Cap XI - II
A horas tempranas, cuando la gran mayoría de los niños había despertado, se anunció la ceremonia que tenía por objeto despedir a aquellos que no lo habían logrado. En las mentes de los herederos, solo prevalecía el sentimiento de ser diferentes y la frustración que ello generaba.
Intentaban recordar a las personas importantes que habían conocido durante la noche, apenas unas horas atrás, cuando caminaban entre ramas y barro. Eran personas importantes, sin duda, pero parecía que nadie más pensaba en ellos así, aparte de esos que acababan de abandonar sus camas.
Las largas columnas de herederos avanzaban en orden hacia la parte baja del castillo, guiadas por otros miembros del personal, algo no tan relevante si se le preguntaba a cualquiera que hubiera sobrevivido la noche. Todo parecía formar parte de un itinerario del cual pocos tenían conocimiento y muchos solo podían imaginar una pequeña parte de lo que les esperaba a continuación.
La puerta del jardín conducía a un espacio decorado con grandes rocas y algo de musgo, esculturas de piedra y senderos deformes. Si se tomaba como referencia la altura del castillo para mirar desde esa distancia, se podía apreciar una imagen simétrica de estilo celta: tres semicírculos superpuestos, conectados por su origen y final, en una figura incompleta que se complementaba a sí misma, formando una triqueta.
Era el símbolo con el cual se solía identificar al linaje de Erebu. Dentro de este símbolo, se buscó representar a cada rama heredera del egni, que aludía a la forma en que Erebu concebía su vínculo: todos unidos pero con direcciones opuestas. Tres lados que, sin saberlo, persiguen el mismo objetivo y están relacionados en su origen.
El viejo regente se encontraba junto a un monolito que lo igualaba en altura, en uno de los tres extremos de la imagen que intentaban formar los caminos del jardín y que rodeaba a todos los presentes. Los otros dos extremos de la figura los llenaban los herederos de primer y segundo año, y más atrás, en el fondo, los distintos maestros que presidieron el evento y que, hace pocas horas, fueron testigos del juramento.
Cada uno de estos maestros vestía el negro con elegancia, algunos con guantes de seda y otros con las manos desnudas. Portaban en su poder uno de estos artefactos mágicos únicos en color, tamaño y forma, algunas varas de madera arropadas por su mano, apuntando hacia el suelo, y otras enfundadas a un lado de la cintura. Eran especialistas en sus respectivas áreas, uno más pintoresco que otro, encargados de forjar el futuro de cada niño frente a ellos.
Hacía un día soleado en la caverna que cubría aquellas tierras. Nada iba con el panorama: Los rayos de luz se filtraban desde el exterior, atravesando la penumbra a través de una de las aberturas en la roca. Terminaban por bañar al jardín durante pocas horas al día, minutos antes del mediodía y durante el ocaso. Algo digno de ver si no fuera porque la atención evitaba centrarse en el espectáculo de luces.
El monumento tenía un color similar al de una amatista muy oscura y en él se encontraban inscritos diferentes nombres. Su base estaba adornada con flores y junto a ella había una placa de roca densa con un grabado realizado en relieve. Las runas del Futhark se encontraban sobre cada letra, formando un tallado profundo para cada palabra.
Se suponía que fue redactado por cada colaborador en el castillo, mientras todos dormían o durante la comida, y que contenía el nombre de cada niño junto a su apellido. Se sabía que su propósito era honrar el recuerdo, como una forma de lápida que pretendía dar testimonio de su heroísmo.
El viejo regente se encontraba al lado, frente al grupo de herederos del segundo año que había optado por participar, y todos, excepto uno, del primer año. Además de los profesores y los acólitos, había otros adultos presentes: la guardia de Erebu. Se distinguían por sus capas, armaduras y espadas, algo que los definía.
La conmemoración estaba a punto de comenzar y los niños recién llegaban desde sus habitaciones. Vestían las mismas túnicas ceremoniales del juramento, sin mostrar preocupación por la apariencia personal, la ropa que llevaran debajo, zapatos u otros detalles que rayaran en la vanidad.
