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Cap VI - III

El cielo parecía resquebrajarse mientras los niños cruzaban el bosque. En un principio, se podía intuir el lugar exacto donde caería un rayo, solo necesitabas prestar atención a su movimiento bajo el cielo segundos antes de que impactara.

No se habló demasiado ni se quiso corregir la formación. El momento no era propicio para otra cosa que no fuera caminar hacia el portal. Sin embargo, aún existía el temor de encontrarse con el enemigo, ya que tarde o temprano sucedería. Y esta vez, sucedió más temprano que tarde.

A lo lejos, se escuchaban cantos ahogados por la lluvia junto a sonidos fuertes que parecían golpear el suelo. Eran difíciles de distinguir, pero transmitían una sensación de miedo y ansiedad. De repente, una enorme roca se precipitó hacia la formación, apuntando directo hacia Scarlett, Anne y otros miembros del grupo. Se dejaron caer al suelo por instinto, justo a tiempo, evitando ser aplastados por la imponente pieza de mármol. En primera instancia, creyeron que su reacción fue suficiente, pero luego se dieron cuenta de que los yoris habían intervenido. Entonces, aquel sentimiento de protección quedó presente en sus cabezas.

Los tres niños restantes, que habían estado alimentando la fogata en el campamento, se apresuraron a apartar la roca. Aunque no fue una tarea fácil, lograron desviarla lo suficiente para evitar que impactara en la formación. Su caída causó estragos en la zona, haciendo que los árboles del lado izquierdo se derrumbaran.

Agotados por el esfuerzo, los tres herederos cayeron dormidos.

Ninguno de los yoris pronunciaba palabra alguna, pero sus acciones hablaban por sí solas. Actuaban sin cuestionar, moviéndose en perfecta sincronía, incluso si eso significaba enfrentar la muerte. No importaba si eran niños o niñas, menores o mayores, pues en esa situación no había distinción de edad ni género. Estaban dispuestos a sacrificarse por el bienestar del grupo, sin importar cuál fuera la razón o el peligro al que se enfrentaran.

Esta realidad era difícil de comprender para Ériu y sus amigos, mientras seguían siendo testigos de la muerte que los acechaba con cada paso que daban.

Once era el número de yoris que los acompañaban en su travesía por el bosque cuando el primer trol hizo su aparición. A menos de treinta metros de distancia, entre los árboles y empapado por la lluvia, sus ojos pálidos resaltaban en la oscuridad, con la intención de hacerse notar. Pero no fue el único en revelarse; otro trol de gran corpulencia emergió frente a ellos, bloqueando el camino iluminado por la tenue luz azul que los guiaba hacia el portal.

—¡Prepárense para luchar! —gritó Marco, avanzando al frente del grupo con determinación, como si se alistara para la batalla—. ¡En pocos minutos nos iremos de aquí!

—¡Ya escucharon! —exclamó Víktor, uniéndose al llamado de Marco con entusiasmo.

Los herederos adoptaron posturas defensivas individuales, sin estar seguros de cómo enfrentar a los troles. Adran había previsto la situación y alentó a los demás yoris a escoltarlos a través del bosque. No había rocas cercanas que ellos pudieran usar como arma, de la misma forma que lo hizo aquel niño a un lado de la fogata; además, hubiera sido imposible escoger la que casi los aplasta, dado que era gigantesca.

Los yoris se posicionaron al frente del grupo, formando una especie de escudo humano. Hicieron brillar sus manos mientras avanzaban sin detenerse. Su valentía era un símbolo de esperanza para los demás, que se mantenían atentos y listos para actuar si fuera necesario.

—¡Todos, quédense detrás de los yoris! —gritó Ériu mientras se apresuraba hacia la parte delantera.

Los troles hicieron temblar el suelo con cada pisada. Era un ritmo coordinado que revelaba su disposición previo al enfrentamiento. De manera sorprendente, más enemigos emergieron de entre los árboles.

—Son más de cuatro —murmuró Khaleb con voz temblorosa desde su posición.

—¡Son siete, siete troles apestosos! ¡Preparados! —gritó Marco desde el frente de la formación. Pero el grupo no comprendía las intenciones del líder, ya que enfrentarse a esas gigantescas bestias solo significaría correr hacia la muerte.

