
Cap VI - II
El tercer niño había caído a un lado de la fogata, dando la sensación de estar dormido. Desvanecido del ahora, los recién llegados lo llevaron con cuidado a un lugar cómodo, pero era evidente que ya no respiraba. Entre los presentes, Anne y Scarlett, que no lidiaban bien con la idea de la muerte, intentaron detectar algún signo vital, pero fue en vano. Tres niños yacían allí, tirados a la vista de todos.
Era cuestión de tiempo para que el resto de los que alimentaban la fogata compartiera el mismo destino. Aunque esto no era el tema principal, por increíble que parezca.
Después de que Lucio explicara la situación a Marco y a los demás, llegaron a la conclusión de que tal vez solo aquellos con los ojos iluminados podían ser salvados, ya que nadie parecía tener información sobre los yoris. Como era de esperar, surgieron las típicas disputas sobre lo que era favorable y lo que no. A pesar de su posición inicial, el niño Vance cedió ante la necesidad. Acordaron que solo quienes fueran capaces de seguir una orden serían invitados a unirse, sin intentar cambiar los planes o la estructura.
—¿Es lo único que te importa, verdad? —interrumpió Kai a mitad de la conversación, buscando llamar la atención de Víktor.
—Si te refieres a escapar de aquí, tienes razón. Eso es lo único que me importa —Entonces giró para enfrentar al chico de cabellos claros.
—Creo que está bien... acepto en nombre de mi grupo —dijo Lucio sin preocuparse por cubrir el brillo de sus ojos—. Seguiremos las reglas de tu equipo, Segundo.
—En ese caso, no hay nada más que decir. Si tus amigos están afuera, es probable que regresen con los cuatro centinelas —añadió Víktor, demostrando cierto conocimiento sobre el tema.
—Entonces los yoris alteran la conducta... ¿no es así? Es posible que incluso estos niños con los ojos brillantes ya estén siendo afectados por eso sin darse cuenta —agregó James mientras movía las manos para enfatizar su punto.
—¿Te sientes alguien nuevo, Lucio? —preguntó Ériu al niño. Se puso de pie frente a él, y agarrándolo de los hombros, insistió:— ¿Crees que tu grupo es diferente a como era cuando llegaron?
—Creo que... ahora son más amables que esa vez... —respondió él antes de ser interrumpido por el niño Vance. Este se puso de pie frente a ellos, con su cabello largo atado y oscurecido.
—Fue una tontería haber hecho un pacto con los yoris. Tal vez los adultos puedan ayudarte —añadió con una voz llena de frustración.
Lucio sabía que él no había mencionado nada sobre un acuerdo durante la conversación. Siempre se dijo que los yoris se apoderaron de ellos, palabras de Ériu, pues apenas tuvo tiempo de explicar cosas relacionadas con algo que desconocía.
—Solo Ériu sabía sobre el pacto —murmuró el niño, inclinando la mirada. Los presentes en la pequeña reunión percibieron que Víktor parecía estar ocultando información.
—Sabes algo relacionado con el tema, ¿verdad? —inquirió Ériu elevando la voz.
—No conozco los detalles —respondió Víktor, mirando por encima del hombro.
—¡Habla de una vez! —gritó el pelirrojo, impaciente.
—El yori propone un pacto en beneficio del grupo, pero cuando se concreta, ya es demasiado tarde —respondió el niño Vance con voz entrecortada.
—¿A qué te refieres con "tarde"? —preguntó James, colocando su mano en el hombro de Víktor.
—Solo sé que vives para proteger a los tuyos. El espíritu del yori en el portador te guiará y te protegerá a cualquier costo, incluso si eso significa que Lucio tenga que sacrificar su propia vida. Ninguno de ellos está consciente de sí mismo.
—Es por eso que estás aquí con nosotros en lugar de organizar la defensa del campamento con Marco —dijo Ériu, determinado a exponerlo. Lucio mantuvo la cabeza inclinada todo este rato—. Sabías desde el principio que estos niños nos protegerían, por eso accediste a esperar a Brígh y a los demás. ¡Sino ya te habrías marchado!
Por un momento, un silencio incómodo llenó el ambiente. Nadie sabía qué decir para respaldar a una u otra parte, ya que ambas parecían tener argumentos válidos. Era una situación en la que la realidad se imponía en los rostros de todos, dejando claro que no existía una respuesta fácil o evidente.
