Cap IX - IV
Un corredor descendía hacia la parte inferior donde tendría lugar la ceremonia. Se dividía en dos, separando las tres grandes tribunas que se encontraban frente a la imponente mesa.
Era hacia allí que se dirigía Zachary Angus cuando dio la orden de abrir los portales hacia la rama Asiática, ubicada en Hangzhou, la provincia de Zhejiang, y la rama Africana, que tenía su sede en Libia, Trípoli.
—Es momento de dar la bienvenida a nuestros hermanos, recíbanlos con orgullo, pues no ha sido tarea fácil para ningún heredero estar aquí hoy.
La petición llegó rápido a los oídos del Maestro Eoghan, quien esperaba frente al espacio entre la gran mesa y las tribunas. Colocó las manos sobre dos receptáculos de bronce que estaban conectados a los extremos este y oeste mediante líneas de metal en el suelo.
Envió egni de manera constante y calculada, mientras el talismán sobre su pecho se iluminaba en conjunto con el tatuaje al que cubría. Las piedras debajo de su ojo también brillaron, mostrando el poder que poseía Eoghan, un especialista en las artes mágicas de la rama de Erebu con ciento catorce años, y la apariencia de un joven de veintiséis.
Estos sonidos resonaron en el tono más grave que la voz del hechicero podía permitir, dejando a la vista la dificultad de lo que se pretendía realizar. Las palabras del conjuro fueron pronunciadas en la antigua lengua de los yorems, una que el erudito parecía conocer muy bien.
Lleu nos dio la luz,
y luz fue vida para el hombre.
La vida sentía un vacío,
y el egni llegó de la mano de Annwvyn.
Las venas brotaron en sus brazos, cuello y los laterales del rostro, dándole una textura peculiar a la piel y dejando en claro que el control del egni en este lado del portal no era tarea fácil, mucho menos al nivel que mostraba el mago. El regente de Erebu se aproximaba a los receptáculos, dando unos pocos pasos cerca de la mesa, a la vez que su túnica barría las partes del suelo por donde este pasara.
fueron egni y vida,
Lleu y druidas, quienes dieron final a Balar.
fueron egni y vida,
los heredados por el jefe de los Tuatha de Danann.
El anciano alzó los brazos mientras se hallaba a mitad de un círculo entre la mesa y las tribunas, el mismo que tuvo que cruzar antes de poder rodear la mesa para tomar asiento. Con su propio egni, permitió el enlace de los portales.
—Con esto doy inicio a la ceremonia. Bienvenidos, Asu y Afar, a las tierras de Erebu —anunció mientras los arcos se iluminaban con mayor intensidad, empezando a mostrar imágenes en su interior.
Las medidas de seguridad eran estrictas, ya que nadie tenía permitido acceder a los terrenos del castillo sin el permiso del regente. Cualquier intento de hacerlo sin su autorización se consideraría una declaración de guerra, un motivo para ser perseguido por los seekers.
fue Lleu quien brindó luz.
Será Lleu quien abra este portal frente a los hombres.
El conjuro de Eoghan estaba compuesto por una serie de palabras que despertaban los recuerdos a través de la voluntad heredada en el linaje de los fundadores. Era la misma voluntad que todavía perduraba en él y en todos los Etifeddwyr Egni hudol —herederos de la egni hudol—. Este era el secreto del egni desde el punto de vista de alguien que no sabe nada.
Eoghan era digno de la fama que le precedía, demostrando que estaba justificada ante el mundo y los herederos que lo observaban. Como mago de su calibre, tenía la capacidad excepcional de conjurar la apertura de dos portales a la vez, mientras que otros requerían la colaboración de un segundo hechicero para activar uno solo. Su habilidad era evidencia de su destreza.