Yann se encontraba en la parte delantera, en una larga fila junto a Guinevere y Saraid, esperando a que el viejo regente diera inicio al encuentro con las primeras palabras. Los tres estaban ubicados en la sección de los niños del primer año más cercanos al monumento, seguidos por los niños del segundo año. Entonces, Zachary Angus habló:
«Es curiosa la forma en que las cosas toman su curso. Obsérvenlo por ustedes mismos». Señaló los senderos del jardín que se extendían a su alrededor. «Este símbolo será el suyo a partir de ahora, pero no porque deban rendirle obediencia, no... sino por su significado. Representa la Vida y la Muerte, la Muerte y el Renacimiento, el Renacimiento y la Vida. Son tres caminos que parten del mismo origen, pero que toman rumbos distintos para encontrarse una vez más en el futuro».
«Al principio, encontré curiosa la elección de Erebu al representar su rama del egni de esta manera. Pero después de convertirme en regente, lo entendí», prosiguió el anciano. «Tres caminos de la egni hudol que son uno solo, al menos según la visión de nuestro fundador». Rio despacio mientras acariciaba el monolito. «Quizás ya estoy demasiado viejo para evitar el sentimentalismo», murmuró antes de apartar la mano.
«Creo que hoy merecen escuchar algo más "sensato" de mi parte», continuó, acomodándose frente al público. «De lo contrario, ¿qué sentido tendría que sea yo quien hable como si entendiera cada nombre en esta piedra? Deben saber que hace tiempo olvidé lo que anoche dos niños me recordaron. Lucio fue uno de ellos», dijo, y el niño levantó la mirada, sorprendido. «Estoy seguro de que lleva cada nombre escrito sobre su piel por razones que solo Annwvyn conoce».
«Y Alan Adler», añadió, ajustando la túnica para cubrir sus brazos. «Este heredero tuvo la habilidad de grabar el mensaje de nuestro fundador en el techo. Quizás pensaba que desde el suelo no se apreciaría como es debido. Aunque cuestiono sus métodos...». Zachary Angus dejó espacio a un breve instante en el que un relámpago atravesó el cielo soleado.
«Descuidé mis deberes como regente durante mucho tiempo, permitiendo que mi deseo de paz se viera superado por la realidad de un mundo en donde la paz debe exigirse...». Guardó silencio por unos segundos más.
«La vida es así de curiosa, herederos de Erebu. Un día te despiertas pensando que todo está bien, pero al día siguiente comprendes que estabas equivocado, mientras una imagen te increpa con tus errores», añadió mientras todos lo escuchaban con atención. «Por eso anoche reaccioné de una forma que jamás habría imaginado, llevando la guerra al gran salón».
«Porque era necesario...», dijo en voz baja antes de señalar la escultura con su mano. «Al igual que es necesario comprender que existe un tiempo para disfrutar de la vida y un tiempo para llorar. También es importante llorar para recordar que la vida no está hecha solo de momentos felices».
«Nuestros amigos y compañeros que ya no están, ya sea que se preocuparan por ello o no, merecen ser recordados. Es nuestro deber honrarlos, no olvidarlos, aprender de este nuevo día», dijo con determinación mientras su voz resonaba en el recinto, captando la atención de todos los presentes.
«Este monumento es otro de los muchos que se han erigido en este jardín. En él se han registrado los nombres de cada heredero: hijos, sobrinos, nietos y amigos. Porque no hay mayor tristeza que partir con el corazón roto», explicó bajando el brazo. «No es nuestro deber mantener sus cuerpos bajo tierra con la esperanza de que algún día regresen, porque el egni es caprichoso. Pero sí podemos mantener vivo su recuerdo».
Algunos de los niños sollozaban, sin entender muy bien las cosas. Las palabras transmitían un sentimiento que ellos habían ignorado durante la noche y que se les pedía revivir. La ignorancia a veces por omisión complace y nos protege de todo aquello que odiamos: abnegación.
«Lo que hasta ahora nadie ha mencionado es que los herederos que están aquí son todos los que compartirán el segundo año», añadió Zachary en medio de su discurso. «Es posible que algunos de ustedes todavía esperen ver a otro compañero con el que se hayan hecho cercanos durante el viaje y deseen saludarlo con un abrazo. No obstante, la realidad suele ser, entre las maestras, la más estricta pero también la más sincera».
«Todo niño al que no hayan visto hacer el juramento durante la noche, ha quedado escrito sobre la superficie de esta piedra», añadió.
Estas últimas palabras del regente dejaron a los niños sin esperanzas de ver a sus compañeros desaparecidos. Lágrimas y sollozos llenaron el ambiente, rompiendo la ilusión de aquellos que pensaban que nunca llorarían por algo así. Yann bajó la mirada para ocultar sus lágrimas, mientras Guinevere lo abrazaba en un gesto de consuelo y Saraid colocaba una mano en su hombro.