El estruendo de la lluvia y los sonidos de las inmensas criaturas dificultaban escuchar las palabras de los niños. La confusión aumentaba a medida que avanzaban por el sendero, sin poder discernir con claridad el significado de cada intervención.

—Amigo, tengo miedo... —dijo Josh a James con suficiente inseguridad en su voz, empapado por la lluvia y tratando de mantenerse lo más cerca posible del centro de la formación.

Rain examinaba sus opciones y buscaba una estrategia para enfrentar la situación. Se sentía desorientada en medio del caos y no tenía muchas expectativas, pero confiaba en que los once yoris fueran suficiente.

—¡Quédense atrás de los yoris! —continuaba gritando Ériu, mientras se movía a través del grupo. Brígh ayudó a transmitir el mensaje, y esta fue la única orden que tuvo sentido.

Los once yoris dejaron de caminar y tomaron cuatro árboles a un lado del camino. Los arrancaron del suelo con solo poner la mano sobre ellos y los resquebrajaron frente a todos hasta convertirlos en trozos de madera gruesa y funcional. Los troles comenzaron a correr en dirección al grupo de niños cuando el primero de los yoris tomó un bloque de madera y lo arrojó al rostro de la bestia que estaba más cerca, en medio del sendero. El trozo de árbol se hizo añicos en la cara del gigantesco humanoide, esparciendo "pequeñas" astillas dentro de sus ojos. La torpeza del trol hizo el resto.

En su intento por limpiarlas, solo consiguió enterrarlas más en la cavidad, quedando ciego de uno de ellos, algo apreciable entre rastros de agua y sangre.

El trol, furioso, liberó un bramido que resonó en el aire, transmitiendo un sonido que parecía reflejar el dolor que sentía bajo el párpado. Ignoró la advertencia del yori y, por segunda vez, intentó embestir contra la formación. Este en particular era el más obeso, y corría enfurecido en dirección al niño, quien no retrocedió ni un solo paso. Cuando estuvo a menos de cinco metros de él, los otros diez yoris lo bombardearon en el rostro con más trozos de árbol.

La gigantesca criatura, en un intento por protegerse, levantó su brazo para cubrirse el rostro, pero los ataques no se limitaron solo a esa zona. Llovieron sobre su cuerpo, causándole daño en diferentes partes. Hasta que al final, el trol cayó inconsciente a los pies del niño con el yori que había iniciado el ataque. Yacía bocabajo, respirando con dificultad.

El niño dio dos pasos al frente, separándose del resto del grupo, y colocó su mano sobre la cabeza calva del obeso trol de piel rosada, sin apartar la mirada de los otros seis que lo observaban a lo lejos. La piel de la bestia aún desprendía calor bajo las manos del niño y todavía se podía oír aquel gemido al babear. Hasta que llegó el momento en que el trol dejó de respirar y un charco de sangre brotó de su nariz. Entonces, aquel Yori retiró ambas manos.

Parecía una demostración del uso de técnicas avanzadas en la manipulación del egni, que conseguía superar, incluso, a los hechiceros más talentosos, palabras de Lucio. Los yoris intentaban exhibir su poder, a pesar de las limitaciones impuestas por el cuerpo de niños de once años.

El resto de los troles pareció entender el mensaje, deteniéndose a poca distancia de los niños. Comprendieron que se enfrentaban a herederos con la capacidad de utilizar egni. Estas enormes criaturas eran famosas por su habilidad para esperar y atacar a sus enemigos por la espalda. Eran seres siniestros y traicioneros, tal como se había mencionado en las historias; así fue como decidieron esperar el momento oportuno entre sonidos y balbuceos en otra lengua, agitando la cabeza o los objetos que traían consigo.

Los niños continuaron avanzando y rodearon al trol obeso y rosado con cuidado, evitando manchar su ropa con la sangre de la criatura o ensuciarse los pies. Los atacantes permitieron que el grupo pasara, por ahora. Esto le dio a los niños la oportunidad de observar en detalle a los seis individuos que se quedaron a sus espaldas.

Ese que había utilizado la mayor parte de su egni en el ataque aceleró el paso, seguido de cerca por el resto del grupo. Los once yoris comenzaron a correr, siguiendo la estela de luz que los guiaba. El resto del grupo imitó su comportamiento y, llenos de valentía, se movieron cada vez más rápido.

