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Uno. «Isla Solitaria»

La casa de la familia Bellchant, formada por sus tíos (Gordon y Capella) y sus primos (Zoe, Holly y Elliott) había sido alguna vez la residencia de la familia Shafiq, siendo la última descendiente Agatha Black, madre de Capella. Durante las últimas décadas había sufrido innumerables cambios, desde que Agatha la dejó en herencia a su hija mediana, Capella, y tras la muerte de la madre y la mayoría de edad de la chica pudo huir de las garras de la familia Black y mudarse por su cuenta.

Para empezar con el cambio más drástico, a pesar de ser este solamente perceptible por unos pocos conocedores, era la ausencia de la habitación secreta. Esta había sido sustituida por una totalmente normal o, más bien, más de una, porque al deshacerse de los tantos hechizos de protección que albergaba aquella sala, Capella y Gordon se dieron cuenta del amplio espacio que había quedado. En su lugar, ahora se encontraban dos pequeñas habitaciones y un baño en la planta baja y otra habitación en la superior. Las de abajo pertenecían a Holly y a Elliott, quienes recientemente habían decidido dejar de compartir habitación a sus siete años. Zoe, por su parte, dormía en el cuarto que alguna vez había pertenecido a su abuela Agatha, totalmente redecorado al alegre y colorido gusto de la adolescente. Sus padres tenían la habitación principal, la cual llevaban usando desde que se mudaron muchos años atrás.

El salón y la cocina seguían estando en el mismo lugar de siempre, en la planta calle, aunque con varias reformas, al igual que los dos baños que había antiguamente. la habitación del pensadero había pasado a ser un despacho que Capella y Gordon compartían, ya que ninguno de los dos solía trabajar desde casa, pero en ocasiones necesitaban gestionar sus negocios con más calma u organizar todo el papeleo que estos conllevaban, y con dos niños de siete años un adulto siempre debería estar en casa viglándolos. Sobre todo si eran tan revoltosos como sus hijos.

En resumen, todos los cambios eran fruto del esfuerzo de la familia por construir un entorno acogedor y agradable, muy diferente del que la casa había estado desprendiendo durante años. Ahora lo único que las paredes escondían eran las risas cómplices de los más pequeños y sus trastadas.

Caelum tardó unos cuantos días en acostumbrarse a ella.

Se había instalado en la habitación vacía de la planta de arriba, con todo lo que guardaba en su baúl de Hogwarts y alguna que otra cosa que sus padres habían enviado al cabo de una semana. Le gustaría poder decir qué hizo durante lo que restaba del mes de junio, pero no lo recordaba.

Sabía que había habido mucho jaleo en la casa, y que sus tíos le habían apoyado y querido todo lo que habían podido, pero el trauma de haber perdido a su hermana tan inesperadamente no le dejaba retener en la memoria más de dos o tres recuerdos de aquellos fatídicos días. Había dormido en algún momento, suponía, con la única compañía de Shafiq, su gato, porque los primeros días solo salía de la cama para ir al baño. Más adelante comenzó a salir a la hora de comer y de cenar, por pura cortesía hacia sus tíos, ya que el remordimiento y el sentimiento de carga no había tardado en llegar, sucesivo al duelo.

—Gracias, tía. Está todo riquísimo, de verdad.

Capella era una cocinera de primera. No por nada había conseguido reflotar el Caldero Chorreante.

Ella le sonrió en agradecimiento, e hizo el signo que Caelum había aprendido que significaba «gracias». Su tía se había quedado muda tras la guerra y no había sido hasta un año atrás que había descubierto que fue por culpa de Peter Pettigrew. La ausencia de su voz no era ningún impedimento para ella, pues se había esforzado como nunca por mejorar en los hechizos no verbales, y cuando alguien no conocía el lenguaje de signos escribía lo justo y necesario en una libreta que llevaba siempre encima. Caelum llevaba aprendiéndolo poco a poco desde que conoció a Zoe, pero estas semanas había estado esforzándose más para agradecer la hospitalidad de su tía.

Caelum se levantó y al mismo tiempo retiró su plato de la mesa. Elliott, quien había terminado la cena hacía un rato, ya se había ido a su habitación. Holly miraba con abatimiento la ganchada de arroz con verduras que su madre le había hecho coger diez minutos atrás. Zoe estaba batallando con la batidora, pues se había prometido a sí misma y al resto que los batidos iban a estar listos para el postre y ahora estaba agobiada porque no le salían como esperaba, pero para su suerte Gordon ya estaba saliendo a su rescate. De las dos personas que quedaban cenando, una era Remus Lupin, quien iba terminando su tercer plato.