—Tú sigues aferrado a la idea de que hay un final feliz para todos, Ériu —exclamó Víktor, sin preocuparse por el impacto de sus palabras—. Pero la realidad es diferente. Aquí nadie está velando por los demás. Yo no conozco a la mitad de ustedes y a la otra mitad no le importa, pero agradece que sea yo quien tome las decisiones.
—¡No tienes derecho! —exclamó Ériu con su voz cargada de indignación.
—¿¡A qué!? ¿¡A qué exactamente no tengo derecho...!? —replicó Víktor, elevando su voz en una mezcla de enojo y frustración.
—¡Son sus vidas...! —afirmó Ériu, señalando con vehemencia hacia el grupo de niños reunidos alrededor de la fogata.
—¡Y las nuestras! —gritó Víktor con más fuerza—. Son sus vidas y las nuestras —aclaró mientras, en el proceso, parte de su cabello cubría su rostro debido a la exaltación—. No es mi culpa cómo funcionan las cosas. Por ahora, debemos seguir con el plan.
Víktor se retiró en dirección a donde Marco llevaba a cabo los preparativos para la defensa. Dejó a los interesados en escuchar aquella reunión sin palabras, sumidos en un silencio que invadió el espacio. Mientras tanto, cada uno procesaba lo ocurrido y reflexionaba sobre lo que pasaría a continuación.
Quienes estaban lejos, pero aún así escucharon los gritos, sintieron que debían intervenir, pero no sabían para qué ni cómo hacerlo. No obstante, concluyeron que lo mejor sería esperar a que el conflicto llegara a su fin y que el tema se desvaneciera junto con las ganas de pelear.
—Tranquilo Ériu, Víktor tiene razón... Es comprensible lo que hizo, considerando que no nos conocíamos. Culparlo por sacar provecho de la situación sería injusto para él.
Lucio trató de calmar las aguas, mostrando comprensión hacia la postura del niño Vance.
—Es el yori hablando a través de ti, Lucio... —respondió Ériu, mirándolo con cierta preocupación, como si la idea de que su amigo estuviera siendo influenciado por el espíritu del yori le resultara inquietante.
—No, Ériu, soy yo, Lucio. Este soy yo —dijo con determinación, esforzándose por aferrarse a su verdadero ser y convencer a los demás de su propia identidad.
—Lo siento, amigo... —dijo James a Lucio. Sintió pena por él mientras retrocedía y decidía seguir los pasos del niño Vance.
Mientras Marco y el resto del grupo se organizaban para defenderse del trol, se escuchó un poderoso estruendo proveniente del bosque. Era un sonido similar al desgarramiento de una tela, como si arrancaran un árbol del suelo, acompañado de un tono de satisfacción invariable. Era uno de esos sonidos que te obligan a escuchar hasta el final porque entiendes que si lo interrumpes, sería capaz de marcarte.
—¡Retrocedan! —gritó Víktor desde la luz de la fogata. Subió a una columna frente a la plataforma, aquella que debía saltarse si se quería acceder a ella, y desde allí observó todo lo que sucedía.
—¡La barrera todavía no está lista! —exclamó Marco, sosteniendo una enorme roca en sus manos. La usaba para golpear los palos que encontraron regados en el campamento, los cuales intentaban organizar para crear una defensa. Se dieron cuenta de su ineficacia al poco rato cuando los palos no podían mantenerse erguidos, pero esto no fue suficiente para que el Primero desistiera con la iniciativa que había propuesto el Tercero.
—¡Tenemos que retroceder! —insistió James, intentando apoyar al niño Vance para que Marco renunciara. Luego, Arthur emergió de entre los árboles. Tropezó al salir debido a la oscuridad del suelo, rasgó sus rodillas y, aunque algunos se acercaron a él, se negó a aceptar que le ayudaran a levantarse.
—¡Ahí viene! —gritaba mientras corría en dirección a la luz. Era una escena dominada por el miedo, y todos retrocedieron sin cuestionarse qué sucedería con la "trampa": una serie de palos dispuestos de forma lineal que serían encendidos en los límites del campamento con la intención de ahuyentar al trol.