A pesar de ello, los troles no se rindieron con tanta facilidad. Ignoraron la advertencia del niño y persiguieron al grupo hasta los confines del bosque, donde se encontraron con otros tres de su especie. Ériu y sus amigos se vieron rodeados por el peligro, sin poder enfrentarlos por sí solos, en especial en ese momento cuando la estela de luz que los guiaba se había desvanecido por completo, sumiéndolos en total oscuridad.

Más allá del bosque, se divisaba un valle iluminado por la luna, ese hacia el cual se dirigían. Era de suponerse que aquellos monstruos esperaban ansiosos para atacarlos en ese lugar.

Los troles embistieron contra los herederos mientras el grupo se dirigía hacia la confrontación con aquellos tres. En ese momento, el yori que estaba al frente, aquel que había derrotado al trol obeso, canalizó uno de los rayos que se avecinaba. Levantó su mano y la iluminó, atrayéndolo hacia él. Cuando el trueno reconoció su objetivo, se partió en el aire, cayendo a poca distancia del grupo de enemigos y enviando una advertencia visual al trol que vigilaba el final del bosque. Aunque el rayo no impactó a la criatura, logró transmitir el mensaje de que los niños eran usuarios dispuestos a defenderse.

El niño con el yori se desplomó, uniéndose a los otros que habían caído minutos atrás cerca de la fogata. Ahora solo quedaban diez de ellos capaces de utilizar sus habilidades. Una vez más, esas criaturas permitieron que los niños continuaran su camino en un intento por abandonar el bosque, y fue allí cuando los herederos vieron lo que se encontraba más allá: ruinas circulares que rodeaban a cuatro muros internos que bloqueaban la vista de lo que había en su interior.

Guiados por uno de los yoris cuando alzó la mano, todos fijaron su mirada en la estructura que se encontraba a lo lejos. Aunque todavía estaban a cierta distancia, sabían que era su objetivo.

Las bestias que los perseguían mostraban impaciencia por matar, y una vez que alcanzaron al niño que yacía en el suelo, aquel que había derrotado al trol obeso y lanzado el rayo frente a todos, lo pisotearon como si fuera un mero desecho del bosque. «Yo, ho...», dijo alguno. Un murmullo gutural que se escuchó de pronto. La escena resultó cruda y perturbadora para todos los que la presenciaron. Rain apartó la mirada. Brígh también. Ériu apretó los puños y los demás reaccionaron de manera similar, cada uno afectado de distinta manera por la brutalidad con la cual la maldad se cernía sobre ellos.

—¡Hacia las ruinas, corran! —gritó Marco, pero su llamado fue interrumpido cuando una roca lo golpeó, separándole del resto del grupo. Su mensaje quedó grabado en la mente de todos, resonando dentro de sus cabezas mientras corrían hacia las ruinas para buscar refugio.

—¿Qué demonios acaba de suceder? —preguntó Kai, alarmado por la rápida sucesión de eventos. Las manos de Rain temblaban y Víktor permanecía en silencio.

—Marco... él... —Intentó decir Scarlett, pero la conmoción la dejó sin palabras.

Había ocho troles a la vista, lo cual no coincidía con el número que ellos habían contado tras abandonar la arboleda, que era nueve. Sin que nadie pudiera advertirlo, el noveno trol se había ocultado en el bosque, donde recogió desperdicios para arrojarlos contra la formación.

Lucio quedó paralizado por el nivel de peligro que lo rodeaba y por la sensación de que su piel se estaba tatuando de manera incesante. Otros niños estaban muriendo alrededor de las tierras de Annwvyn, y él podía sentirlo. Lo comprendió cuando miró la parte interna de su muñeca y vio que el nombre «Marco Kane» había aparecido en ella. Mostró esta información a Ériu, y en ese momento se enteraron del trágico final sufrido por el líder.

Víktor escuchó las palabras de Lucio, y de repente una imagen del pasado se hizo presente en su cabeza. Recordó aquel momento en el que se disculpaba con Marco por haberlo golpeado. Pero antes de poder procesar sus recuerdos, una roca cayó sobre el grupo. Fue una de las pocas que las habilidades de los yoris no pudieron frenar. Mientras todos se movían hacia el portal, se vieron obligados a avanzar sin poder correr, ya que el peligro acechaba desde arriba.

Estaban rodeados por distintos escombros, tal vez creados a conciencia, cuando a lo lejos se escuchó el trompetear de un cuerno de batalla. El sonido resonaba en la arboleda adyacente a la que habían abandonado, y de la cual se podía escuchar cualquier cantidad de ruidos. Esto solo dejaba en claro que había actividad en esa dirección.

—¡Avanzaremos hacia el portal! No esperaremos a nadie, así que no se queden atrás —gritó Víktor con determinación, instando al grupo a acercarse a la parte interna sin esperar a nadie más. Era consciente de la urgencia de la situación y sabía que no podían permitirse quedarse rezagados. Los demás asintieron y comenzaron a avanzar con rapidez hacia las ruinas.

—¡Todos, Alto! ¡Conducirlos a la muerte no es una opción! —gritó Ériu con mayor fuerza, lo que logró detenerlos mientras se resguardaban detrás de los escombros—. Brígh, necesitamos organizar una defensa.

El pelirrojo se quitó el agua del rostro.

—Lo sé, pero es imposible juntarnos en un mismo sitio.

—Los yoris nos ayudarán —intervino Lucio. El niño se puso de pie, ya que la mayoría del grupo iba agachado para evitar ser alcanzado por las rocas que volaban sobre sus cabezas—. ¡Necesitamos crear una distracción!

En ese instante, los yoris giraron su mirada, intentando comprender aquellas palabras.

Estos diez niños, controlados por los antiguos yoris, se esforzaron por no desplegar toda su fuerza. Debido a lo limitado del egni en un niño, se contuvieron de utilizar encantamientos demasiado poderosos, ya que el egni se consume en proporción a su uso y así, también, se consumiría su tiempo con ellos. No obstante, comprendieron el mensaje y tomaron medidas para ganar algo de espacio. Convocaron una barrera protectora, pero solo cuatro yoris lograron acceder, ya que los otros seis debían mantener a raya a los troles del bosque desde afuera.

—Dividámonos en dos grupos —propuso Ériu, observando cómo uno de los niños fuera de la barrera era arrastrado por una enorme roca, desapareciendo de la vista temprana—. Las ruinas están cerca, y uno de los grupos tendrá que avanzar sin saber qué nos espera. Podría haber más troles. El otro grupo se quedará aquí para distraer a los enemigos mientras nos acercamos al portal.

—El portal podría estar inutilizable —mencionó Khaleb en un intento por parecer lógico—. Es posible que estos troles lo hayan dañado de alguna forma. Por lo tanto, aquellos que se queden, no deben apresurarse a utilizar todo su egni.

Era difícil para cualquiera no prestar atención a las paredes traslúcidas del domo bajo el cual discutían el plan. Los niños fuera de él se esforzaban por desviar cada proyectil arrojado por los troles y, en la medida de lo posible, intentaban devolverlos hacia su origen. Era una habilidad que podría considerarse envidiable en aquella situación.

—Brígh, yo iré al portal. Quienes decidan quedarse no estarán más seguros que aquellos que me acompañen —dijo el pelirrojo, y su voz resonó en las paredes del domo—. Tengan eso en cuenta a la hora de tomar su decisión.

—Podemos resistir hasta entonces. Si ustedes logran algo en el portal, regresen por nosotros —dijo Kai mientras observaba cómo otro niño en el exterior del domo caía exhausto.

—¡Apresúrense, no tenemos tiempo! —gritó Víktor—. Yo iré al portal contigo, seré más útil de aquel lado. El chico centinela volteó a mirarlo y su rostro no pudo ocultar la expresión de molestia en él.

—Yo me quedaré —agregó, sin mostrar siquiera un ápice de su personalidad despreocupada.

—¡Bien, ya hemos hablado suficiente! —intervino Brígh—. Yo me encargaré de liderar este grupo.

Nadie pareció tener problemas con esa decisión.

—Yo me quedaré —dijo un Lucio sereno—. Los yoris me escuchan, y creo que seré más útil aquí para mantener a los troles a raya.

El chico centinela cuestionó aquella decisión, sin medir sus palabras:

—Pero, ¿qué hay de tu misión como carta? —Su intervención, aunque insultante, era probable que no lo pretendía así, o tal vez sí, teniendo en cuenta su personalidad, .

