó su curiosa mirada en la entrada.
¡Oh, y allí había un chico extraño! Solo una mirada bastó para caer en cuenta que él no le daba la misma familiaridad y confianza que el resto, no como la rubia de su edad que estaba a unos metros de él sentada en el pasto dibujando sobre un block.
No. Él tenía algo que no comprendía...
Él tenía el cabello oscuro y su piel era curiosa, pero llamativa para él. Nunca había visto una similar, la mayoría de quienes le rodeaban eran pálidos y algunos pocos de color, pero ninguno con ese tono.
Él mantenía su mirada baja, su ropa era tan normal como la suya y oh...
¿Quién era él y por qué lo miraba?
Se encogió de hombros y volvió a jugar con el columpio, sus estruendosas carcajadas haciéndose oír siendo algunos niños contagiados de ella, no pudiendo evitar que un par de niñas curiosas corrieran a los columpios libres y le imitaran.
A unos pocos metros de los juegos, justamente en la entrada del patio un muchacho oyó la llamativa risa, alzando su mirada en busca del dueño. Incluso, ignorando por completo a lo que sus padres hablaban con la mujer de azules ojos que le recibió en la entrada de la escuela. Tras unos segundos de búsqueda le encontró.
Su mirada miel se poso sobre un muchacho con una gorra gris, que a pesar de esconder su cabello bajo aquél trozo de lana pudo ver un rizo rebelde escapando de ella. Las mejillas del chico estaban sonrojadas y reía a la par de las niñas que probablemente tendrían la edad de su hermana pequeña. ¿Cuánto era...? ¿Ocho o nueve?
¡Pero no importaba!
Quería acercarse a él, pero sin embargo se mantuvo congelado en su lugar, mientras sus padres seguían conversando sobre los cuidados que su hijo tenía.
Eran nuevos en la ciudad, tampoco podían cuidar de Zayn, ambos trabajan y eran absolutamente cuidadosos con su único hijo por lo que no dejaron de informarle a Elizabeth que cuidados debía tener su hijo.
— Pequeño, tu madre y yo ya nos vamos. Vendremos por ti a las tres de la tarde, ¿de acuerdo? —Yaser se inclinó hasta la estatura de su hijo para llamar su atención, pero no obtuvo nada. Zayn parecía demasiado ocupado observando quién sabe qué y por supuesto, él estaba acostumbrado.
Sólo se limitó a besarle la frente al igual que Trisha y partir.
Él no podía dejar de mirar al feliz chico de gorra gris que compartía sus dulces con ambas niñas, el mismo que parecía confundido y perdido cada cierto tiempo.
¿Por qué?
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