Fue imposible para el niño de las gafas no sujetarse a la barrera, derribando al menos tres de esos palos en el proceso. La idea de encenderlos como antorchas para ahuyentar a la criatura surgió de Marco, y gran parte del grupo se involucró. Otra gran parte estuvo cercana al niño Vance en la fogata, segundo al mando; seguro él tenía una idea mejor si había decidido no formar parte del proceso.
Encender los palos para defenderse del trol parecía un disparate. Con esto en mente, pocos miembros dejaron su destino al azar; no esperaron al Primero ni al Segundo, sino que esperaron a que los eventos se desarrollaran. Al igual que lanzar una moneda al aire, los centinelas regresarían y el trol se marcharía por sí solo, o en cambio, el trol los devoraría y así se liberarían de su presencia, lo que ocurriera primero. Eran centinelas después de todo.
Y lo seguirían siendo cuando, pocos segundos después, Arthur se adentrara en el campamento o cuando apenas quedara alguien cerca. Entre tanto, Brígh emergió del bosque junto con el niño de los tirantes. Su rostro reflejaba un agotamiento fuera de lo normal, como si hubieran estado corriendo durante más de un día sin descanso.
—Date prisa, Khaleb —dijo la niña, tratando de mantenerse en pie—. Ya casi llegamos.
—Sí, vamos —respondió él, jadeando.
El retumbo de las pisadas del trol sacudió el suelo, causando que los preparativos para la defensa se derrumbaran como simples palillos para los dientes. Todos corrieron en dirección al fuego, impactados por la escena donde aquel esfuerzo parecía haber sido en vano. Solo quedaba esperar lo que sucedería a continuación.
—¡Estamos en problemas! —gritó Marco a Víktor con preocupación mientras se dirigía a su lado—. La defensa no servirá. Tenemos que correr...
—Aguarden un momento... —dijo el niño Vance, apretando los puños mientras se detenía frente a la escena que se desarrollaba. Al mismo tiempo que observaba cómo la chica rubia se acercaba al halo de luz junto a Khaleb.
El último centinela en aparecer se arrojó desde la arboleda en un intento desesperado por escapar del trol. La criatura estaba tan cerca de él que, con un poderoso manotazo, derribó otro árbol a sus espaldas, haciendo que fuera imposible de esquivar o levantarse tras recibir el impacto del tronco. El gigantesco humanoide se preparaba para asestarle un segundo golpe al joven, y no parecía haber nada que pudiera impedirlo.
El trol alzó el brazo por encima de su cabeza, manteniendo la espalda curva y la mirada llena de odio, mientras el centinela se resignaba a su destino. Tumbado boca arriba, y sin preocuparse por cubrir su rostro, miró al cielo, aunque su visión estaba limitada por el puño sobre él. «Esto de ser un héroe es agotador», pensó mientras una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en su cara y su cabello oscuro le caía a un lado. «Entonces, así se siente morir». Cerró los ojos y, en ese instante, se escuchó una fuerte explosión.
El niño no pudo haber estado más equivocado sobre su futuro. Al notar que no sentía dolor alguno, creyó que había sido asesinado de manera instantánea. Abrió los ojos, esperando ver algo más, y eso vio: el trol estaba retrocediendo frente a los ataques de fuego arrojados desde la fogata. Uno tras otro, los proyectiles impactaban de lleno en el rostro de la bestia, causándole quemaduras importantes en la piel.
Sin tiempo para pensar, el centinela se puso de rodillas, luego de pie e intentó correr hacia sus compañeros. Sujetaba su torso a la altura de las costillas, mientras un fino hilo de sangre descendía por su brazo; el golpe había causado una herida interna en su cuerpo que lo hacía sofocarse, por lo que no logró avanzar demasiado. Cayó por tercera vez y nadie podía acercarse, ya que la pelea continuaba a pocos metros y todos seguían sorprendidos por el espectáculo de luces.
Los niños, que antes se dedicaban a alimentar la fogata, ahora tomaban fuego de ella para arrojarlo contra el trol. Al inicio eran once, pero su número cambió muy rápido. De once a diez, y de diez a nueve en un parpadeo, hasta que solo quedaron siete en pie. El resto yacía tirado en el suelo, agotados por el esfuerzo y todo lo que eso implicaba.