—Mi misión puede esperar. En estos momentos, mi habilidad para comunicarme con los yoris puede ser más útil. —Lucio mantuvo la compostura. Parte de su piel estaba tatuada con nombres hasta el cuello junto a un pequeño espacio en su cara.

—Bien, Lucio. Cuida a Brígh por mí. Volveré por ustedes —dijo el pelirrojo antes de dirigirse hacia el extremo del domo—. ¡Déjame salir!

El destello de la barrera se desvaneció al unísono con la desaparición de otro de los niños que se encontraba afuera de ella, justo cuando los yoris que estaban dentro escucharon la voz del pelirrojo. El estruendo en el aire llenó sus oídos mientras más de la mitad del grupo se alejaba.

El equipo liderado por Brígh se resguardó detrás de un montón de rocas de granito, manteniendo cierta distancia de la arboleda. Los siete yoris restantes se agruparon a su lado, dispuestos a brindar protección y a distraer a los enemigos, mientras permitían que el equipo de Ériu se alejara. Mientras tanto, Ériu solo podía observar impotente cómo el grupo de Brígh se quedaba atrás y desde el otro extremo del bosque, donde se había escuchado el cuerno de batalla, emergía un ejército de más de veinte troles armados.

A pesar del oscuro panorama que se cernía sobre los herederos que se quedaban atrás, ninguno de los que corría hacia el portal estaba dispuesto a rendirse, ni aunque tuvieran la opción. Con determinación, seguían adelante, conscientes de que debían continuar por el bien de todos.

—No estoy seguro de que podamos sobrevivir a eso, pequeña mentirosa —dijo Khaleb al percatarse de la presencia de los nuevos visitantes. Se encontraba oculto detrás del montón de rocas, de las cuales los yoris tomaban algunas para contraatacar.

—Podemos mejorar nuestra situación, Brígh —dijo un Arthur determinado—. Necesitamos separarnos en equipos más pequeños y utilizar nuestro propio egni para contenerlos. Los yoris no serán suficientes. Si esos que acaban de llegar se acercan demasiado, no podremos escapar y Ériu no tendrá tiempo suficiente para resolver lo del portal.

—Tal vez si imitamos a los yoris podamos enfrentarlos —respondió la rubia mientras el ejército recién llegado se preparaba para atacar—. Algunos de ustedes, síganme.

Brígh se puso de pie con la intención de avanzar hacia otro montón de rocas que estaba más adelantado cuando otro de los yoris cayó exhausto. Dos de los seis restantes la acompañaron, junto con el chico centinela, Khaleb, Arthur y otros cuatro más.

—Así eres capaz de llamarme loco, a mí... —comentó el centinela mientras corría junto a ellos hacia la nueva posición.

—Solo corre y ya, no tenemos tiempo para tus bromas —respondió ella conforme aumentaba su velocidad.

—Cuando se corre hacia la batalla, debe hacerse con valor, niña rubia. Deja que te muestre —respondió él, esquivando obstáculos mientras avanzaban por el valle—. ¡Peleen por sus vidas, mequetrefes! ¡Hoy desayunaremos en el Valhalla!

Los niños del equipo de Brígh se aproximaban al montón de rocas que formaba parte de su plan, gritando con valentía junto al niño centinela. Entre tanto, el recién llegado grupo de troles gigantes se acercaba con ferocidad, acompañado por sonidos aterradores. En lugar de solo piedras, ahora llovían árboles enteros y otros objetos arrojados a gran velocidad.

La noche continuaba siendo testigo de la intensa batalla que se desarrollaba en las afueras de las ruinas. Un potente rugido se escuchó proveniente del nuevo grupo de troles. «¡Khron!», resonó en el aire, evocando el temor en todos aquellos que lo escucharon. Era una bestia imponente, y en lugar de unirse a la batalla, se dirigió hacia el interior de las ruinas. Todos en el equipo de Brígh lo observaron con preocupación, sin más opción que confiar en que el grupo de Ériu pudiera hacer frente a semejante criatura, esa que parecía ser la más feroz de todas.

—Tranquila —dijo Khaleb—, confío en que el equipo del pelirrojo podrá enfrentarse a él. Nuestro objetivo ahora es contener a los troles de este lado y ganar tiempo.