«Anne Darlands», dijo el viejo regente, seguido por otro nombre en la roca, que nunca tuvo necesidad de voltear a mirar porque conocía cada uno de los escritos en ella. «Arthur Adams», continuó. Lo hizo en orden alfabético cuando se escuchaba el llanto de fondo y uno que otro nombre, como el de Adran, desataba un fuerte sentimiento entre los presentes.
El paisaje se sumergió en la tristeza, mientras uno que otro relámpago atravesaba un cielo azul. El llanto de los niños llenaba el aire, buscando consuelo en sus propios brazos.
El regente continuó recitando los nombres, siguiendo el orden descrito en el monolito. Después de mencionar «Hughbert Beaufort», pasó un tiempo antes de decir «Marco Kane», al llegar a la letra "M".
Tras haber mencionado los más de cuatrocientos nombres grabados en la roca, tomó la palabra.
«Sepan que nada rompe más nuestros corazones que decir adiós. Lamento la pérdida de un hijo al que sus padres no podrán arropar esta noche», dijo mientras se dirigía a los adultos, algunos de los cuales no pudieron contener las lágrimas. «Como la representación de Erebu en estos tiempos, entiendo que Londres también desea llorar con ustedes», añadió. Justo después, un trueno resonó en el cielo despejado, como si quisiera unirse al duelo. «Sus lágrimas serán acompañadas por él... Después de mucho tiempo».
El regente descubrió su brazo con la varita que sacó de una de sus mangas y lo elevó sobre su cabeza, señalando las nubes. Con una muestra de su poder, nubló gran parte del firmamento, provocando que diera paso a la lluvia. Esta acción inspiró a los distintos maestros, quienes también alzaron las suyas en un gesto de unión y respeto. «¡Stormon!», exclamaron a la vez que un pulso de luz escapó de cada una de ellas.
En medio de una colaboración, los maestros utilizaron su magia para apagar el día, haciendo que el sol se ocultara en una parte del Reino Unido. Londres quedó sumido en la oscuridad, mientras las gotas de lluvia intentaban recrear un paisaje que acompañara a la tristeza.
El viejo regente se retiró entonces, debilitado por el esfuerzo que había realizado. Para lograr nublar Londres de esa manera, se necesitaba algo más que potenciadores del egni. No utilizó conjuros, demostrando así su poder. Como el regente de Erebu, hacía gala de su embestidura al desplegar un pulso de luz único y poderoso que se elevó hasta el cielo, sin pronunciar una sola palabra.
En ese preciso momento, el niño Adler apareció justo cuando los diferentes magos alzaban sus manos y la luz del sol era reemplazada por la penumbra que trajo consigo la lluvia.
«No puedo decir algo que pretenda ser más importante que lo que ya se ha comentado», dijo el viejo regente en tono reflexivo. «Porque la realidad es que de cada niño pudiera decirse mucho. Los dejaré a solas para que puedan despedirse de cada nombre, sin que eso signifique parecer débil, pues llorar implica en sí mismo un acto de valentía», concluyó con convicción. «Una vez sientan la necesidad de retirarse, las líneas de luz sobre el suelo los guiará a la ansiada reunión con sus padres».
Zachary Angus pasó junto a Alan mientras las proyecciones de luz en el suelo cambiaban de dirección. En ese momento, una lágrima surcó el rostro del anciano, una que se evaporó muy rápido antes de cruzar la puerta que lo adentraba al castillo. Mientras tanto, Alan no pudo evitar recordar a la valiente niña que había sacrificado su vida por él frente al trol. Hizo memoria sobre su aspecto y nada más, sintiendo que era algo que lo acompañaría para siempre.
A diferencia de la reacción de muchos de los presentes, Alan apretó su puño con fuerza.
El gesto no pasó desapercibido para el viejo regente, quien inclinó la cabeza en esa dirección como si intentara mirar hacia atrás, incluso después de haberse alejado. Parecía haber captado la determinación y el dolor en el muchacho, y esto despertó su curiosidad.
De esta forma, cada nombre quedaba vinculado a una historia; una historia que acompañaría a los herederos a lo largo de sus vidas y que comenzaría después de abandonar el jardín, hacia la luz. El encantamiento que ataba a sus mentes había cesado y era el turno de la tristeza de tomar el control.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro