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Cuatro. Un retrato

Harry se había marchado un par de días a casa de sus abuelos.

Y Caelum se estaba dando cuenta de que, durante esas semanas, había estado intentando ignorar cada pensamiento atormentador sobre su hermana, su familia, la vuelta de Quien No Debe Ser Nombrado y la corrupción del Ministerio de Magia. Por las noches, sin compañía en la habitación, nada le impedía sobrepensar hasta caer en el llanto.

Por el día era un poco diferente, porque contaba con la compañía de Zoe para distraerse. Su prima era la chica más alegre que conocía, sin lugar a dudas, y por eso los días se le hacían más amenos.

Si no hubiera sido por ella, Caelum no se habría acercado a un instrumento durante todo el verano.

—Venga, porfa. La canción que quieras.

Caelum observaba la guitarra sobre el sofá. Según lo que le había comentado Zoe, una vez había pertenecido a Sirius, en su adolescencia, y Lupin la había encontrado en la buhardilla de la casa de su padre. Eso creía haber entendido, porque Zoe parecía tan emocionada que la velocidad con la que le había contado la historia había sido el doble de la normal.

Pero Caelum no tocaba la guitarra desde hacía meses, cuando todavía estaban en Hogwarts y todo seguía su curso.

Se sentó y agarró el instrumento, apoyándolo sobre sus piernas. Se notaba que llevaba años cogiendo polvo, y que habría que afinarla si no quería despertar a sus primos pequeños con algún chirrido indeseado.

—Bueno. Pero solo una.

Tardó más de lo previsto en afinar la guitarra. Las clavijas iban bastante duras y costaba girarlas, y cada vez que rascaba las cuerdas una nube de polvo se hacía hueco en el aire.

Al cabo de un rato pudo empezar a tocar. No se sabía muchas canciones, todo lo que había aprendido había sido gracias a las clases de Música Muggle. Su profesora, Charity Burbage, era la misma que impartía Estudios Muggles, y era más aficionada que profesional en el ámbito de la música. Lo compensaba con las ganas que le echaba y, evidentemente, en el conocimiento que le había brindado estar tantos años disfrutando de melodías muggles.

Acabó decantándose por una de sus canciones favoritas.

In the town where I was born
Lived a man who sailed the sea
And he told us of his life
In the land of submarines

So we sailed up to the Sun
Till we found the sea of green
And we lived beneath the waves
In our yellow submarine

«Yellow Submarine» de Los Beatles le recordaba al mar, por cuestiones obvias, y el mar siempre le traía paz mental. Mientras tocaba los acordes y cantaba, le venían a la mente imágenes de olas, barcos piratas y un brillante sol.

Los aplausos cuando terminó sonaron demasiado altos para ser de una sola persona.

A Caelum enseguida se le coloraron las mejillas al darse cuenta de que Nymphadora Tonks sonreía encantada al lado de Zoe, ambas aplaudiendo con fervor. Como buena metamorfomaga, el color de su pelo se había vuelto de un amarillo chillón, muy acorde con la canción que Caelum había tocado.

—¡Qué talento!

—Gracias —murmuró Caelum, con una pequeña sonrisa.

Quería encogerse hasta desaparecer. No le gustaba cantar enfrente de otras personas, más allá de sus clases o de sus amigos, quienes siempre se unían y le daba mucha menos vergüenza.

Tonks era su prima, pero apenas habían intercambiado unas escasas palabras en lo que llevaban de verano. Teniendo en cuenta que Caelum había pasado julio encerrado en una habitación, y que en agosto Tonks no había podido visitar mucho a su tía debido a la abrumadora carga de ser auror y pertenecer a la Orden del Fénix al mismo tiempo, era normal que todavía no se conocieran tanto.

—¿A que es genial? —elogió Zoe, mientras Caelum dejaba la guitarra apoyada sobre la pared.

—No es para tanto —dijo él—. Es la canción, que es bonita.

—Bueno, sin duda Los Beatles tienen mucho que ver, pero tú también —le aseguró Tonks—. ¿Cómo va todo por aquí?

Como si hubieran escuchado su voz a través de las paredes, Holly y Elliott aparecieron en el salón, disparados desde el pasillo.

—¡Dora! —chilló Holly, y Tonks debía de estar muy agradecida de estar sentada en el sillón, porque la niña se le lanzó encima sin ningún pudor, para abrazarla.

—¡Hola, chicos! —Tonks se rio de la efusividad de sus primos más pequeños—. ¿Os hemos despertado?

—A mí no —dijo Elliott—. Llevo muchas horas despierto ya.

—Pues a mí sí, ¡pero me alegro mucho! Tienes que contarnos muchas historias de auror, Dora. ¿Qué ha pasado con ese mago malo de la última vez?

—Resulta que era un muggle que había encontrado en la calle unos... artefactos oscuros... —Tonks hizo una mueca. Seguramente no querría darles a los pequeños muchos detalles escabrosos sobre sus misiones como auror—. Bueno, han tenido que desmemorizarlo después de un juicio...

Tonks, entonces, pareció acordarse de algo. Miró a Caelum con los ojos ligeramente más abiertos y balbuceó un par de palabras antes de hablar.

—¿Qué ocurrió en la vista de Harry, Caelum? Dumbledore solo nos dijo que lo absolvieron, pero no nos contó nada más.

A Caelum le daba tanta vergüenza reconocer que casi no se acordaba de nada que tuvo que esforzarse mucho en hacer memoria. No pudo comentar detalles en exceso, pero su prima mayor parecía contenta escuchando lo que le contaba sobre la incapacidad de Fudge. No le echó ninguna bronca cuando reconoció que Harry y él salieron sin permiso antes del encontronazo con los dementores.

Tonks resultó ser tan agradable y vivaracha como todos aseguraban. Caelum lamentaba profundamente no haberle hecho tanto caso cuando había visitado la casa anteriormente, pero disfrutó de su compañía aquellos días. Les visitó bastante porque tenía unos días libres en la Oficina de Aurores, y así aprovechaba para pasar tiempo en familia.

También conoció a Andromeda y Ted Tonks, sus tíos.

Siempre había oído barbaridades sobre el matrimonio. Que Andromeda había manchado su sangre y su linaje, que Ted era un sangre sucia que no merecía hacerse llamar mago... Una sarta de estupideces, pero prolongada a lo largo de los años.

Lo cierto era que Ted Tonks era un hombre encantador. Su hija había heredado su buen carácter y su sentido del humor, estaba claro, y también su torpeza. Ambos se encargaron de derramar la salsa de tomate en la comida, pero todos rieron y lo limpiaron con un golpe de varita.

Andromeda dejó impresionado a Caelum. No había perdido el característico toque noble de los Black. Se sentaba con la espalda erguida, se colocaba la servilleta sobre el regazo y se aseguraba de no comer ni un segundo con la boca abierta. Pero también soltaba taco tras taco, bajo las advertencias de su marido de que había niños delante, y también se reía en voz muy alta, lo cual habría atacado a cualquier Black.

Le recordaba un poco a Aquila. Incluso se parecían físicamente, lo cual no era tan extraño teniendo en cuenta el parentesco.

—¿Cómo lo llevas, Caelum?

Andromeda estaba sentada a su lado en la mesa, y llevaba un rato viéndole desmenuzar su trozo de pan sobre su servilleta. Caelum paró al instante.

—Bien. Bueno, no bien del todo, pero mejorando, creo.

Ella sonrió, reflejando cierta lástima en sus facciones.

No había tenido la ocasión de conocer en profundidad a su sobrina antes de la tragedia. La vio cuando apenas era un bebé, y pudo acunarla entre sus brazos. Pero desde entonces habían sido contadas las ocasiones en las que, aunque fuera de vista, Andromeda pudo ver a Aquila.

Al comienzo del sexto curso de Dora, vio a Eridanus y Leonor llevando al andén a una pequeña Aquila, rumbo a su primer año en el colegio. Quiso acercarse, pero Ted le recordó que era mala idea. Pasó lo mismo al año siguiente, en Navidad, pero esa vez pasaron por su lado y Aquila sí les miró y reconoció. Apartó la vista al instante.

Ahora no habría próxima vez.

Andromeda apretó la mano de Caelum a modo de consuelo, y él se quedó observando el gesto durante unos segundos.

—¿Qué curso empezabas, Caelum?

El chico salió de la ensoñación gracias a la pregunta de su tío Ted. Sonrió, forzándose a ello, antes de responder:

—Quinto.

—¡Vaya! Mucho ánimo con los TIMO —le deseó su prima mayor, con cara de susto—. Al principio pueden parecer agobiantes, pero al final... Bueno, al final también es verdad que lo son, pero...

—Dora, no ayudas —se rio Ted.

—Tú ni te preocupes —dijo Sirius—. Los TIMO no son para tanto.

Capella rodó los ojos ante las palabras del adulto.

—Claro, cuando no estudias es toda una fiesta —ironizó Gordon, poniendo voz a los pensamientos de su mujer.

Sirius sonrió, burlón.

—Culpable.

—Ni tanto ni tan poco —atajó Andromeda—. Estudia, pero disfruta del curso todo lo que puedas. ¿Sabéis ya quiénes serán los prefectos?

Caelum negó con la cabeza.

—Todavía no han llegado las cartas.

—Qué raro —se extrañó Ted—. No suelen tardar tanto, ¿no?

—Bueno, Dumbledore ha estado ocupado este verano. Creo que no encuentra vacantes para el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo Gordon.

—Si Snape no hubiera dicho todo eso de Remus, podría ser él... —empezó a decir Zoe, pero se frenó antes de decir algo malo sobre su profesor.

Aunque a nadie de esa mesa le agradaba Snape. Sí, pertenecía a la Orden del Fénix, y Dumbledore confiaba en él, pero ¿le convertía eso en una buena persona? La gran mayoría de sus alumnos no opinaría lo mismo, ni de sus excompañeros.

Ni qué hablar de sus víctimas de cuando era mortífago.

—Yo seré perfecta cuando sea mayor —dijo Holly, intentando utilizar toda su fuerza en partir su trozo de pastel de carne.

—Es prefecta.

—Yo sé lo que digo.

Todos se rieron ante el comentario menos Elliott, que imitó a su hermana por lo bajo.

—De todas formas, seguramente nombren prefecto a Harry —dijo Caelum, todavía sonriente.

Esa noche se fue bastante contento a lavarse los dientes y a ponerse el pijama. Ni siquiera se fijó en el hueco vacío de la cama de Harry, ni en la pila de ropa desordenada en el interior de su baúl, debajo de la cual se encontraba su paquetillo de cigarros. El mismo que ahora tenía unas pequeñitas estrellas dibujadas. Puede que sí se le pasara por la cabeza, pero estaba ocupando pensando en otras cosas.

En cómo Capella y Gordon le habían abierto las puertas de su hogar. En todas las comidas y cenas caseras que había probado desde entonces y lo buena cocinera que su tía era, y en cómo su tío siempre estaba ahí para echarle una mano. En sus primos, que llenaban la casa de alegría (y algún grito), sobre todo en Zoe, que se había deshecho por hacerle su estancia lo más plácida posible. Pensaba en lo buena que era y lo mucho que desentonaría en su casa, lo cual por suerte no era un problema.

También pensó en Sirius y en cómo le imponía su figura. Era verdad que se había acostumbrado un poco a sus bromas incómodas y a su adulación por Harry, pero también seguía infundiéndole cierto respeto. Aun así agradecía todas las conversaciones que habían tenido bajo el humo, porque de alguna forma siempre parecía entenderle.

Se acordó de Ted, Andromeda y Dora. De que todavía le quedaba familia por la que valía la pena seguir luchando. Que no era el único al que habían tachado del tapiz familiar. Pensaba en que le habría encantado conocer a su tío Alphard y a Deneb, y en lo mucho que le hubiera gustado poder seguir conociendo a su hermana sin la presión de los Black de por medio.

Pero pensó en ello con una enorme sonrisa en la boca y, por primera vez en todo el verano, con esperanza de que todo fuera a mejor.

—¿Tienes un momento para hablar?

El tío Gordon apareció por su habitación a la mañana siguiente. Caelum estaba haciéndose la cama y le dijo que pasara.

—¿Te he hablado alguna vez de mi trabajo?

Gordon era reconocido por haber introducido al mundo mágico la profesión de psicólogo. Todavía existía bastante recelo en cuanto a ello entre los magos, sobre todo entre los más conservadores. Como su familia, quienes preferían el término enredamentes.

—No mucho.

—Tu padre sí, ¿verdad? —indagó, con una sonrisa incómoda que indicaba que sabía de qué formaba hablaba Eridanus de su profesión.

—Vagamente... No está muy convencido de que eso funcione.

Gordon asintió. Ya lo sabía. Solo habían pasado unos diez años desde que empezó el negocio, era normal que todavía no hubiera calado en la mentalidad de los magos más antiguos.

—¿Y tú qué opinas?

—No lo sé. No he pensado mucho en ello.

—Te propongo algo. He convencido a Dumbledore para contar con una consulta en Hogwarts, para que todos los estudiantes que lo necesiten puedan asistir gratuitamente a terapia. ¿Te gustaría probarlo? Puede venirte muy bien.

Caelum caviló sobre la propuesta. Nunca le había dado una segunda vuelta a la opinión de sus padres sobre el tema. Ni tenía muy claro en qué consistía. ¿Encerrarse en una habitación para hablar sobre sus problemas? No le solía gustar abrirse mucho con ciertos temas.

—No tienes por qué seguir si no te convence, pero no pierdes nada intentándolo, ¿no crees? Mary, mi compañera, es una profesional, e intentará ayudarte y guiarte cuanto esté en su mano.

—Bueno, puedo probar.

No quería que su tío se sintiera mal, así que decidió aceptar. Era cierto que no perdería nada por intentarlo. Tan solo quedaban unos pocos días para el comienzo del curso y empezaba a notar los nervios subiendo por su cuerpo, un apoyo más en el castillo no podría venirle mal.

Por decir algo.

—Estupendo. Ahora escribiré a Mary para comentarle que te apuntas. —Gordon le dedicó una enorme sonrisa—. El año irá mejor de lo crees, ten fe.

Agradecía el consuelo. Una parte de su cerebro seguía repitiéndole que no era cierto, pero después de haberse ido a dormir feliz la noche anterior, quería creerle.

Su tío se marchó y Caelum le siguió para desayunar algo.

Regresó a la habitación apenas una hora más tarde, pues se había entretenido en el jardín jugando con sus primos. Hacía una mañana estupenda, el sol brillaba más que cualquier otro día de verano y los pequeños estaban revolucionados.

Se encontró un montón de pergaminos desperdigados por el suelo, con dibujos plasmados sobre ellos. Shafiq estaba tumbado sobre uno en medio de la habitación, y levantó la cabeza en cuanto vio a su dueño.

—¡Shafiq!

La reprimenda no le gustó nada al animal. Maulló como réplica y volvió a apoyar la cabeza.

Caelum se agachó para recoger los pergaminos. No reconocía ninguno, así que supuso que serían de Harry. Eran dibujos muy bonitos. Había una chimenea encendida, el paisaje del río que encontraron antes de toparse con los dementores, algún que otro boceto de una snitch dorada, y muchos otros que captaron su atención.

—Quita de encima, que tengo que recogerlos todos —le dijo a Shafiq, apartándole del último dibujo. Muy indignado, Shafiq se dirigió a la esquina del cuarto y se quedó ahí—. Eres un melodramático.

Cogió el dibujo para ponerlo con los demás, y se observó a sí mismo en el pergamino. Se quedó parado con todos los papeles en la mano, porque no se lo esperaba para nada. El chico del dibujo tenía el pelo rubio, casi cubriéndole unos ojos marrones que miraban al costado. Cientos de pecas le cubrían el rostro, minuciosamente colocadas. No sonreía, pero tampoco estaba triste, simplemente distraído.

Si ya se le habían colorado las mejillas al descubrir aquel dibujo, cuando alzó la mirada y sus ojos se toparon con los de Harry, podrían haberle confundido fácilmente con un tomate. Ni siquiera se había dado cuenta de que Harry había vuelto de casa de sus abuelos.

—Ha sido Shafiq. No suele llevarse bien con la gente... —Caelum miró a su gato con la garganta cerrada. El animal seguía viéndose con aire de indignación, pero fue rápido en levantarse y gatear hacia Harry.

—Qué va, si he sido yo, que acabo de llegar y lo he puesto todo patas arriba. —Harry no estaba nada nervioso por que Caelum hubiera visto sus dibujos, ni siquiera el suyo. Evidentemente no tenía nada de qué avergonzarse—. Además, Shafiq me adora.

El gato lo corroboró a su manera, colándose entre sus tobillos y dando un par de vueltas mientras frotaba su pelaje negro. Harry se agachó para acariciarle la cabeza y Shafiq no se quejó como solía hacer con gente de poca confianza, cosa extraña en él.

—Sí. Ya veo.

—¿Te gustan? —Caelum estaba tan espeso que no entendió la pregunta de Harry—. Los dibujos —aclaró.

—¡Ah! Sí, claro. Son muy bonitos.

Colocó el que tenía pintada su cara en primer plano debajo del resto y se los tendió a Harry.

—Me gusta dibujar las cosas que me llaman la atención.

La sonrisa ladina de Harry indicaba que había visto cuál, de entre todos, era el que había puesto nervioso a Caelum. Evidentemente, el comentario no ayudó en lo absoluto, pero Caelum no creía que Harry fuera consciente del efecto que tenía en él. Ni siquiera él mismo lo era.

—¿Qué tal las cosas por aquí? —dijo Harry, recogiendo las cosas que había esparcido por el cuarto y metiéndolas en su baúl—. Me imagino que te habrás aburrido mucho sin mí.

Caelum se relajó notablemente y soltó una pequeña carcajada.

—Ni un poquito.

Harry puso cara de tristeza, llevándose una mano al pecho en señal de ofensa, y no tardó en unirse a la risa de Caelum.

—Nada nuevo —dijo Caelum, respondiendo a la primera pregunta del chico—. Todo sigue igual que cuando te fuiste. Bueno, Sirius se pasea por la casa de morros, pero por el resto...

No quería decirle a qué creía que se debía el cambio de actitud de Sirius, pero tenía claro que estaba relacionado con que ya no iba a poder pasar tiempo con Harry durante el curso porque sí iría a Hogwarts. Le parecía una conducta bastante egoísta por parte del adulto. Y no quería que Harry se sintiera mal al respecto, así que se lo calló.

—¿Y tú, qué tal con tus abuelos?

El rostro de Harry se ensombreció momentáneamente, pero se apresuró por ocultarlo y volver a sonreír. A Caelum no se le pasó por alto. Aun así, decidió no preguntarle sobre el tema.

—Bien. Vinieron Ron y Hermione a visitarme, y Hermione nos dio la tabarra con el tema de las cartas de Hogwarts y que aún no hayan llegado. No entiendo cómo cree que existe la más mínima posibilidad de que no la elijan prefecta.

—Sí. A ver cuándo las mandan...

Ese momento no llegó hasta el último día de las vacaciones de verano. El 31 de agosto amanecieron con el picoteo de una lechuza que traía tres cartas; una para cada estudiante de la casa.

—Hay dos libros nuevos —leyó Harry durante el desayuno—. Y este es de Defensa Contra las Artes Oscuras... ¿Dumbledore ya ha encontrado profesor para el puesto?

—Debe ser —dijo Sirius, mientras masticaba unos huevos revueltos—. Ayer todavía no sabía nada... A saber a qué inútil ha elegido este año.

—Creo que el Ministerio ha echado algo de mano ahí —dijo Gordon, sirviéndoles unas tortitas a los chicos. Capella le había dejado unas instrucciones claras para prepararlas antes de irse a trabajar—. Le habían avisado de que si no conseguía un profesor...

Dejó el resto de la frase en el aire.

—Peor me lo pones. Estos chicos van a necesitar aprender mucho, más con los tiempos que corren. —Sirius resopló.

—¿Cuántos años faltan para que vayamos a Hogwarts? —preguntó Holly, que se había mostrado muy afectada desde que habían llegado las cartas.

—Tres —respondió su padre.

—¡Eso son como un montón de años!

—No seas impaciente —le regañó su hermano Elliott.

—Ni tú un plasta.

—¡No es cierto!

—Plasta, plasta, plasta...

Gordon les hizo callar y les amenazó con quedarse sin postre en la comida.

—Yo me pregunto: si ni a ti ni a mí nos han dado la insignia de prefecto, ¿a quién? —dijo Harry en voz más baja, hablándole a Caelum mientras la familia discutía sobre los modales en la mesa.

—No sé. ¿A lo mejor a Ron?

—Pensaba más bien en Dean o en Seamus.

—No, Zoe, no vais a ir al Callejón Diagon. Tu madre os va a comprar todos los materiales para este curso cuando salga de trabajar.

Caelum dejó de prestar atención a la conversación. La llegada de las cartas le había hecho darse cuenta de que era hora de regresar a Hogwarts, a la realidad.

El día siguiente sería duro.

Normalmente, Caelum sentía una emoción desmesurada cuando el 1 de septiembre llegaba. Era liberador dejar atrás su casa y, por ende, a su familia, cosa que le venía excelente para soltarse un poco con sus amigos. Sin duda, resultaba más fácil reírse de forma sincera por un chiste malo de Seamus o una anécdota de Lavender, que mantener el rostro serio toda la noche en las cenas familiares.

Sin embargo, ahora le apenaba la perspectiva de volver a Hogwarts, porque sabía que echaría de menos a sus tíos y a sus primos pequeños. Holly le dio una caja de dulces que había creado su madre como regalo de despedida, y Elliott prefirió intentar obsequiarle un muñeco de su hermana melliza. Por supuesto, él se dio cuenta y lo dejó en su habitación.

—¡No olvidéis poneros una chaqueta, que la mañana refresca! —gritó Gordon desde lo bajo del pasillo.

Caelum miró con fastidio su baúl. Su ropa estaba al fondo y no le apetecía tener que revolver todas sus pertenencias con lo que le había costado poner un mínimo orden. Harry, que había visto cómo lo hacía y pensaba lo mismo, se adelantó y le ofreció una sudadera.

—Si la manchas me compras una nueva, Black.

—Siento comunicarte que ahora el único rico eres tú —comentó Caelum, metiendo la cabeza por el hueco del cuello de la sudadera—. Probablemente ya me hayan quemado del tapiz familiar y desheredado.

Habían estado esperando a que llegara un tal Sturgis Podmore, que debería haberse presentado para la guardia de traslado de Harry hasta la estación. Como no había aparecido, Harry tuvo que marcharse con Gordon y Tonks.

Sirius, en uno de sus actos de inmadurez e irresponsabilidad, se escaqueó tras ellos, alegando que podía transformarse en su versión canina para pasar desapercibido. Al ir justos de tiempo, no pudieron objetarse.

Caelum y Zoe fueron los siguientes en salir de la casa, junto a Remus y Capella, quienes los escoltaban. Como la casa de los Bellchant estaba alejada de Londres (en mitad de un bosque perdido), tuvieron que realizar una Aparición conjunta en un punto seguro del Londres muggle. Fue una caminata de unos diez minutos desde ahí hasta King's Cross, durante los cuales Caelum agradeció infinitamente que Harry le hubiera prestado su sudadera, porque el matutino frío londinense se le pegaba a las mejillas.

Después de traspasar la barrera que les llevó al andén nueve y tres cuartos, buscaron con la mirada al resto. Harry, Gordon, Tonks y Sirius (o, más bien, Padfoot) estaban junto a Ojoloco Moody, con todos los baúles.

Se despidieron de todos y subieron su equipaje al tren, metiéndose ellos mismos justo a tiempo de que partiera. Sirius recorrió el andén persiguiendo el tren para decirles adiós, hasta que este salió de la estación y lo perdieron de vista.

—¡Ron! ¡Hermione! —Harry se encontró con sus amigos nada más entrar, pues estaban en uno de los primeros vagones—. ¡Te dije que era tuya! —añadió con entusiasmo, señalando la insignia sobre el uniforme de su mejor amiga.

Hermione sonrió con orgullo e hinchó el pecho y, acto seguido, compartió una mirada cómplice con Ron. Él se mordió la lengua y se dirigió a Harry.

—Tengo una mala noticia, colega. No voy a poder ir contigo en el viaje.

Harry frunció el ceño, confundido.

—¿Y eso por qué?

La cara de fingida pena de Ron se transformó en una enorme sonrisa cuando levantó algo en su mano.

—¡Sí, hombre! ¡Enhorabuena, Ron! ¡Prefecto!

Ron rio mientras Harry seguía flipando. Hermione no dejaba de sonreír en su dirección, honestamente feliz por su amigo. Caelum y Zoe también felicitaron a ambos por haber sido elegidos prefectos.

—Me voy con mis amigas. ¡Que os vaya genial! —se despidió Zoe. Le dio un abrazo a Caelum y aprovechó para susurrarle algo—. Si me necesitas para cualquier cosa, dímelo.

—Gracias, Zoe.

La rubia se perdió por el pasillo arrastrando su baúl.

—Nosotros también tenemos que irnos al vagón de prefectos —anunció Hermione—. Nos espera la primera reunión del curso.

—Ya contaréis quiénes son el resto de prefectos —pidió Harry, mientras sus amigos se marchaban.

Caelum iba a proponerle a Harry unirse a su compartimento, con el resto de su curso, pero antes de que pudiera hacerlo, el nombre de Harry se escuchó al otro lado del pasillo en un grito de entusiasmo.

Cho Chang se dirigía hacia ellos (más específicamente, hacia Harry) con una sonrisa de oreja a oreja, expresión que Harry imitó nada más verla. Se abalanzó a los brazos del chico, que la recogió con una carcajada al tropezarse hacia atrás, y se quedaron unos segundos balanceándose entre risillas, besos y bienvenidas.

Caelum arrugó la nariz y desvió la mirada de la escena. Se le había revuelto el estómago.

—Marietta me ha ayudado a guardar un compartimento —le dijo Cho a Harry, dándole la mano, todavía a unos centímetros de su rostro y sin borrar la sonrisa—. Vamos.

Hizo un gesto suave con la cabeza señalando la puerta del final del pasillo, por donde había llegado. Harry se despidió con prisas de Caelum, y se perdió de su vista junto a su novia, su baúl y la jaula de Hedwig. De repente, la sudadera que le había prestado a Caelum comenzaba a darle más calor y se sentía incómoda. Debía ser porque la temperatura era más alta en el tren que fuera.

Respiró profundamente, tratando de olvidarse de todo por un momento, y fue a buscar a sus amigos.















voy a fingir que no he tardado dos meses en subir capítulo pero he estado ocupada con la universidad e intentando sacarme el carnet (andamo en proceso)

espero que os guste, ya entramos en Hogwarts!!! nuse que comentar asi que besos amores 🫶🏻 se descubrirá cuándo subo el próximo cap jeje

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