El trol parecía estar ahogado, como si las bolas de fuego en su rostro cortaran cada rastro de oxígeno en él. El fuego se colaba por su nariz mientras la criatura buscaba inhalar algo de aire. En su agitación, rasgaba su cuello con desespero, y tras cada exhalación de humo, le era imposible respirar. Antes de desplomarse, emitió un rugido ensordecedor que resonó en kilómetros a la redonda. También causó un estruendoso golpe al caer, lo cual dificultó aún más la capacidad del centinela para ponerse de pie.
En esa dirección, varias luces brillantes, similares a las luciérnagas, aparecieron frente a la escena. Abandonaron el bosque y revelaron al grupo de Lucio: más de diez niños con pijamas. Se acercaron al centinela, que yacía bocabajo en el suelo sin rastros de mejora, y lo llevaron con ellos al lugar de la fogata.
—Eres valiente, amigo. Te pondrás bien —decía uno de ellos mientras lo llevaba a cuestas. Tenía los ojos iluminados al igual que Lucio.
—Seguro que sí, mírame, ja... Espera, puedo hacerlo mejor, aunque, por ahora, quisiera descansar un poco... —añadió sin preocuparse por la primera impresión. El dolor en sus costillas le asfixiaba—. Amigo, creo que estoy a punto de caer dormido ante la luz de tus ojos...
Entonces se desmayó, quedando a merced de quienes lo ayudaban.
—¿Intentó decir «Ja, ja»? —preguntó quien lo alzó, pero el compañero a su lado gesticuló sin entender a qué se refería—. Sí... fue un buen chiste.
A este niño en particular le pareció graciosa la reacción del centinela y no pudo evitar reírse un poco.
—Adran, yo me ocupo —dijo su compañero mientras señalaba con la boca al grupo de niños en el campamento—. Tú debes encargarte de otras cosas.
—Sí, entiendo. Busca un lugar cómodo para él —respondió Adran cuando ya estaba frente a Víktor.
Ériu quedó impactado por la forma en que los niños caían alrededor de la fogata, uno tras otro, parecían perder la vida mientras estaban de pie y, acto seguido, se desplomaban. Desde su posición en las columnas derribadas, Víktor pudo apreciar todo el espectáculo, al igual que el resto del grupo que estaba en la parte delantera. Brígh, Arthur y Khaleb no entendían nada de lo que estaba sucediendo. Había más preguntas que respuestas en ese momento, y la confusión se apoderaba de todos.
—Brígh, ¿te encuentras bien? —preguntó Ériu preocupado al notar el estado de la rubia.
Brígh lo miró, mostrando un rostro cansado y confundido. Se tomó unos segundos para responder mientras se incorporaba.
—Sí, solo un poco agotada. —Llevó su mano al pecho, suspiró y trató de recuperar el aliento.
—Me alegra saber que estás de vuelta —dijo aliviado.
—Ya no sé si me debes una figura de Mr. Holmes o yo te la debo a ti. No tengo idea de quién es quién, o si será posible resolver algo. No entiendo nada de lo que está pasando —añadió la rubia mientras observaba el desorden en el campamento.
Los cuerpos de los niños descansaban junto al fuego, y los que no, permanecían de pie a un costado. Se mantenían vigilantes, con la mirada fija en el horizonte donde el trol estaba tendido. Sostenían el fuego en sus diminutas manos, que resplandecían en tonos gobernados por el rojo y el amarillo. Resultaba difícil describirlo, ya que estos colores parecían alternarse con delgadas líneas blancas. Sin embargo, segundos después, cuando se percibió que estaban a salvo, las manos de los niños dejaron de emitir brillo.
Solo hubo un herido, el chico centinela cuyo nombre aún era desconocido. Estaba recostado sobre una de las columnas cerca del fuego, donde lo dejó el niño de ojos luminosos cuando todos se reunieron alrededor de la inmensa pira.
—Ellos son mis compañeros, Ériu —dijo Lucio, poniéndose al lado del pelirrojo.
—Entiendo —respondió él—. Es una larga historia, Brígh, pero por ahora necesitas saber que este chico aquí se llama Lucio...
Ériu comenzó a resumir la historia lo mejor que pudo, mientras a poca distancia Kai increpaba a Khaleb.
—Quedaste destrozado después de la caminata... Das pena, viejo —Esta vez Khaleb pudo notar el cabello corto y desordenado de Kai.
—Lindo pijama, por cierto —respondió Khaleb, con una sonrisa sarcástica. Y con eso, fue suficiente para que Kai se alejara.
—Soy Adran —dijo uno de los integrantes del grupo con los ojos brillantes. Tenía el cabello corto, rapado a los lados, y vestía un pijama de dos piezas con dibujos de trenes—. Lamento tener que conocernos en estas circunstancias. Me hubiera gustado que fuera en un parque o algo parecido, pero el tiempo apremia.
Mostró una sonrisa y señaló al trol con la mano.
»Es solo cuestión de tiempo para que los troles lleguen a esta parte del bosque. En este momento, están atacando a otro grupo de niños no muy lejos de aquí. Lo sé porque, como ya sabrán, un yori habita en mí, al igual que en mis compañeros —explicó cambiando su expresión a una mirada más seria.
»Sabemos quiénes son ustedes —continuó hablando con fuerza, asegurándose de que todos pudieran escuchar—. Los hemos estado siguiendo desde poco después de que abandonaron las ruinas, cuando aún no sabíamos qué esperar de la maldición de los yoris.
»Ahora lo tenemos claro, tal vez porque la conexión entre ellos y nosotros se fortalece con cada segundo —expresó al tocarse el pecho en un acto de humildad—. Esos niños que ven allí, quienes han estado alimentando la fogata durante todo este tiempo, pronto caerán dormidos. Entonces los yoris tendrán que utilizar nuestros cuerpos para que ustedes puedan intentar escapar con vida. Después de eso, será nuestro turno.
»No se sientan mal por nosotros, porque ya estábamos muertos desde aquella primera vez cuando encendimos la fogata. Y de no ser así, habríamos muerto por el frío o por las criaturas del bosque. —Hizo silencio por cosa de un segundo y continuó—. Nos llevó tiempo entenderlo, pero ahora lo hemos aceptado. No nos arrepentimos de haberlo hecho porque ustedes están vivos. Sé que Lucio piensa lo mismo —señaló mientras destacaba al niño pequeño, que asintió con la cabeza—. Nosotros los ayudaremos a escapar y a enfrentar la batalla que se avecina, pero hay una condición.
En ese momento, uno de los niños de la fogata cayó al suelo por efectos de su propio peso.
»Sería lamentable que un acto tan valiente como el que mis compañeros y yo estamos dispuestos a llevar a cabo por ustedes se pierda. Nuestros padres jamás se enterarían y pasaríamos al olvido como los niños que no lo lograron. En cambio, si decidieran ayudarnos, viviremos a su lado, asistiéndoles en cada paso que den, en cada respiración que tomen. Por eso les pido que lleven nuestros nombres a salvo a Londres, donde nuestros padres esperan ansiosos nuestro regreso, algo que sabemos que nunca ocurrirá —expresó Adran con convicción y emoción en su voz.
—Yo entregaré la lista de nombres personalmente —dijo Víktor, dando un paso al frente. Su voz resonó con la determinación que se requería y sus ojos con la seriedad de su propósito.
—Podemos buscar mejores opciones, los adultos podrían ayudar... —añadió Ériu. No obstante, antes de que pudiera continuar, Adran lo interrumpió.
—Ériu, el pelirrojo. Sé que tienes un corazón puro; sin embargo, también puedo anticipar lo que se avecina. El yori en mí intenta darme un poco de libertad, pero mi tiempo se agota —añadió Adran mientras ponía su mano en el hombro de ambos niños—. Confío en tus habilidades para entregar la lista, Víktor. No es que dudemos de ti, pero no tenemos papel ni lápiz a mano —y sonrió entrecerrando los ojos—. Tampoco habría forma de que algo así resista lo que está por venir. Por eso hemos decidido que uno de nosotros entregue el mensaje.
—Entiendo... —respondió Víktor, reconociendo la determinación en el tono de voz de Adran.
—Lo que estamos a punto de hacer será transformador para aquellos que dudan del poder de los yoris, protectores de Annwn, fieles a Annwvyn y compañeros de Annwfn —dijo un Adran decidido—. Ahora bien, Lucio, no debes temer porque no morirás con nosotros. En cambio, tendrás un papel diferente, porque eres diferente.
»Es por eso que llevarás escrito en tu piel cada nombre, apellido y alias de cada niño que haya caído dormido esta noche en las tierras de Annwvyn —dijo Adran con solemnidad mientras se acercaba a Lucio.