—Totalmente de acuerdo, Ella. Era lo que necesitaba para reponerme de la luna llena de anoche.

A Caelum se le hacía extraño ver a su antiguo profesor en la casa de sus tíos. por supuesto, conocía de antemano que eran viejos amigos. Era lo primero que Zoe le había contado el año que el profesor Lupin les dio Defensa Contra las Artes Oscuras. De hecho, Lupin era el padrino de Zoe, y la chica lo adoraba profundamente. No le contó que era un hombre lobo porque era un tema que había afectado negativamente al hombre a lo largo de toda su vida, pero todo el colegio acabó enterándose igual cuando Snape decidió pregonarlo a final de curso. A Caelum le había sorprendido darse cuenta de lo poco que le importaba el estado de su profesor, a pesar de los prejuicios existentes en el mundo mágico.

Y, por si quedaba alguna duda de quién ocupaba el lugar junto a su antiguo compañero de aventuras, ese era Sirius Black. También conocido como el tío de Caelum, exprófugo de la justicia, y exprisionero de Azkaban encarcelado, a la vista de recientes acontecimientos, injustamente. Esa parte no le había costado mucho procesarla. Los Black siempre habían tenido claro que Sirius jamás estuvo del lado de Quien No Debe Ser Nombrado. Aun así, descubrir toda la verdad detrás de la muerte de los padres de Harry Potter, sí había resultado complicado de asimilar, debido a la sobrecarga de información en un momento tan delicado.

Ahora bien, todavía no sabía cómo comportarse alrededor de su tío. Caelum tenía calados a todos menos a él, porque Sirius siempre salía con una diferente. Era el único que parecía incómodo en su presencia, y entendía el porqué. Capella, aunque reconocía que la relación con su primo guardaba una complejidad asombrosa, lo quería como a nadie. Siempre habían sido los rebeldes de la familia. Recuperarse el uno al otro después de doce años... Y Lupin. Caelum, que no tenía buen ojo para este tipo de cosas, había tardado en darse cuenta de que algo se cocía entre los dos adultos. Nadie le había confirmado ni negado nada, pero la complicidad que existía entre ellos era innegable hasta para él, que poco se relacionaba con los dos hombres.

El resto de la familia le había acabado conociendo antes o después, pero ya que Sirius llevaba viviendo a intervalos con ellos desde el año anterior, no era un desconocido para ninguno. Incluso Elliott, el más reservado de sus primos, a quien la gente en general no parecía agradarle en exceso, se veía cómodo al lado de Sirius.

Aquella noche parecía que iba a ser uno de esos momentos donde Caelum no podía evitar quedarse a solas con Sirius. Se había ofrecido a limpiar y recoger la cocina y eran los únicos que quedaban. Sirius estaba fumando al lado de la ventana abierta, sentado de costado y apoyando el codo del brazo que sujetaba el cigarrillo en el respaldo de la silla. Caelum era consciente de la incipiente mirada de su tío sobre su nuca.

—¿Sabes qué fue lo primero que hice después de salir de Azkaban? Después de llegar a Reino Unido, claro...

Sirius siempre le sorprendía con comentarios así de espontáneos y fuera de lugar.

—¿El qué?

—Robar un paquete de tabaco. Merlín creía que Azkaban sería suficiente para quitarle el vicio al hombre, pero hace falta más que doce años encerrado.

Sirius soltó una risa tras su propio comentario. Caelum le miró de reojo al tiempo que se reía algo forzado. Le llegó una bocanada de humo y no pudo evitar aspirar más fuerte.

Otra de las cosas que recordaba de esos días era que se había fumado todas las cajetillas que le quedaban, y que llevaba dos días sin fumar por miedo a que sus tíos lo descubrieran. Era muy difícil para él mantener la compostura mientras Sirius disfrutaba de su cigarro.

Por supuesto, ese detalle no había pasado desapercibido por el adulto.

—¿Tienes quince años, no? Como Harry.

—Sí, vamos al mismo curso.

Sirius sonrió enseñando los dientes. Se veían más amarillentos de lo que deberían estar unos dientes sanos, pero Sirius no podía quejarse mucho más de su apariencia, teniendo en cuenta la década que había pasado en prisión. Era un hombre muy apuesto, sobre todo ahora que ya no andaba mendigando por los alrededores de Hogwarts en busca de venganza, y tenía más tiempo de cuidarse.

—Eres lo suficientemente mayor para esto, entonces. Toma, lo estás deseando.

Caelum dejó el último plato en el escurridor y giró por completo el cuerpo, enfrentando a su tío. Le tendía un cigarro. Receloso, porque no creía que un adulto estuviera ofreciéndole tabaco, lo aceptó. Sirius se lo encendió con la punta de la varita, y Caelum sintió con alivio cómo el humo entraba a sus pulmones.

Era una adicción horrible, lo sabía, llevaba dos años sabiéndolo.

—Yo empecé a los quince. Mi madre me encontró esas Navidades con un canuto y fueron unas vacaciones de lo más entretenidas.

—Mis padres no lo saben. Creo. —Tampoco sabía si iba a importarles realmente que se matara los pulmones—. Ni Capella, ni Gordon, así que...

—No voy a decirles nada. ¿Por qué clase de traidor me tomas? —Sirius volvió a reírse con su chiste, y esta vez Caelum se le unió con algo más de ganas—. Puedes confiar en mí.

Sus palabras iban algo más allá de aquel secretillo. Sirius era una persona muy perspicaz, no era de extrañar que hubiera notado la incomodidad de Caelum esas semanas.

A los siguientes minutos los acompañó el silencio. Caelum no tenía claro qué día del mes era, pero debía de ser bien entrado julio. Entraba fresco por la ventana, pero no lo suficiente para que hiciera falta cerrarla cuando Sirius se acabó su cigarro. Se despidió de su sobrino con unas palmadas en el hombro y desapareció por la puerta.

Caelum aprovechó hasta la última calada antes de irse a la cama.

Aquella noche, Caelum soñó con barcos piratas, y se levantó con los ojos llorosos. Lo primero que hizo fue llamar a Shafiq y este, obediente, acudió a su regazo y se dejó acariciar.

Esto tenía una explicación, y no era que el chico tuviera un miedo irracional a los piratas o a los barcos. Hacía un par de días, había desbloqueado un recuerdo sobre su hermana mayor: había encontrado en la estantería del salón un libro que se le hacía extrañamente familiar. «Isla Solitaria». El lomo raído y el dibujo de un niño rubio con un parche en el ojo lo llevaron de vuelta a cuando aún era un crío y Aquila le leía cuentos muggles que nunca había sabido de dónde podría haberlos sacado.

Ahora podía hacerse una idea.

Este, en particular, era su favorito. Aquila se lo leía tanto, que Caelum comenzaba a recitar alguna frase suelta a la par que su hermana. Un pequeño pirata huía de un grupo de piratas malvados, que lo perseguían. Navegaba por el océano y se enfrentaba a sus enemigos con su fiel espada y su ingenio. Un buen día, el pequeño pirata arribó una isla desierta, y descubrió un secreto mil veces más valioso que el oro: aquella isla solo podía pisarla él, por lo que aquellos que le perseguían jamás le alcanzarían.

Sin embargo, la moraleja del cuento era que cada moneda tenía dos caras: sus amigos tampoco podrían llegar nunca a la isla, por lo que se sentía muy solo y aburrido.

Algo parecido le había ocurrido a Caelum. Había encontrado su isla, después de abandonar su casa e irse con su tía, pero a costa de perder la compañía de su hermana.

—¡Caelum, tenemos visita!

El grito emocionado de Zoe en lo bajo de las escaleras devolvió al chico a la realidad. Se vistió con rapidez, se pasó los dedos por el pelo para peinarse como meramente pudo, y bajó al salón. Lo que no esperaba era ver a Harry Potter con su baúl y la jaula de Hedwig, su lechuza, hablando efusivamente con Sirius. A su tío se le habían iluminado los ojos tan solo viendo a Harry, y no se le borraba la sonrisa de la cara.

—Harry va a quedarse una temporada —informó Gordon—. ¿No te importa que duerma contigo, no, Caelum? Voy a subir otra cama a la habitación.

Caelum asintió. Llevaba cuatro años compartiendo dormitorio con Harry, podía hacerse a la idea. Echaría de menos su soledad, pero admitía que era hora de salir un poco más de la burbuja que había creado a su alrededor.

Harry, que había oído su nombre y reparado en la presencia de su compañero, zanjó su conversación con Sirius y se acercó a saludar muy sonriente.

—Hola, Caelum. Mis abuelos me han dejado pasar aquí el resto del verano, para estar cerca de la Orden del Fénix y todo eso. Me costó lo suyo convencerles de que Sirius no tenía nada que ver con la muerte de mis padres, pero ahora entienden que quiera pasar con él más tiempo.

Caelum no se acostumbraba a oír «la Orden del Fénix» de boca de gente que estaba, precisamente, de su lado, e incluso había participado en ella. Sabía que en la casa se habían celebrado unas cuantas reuniones, y que miembros de la Orden se pasaban de vez en cuando, pero había estado tan aislado que a veces se le olvidaba.

Lo que más le extrañaba era lo contento que Harry estaba. No era un secreto para nadie que la credibilidad de Harry Potter estaba por los suelos. El Profeta se burlaba de él y su alarma sobre el regreso del Innombrable y casi toda la población mágica era reacia a creerle. Nadie quería aceptar la posibilidad de su regreso.

Tampoco iba a preguntarle y cortar el cálido clima que se había creado en la casa. Todos parecían entusiasmados de acoger a Harry como a uno más. Estaba claro que Sirius era el que más.

Caelum y Harry compartían casa, cuarto y clases en Hogwarts. Se llevaban bien, hablaban de vez en cuando en la sala común o en el Gran Comedor, y se reían de las tonterías de los chicos cuando trasnochaban los fines de semana. Aun así, nunca se habían considerado amigos cercanos. Harry pasaba todo su tiempo con Ron Weasley y Hermione Granger desde que entró al colegio. Ocasionalmente, Neville Longbottom se unía a sus aventuras, pero siempre acababa mal parado, como cualquiera que se metiera en medio de lo que el trío dorado tramara. Neville era el más cercano a ellos del grupo de amigos que compartía con Caelum, del cual también formaban parte Seamus Finnigan, Dean Thomas, Parvati Patil y Lavender Brown.

—¿Cómo llevas todo? —le preguntó Harry mientras Caelum le ayudaba a acomodar sus cosas en la habitación. No era muy grande, pero cabían perfectamente—. Vaya estupidez de pregunta, la verdad.

Caelum le dedicó una sonrisa apretada. Se sentó en su cama, la cual había tenido que mover para que cupiera otra, y apoyó ambos brazos en el colchón. Shafiq los observaba, atento, desde lo alto del armario. Debido a la tenue luz y a su oscuro pelaje negro, solo se divisaban dos ojos verdosos y luminosos.

—Mal, pero algo mejor poco a poco. ¿Y tú?

—¿Lo dices porque estás hablando con El Niño Que Mintió? Bien. Al principio estaba cabreado con todos, sobre todo con Fudge, pero me da igual lo que piensen.

—Acabarán dándose cuenta ellos mismos de la realidad —respondió Caelum, y tragó saliva para no atragantarse. Era un tema delicado para los dos—. Oye, Harry, no hemos hablado desde... lo de mi hermana. ¿Puedo preguntarte una cosa?

Harry, que temía tener que dar detalles escabrosos sobre la noche que vio morir a Aquila Black, acabó por asentir, sintiendo lástima por el pobre chico.

—Viste a mi padre esa noche, ¿verdad?

Él le miró de reojo antes de responder:

—Sí. Estaba ahí.

Era la primera vez que veía a Eridanus Black. No había sido un mortífago muy memorable, incluso se había librado de todos sus cargos al finalizar la guerra, así que no había sabido qué pinta tenía hasta que lo vio en Hogwarts. Pudo reconocerle al instante entre los mortífagos que acudieron a la llamada de su amo, incluso antes de que se quitara la máscara.

Vio el más salvaje dolor en los ojos de aquel hombre. Probablemente aquel fuese el momento en que más sentimientos hubieran emitido desde hacía tiempo. Voldemort le prometió gloria tras darse cuenta de a quién le había arrebatado la vida. Le aseguró que algo así no se repetiría con la sola condición de la ciega lealtad. Harry estaba muy ocupado tratando de salvar su vida, y algunos detalles escapaban de su atención y comprensión, pero reconocía que algo se había removido en el interior de Eridanus Black aquella noche. Algo en su mente se había encendido para no intentar cobrar venganza en ese preciso instante.

Había tantas cosas que escapaban de su comprensión, que sería inútil enumerarlas.

Harry sabía leer las situaciones mejor que Caelum, y pudo darse cuenta de que el chico quería estar solo. Aun así, no le hizo falta escabullirse de la habitación con alguna excusa, puesto que Caelum se despidió escuetamente y abrió la trampilla que funcionaba como puerta, bajando las escaleras que llevaban a un pequeño pasillo por el que se llegaba al salón.