Un nuevo trol apareció de improviso al lado de la rubia, haciéndola caer junto a todo su grupo. Pretendía golpearla con un árbol recién arrancado, pero fue detenido por uno de los dos yoris del equipo, quien gritó las palabras: «Tân Bel». Entonces, el fuego se alzó frente al rostro del trol, calcinando cada rastro de piel en él, hasta llevarlo a caer bocabajo junto con el yori debilitado por el esfuerzo.

Brígh estaba agitada por el susto, sin poder creer que seguía con vida, al mismo tiempo que sentía pena por el niño que había perdido la suya después de salvarla. Asintió con la cabeza en respuesta al comentario de Khaleb y se recostó detrás de la pequeña montaña de escombros. Mientras tanto, el único pensamiento que rodeaba a su mente era el de «No mueras, Ériu».

Arthur se dispuso a hablar, sin ignorar lo que había pasado tres segundos atrás.

—No podemos controlar las rocas como los yoris, pero podemos intentar algo distinto —dijo, mientras posaba su mano sobre una de ellas—. Si las impregnamos con egni, podremos lanzarlas para mantener nuestra posición. Cuando vean que también somos herederos, es probable que no quieran acercarse tanto.

—Entendido —dijeron Khaleb y el chico centinela al mismo tiempo.

—Aunque será difícil igualar lo que acaba de pasar —añadió Khaleb, haciendo referencia a la capacidad que los separaba de los yoris.

—Demostremos a estos payasos lo que el equipo sur de centinelas puede hacer —dijo Arthur, el mensajero, mientras retiraba la mano del peñasco—. ¡Adelante, fuego! —gritó, y su llamado fue suficiente para que el niño de los tirantes lanzara el peñasco por los aires, impactando de lleno en el rostro de uno de los troles.

Tal vez por suerte o debido a la imposibilidad de fallar en una situación en la que había demasiados enemigos al frente, el equipo de Brígh consiguió golpear a uno de ellos, lo que les infundió esperanza. Mantuvieron esa dinámica a lo largo de la batalla, procurando no malgastar sus esfuerzos.

El equipo de Lucio se encontraba en una situación similar. Solo contaban con dos yoris a su lado y estaban luchando con la ayuda de Kai, Anne, Scarlett y otros pocos. Al presenciar la hazaña del equipo de Brígh, se inspiraron para intentarlo por su cuenta y, hasta ese momento, habían logrado mantener a raya a los troles que los perseguían desde el lado de la arboleda.

Del lado de las ruinas, un fuerte golpe hizo temblar el suelo, seguido de otro estruendo que perturbó todavía más el entorno. Segundos después, un rayo gigante descendió del cielo y golpeó una sección de las ruinas. Todos los presentes afuera de ellas fueron testigos de este evento, pero no pudieron explicarlo. Parecía haber sido dirigido de manera similar a como lo hizo aquel yori en el bosque.

Los niños hipnotizados que estaban junto a Brígh y los que se encontraban con Lucio fueron derribados, lo que los obligó a utilizar su propio egni para mantenerse en pie y ganar tiempo que no tenían, a pesar de la creciente fatiga que comenzaba a afectarlos.

—No sé si lo lograré, chicos —habló Khaleb, sofocado, recordando la vez que regresó con Brígh del bosque.

—Solo necesitas descansar un poco... —dijo la rubia, intentando recuperar el aliento. Uno de los niños del equipo había caído a su lado, convirtiéndose en una de las primeras víctimas después de los yoris—. Ériu vendrá por nosotros.

—Le tienes mucha confianza a ese pelirrojo, ¿no? —comentó Khaleb, esforzándose por mantenerse en pie mientras acomodaba a aquel muchacho para que recuperara sus fuerzas. A su alrededor, los demás niños del equipo luchaban con valentía, tratando de mantener a los troles a raya, pero la fatiga se hacia cada vez más evidente.

—Ya verán, él regresará —insistió ella, sin atreverse a dudar de las palabras de Ériu, aunque su mirada reflejaba una mezcla de esperanza y preocupación.

—Cada vez se acercan más —dijo el centinela—, y creo que soy el único con más egni entre nosotros. Estoy seguro de que es obra de Adran, pero no durará para siempre. Si seguimos en esta posición, todos moriremos.

—Solo tenemos que resistir un poco más... —hablaba Arthur. En ese preciso instante, una roca voló en dirección al montón de escombros donde el equipo se ocultaba. Estaban recostados sobre las pocas piedras que quedaban de ese lado. El ataque había sido repentino: fue imposible responder a tiempo.

El impacto fue tan poderoso que la fuerza se transmitió a través de los objetos que estaban detrás de ellos. Uno de los peñascos donde Arthur estaba apoyando la cabeza se vio muy afectado y absorbió gran parte del golpe casi de manera instantánea, haciendo que el niño de los anteojos cayera de lado junto a sus compañeros. El golpe dejó un pitido en los oídos de quienes estaban ocultos, haciendo que entender la escena fuera confuso. Brígh solo pudo mantener los ojos abiertos, atónita en su máxima expresión. No podía procesar lo que había presenciado.

Khaleb intentaba recuperarse del ataque, tanto de forma física como emocional, ya que hacía solo unos segundos el niño estaba hablando cuando ocurrió el atentado. Arthur había caído frente a sus ojos y eso aumentaba la conmoción y la tristeza que los embargaba.

—Debemos irnos, Brígh, ¡reacciona! Tenemos que irnos —exclamó Khaleb, agarrándola del brazo mientras intentaba moverse junto a quienes todavía quedaban en pie.

El centinela parecía ajeno a lo que acababa de suceder apenas unos segundos atrás; al menos eso parecía a ojos de quienes lo miraban, incluyendo a Khaleb. Caminó junto a él y otros dos niños hacia la posición de Lucio, pero se notaba cierta vacilación en su actuar, como si no estuviera del todo convencido de ir con ellos.

—Creo que vi algo en la arboleda, puede que haya más niños perdidos —comentó a sus compañeros, mostrando cierta indecisión—. Lo siento, pero es importante. Debo irme.

—¿Qué tienes en mente? —inquirió Brígh, tratando de recuperarse del impacto mientras Khaleb la ayudaba a mantenerse en pie—. ¡El tiempo no está de nuestro lado!

—¿Sabes? No me considero un héroe y tampoco creo que te caiga bien, así que no tienes que preocuparte, chica rubia. Tampoco están invitados a unirse —dijo girándose para mostrar una sonrisa mientras el agua bajaba por su rostro. Luego corrió en dirección al cuerpo del niño de las gafas, tirado bajo la lluvia junto a otros a un lado de aquel montón de rocas.

Una vez allí, con la luz de la luna sobre ellos, se podían apreciar las pecas en el rostro de Arthur. El niño centinela tomó las gafas y, en medio del bombardeo, dijo:

—Te echaré de menos, miope amigo. Aunque no me considero un héroe, sé que tú soñabas con ser uno, y eso te será útil en esta misión. Es por eso que quiero que me acompañes hasta que todo termine. Ustedes también pueden venir si lo desean —dijo mirando los distintos cuerpos presentes en el lugar—. Pueden llamarme Índigo, es por mi cabello.

Se limpió la cara con el antebrazo, se puso de pie, y después de increpar el cuerpo del trol calcinado con una patada, se adentró en la arboleda hasta perderse en ella.

Lucio miraba caer a sus compañeros por efectos del cansancio. Nombres y apellidos como: «Arthur Adams», «Anne Darlands», «Hughbert Beaufort», entre otros, no dejaban de escribirse sobre su piel. Entre tanto, Brígh se aproximaba al punto de control.

—Dime, Lucio, tu rostro no puede ocultar la sorpresa —dijo ella al notar la expresión en el chico, evidenciando el peso que tenía la petición que los niños habían hecho a través de los yoris.

—Todos estos nombres... —dijo entre lágrimas, pero tuvo que detenerse, incapaz de continuar. El pelirrojo se acercó a su posición.

—Brígh, es hora de irnos, hay un portal y está libre. —Una enorme pieza de mármol, a poco más de un metro de altura, sobrevoló el montón de escombros en el que se ocultaban.

—Bien, pero hemos perdido a varios y todavía hay otros muy débiles para caminar, algunos están heridos. —Se agachó para protegerse, manteniendo la cabeza baja.

Se desplazaron hacia el interior de las ruinas con la ayuda de otros niños que Brígh no conocía. Trabajaron sin descanso para recuperar algunos de los cuerpos de aquellos que yacían dispersos a su alrededor y los llevaron al portal para que los pocos que quedaban en pie pudieran brindarles ayuda. Esta colaboración aceleró las cosas y, por suerte, lograron cruzar uno a uno.