Colocó su mano entre el cabello y el rostro del niño, y en cuestión de segundos, la piel de Lucio comenzó a teñirse de negro. Las letras quedaron grabadas con una caligrafía casi perfecta, creando un sorprendente contraste entre el negro y el tono natural de la piel, una distinción entre el nombre y la persona que lo lleva impreso.
»Será un recordatorio para ti y para otros herederos, para el mundo del hombre y para las tierras de Annwvyn; uno relacionado con el daño que causan y con la tristeza que los arropa. Es por eso que nosotros, los yoris, te confiamos esta tarea que esperamos puedas llevar a cabo mientras evitas morir —explicó el niño del pijama de trenes. Retiró su mano y continuó:— Es un deber en beneficio de todos tus hermanos, pues no todos podrán salvarse esta noche.
Concluyó.
En el proceso, las líneas se iban tatuando en la piel de Lucio, trazando un nombre tras otro de forma continua. Cada uno de ellos era escrito con cuidado y detenimiento, sin causar dolor ni emitir sonido alguno. Era un acto de magia.
Los ojos de Lucio fueron perdiendo el brillo característico de un yori. Una vez más, comenzó a sentir frío y a no distinguir en la oscuridad. Entre lágrimas, no sabía si sentir felicidad o tristeza por el peso que cada nombre escrito sobre él representaba.
»Ustedes ya conocen cómo transferir el egni, algo que ha sido practicado durante años, incluso siglos. Son herederos dignos de este don que reside en nosotros, en las criaturas y en todo lo que nos rodea —explicaba Adran mientras se acercaba al joven centinela—. El egni se consume con el tiempo y la energía vital se desvanece, pero no se crea ni se destruye, solo se transforma y puede ser transferido en un acto de bondad.
En ese momento, uno de los seis niños que aún quedaban cerca de la fogata se acercó a Adran.
»Este chico —prosiguió señalando al centinela—. ¿Merece vivir o morir? No es una elección que esté en nuestras manos. Como yoris, tomamos la vida que está por terminar y la utilizamos por el bien común, aunque sabemos que aún puede ser difícil de comprender para ustedes.
Adran tomó egni del niño de la fogata hasta que este se desplomó, y lo transfirió al niño centinela para curar sus heridas. La dificultad en su respiración desapareció de forma gradual, la expresión en su rostro cambió y sus ojos comenzaron a abrirse de nuevo. No se trataba de una resurrección, sino más bien, de algún tipo de recarga de energía que aceleró los intentos naturales del cuerpo de un heredero por curarse.
»No teman por él —dijo mientras señalaba a quien se había desplomado, intentando calmar la expresión en el rostro de los otros—. Hace un rato que él se marchó, y de eso, ninguno de ustedes tiene la culpa.
Explicaba, al igual que se imparte cátedra sobre magia a través de métodos de enseñanza ancestral que solo una criatura milenaria conoce.
»También pueden transferir su propio egni a cualquier objeto y controlarlo, como esta roca. —Uno de los cinco niños restantes a un lado de la fogata colocó su mano sobre una piedra con la mitad de su altura y la hizo volar frente a todos. No obstante, después de hacerlo, cayó al suelo, agotado por el esfuerzo.
—Tú no eres ese chico... Adran —afirmó Kai, manteniendo un breve silencio entre ambas expresiones, ya sea por miedo o por respeto. Lo dijo mirando al rostro del espíritu yori que se hacía llamar igual que ese niño a quien controlaba.
El Yori inclinó la cabeza a un lado, reconociendo la verdad en las palabras de aquel niño de cabello blanco. Aunque usaba el nombre de Adran, era consciente de que ya no era el mismo chico que había reído hace pocos segundos y que se había ido sin despedirse.
—Tienes razón, Kai. Adran y sus compañeros ya no están con nosotros, como ves, sus luces se han apagado —dijo el yori mirando a los herederos que lo acompañaban y que habían perdido el brillo en sus ojos.
Un profundo silencio se apoderó del grupo mientras todos reflexionaban sobre la ausencia de los niños yoris. Era evidente que habían cumplido su parte del pacto, transfiriendo su energía vital para ayudar a los demás. Ellos ya no eran ellos.
El niño centinela se incorporó para sentarse sobre la piedra.
