Ocho. Invencible
—¿Estáis seguros de que es aquí? —dijo Lavender, observando la larga pared de piedra con recelo.
—Tienes que pasar tres veces por delante del muro para que se abra, Lav, no seas impaciente —replicó Dean, inusualmente feliz, y le empujó la espalda para que avanzara.
Harry había hablado con Caelum esa misma mañana, citándolos a todos en una supuesta sala tras esos muros a las 8 de la noche. Se sentía un idiota andando de un lado para el otro, aunque esa sensación desapareció cuando una gran puerta de madera se materializó frente a sus narices.
Ginny fue la primera en entrar, sujetando el pomo con firmeza. Caelum pasó junto a Neville y Parvati, y los otros tres (Lavender, Dean y Seamus), que estaban haciendo el tonto, fueron los últimos. Quedaron boquiabiertos nada más echarle un vistazo a las altas paredes repletas de estanterías que contaban con todo tipo de cachivaches, las colchonetas que se acumulaban en una esquina y la luminosidad del lugar.
—¡Vaya! —exclamó Dean—. ¿Qué es esto?
—Esta sala normalmente está oculta —empezó a explicar Harry—, pero...
Se interrumpió porque acababa de llegar más gente. A Zoe le acompañaba ni más ni menos que Cedric Diggory. El hecho de ver al chico siendo acompañado por alguien sorprendió a más de uno en aquella sala, pero Caelum, que conocía la bondad de su prima, suponía que Zoe había intentado amenizar el camino a unas clases que iban a recordarle, seguramente, a Aquila.
Detrás de ellos, apenas mirando a su alrededor en contraposición con el asombro que los demás mostraban, entró Camille Avery.
Todo el que llegaba iba tomando asiento en los cojines dispuestos por el suelo. Parvati tiró del que Caelum iba a sentarse y se calló de culo al duro suelo. Él tomó venganza empujándola y, sin querer, hizo que se chocara con Cho. No sabía por qué pensó que ella se molestaría. Cho solo se rio y le dijo a Parvati que no pasaba nada cuando ella se disculpó. Después dirigió toda su atención a Harry, que seguía intentando dar explicaciones a medida que se sentaban y hablaban los unos con los otros. Caelum se mordió la lengua.
El ruido que Harry hizo al girar la llave de la cerradura de la puerta fue suficiente para conseguir que todos guardaran silencio.
—Bueno —dijo el chico, visiblemente nervioso—. Este es el sitio que hemos encontrado para nuestras sesiones de prácticas, y por lo que veo... todos lo aprobáis.
—¡Es fantástico! —exclamó Cho, y varias personas expresaron también su aprobación.
—Qué raro —comentó Fred echando un vistazo a su alrededor con la frente arrugada—. Una vez nos escondimos de Filch aquí, ¿te acuerdas, George? Pero entonces esto no era más que un armario de escobas.
La primera parte de la reunión se basó en confirmar que Harry sería el líder y en elegir un nombre para el grupo. Se decantaron por el Ejército de Dumbledore, porque eso era lo que más temía el Ministerio que hicieran.
—Muy bien —dijo Harry—, ¿empezamos a practicar? He pensado que lo primero que deberíamos hacer es practicar el Expelliarmus, es decir, el encantamiento de desarme. Ya sé que es muy elemental, pero lo encontré muy útil...
—¡Vaya, hombre! —exclamó Zacharias Smith mirando al techo y cruzándose de brazos—. No creo que el Expelliarmus nos ayude mucho si tenemos que enfrentarnos a Quien Tú Sabes.
—Yo lo utilicé contra él —acalló Harry con serenidad—. En junio, ese encantamiento me salvó la vida. —Smith se quedó con la boca abierta y cara de estúpido—. Pero si crees que está por debajo de tus conocimientos, puedes marcharte. —Smith no se movió. Los demás tampoco—. Bien. Podríamos dividirnos en parejas y practicar.
Eran impares. Caelum lo descubrió porque, una vez todos habían escogido a alguien, la única que quedaba sola era Camille. El impulso salió desde lo más profundo de su estómago, pero no pudo frenarlo:
—Avery —la llamó. Ella alzó la mirada en su dirección—. ¿Te quieres poner con nosotros?
Neville miró a Caelum con terror, como si se hubiera vuelto completamente loco al invitar a una Slytherin a unirse a ellos. Caelum le hizo un gesto tranquilizador mientras Camille se acercaba, recelosa, al par de chicos.
—¿Tú quieres que vaya con vosotros? —preguntó la rubia, incrédula, frunciendo el ceño.
—Sí —respondió Caelum con firmeza, al tiempo que Neville tragaba saliva y se escondía un poco detrás de él, de forma inconsciente.
Neville se salvó cuando Harry le dijo que iría con él, así que Caelum se quedó solo con Camille. Entendía, de cierto modo, el miedo de Neville hacia la rubia: era intimidante. Si él no la conociera como la mejor amiga de su hermana, no se habría atrevido a decirle nada. Todavía recordaba la mirada que le había lanzado en Hogsmeade, sus ojos buscaban algo en él y no sabía descifrar si era algo agradable o peligroso.
Camille le desarmó a la primera. Y a la segunda. Caelum casi salió disparado a la tercera tras su varita. A la cuarta, Camille se distrajo cuando Harry la felicitó (fue como si saliera de una ensoñación, estaba totalmente concentrada en su objetivo), y Caelum cayó hacia atrás en el suelo. Uno de los libros que salía disparado de los estantes, golpeados por hechizos mal ejecutados, le golpeó la cabeza, y Caelum se preguntó qué había hecho para merecer aquello.
Hasta que lo vio. Lo que estaba haciendo era no prestar atención. Ese libro no se había caído por azar, había sido culpa de Cedric porque había perdido al completo su concentración y se había acercado a un espejo apoyado en la pared más alejada del resto. Zoe trataba de recuperar su varita no muy lejos de ahí, pues se había quedado tirada en lo alto de una estantería.
Caelum se acercó a Cedric, pero deseó no haberlo hecho. El chico sujetaba entre el pulgar y el índice una pequeña fotografía que había sacado del marco del espejo, pues sobre él había varios recortes de periódico y otras declaraciones. Una de las fotografías era de la Orden del Fénix original, Caelum reconocía a Capella, a Gordon y a Sirius. Pero la que Cedric sostenía era de Aquila, con el uniforme del Torneo de los Tres Magos, posando con una sonrisa de oreja a oreja implantada en el rostro.
Sonreía como si fuera invencible.
Por unos segundos, Caelum se quedó mirando la fotografía, sin que Cedric notara su presencia.
Él se sentía totalmente derrotado, porque conocía de primera mano cómo aquella sonrisa podía derrumbarse en segundos.
El chiflido de un silbato resonó por toda la sala, obligando a Caelum a levantar los ojos de la foto y sacando, a su vez, a Cedric de su enmudecimiento. Los gritos de Expelliarmus también cesaron y todos se giraron hacia Harry, quien les había llamado la atención.
—Bueno, ha estado muy bien —comentó Harry—, pero la sesión se ha prolongado más de lo previsto. Tenemos que dejarlo aquí. ¿Quedamos la semana que viene a la misma hora en el mismo sitio?
—¡Antes! —exclamó Dean con entusiasmo, y muchos otros asintieron con la cabeza, de acuerdo.
Angelina Johnson, en cambio, dijo:
—¡La temporada de quidditch está a punto de empezar y el equipo también tiene que practicar!
—Entonces el próximo miércoles por la noche —determinó Harry—. Ya decidiremos si hacemos alguna reunión adicional. ¡Ahora será mejor que nos vayamos!
Caelum observó de reojo a Cedric colocando cuidadosamente la foto en su lugar, pasando los dedos por encima para alisarla. Todos se estaban acercando a la salida, mientras Harry sacaba un pergamino de la túnica y lo revisaba a escondidas, indicando a la gente cuándo podía salir, en grupos de tres o cuatro.
Pero Cedric no se movía. Zoe lo esperaba en la puerta junto a Camille, a pesar de no estar dirigiéndose una sola palabra. Probablemente iban a salir juntos porque sus salas comunes estaban cerca.
—Hay que irse, Cedric —lo llamó Caelum con cautela. Se sentía un intruso. Como si estuviera interrumpiendo un momento íntimo.
Cedric se giró. No tenía lágrimas en los ojos. Su expresión no denotaba ni tristeza, ni enfado, ni locura. Casi aburrimiento. Como si se hubiera sumergido en un ciclo de continuo dolor y se acabara de acostumbrar a él.
—Quedan tres semanas —susurró Cedric, antes de empezar a caminar hacia la salida.
A Caelum le costó entender a lo que Cedric se refería con aquello. No fue hasta que hubo salido a los pasillos que cayó en la cuenta.
En tres semanas sería Halloween.
El cumpleaños de Aquila. El primero sin ella.
Las tres reuniones del Ejército de Dumbledore que transcurrieron en lo que restaba de octubre fueron iguales. Empezaban con entusiasmo, Caelum se animaba pensando que aprendería algo nuevo. Y después se llevaba el tortazo.
Durante la primera y la segunda perfeccionaron el encantamiento de desarme. Cómo caer y levantarse para seguir combatiendo.
En la tercera, Caelum aprendió que a veces te caías tan fuerte que no te podías volver a levantar.
Cedric asistió a esa reunión con el pelo rapado igual que a principios de curso, y cada vez que alguien le rozaba el brazo o le preguntaba algo, saltaba hacia atrás. Faltaba un día para el 31. Un día para el aniversario del comienzo de la caída en desgracia de Cedric y Caelum.
La víspera no fue nada en comparación con Halloween. Caelum se despertó cuando sonó el despertador. No salió de la cama. Dean y Seamus insistieron en que bajara a desayunar antes de ir a clase. Ni se movió entonces ni asistió a las clases de la mañana. Y, para qué mentir, tampoco a las de la tarde.
—¿Cuánto llevas aquí?
Caelum no se sobresaltó a pesar de haberse olvidado de la presencia de alguien más en la habitación. Había escuchado unas pisadas, pero había perdido la noción del tiempo estando escondido bajo el edredón.
—¿Qué hora es? —preguntó Caelum en respuesta.
—Las ocho de la noche.
—Veintiún horas.
Harry le destapó y Caelum gruñó.
—¿No has comido nada en todo ese tiempo?
—Neville me ha subido comida al mediodía —se defendió Caelum, enterrando la cara en la almohada. Había demasiada luz—. Tápame otra vez.
—No. Levántate.
Por mucho que tirara de su hombro, Caelum no tenía ninguna intención de ponerse en pie. ¿Para qué iba a hacerlo? ¿No podían dejarle un día de luto en el que sumirse en sus desgracias? Estaba seguro de que nadie estaba metiéndose con Cedric en ese instante, que todo el mundo le había dejado tranquilo en su cama. Porque a todo el mundo le daba pena Cedric, todos se compadecían del pobre chico que había perdido a su novia.
—Déjame en paz, Harry.
Caelum levantó la cabeza con la única intención de echar a Harry de su cama. Lo que se encontró era con que él le respondía la mirada con ojos cansados y rastros de haber estado llorando.
—¿Qué te pasa? —dijo sin pensar, con más suavidad de la que había hablado a nadie en todo el día.
Harry tardó un poco en responder:
—Hace catorce años que se murieron mis padres.
Caelum cerró los labios y tragó saliva. La mano de Harry, que había estado zarandeándole el hombro, se deslizó por su brazo hasta caer en el colchón. Él, que estaba de cuclillas, se levantó lo justo para sentarse a su lado.
Quería decirle que lo sentía. Que comprendía su dolor y que todo pasaría. Pero sería una hipocresía y puras palabras vacías, porque para él mismo no cabía tal cosa.
—Es una mierda —dijo en su lugar.
Harry dejó caer su espalda, quedando igual que Caelum. El rubio apoyó sus manos sobre su propio estómago y se mordió el labio para arrancarse las pielecillas muertas. Pronto regresó el regustillo metálico a su paladar.
—A veces desearía no haberme enterado nunca —murmuró Harry—. Que mis abuelos no me hubieran dicho nada de este mundo.
Entonces no me habrías conocido.
—Entonces no habrías conocido a Ron ni a Hermione. Ni a Cho —añadió entre dientes.
—Me daría igual. No sabría de su existencia.
—No lo dices en serio.
Harry no volvió a contestar.
Caelum pensó que, si Harry había comenzado a abrirse, él también podría.
—A veces me gustaría ser igual que mi familia.
Si creyera en la pureza de sangre todo sería más fácil.
—Serías un capullo integral.
Caelum se encogió de hombros, a duras penas.
—Voldemort me aterra —dijo entonces Harry, girando la espalda hasta quedar de costado.
—A mi padre le ocurre algo extraño —reconoció Caelum, colocándose en la misma posición, frente a frente.
—Mi abuelo está enfermo.
—No lloro lo suficiente por Aquila.
—Tengo que empezar una revolución.
—Quiero ser invencible.
Harry apoyó una mano sobre las de Caelum sin perder el tiempo en añadir:
—Me encanta cómo tocas la guitarra.
—Tú dibujas genial.
—Creo que también me gustan los chicos.
A Caelum se le cortó la respiración y no añadió nada más a esa lista de confesiones que parecía que nunca iba a acabarse.
Harry le estaba mirando tan intensamente a los labios que pensó que estaba soñando. Ni en un millón de años se hubiera imaginado a Harry confesando tal cosa. Unos centímetros. Eso era todo lo que había entre sus rostros desde que Harry se había colocado a su lado y no le despegaba la vista de encima.
La mano de Harry seguía sobre la suya.
Y Caelum flotaba en el espacio. Pero su cuerpo se rompió en estrellas al dar de bruces con la realidad.
Harry tiene novia.
Solo estaba construyendo castillos en el aire.
Caelum hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para apartarse, tirar de la mano de Harry hacia arriba y hacer que ambos se levantaran de la cama. Harry lucía perdido, como si acabara de darse cuenta de lo que había dicho. Pero Caelum no le miró directamente, solo se echó la túnica del abrigo por encima y siguió tirando de Harry hasta salir de la habitación.
Si de verdad su cuerpo se había roto en estrellas, ahora Caelum quería verlas resplandeciendo en el cielo. Necesitaba aferrarse a las motas brillantes del firmamento. Aquila siempre estaba hablando de ellas, decía que encontraba comfort.
Alguien más había pensado lo mismo. Alguien que conocía a Aquila igual o incluso mejor, porque no se había llegado a separar de ella. No hasta cuatro meses atrás.
—Deberíamos irnos antes de que nos vea —musitó Caelum.
Cedric estaba llorando, tumbado en el suelo y retorciendo algo entre sus manos. Tenía los ojos cerrados, pero señalaba débilmente al cielo estrellado.
Escuchaba sus sollozos y la forma en la que mencionaba el nombre de Aquila, con pesadumbre, con añoranza, con la voz rota.
Ellos se marcharon, pero Cedric se quedó ahí. Lo único que cabía en su corazón esa noche era desamor y polvo de estrellas.
Maldecía el día en que creyó que nada podía vencer al amor.
La temporada de quidditch en Hogwarts siempre se abría con el partido de Gryffindor contra Slytherin. Los días previos el castillo se sumergía en un clima de competitividad que iba más allá del deporte: en las clases, todos intentaban sacar más puntos que los demás; en los recreos, las pandillas se juntaban para cuchichear y mirar con desprecio a la casa rival; y, en el Gran Comedor, no pasaban más de tres minutos sin que alguien mencionara el partido y comenzaran los alardeos y las amenazas.
Y en esa temple atmósfera en la que estaban metidos fue que llegó el primer fin de semana de noviembre. La mesa de Gryffindor al completo se había vestido con los colores de la casa (rojo y dorado), siendo lo primero que llamaba la atención al entrar al Gran Comedor a la hora del desayuno. En Slytherin ocurría lo mismo, solo que ellos iban de verde y plateado y abucheaban a los leones a medida que entraban en la sala.
Caelum levantó la vista nada más sentarse para admirar el cielo despejado de aquella mañana. Hacía meses que no veía un cielo libre de nubes, y parecía que había querido acompañarles únicamente en una ocasión especial. Pondría la mano en el fuego por que, al día siguiente, volvería a nublarse.
—¿Qué es lo que dice en las insignias de los de Slytherin? —preguntó Dean, a su lado, entrecerrando los ojos para intentar leer las letras grabadas en aquellos objetos en forma de corona.
—«A Weasley vamos a coronar» —leyó Caelum, frunciendo el ceño—. No lo entiendo, pero dudo que sea nada bueno.
—Como pretendan distraer a Ron con eso y perdamos por sus sucios juegos... —gruñó Seamus, apretando el cuchillo con el que se untaba la mantequilla en el puño. Él, de todo el grupo, era quien más en serio se tomaba el quidditch.
—No me extrañaría en lo absoluto —dijo Lavender, dejando a un lado su vaso de zumo de calabaza para reclinar la espalda y poder observar mejor a los miembros del equipo—. Espero que no le afecte mucho.
—Venga, no será para tanto... —Parvati se asomó, imitando a su amiga, y vio a Ron contemplando su tazón de leche como si quisiera ahogarse en él—. Estamos perdidos.
No tardaron en salir hacia las gradas, ya que querían coger un buen sitio, donde nada se interpusiera en su campo de visión. Dean había pintado unas pancartas para animar al equipo, y las blandieron con alegría cuando los siete entraron al campo. Angelina Johnson, la capitana de Gryffindor, le dio la mano a Montague, el de Slytherin. Las catorce escobas se alzaron en el aire al mismo tiempo, al sonar el silbato de la señora Hooch.
Fue un partido lleno de trampas, para variar. Lo que los Slytherin se dedicaron a hacer fue tratar de humillar a Ron, cantando una canción muy poco amable. Aquello disminuyó la moral de Ron tanto que se le colaban todas las pelotas.
Sin embargo, Harry no tardó en encontrar la snitch y abalanzarse sobre ella, con la mala suerte de que una bludger disparada por Crabbe le golpeó en la espalda, derribándolo de la escoba. Caelum se puso de puntillas, alarmado, pero Harry se levantó del suelo con la snitch en la mano.
Habían ganado el partido.
Aunque nadie en las gradas supo qué fue lo que Draco Malfoy dijo que tanto enfadó a Harry y a los gemelos Weasley (estaban ocupados celebrando la victoria), este fue tal que acabó en una pelea que los sacó de sus gritos de júbilo. Harry y George se lanzaron contra Draco, arreándole varios puñetazos, hasta que la señora Hooch acudió a poner paz, y mandó fuera del campo a los dos chicos.
No pintaba nada bien. A Nashira no iba a gustarle que hubieran atacado a su sobrino. Sobre todo teniendo en cuenta lo cercana que era con Narcissa, la madre de Draco, y el poco aprecio que le tenía a los Potter y a los Weasley.
—Lo decís de broma.
—No, que no puede ser en serio.
—Tíos, no puede hacer eso. Se ha pasado tres pueblos. Es...
—¡Callaros ya! —gritó Angelina, en medio de todas las quejas en las que la sala común había quedado inmersa.
A la chica se le saltaban las lágrimas, tan afligida por lo que Harry, George y Fred acababan de contarles que no podía esconderlas.
—Te dije que no te metieras en problemas. —Señaló a Harry con un dedo acusatorio—. ¡Os lo digo a todos siempre, y ahora nos hemos quedado fuera de la temporada!
Harry estaba tan cabreado que ni aun respirando profundamente y cerrando los puños se tranquilizaba un ápice. Era lo más normal del mundo, teniendo en cuenta que todos les reprochaban en lugar de felicitarles por el partido, como debería haber sido.
Pero no, porque la victoria quedaba obsoleta. Nashira había vetado al equipo de Gryffindor al completo para todo el curso escolar.
Angelina se dejó caer en un sillón, llevándose las manos a la cara porque sus sollozos eran imposibles de retener. Alicia Spinnet, a su lado, la abrazaba de costado y le susurraba algo al oído. Katie Bell hablaba con su grupo de amigas, muy preocupada, mientras ellas la intentaban animar.
Los gemelos no se habían quedado, habían subido directamente a su habitación después de gritar improperios contra Nashira. El portazo se había oído desde abajo, y Lee Jordan no tardó en acompañar a sus amigos.
Harry, después de ver cómo había quedado la sala, también quiso desaparecer de ahí. Pero la gente no dejaba de atosigarle a preguntas, acercándose a él para pedirle explicaciones sobre lo ocurrido. Por eso Caelum acudió a su rescate. Aunque desde aquella extraña conversación que habían tenido en Halloween se le hacía difícil mirarlo, hizo un esfuerzo.
—Harry tiene que irse a descansar, dejadlo en paz —les dijo a dos chicos de sexto, que estaban siendo especialmente agotadores porque culpaban a Harry del veto.
—¿Necesitas un guardaespaldas, Potter?
—¿Acaso quieres acabar como Malfoy? Porque se me está agotando la paciencia —gruñó Harry.
Caelum agarró a Harry por el brazo y tiró de él hacia atrás para sacarlo antes de que hiciera algo que derivara en un castigo peor. El chico se dejó arrastrar hasta las escaleras, y ambos hicieron oídos sordos a cualquiera que se les acercara.
En cuanto cerraron la puerta del dormitorio, Harry se dejó caer en el suelo. Escondió su cara entre las rodillas, tirándose del pelo y respirando pesadamente.
A Nashira no le bastaba con quitarle a Caelum sus clases de música, también tenía que arrebatarle a Harry el quidditch. Pretendía drenar la energía de todos los estudiantes.
—¿Por qué en tu familia son tan hijos de puta? —murmuró Harry, apartándose las gafas y restregándose los ojos para evitar echarse a llorar—. Te prometo que no aguanto a tu primo y que odio a muerte a tu tía.
—Ya somos dos. Te acabas acostumbrando.
Harry negó. Dejó tiradas en el suelo las gafas, se echó hacia atrás hasta apoyar la espalda en la pared y dio una palmada a su lado, pidiéndole a Caelum que se sentara con él. Tenía la cara roja de la furia, la humillación y la tristeza.
—Malfoy ha dicho que tu tía se quedó muda porque solo decía gilipolleces, así que le he partido el labio. Es lo justo, ¿no?
Harry se sorbió la nariz. Caelum decidió hacerle caso y sentarse donde le había indicado. Los nudillos del chico todavía estaban marcados por la paliza, y si se fijaba bien tenía un golpe en el pómulo izquierdo.
—Solo quería provocaros porque sabe que Nashira no dejaría que le hicierais nada.
—Pues lo ha conseguido. Un año sin quidditch. Dos, contando el año pasado. El universo me odia. Y yo lo odio a él.
Esta vez, cuando Harry se sorbió la nariz no tuvo el mismo efecto, porque las lágrimas ya se le escurrían por las mejillas. Eran de pura rabia, pero no se las limpió. En su lugar, apoyó la cabeza en el hombro de Caelum, quien se tensó de forma imperceptible.
—Perdón —susurró Harry. Caelum no sabía si debería abrazarle o fingir que todo seguía normal—. Soy gilipollas.
—Tienes muchas razones para estar cabreado —lo consoló, apoyando torpemente una mano sobre su brazo.
Harry no le respondió. Solo se acurrucó aún más.
Las reuniones del Ejército de Dumbledore iban tan bien que Caelum comenzaba a temer que cualquier día su tía Nashira apareciera por la puerta, con una orden de expulsión firmada por estar metidos en un club ilegal. Le sudaban las palmas de las manos al sujetar la varita para practicar los conjuros, y a menudo dirigía furtivas miradas a la entrada, paranoico.
Solía emparejarse con Camille porque, a pesar de que los demás se acabaron acostumbrando a su presencia, pocos se fiaban de ella. Caelum no entendía por qué Camille querría seguir acudiendo, teniendo en cuenta las miradas recelosas. Y se le escapó esa duda mientras salían de la reunión de aquel miércoles.
—Tu hermana es mi mejor amiga. Estoy aquí por ella —le contestó Camille, con una mirada imperturbable. A Caelum no le pasó por alto el tiempo verbal en presente que había utilizado.
Mi hermana sigue siendo su mejor amiga.
Pero ya no está.
—Aun así no creas que no me molesta. Lo que pasa es que, en comparación con lo que podría pasarme si mi padre se enterase, que me miren mal no es nada —repuso Camille, apretando levemente la mandíbula.
Caelum no quiso decir nada, pero había visto alguna cicatriz en su cuello y, aunque de verdad no deseaba entrometerse, no podía no imaginarse la peor de las situaciones. Después de todo, el señor Avery era como todos los demás puristas.
Si Camille se dio cuenta de que Caelum le prestaba especial atención a una fina línea roja que cruzaba desde su nuez hasta desaparecer bajo la camisa, no lo hizo notar.
—Te entiendo —acabó diciendo Caelum, con una mueca aflicción—. Eres valiente.
—¿Yo? Eres tú el que se ha escapado de casa después de que lo marginaran durante años solo por haber quedado en Gryffindor —dijo Camille—. Aquila también es muy valiente. Le gritó de todo a vuestros padres antes de entrar al laberinto. Pensaba fugarse con el dinero del Torneo, ¿sabes? Quería alquilar un piso en cualquier pueblo muggle y no volver a ver a nadie después del último año.
Caelum sonrió con suma tristeza. Lo cierto era que no tenía ni idea de los planes de su hermana, pero sí sabía que les había plantado cara a sus padres, porque se lo había contado todo en la cena.
—Ojalá hubiera podido hacerlo —suspiró Caelum, mordiéndose la lengua.
—Por eso mismo tenemos que luchar y entrenarnos. Si Voldemort —Camille fingió que no le había entrado un escalofrío al pronunciar su nombre— mató a Aquila, ¿quién dice que no podamos ser los siguientes? No sé si debería decir esto, pero en Slytherin están muy descontentos. Y asustados, sobre todo. Los hijos de mortífagos sabemos la verdad, y algunos... se están replanteando sus lealtades.
—Pero eso es bueno —repuso Caelum.
—Claro que sí. Pero eso también les hace tener más miedo de desobedecer. No cualquiera se enfrenta a las normas de la profesora Black.
Habían llegado al final del pasillo, y mientras que Caelum debía continuar por un pasillo para subir las escaleras de caracol de su torre, Camille tenía que girar hacia la Gran Escalera para bajar a su sala común, en las mazmorras.
—Por algún sitio habrá que empezar, de todas formas. Estas reuniones están bien, permiten que no nos quedemos callados, como los mortífagos y el Ministerio quiere. Quieren silenciarnos, y la única forma de acallar el silencio va a ser gritando.
Camille tenía razón: no podían permanecer en silencio. Aquila estaba muerta y Voldemort no iba a frenarse ahí, y tampoco podían esperar a que el Ministerio decidiera intervenir porque Fudge tenía más miedo de enfrentarse a tal situación de lo que aparentaba.
Gritarían. En el futuro, cuando Nashira se marchase del colegio (nadie había estado en ese puesto más de un curso, era cuestión de tiempo), gritarían tan fuerte que al silencio no le quedaría más remedio que rendirse.
Caelum gritaría todo lo que hiciera falta por su hermana. Para que, al menos, no hubiera muerto en vano.
no os acostumbréis a que suba tan rápido vale?
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