—Adelante, Brígh, es tu turno —dijo Ériu, señalando el portal para que la niña lo atravesara.

—¿Vas a seguirme? —preguntó ella.

—Por supuesto, ¡vamos! No podemos perder tiempo, Brígh —insistió el pelirrojo.

—De acuerdo, Tercero —respondió la rubia, asintió y con esas palabras cruzó la entrada.

—Ella será la siguiente, pelirrojo —dijo Yann, aunque Ériu no mostraba intenciones de querer cruzar antes que cualquiera de ellos.

—Como quieras... —añadió Ériu, mientras la pequeña niña agradecía por la ayuda.

—Por fin esto se acabó —murmuró mientras se acercaba mucho a la luz. Quiso mirar hacia atrás para despedirse, y en ese momento gritó— ¡Cuidado!

Eso fue lo último que el pelirrojo y Lilith pudieron escuchar.

El enorme trol púrpura que había aparecido minutos antes levantó una columna con la intención de estrellarla contra el portal. En un acto instintivo, Ériu empujó a Lilith hacia un lado, haciendo que esta cayera escaleras abajo sin la energía suficiente para levantarse. Al mismo tiempo, el pelirrojo fue empujado por la vibración de la roca cuando recibió el golpe, quedando al otro lado de la entrada.

La criatura rugió: «¡Krohn!»

—Maldición... —dijo Ériu agitado. Se levantó con rapidez y trató de llamar la atención del trol mientras se alejaba de las escaleras, pero este lo ignoró por completo.

Lilith se puso de pie mientras la criatura la observaba. En ese momento, la situación se volvió personal. Con determinación, ajustó sus brazos preparándose para lanzar fuego. Sin embargo, Krohn se apartó con rapidez para evitar que pudiera atacarlo. Lilith apuntó una segunda vez hacia él, pero antes de que pudiera decir algo, este golpeó el suelo con suficiente fuerza.

La vibración se transmitió por segunda vez a través de sus cuerpos, haciendo que ambos volvieran a caer.

—¡No uses tu egni! —gritó Ériu, esforzándose por acercarse a Lilith—. Quiere destruirte junto con la entrada y no podré ayudarte esta vez.

—No lo permitiré —dijo la niña, decidida a apuntar hacia la cara de Krohn.

—¡No! —gritó Ériu—. No has visto lo que pasa a quienes se exceden con el egni. ¡Puedes morir!

—¡Me da igual! —gritó ella y, sin pensarlo, arrojó su ataque con fuerza:— «¡Tân Bel!».

El fuego alcanzó la cara húmeda de Krohn, pero no le causó daño aparente, ya que Lilith estaba exhausta por el esfuerzo. La niña cayó al suelo, agotada pero todavía consciente.

Krohn estaba furioso mientras afuera reinaba un silencio absoluto, solo interrumpido por el salpicar de la lluvia, algo común cuando este decidía entrar en combate. Ya se había demostrado que cuando él tomaba acción por su cuenta, el resto de los troles se abstenía de intervenir. Tomó el enorme puntal que utilizaba como arma, dispuesto a destrozar a la niña por haberlo desafiado, pero en ese preciso instante, una gran roca voló directo a su rostro. Ériu se movió muy rápido hacia otra roca, la impregnó de egni y, otra vez, la arrojó con fuerza hacia el trol.

La criatura comprendió que su objetivo principal era eliminar a ese molesto niño. Para Krohn, resultó sencillo cumplir con esta tarea, ya que al estar Ériu cerca de las columnas y las paredes internas, un solo golpe sería suficiente para hacer que se derrumbaran, obligando al niño a retirarse.

Eso hizo el trol.

El pelirrojo se encontraba en una posición desfavorable, casi sepultado bajo la lluvia de escombros. Sentía cómo sus fuerzas se agotaban mientras Krohn iba camino a terminar lo que había empezado. A punto de desmayarse, divisó aquella luz resplandeciente que parecía emanar desde la arboleda, ahora visible gracias a la ausencia de uno de los muros internos.

«Maldición... viene por mí», murmuró antes de que su vista se nublara y empezara a sentir mucho sueño.

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