A mitad del conjuro, cuando el regente otorgó el permiso, todas las miradas se dirigieron hacia el otro lado del arco en el corredor: ese otro lado del mundo. Los golpes contra el suelo resonaron, invitando a los visitantes a entrar, y eso hicieron en ambos extremos cuando el enlace entre los portales se estableció. Los regentes accedieron acompañados por ruido y una larga columna de niños cubiertos por sus propias túnicas, de un diseño distinto al de los anfitriones.
Ante los niños, se acercaba un hombre de gran tamaño. Desde el diafragma, gritó con fuerza: «¡Afarianos!». A la par, usó su báculo de roble para golpear el piso múltiples veces, lo que provocó que grietas apócrifas de color naranja se propagaran, dando la impresión de que el suelo se fracturaba, aunque en realidad eran solo manifestaciones visuales de su poder.
La sangre guerrera que fluía en sus venas se hizo evidente, la misma sangre que distinguía a un heredero en la línea de Libia Afar, como se narraba en las antiguas leyendas.
Era Thando Jafari, regente de la rama africana. Tenía la piel oscura y una impresionante estatura de casi dos metros o más. Su aspecto era el de un hombre fuerte, con una barba negra completa que era más abundante en la parte inferior de su rostro que en los laterales o en la parte superior.
Su cabeza lucía casi rapada, aunque aún se podía notar el color de su cabello negro. Vestía una capa azul que cubría la mitad de su rostro y daba cobertura a su ropa gris, una especie de manto que caía sobre sus pantalones. Este manto estaba amarrado a la cintura con cuerdas rojas muy gruesas y sostenido por dos cinturones de cuero que se cruzaban sobre su pecho. Aparte, llevaba dos amarres de cuero alrededor de sus antebrazos. Todo el conjunto le confería un aire imponente y señorial.
Junto a Thando, estaban tres representantes de la misma rama. Uno de ellos era un anciano de piel oscura y cabello blanco, quien había sido su predecesor. Tenía una complexión delgada y su apariencia denotaba sabiduría y experiencia.
Otro de los representantes tenía el cabello corto, trenzado en forma de dreadlocks (rastas), y su rostro, de un tono café, estaba cubierto por una tela que le servía de cubrebocas. Además, llevaba varios giros de tela en su frente que se extendían hasta cubrir parte de su cuello y torso.
El tercer representante de la rama afariana tenía una apariencia espeluznante, como si fuera un guerrero salido de una pesadilla.
Vestía una capucha de monje que ocultaba gran parte de su rostro, una capa raída en la parte inferior y un cubrebocas de cuero que solo dejaba ver el brillo de sus ojos. Toda su vestimenta era negra, excepto los cinturones cruzados sobre una casaca también oscura y unas botas trenzadas del mismo color.
Llevaba guantes que cubrían parte de sus antebrazos y dejaban al descubierto unos dedos blancos que, debido al efecto del conjunto, parecían grises. Su presencia imponía un aura de misterio y peligro, a la vez que infundía temor con cada paso que daba.
—Hoy nos divertiremos, Darzi —dijo Thando con una sonrisa.
Al otro lado, la formación era encabezada por un hombre de edad avanzada, aunque no tan anciano como el que se encontraba a su izquierda, ni tan joven como el que estaba a su derecha.
Era el regente de la rama de Asu, Wu Satou. Un anciano con cabello negro, adornado por dos accesorios dorados, junto a una cola recogida en la parte alta. Tenía una barba delgada en forma de perilla de chivo y un bigote minúsculo que le igualaba en anchura. Vestía con un traje de color amarillo, similar a la vestimenta tradicional de un samurái, con bordados de flores en el conjunto, del mismo color que adornaba al añil en las túnicas de Erebu.
Junto a él, estaban estos dos hombres. Uno de ellos era el ya mencionado anciano. De barba y cabello blanco, aparentaba tener más de cien años, aunque la exactitud de esta estimación era incierta.
Su barba le caía hasta el pecho, al igual que su largo bigote, y sus ojos estaban casi cerrados debido al peso de la piel que los rodeaba. A pesar de su edad, caminaba sin apoyarse en ningún bastón, lo cual contrastaba con su apariencia. Mantenía los brazos cruzados, ocultos por la túnica que vestía; la misma túnica que denotaba posición y sabiduría.
El segundo acompañante era un hombre adulto de piel clara con cabello negro. Vestía una casaca azul adornada con bordes en un tono rojo envejecido. En uno de los lados de la casaca llevaba bordadas las mismas flores doradas que el regente portaba en su vestimenta. Debajo de todo el conjunto se podía distinguir una franela blanca cuyo origen era propio de Asia oriental, la región de la que ellos provenían.
A pesar de que ambos ancianos eran mayores, el hombre de cabello negro mostraba madurez y experiencia en su semblante. Ellos fueron la excepción a la entrada que hicieron los afarianos; ninguno de los que ingresaron por este lado del castillo hizo un sonido que los anunciara. Solo caminaron en silencio hasta alcanzar el final del corredor.
Detrás de ellos se encontraba otra columna de niños, en menor cantidad que la opuesta, pero que era igual de notable. El contraste entre ambas se hacía evidente a medida que avanzaban en la misma dirección, pero en sentido opuesto para llegar hasta la tribuna correspondiente, asignada con anticipación a cada una de las ramas.
Cada grupo iba junto a un representante del ministerio de la magia, también llamado magisterio. Aunque el significado que envuelve a la palabra pudiera parecer demasiado obvio, ha evolucionado con el tiempo para evitar sospechas por parte de los egnebs.
El magisterio estaba vinculado con la educación de los jóvenes herederos desde la antigua Grecia, y se refiere al colectivo de magos que desempeñan el papel de reguladores en la formación y otros aspectos del mundo mágico.
Aunque los incautos fueron confundidos con los orígenes de la palabra "magisterium" —"magister" en latín eclesiástico, que significa maestro—, es casi imposible diferenciar el término de la magia o lo espiritual. No resulta extraño que la palabra busque ser interpretada desde la religión ante una ligera sospecha. No obstante, con el tiempo ha tenido una estrecha relación con la traducción de "maestro espiritual" o "maestro de la fe".
Su significado se ha enraizado, con regularidad y sin éxito, a los cimientos del catolicismo del mundo moderno, donde los maestros espirituales son llamados sacerdotes, a diferencia de magos.
Hoy en día, resulta complicado para algunos gobiernos del viejo continente explicar la existencia de dos instituciones ambiguas: el ministerio de educación y el magisterio. Hasta hacerlas parecer redundantes en su intento por enfatizar la importancia de cada una. Otra consecuencia del pacto de los herederos con el hombre, un acuerdo que, hasta el día de hoy, se ha renovado en más de una ocasión.
La presencia de los dos harlows en la reunión y su papel como acompañantes de los regentes tenía como finalidad atestiguar el cumplimiento de la ley.
Cada uno de ellos iba vestido como un caballero londinense de mediados del siglo XX, luciendo reloj de bolsillo, traje elegante y sombrero. Caminaron con solemnidad a lo largo de la mesa dispuesta frente a las tribunas, precediendo la ceremonia. Con gran revuelo, todos se agruparon alrededor del enorme mueble, retirando de su vestimenta lo innecesario. Luego, tomaron asiento bajo los estandartes que representaban a cada rama y al Ministerio de la Magia.
Entre la mesa y las tribunas, se encontraba un amplio círculo con unos cinco metros de diámetro. En su interior, una serie de diseños grabados en la roca con extremo cuidado adornaban su superficie. Estos eran de diferentes épocas y estilos: parecían contar la historia de todos los presentes en la habitación a través de dibujos simétricos. Además, estaban rodeados por antiguas runas del Futhark que evocaban recuerdos de los misteriosos portales vistos a lo largo de la noche.