Vio el libro en mitad de la estantería. Juraría que brillaba, aunque también podía ser porque sus ojos volvían a estar llorosos y los borrones en lo que había quedado sumergida su visión se alargaban e iluminaban a lo alto y a lo ancho. Tragó saliva y se rascó el cuello, tratando de no dejar caer las lágrimas porque no sabía quién estaba en casa.

Gordon se había marchado a trabajar poco después de la llegada de Harry. Sirius estaba echándose una siesta. Zoe y los mellizos se habían ido al Callejón Diagon con Remus. Capella...

Estaba en el umbral de la puerta de la cocina, mirándole mientras él mantenía fija su vista sobre la estantería. Como su tía no podía llamarle desde lejos, sobresaltó a Caelum apoyando una mano sobre su hombro. Sabía qué le había llamado tanto la atención.

—Estoy bien —mintió Caelum, pasándose el pulgar y el índice por ambos lagrimales al mismo tiempo. Se sorbió la nariz y lo repitió—: Bien.

Capella negó con la cabeza.

«¿Miras los libros?», signó.

—Sí. —No tenía sentido negarlo.

«Yo se los mandaba a Aquila».

Cuando Capella quería nombrar a Aquila, colocaba su pulgar izquierdo por debajo del índice de forma casi perpendicular, y alineaba el resto con el índice. Se suponía que la forma se parecía a la constelación que le daba nombre.

Había llegado a la conclusión de que Aquila sacaba los libros de su tía un par de días atrás, pero la confirmación de Capella le golpeó igual de fuerte. Eridanus hablaba muy poco de ella, y jamás se le habría cruzado por la mente la posibilidad de que Capella y Aquila hubieran podido mantener algún tipo de contacto. De hecho, Caelum no se enteró de que tenían más tías, aparte de Nashira y Perseus, hasta que no vieron sus caras chamuscadas en el tapiz de Grimmauld Place. Sabían que en la familia borraba a los traidores porque venían bien advertidos desde pequeños, pero ver sus nombres bajo un circulo negro era bastante impactante para ellos a tempranas edades. Para algunos más que para otros.

Eridanus les había hablado de su tío Perseus, a quien no conocían porque encerraron en Azkaban durante la guerra. Obviamente, conocía de primera mano a su tía Nashira, casada con Cetus, quien, además, se trataba del primo segundo de la mujer. La endogamia no era tan extraña en su familia, por desgracia, no eran los primeros, y no sabía si serían los últimos. Para ser justos, todas las familias sangre pura compartían sangre entre ellos, lo único que cambiaba era el apellido.

Pero no fue hasta que sus hijos preguntaron que él les contó quiénes eran Capella y Deneb Black. La palabra «traidoras» salió de su boca la primera vez que habló de ellas. Capella, al menos, se había casado con otro sangre pura, Gordon Bellchant, y sus hijos no tenían la sangre podrida. Deneb estaba internada en San Mungo desde hacía años, y nunca les había contado el porqué, pero había sido una irresponsabilidad.

Otras veces, cuando hablaba de ellas, no había palabras ofensivas de por medio, y el tono que su padre empleaba era mucho menos brusco y más familiar. A medida que avanzaba el tiempo, esto ocurría menos. Les enseñó alguna foto de cuando eran más pequeñas. Capella, aunque ahora se había convertido en adulta, conservaba muy bien sus facciones, sus pecas y sus oscuros rizos. La foto más actual que había visto era una en la que él mismo salía con apenas unos meses de vida. Con Deneb, sin embargo, no tenía ninguna comparativa. En ninguna foto superaba los once porque fue a esa edad que huyó de casa con Capella. Lo único que sabía con certeza era que Holly era una copia de su tía Deneb, solo que con pecas y ojos azul eléctrico.

Cuando Caelum estaba con su tía Capella, le costaba creer todas aquellas maldades que los Black aseguraban de ella.

Le sonreía con cierta tristeza, entendiendo el sufrimiento por el que estaba pasando. Caelum echó otro vistazo al lomo del libro del pirata. No sabía cómo darle las gracias a Capella por conseguir que no estuviera tan solo en su isla solitaria.















he tardado poco pero NO OS ACOSTUMBREIS

espero que os guste en verdad estoy emocionadaaaaa echaba tanto de menos a todos mis niños

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