—Entonces no podré agradecerle por haberme ayudado. Hace tan solo segundos hablamos y empezaba a caerme bien —añadió llevando la mano a su cabeza—. Por como yo lo veo, acabas de matar al chico y a sus amigos, Yori.
—Así se ve —respondió "Adran", marcando un silencio entre ambas intervenciones, como pensando—. No podría explicarlo de otra forma ni esperar su perdón por lo que han visto. Sin embargo, sepan que Annwvyn me ha enviado a ustedes. Es la primera vez en miles de años que un yori se deja ver —explicó mientras abandonaba el campamento junto al resto de los niños afectados por la maldición—. Por ahora, nos dirigiremos en esa dirección, adonde se encuentra el portal que los llevará de regreso a casa.
Señaló con la mano, y uno de los cuatro niños cercanos a la fogata lanzó una estela luminosa de color azul que marcó el camino. Luego, se desplomó exhausto.
—¡Detente! Deja de hacer eso, deja de matarlos —gritó Ériu con desesperación.
—Sí, el pelirrojo tiene razón, es suficiente —dijo el niño centinela, mientras Víktor, Marco y los demás observaban en silencio, sin poder hacer nada al respecto.
No sirvió de mucho, pues el Yori parecía ignorarlo.
—Si siguen esa luz, podrán regresar a sus hogares a través del portal. Pero deben darse prisa, ya que el tiempo del portal es limitado. Además, no me queda mucho tiempo en el cuerpo de Adran, así que no podré hablarles de nuevo. Utilicen lo que les he enseñado y les deseamos buena suerte. Los ayudaremos en la medida de lo posible.
—Basta, Lucio... —suplicó Ériu mientras caía de rodillas al suelo—. Tú puedes hacer que se detenga, él te escuchará porque eras uno de ellos.
—Ériu... —murmuró el niño, confundido y sin entender muy bien lo que estaba pasando.
Adran caminó en silencio hasta el pelirrojo, y cuando se hubo acercado lo suficiente, habló con la voz serena que lo caracterizaba:
—No puedes rendirte ahora, Ériu Kelly. —Alzó la mano a la altura de sus hombros y agregó—: Lilith y sus amigos te necesitan. Si tú no vas, todos morirán aquí, y esos no son los planes de Annwvyn para tu generación. Tú llevarás mi regalo al portal, porque Adran no estará para cuando hayas llegado. Solo tú sabrás cuándo usarlo, Ériu, el pelirrojo, tercer líder en el equipo de Marco. Es hora de partir, yo estaré contigo y mis amigos te ayudarán.
La mano de Adran, envuelta en un resplandor, se posó sobre Ériu. En un acto de transferencia, todo el egni restante en el cuerpo del niño con el pijama de trenes fluyó hacia el pelirrojo. Adran se debilitó ante sus ojos mientras la escena se llenaba de emociones y la lluvia comenzaba a caer sobre el bosque.
—¡Tenemos que irnos! —exclamó Víktor, instando a todos a moverse a la parte baja del campamento, donde se encontraban los niños restantes afectados por la maldición de los yoris.
—Vamos, Ériu, debemos irnos —dijo Brígh mientras tomaba su brazo y le ayudaba a ponerse de pie.
—Brígh... —respondió él.
—Y ¿qué hay de mí? ¿No me ayudarás? —preguntó el centinela.
—Lo siento, no se me permite prescribir sin licencia —respondió ella una vez que Ériu se puso de pie.
—¿Sigues enfadada? Pero si ya escuchaste al lunático del yori, todos estaban muertos cuando llegamos, y ahora estaremos bien porque sabemos adónde está el portal. Solo necesitas relajarte y seguir la luz —dijo sin entender la razón detrás de su enfado—. ¡Sigue la luz! —exclamó, haciendo una referencia simbólica al camino hacia el más allá.
Desde luego, Brígh siguió su camino junto al pelirrojo cuando la lluvia apagó la fogata y todos la habían abandonado.
—Estás loco, amigo —dijo Arthur mientras ayudaba al centinela a levantarse.
—Al menos tú estás aquí, miope amigo. Y pensar que planeaba hablarle de ti. ¿Sabes? Ella no te merece.
—Solo cállate esta vez —agregó.
Entre tanto, el centinela se ponía de pie entre expresiones de dolor y cansancio.
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