La escritura en el grabado estaba oscurecida, lo que dificultaba la lectura, pero aún se podía distinguir la huella del dibujo a través de una cicatriz en el suelo. Ninguno de los niños en las tribunas sabía qué decía o qué significaba, pero comprendían que era un lugar al que los herederos debían acudir al menos una vez en su vida.
Cada uno de ellos entendía que en ese lugar se realizaba el juramento ante las tres divinidades, simbolizadas por los tres estandartes en la pared y representadas por los regentes, y que quedaba sellado con la picadura de un insecto, dejando una marca como testimonio.
Eoghan retiró sus manos de los receptáculos que le permitieron dar inicio a ambos portales, los mismos que eran mantenidos abiertos por los herederos al otro lado de cada uno de ellos. Se quiso así a causa de la poca confianza que se tenían las distintas ramas del egni. Nadie quería que se comprometiera la seguridad de sus propios herederos o del regente, por ende, más allá del arco de esos portales, aguardaba una escuadra de guerreros capaces de cruzar en cualquier momento si así lo quisieran tras notar algo extraño.
Además, algunos maestros de cada rama tenían la oportunidad de ocupar los palcos designados, lo cual no solo brindaba un espectáculo visual impresionante, sino que también permitía mantener el control de la situación en todo momento.
A pesar de todas las medidas de seguridad implementadas, solo la luz tenía la capacidad de atravesar los portales, y el resto del sonido quedaba silenciado en su totalidad, sin que nadie pudiera escuchar nada más allá de la ceremonia.
Entonces, el regente de la rama de Erebu, Zachary Angus, se levantó de su asiento frente al Gran salón y el estruendo se detuvo.
—Hoy, antes de que caiga la noche, serán llamados hermanos —declaró al tiempo que extendía la mano y creaba un imponente anillo de fuego bajo el metal en el suelo frente a él. La presencia de las llamas en su interior solo se revelaba a través de las hendiduras con forma de runas que se adentraban bajo el suelo y que rodeaban al gran círculo.
»Hijos de Afar —continuó, señalando hacia su derecha en el amplio salón. Luego repitió el gesto frente a cada una de las tribunas—. Hijos de Erebu e hijos de Asu. Unidos, tomarán el juramento que cumple con el pacto propuesto por el hombre, aquel que nos ha permitido habitar estas tierras. Por respeto a la palabra de nuestros ancestros, hemos decidido seguir adelante, incluso si ello implica poner en riesgo nuestras propias vidas.
Un estruendo resonó en el gran salón, resultado de sonidos hechos con la boca, golpes al pecho o con los pies.
»Dos representantes del magisterio son testigos de que una vez más, el pacto se ha cumplido —afirmó el regente de Erebu, señalando a ambos harlows. Su voz se escuchaba en cada rincón de la enorme habitación—. Sabemos que no es tarea fácil para un padre aceptar la pérdida de un hijo, ni para otro heredero aceptar la muerte de un amigo.
»Sientan orgullo de que cada uno de ustedes vivirá en honor a aquellos que ya no están, amarán en su nombre y honrarán su memoria, tal como lo hacemos en este momento —añadió—. Una vida tan breve no será suficiente para cumplir con nuestra palabra.
»Frente a ustedes, el círculo está rodeado por el espíritu de cada heredero caído en las tierras de Annwvyn. —Señaló el anillo de fuego con su mano—. Este contiene el egni desde el momento en que cada uno de sus padres tomó el juramento en su nombre, tal como ustedes lo harán por sus propios hijos. Es un acto de compasión hacia aquellos que no logren sobrevivir su primer año.
»Somos conscientes de las duras experiencias que han tenido que atravesar y de los compañeros que hemos dejado atrás en nuestro camino —dijo mientras lo interrumpía el silencio—. Aunque no podamos devolverles la vida a aquellos que han caído, podemos brindarles un descanso digno por haber luchado a nuestro lado con valentía —concluyó el viejo regente a la vez que daba una señal al hombre de cabello rosado frente a las tribunas—. ¿Maestro Eoghan? —llamó con solemnidad.
El erudito colocó ambas manos sobre el camino de metal que rodeaba el círculo y lo conectaba con los portales, los receptáculos y gran parte del complejo. Entonces, murmuró en lengua antigua:
Annwfn,
guarda la pureza de los cuerpos dejados atrás,
por y para tus deseos,
llévalos contigo.
Las llamas alrededor del círculo incrementaron su brillo y altura, escapando por los orificios en el metal. Parecían no detenerse en el proceso mientras iluminaban las runas y las reflejaban en el techo del lugar, mostrando un color azul que se mantuvo brillando con intensidad. Esta luminosidad persistió hasta hacerse tenue después de que el último de los símbolos fuera arrastrado por un color distinto, el amarillo original.
En las tierras de Annwvyn, los troles cargaban los cuerpos de los niños de una manera que solo la inventiva de estas criaturas podría concebir. Los llevaban sobre sus hombros, colgados a sus espaldas, sostenidos por el torso o por las piernas, sin distinción. Cada uno de los cuerpos se envolvió en llamas imbatibles de color azul que surgieron de forma repentina, consumiéndolos por completo, y con ellos, a quienes prolongaran el contacto.
Las gigantescas criaturas los arrojaron al suelo impotentes ante su combustión. A pesar de sus intentos con tierra, barro y agua de los charcos, no pudieron detener el avance del fuego. En cuestión de segundos, los cuerpos se habían calcinado por completo. Ni lobos u otras criaturas pudieron evitarlo. De los niños que habían fallecido en las tierras de Annwvyn, ahora solo quedaban cenizas que el viento llevó consigo.
De manera similar, los herederos caídos del lado de los afarianos se encontraban reunidos en algún lugar bajo una inmensa cúpula rodeada por rejas. Junto a ellos se hallaban, dispersas en el suelo, las armas de corto alcance a los pies de más de doscientos niños en total. Todos incinerados por igual.
Los que no pudieron regresar de esas tierras habían sido eliminados de la existencia misma, como si hubieran desaparecido por arte de magia.
—Hoy podemos presenciar cómo el egni nos une —intervino Zachary antes de tomar asiento y dar la palabra a Thando—, permitiendo que algo así sea posible.
—Hoy entienden que somos causa y efecto —dijo aquel hombre con una voz profunda que resonaba en la sala—. Somos la manifestación más poderosa del egni hasta ahora. Debemos abrazar nuestra identidad sin sentirnos inferiores por representar una amenaza para los débiles —y dirigió su mirada hacia los representantes del ministerio.
»Somos los herederos del egni, guardianes del poder del mundo y aquellos capaces de mantener vivos los recuerdos por siempre —concluyó golpeando el suelo con su bastón, y luego se sentó para dar la palabra al regente de Asu, Wu Satou. El mismo que rechazó la oportunidad de intervenir con un gesto de negación realizado con la mano.
Entre tanto, los harlows permanecieron en silencio, observando con atención el desarrollo de los eventos. Su presencia vigilante era un recordatorio constante de su papel como testigos. Sus ojos no se apartaban de la escena, y aunque no intervenían de forma activa, su sola presencia emanaba una sensación de autoridad.
—Gracias, regente Thando —dijo Zachary Angus tras ponerse de pie—. Este círculo simboliza el juramento —y varios acólitos se acercaron con un cofre ornamental de bronce, cuyo único orificio tenía el tamaño de una mano—. Demostremos nuestra valía para cumplirlo, incluso si eso significa enfrentar la muerte.
»Cada uno de ustedes se acercará al círculo que nuestros ancestros crearon hace más de seis mil años —explicó—, en el cual reside la presencia de los guardianes de la Egni Hudol. Allí, jurarán ante sus vidas que honrarán el pacto entre los herederos y el hombre. De lo contrario, apenas muera el alba, Annwn tomará de ustedes aquello que no supieron respetar: la vida.
Es una elección difícil, una que nos enseña humildad —concluyó Angus, cediendo la palabra al regente Wu.
—Seremos los primeros en tomar el pacto —dijo levantándose de su asiento—. Al igual que Asu fue el primero en renunciar al reconocimiento que ofrecía la roca. Si esto nos brinda paz y amistad con el hombre, que así sea —concluyó, asintiendo con la cabeza—. Aiko, encárgate de guiar a tus hermanos.
Aiko, el hombre con vestimenta azul que había ingresado con el regente Wu, se inclinó en señal de respeto y obedeció las órdenes, mostrando a los herederos del lado de Asu el camino a seguir para tomar su lugar en el círculo. Aiko llevaba consigo un cofre que contenía los pergaminos con los nombres de los herederos, cuya función era simbolizar el cumplimiento del pacto. Lo dejó a un lado con cuidado, asegurándose de que en el proceso su significado fuera reconocido.
Uno a uno, los herederos de Asu se acercaron. El círculo se encontraba un tanto hundido, a dos pequeños escalones por debajo del nivel original. Las llamas amarillas que lo rodeaban creaban un cautivador espectáculo, escapando del subsuelo a través de las hendiduras en el metal y elevándose a diez centímetros del piso cuando un heredero lo cruzaba.
El mismo sonido que dio inicio a la bienvenida resonó una vez más, marcando el comienzo de la ceremonia. Fue un retumbar tan poderoso que se sentía en lo más profundo del pecho, provocando una sensación de falta de aire en algunos de los presentes.
Cada muchacho avanzaba con determinación para introducir su mano en el recipiente y recibir la picadura de la hormiga bala. En cuestión de segundos, las llamas cambiaban de color, tornándose azules, y el pergamino con el nombre del heredero entraba en un estado de combustión hasta incinerarse y convertirse en cenizas. Acto seguido, el niño aludía al juramento y luego revelaba su nombre.
En caso de que el dolor o el agotamiento fueran abrumadores, un acólito estaba allí para ayudar al niño a dejar el círculo, ya que este consumía el egni del usuario como rastro para cambiar de color.
Este proceso se repitió a lo largo de la rama de Asu con sus cien niños, y algunos de ellos se desmayaron debido al insoportable dolor. La Paraponera, también conocida como la "hormiga bala", otorgaba a los herederos la fuerza necesaria para resistir los estragos del egni, al tiempo que le brindaba a sus cuerpos algunos años de vida extra. Un sacrificio necesario para develar la marca y cumplir con el pacto.
Con la salida del último niño de Asu del círculo, el cofre de los asuenses fue retirado tras quedar vacío.
Thando se levantó de su asiento.
—Es nuestro turno para tomar el juramento. ¡Samwel, encárgate! —dijo Thando, dirigiéndose al hombre con los dreadlocks en el cabello y el trapo alrededor de la cara.
Los niños afarianos se sucedieron en el círculo, y aquellos que no pudieron resistir el dolor de la picadura fueron considerados débiles, recibiendo el juicio silencioso de sus compañeros y la mirada severa de su regente.
Una vez que cada uno de los papeles con los nombres de los afarianos se incineró dentro del cofre, dejándolo vacío de cualquier rastro, los más de doscientos herederos de Afar tomaron asiento. Entonces llegó el turno de los descendientes de Erebu para tomar su lugar.
—Ha sido una larga noche, ¿no es así, viejo Zachary? —dijo Thando entre susurros, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar.
—Hay que ser sabio sobre lo que se dice antes de preguntar algo así —respondió Angus mientras se ponía de pie—. ¡Herederos de Erebu! Es su momento de tomar el juramento. Hagan que sus hermanos se sientan orgullosos y vivan a través de ustedes —exclamó el viejo regente, prestando mucha atención a cada niño que cruzaba el círculo.
El primero en avanzar fue Lucio. Caminó con determinación, descendiendo ambos escalones. Mientras ingresaba al círculo, las llamas continuaron ardiendo en un tono amarillento. Después de recibir la picadura del insecto, su piel se iluminó con líneas rojas, resaltando los nombres tatuados en su cuerpo. El nombre de Adran, ubicado cerca de su rostro, fue uno de los muchos que se pudieron leer en los muros cuando comenzaron a brillar.
—El pacto se ha cumplido y también la promesa que hice a mis compañeros —dijo mientras luchaba por mantenerse despierto—. Mi nombre es Lucio Hannigan...
El agotamiento lo venció y cayó dormido frente a todos.
Sus compañeros se preocuparon, pero no lo suficiente como para correr a ver qué había sucedido. Todos ellos estaban al tanto de que parte de su conciencia estaba en un estado de latencia baja, evitando así perder la cordura frente a situaciones extremas. Esto les permitía mantener una actitud lógica y racional frente a cualquier circunstancia. Mientras tanto, los acólitos se acercaron y retiraron a Lucio del lugar para cuidar de él.
El espectáculo fue evidente para todos los presentes cuando, por unos breves segundos, varios nombres brillaron en los muros. Tanto Eoghan como los regentes quedaron sorprendidos. El hecho de que Lucio hiciera tal demostración después de sus palabras, levantó sospechas. También generó interrogantes sobre su verdadera naturaleza y el significado de los nombres que aparecían en su cuerpo.
—¿Qué acaba de suceder, viejo Zachary? ¿Estás modificando las reglas otra vez? —preguntó Thando mientras dos de sus escoltas prestaban mucha atención a la situación.
—Los niños son herederos recién llegados de Annwn —explicó Angus—. Si notas diferencias en ellos, es porque Annwvyn tuvo sus razones. Del resto, no tiene sentido preocuparse por los cambios que haga ella sobre sus propios hijos, ¿no piensa lo mismo, regente Thando?
—Viejo astuto... —añadió, tratando de no causar demasiado revuelo durante la ceremonia del juramento. Compartía sus pensamientos en una conversación privada que solo aquellos sentados a la mesa podían escuchar—. Mis herederos de esta generación te superan esta vez cinco a uno, Zachary. Nada de lo que suceda hoy cambiará eso.
—Usted olvida nuestro verdadero propósito con demasiada facilidad, regente Thando —añadió Angus mientras el regente de Asu, Wu, asentía con la cabeza en acuerdo—. Haré que los maestros examinen al chico, tal vez eso traiga paz al nuevo regente.
—No es necesario —respondió Thando—, los problemas que ocurran en una rama casi extinta no me interesan.
—Entonces no necesitamos prolongar esta conversación por más tiempo —respondió cuando solo quedaban unos pocos por atravesar el círculo.
Al regente de la línea de Afar, le disgustó la actitud de Angus y se levantó con premura para felicitar a los herederos del lado de Erebu.
—¡Hoy son jóvenes, herederos de Erebu! Siéntanse orgullosos de ustedes mismos, porque han demostrado que la juventud es quien forja el futuro —dijo alzando su copa y brindando con una sonrisa en el rostro.
El ambiente se llenaba de tensión a medida que quedaban solo cuatro personas por avanzar, habiendo pasado ya cincuenta y dos herederos. Lilith se encontraba lista para ser la siguiente.
En el proceso, Eoghan sentía curiosidad por el niño Adler del que Zachary le había hablado durante su conversación privada. «Parece que nuestro regente estaba preocupado en vano», pensó.
—El pacto se ha cumplido —declaró la niña, tambaleándose mientras sostenía su brazo contra el pecho—. Mi nombre es Lilith Dressler. El fuego se volvió azul y otro pergamino en el cofre se hizo cenizas.
—Te doy la bienvenida al linaje de Erebu, Lilith Dressler —intervino Zachary.
—El juramento se ha cumplido —dijo la próxima en jurar, soltando un grito de dolor—. Mi nombre es Nathalia Ivanov.
—Sé bienvenida, Nathalia Ivanov —respondió el anciano.
Ninguna de estas niñas pudo permanecer de pie.
—Si lo piensas detenidamente, viejo Zachary, pocos herederos son más manejables —susurró Thando con una sonrisa.
—Bienvenido, Ériu Kelly —dijo Zachary Angus en medio de las palabras del nuevo regente y el bullicio del gran salón.
Thando se levantó, y sosteniendo su cetro, interrumpió la ceremonia justo antes de que Liam colocara su mano en el contenedor de las hormigas.
—Yo propongo que mantengamos viva la tradición —dijo mientras se desplazaba hacia un lado del círculo—. ¿No cree usted lo mismo, regente de Asu? —Wu lo miró sin comprender a qué se refería—. Aquella vez, cuando prestamos juramento ante este mismo círculo, la noche se cerró con un magnífico espectáculo. —Golpeó el suelo con su bastón y exclamó:— ¡Mubiru, dime si estoy en lo correcto! Y que mi sangre cubra el círculo si me equivoco.
—Hace mucho tiempo, los herederos peleaban hasta quedar exhaustos para honrar la memoria de Afar, señor regente —aseveró el anciano que lo acompañaba, ocupando un puesto anterior al suyo en la línea de regentes de la rama de los afarianos, mientras atraía la atención de todos con sus palabras.
—Es cierto —respondió Zachary Angus—, pero esos tiempos ya han pasado. Ahora vivimos en una era diferente donde nada de esto es necesario.
—¡Somos herederos del egni, no somos hombres normales! ¡Samwel, trae a nuestro último heredero! —exclamó Thando mientras el último heredero de su rama se acercaba para colocarse a su lado.
—¿Te sientes preparado, muchacho? —preguntó sin necesidad de mirar al niño a los ojos.
—Eso no importa, señor —respondió el niño.
—Es verdad, ¡cosas que un afariano entiende! —Se escuchó un clamor de guerra—. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó con báculo en mano y la mirada fija en la mesa. Aquellos que estaban sentados a ella solo podían percibir que el regente parecía haber perdido la cabeza.
—Mi nombre es Yared Karimi, señor regente —respondió el niño a su lado.
—Entonces, regentes, ¿quién se enfrentará a mi último muchacho? —exclamó Thando, a lo que Liam respondió con la solución más acertada que vio en su mente.
—No estoy de humor para responder a tus caprichos, Thando —dijo Liam antes de introducir su mano en el recipiente. En el acto, sintió la picadura intensa de la Paraponera y cayó de rodillas, al igual que muchos otros antes de él, gritando de dolor.
Algo comprensible, considerando su situación, ya que había perdido una gran cantidad de fuerza en un encuentro desafortunado. En lo más profundo de su ser, sentía el peso de la pérdida de Alan, aunque no podía experimentar el sentimiento con claridad.
—¿Qué acabas de decir, muchacho? —preguntó Thando, tras escuchar cómo el niño lo rechazó, algo que no podía pasar desapercibido—. ¡Nadie le falta el respeto a un regente!
—Lamento el malentendido, pero no seré yo quien actúe para entretenerlo, señor regente —dijo el joven, tratando de lavar su imagen con un acto de reverencia—. El juramento ha sido cumplido —exclamó—. Mi nombre es Liam Neville.
El niño se retiró a su lugar en la tribuna.
—¡Ja! —exclamó Thando, estallando en carcajadas—. Fue un error de mi parte pensar que el linaje de Erebu estaba a la altura de los afarianos —dijo dirigiéndose a todos los presentes en el gran salón—. La respuesta era demasiado obvia.
—Hay un último niño, señor —informó uno de los guardias al capitán Tutgual, justo cuando los dos acólitos que escoltaban al joven Adler estaban a punto de acercarse al círculo del pacto, donde Thando había causado el revuelo.
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