Cap IV - III
El papel de la suerte en medio del tumulto de niños reunidos en aquellas ruinas rodeadas de bosque, era relevante. Y qué decir, se tiene que ser infortunado para sentir el moho bajo la planta de los pies, mientras la humedad y el movimiento per se le ayudan a encontrar su camino entre los dedos, haciéndolos sentir ásperos y resbaladizos.
Sin mencionar el color apenas perceptible debido a la tenue iluminación del entorno, que cubría las uñas con una tonalidad oscura cuando se podía bajar la mirada para evaluar un «¿Qué demonios?». Y aquellos valientes que se atrevieron a olerlo, porque hubo quienes lo hicieron, notaran un aroma a tierra mojada, hierbajos cortados e insectos que, post mortem, apesten.
—¡Ahhh! ¡Qué asco! ¡Pisé una lombriz de tierra! —Se escuchó de alguien entre las sombras. Su voz estaba cargada de disgusto y repulsión, pero sin lágrimas ni peligro inminente.
—¿Y cómo puedes saber si era una lombriz y no una raíz? —preguntó otro.
—¡Mira, huele mi pie! —exclamó ella, desafiante.
—Bromeas, ¿quién se huele un pie con tanto lodo? Y peor aún, ¿quién muere de ganas por oler el tuyo? —exclamó él.
—Pero es solo tierra... mojada —insistió mostrando su pie embarrado.
—¡Puaj! —exclamó él, y sosteniéndose la boca, salió corriendo a vomitar. En el proceso, sin querer, tropezó con Marco, y también con Víktor, quien venía detrás del primero.
—Oye, fíjate por dónde caminas... —dijo Marco, pero antes de que pudiera terminar su frase, fue interrumpido por sonidos vomitivos a poca distancia.
—Alguien está teniendo una mala noche —comentó Víktor, dirigiendo su mirada hacia el chico de los anteojos que se encontraba cerca—. Arthur, avisa a todos, especialmente al pelirrojo y su novia. Es hora de tener una charla; asegúrate de que todos estén presentes.
En la mente de Víktor, era evidente la influencia que los anteojos podían tener en alguien, haciendo que se mostrara más dócil. Este niño llevaba puestos unos anteojos, por lo que Víktor supuso que no se negaría a su petición. Ya sea por casualidad o porque parecía estar de acuerdo con la idea, Arthur asintió antes de darse la vuelta. Y un par de segundos después, el niño Vance se apoyó en uno de los pilares cercanos, adoptando una postura más relajada.
—¡Tendremos fogata! —gritó Marco.
Su intervención captó la atención de todos los presentes. Era de esperar, considerando que provenía del niño conocido por su psicopatía. Incluso Víktor, quien solía mantener la compostura, no pudo evitar sorprenderse ante esas palabras. Pasó la mano por su rostro, mostrando una expresión de cansancio o intolerancia hacia lo que, en su opinión, representaba la estupidez humana.
Arthur se alejó un poco, pero no lo suficiente como para dejar de escuchar las palabras de Marco sobre la fogata. Surgieron dudas en su mente sobre si era una buena o mala idea, pero decidió que lo mejor era apresurarse a reunir al resto del grupo. Impulsado por ese sentimiento, sintió la urgencia de actuar con rapidez.
—Verán, es imprescindible encender una fogata para poder calentarnos y tomar algunas antorchas; nos será de gran utilidad mientras caminamos por el bosque. Por lo tanto... —explicaba Marco, pero Víktor parecía haber alcanzado su límite y lo dejó claro cuando intervino para interrumpirlo.
—Ahí vas otra vez con ese sentido del humor tan trillado —dijo mientras colocaba la mano en el hombro del locutor—. Eres todo un bromista; ojalá no fueras el peor del bosque.
Entonces soltó una risa, como si intentara mejorar la imagen de Marco a través de una broma.
—¿Qué pretendes, niño loco? —preguntó Scarlett.
—Mi nombre es Marco —respondió él, apartando la mano de Víktor—. Permíteme explicarte una vez más. Necesitamos antorchas para poder caminar por el bosque...
—¿Para ir adónde exactamente? Además, no te seguiría a ninguna parte —replicó, agregando un «¡Jum!» al final de su frase para enfatizar su desacuerdo.
—Son palabras bastante serias, Scarlett. Sí, ese era tu nombre. Sé que estamos muy enojados con él, pero debemos dejar el pasado atrás si queremos avanzar hacia el futuro. Estoy seguro de que el futuro no nos espera en este lado del bosque —dijo Víktor.
—¿A qué te refieres? —inquirió ella.
—Bueno, es un hecho que aquí solo hace frío, y aunque me opongo a la idea de hacer una fogata, no me opongo a que dejemos este lugar. —Víktor adoptó un tono de voz calmado y sereno, consideró las circunstancias y quiso transmitir una sensación de fiabilidad.
—¿Movernos? Seguramente debes saber algo que nosotros no, Víktor —dijo Ériu, quien al parecer había llegado hace unos segundos sin causar alboroto. Habló desde la oscuridad, abriéndose paso entre los incautos que parecían prestar mucha atención a las palabras del héroe. Sus declaraciones eran muy fáciles de seguir, pues nadie quitaba razón a tales palabras si estas imitaban el sentido común.
—Al fin llegas, pelirrojo, justo a tiempo para discutir el plan que ha creado nuestro amigo Marco. Otros lo conocen como el niño loco, pero su nombre es Marco, ese es su verdadero nombre.
Cualquiera que estuviera presente podía percibir cierta rivalidad entre ambos, lo cual representaba un obstáculo para el grupo. El mismo Víktor era consciente de ello, por lo que no quería llevarse el crédito por sus ideas. Al contrario, intentó hacer ver que fueron concebidas por otra persona o con la colaboración de todos, de modo que no fueran rechazadas con tanta facilidad.
—Tú y yo sabemos que para salir de aquí hay que saber más que la dirección... —dijo Ériu.
—Pero quedarnos sin hacer nada implica morir. Llevamos mucho tiempo perdiendo el tiempo —afirmó Víktor, interrumpiendo al pelirrojo.
—Al menos podríamos discutir lo de la fogata —dijo Marco, encogiéndose de hombros, y Víktor inclinó la cabeza de la misma forma que lo había hecho Ériu aquella vez frente a Brígh—. Porque realmente es necesario, sin ella no podríamos esperar hasta que llegue ayuda.
—Igual tomaría mucho tiempo —comentó alguien del grupo, uno de aquellos que intentaron derribar a Marco cuando había perdido el control.
—Es cierto, moriremos de frío si no hacemos algo —añadió otro—. No podemos estar frotándonos los brazos todo el tiempo...
—Pues, a menos que prefieran la muerte al frío, tendrá que ser suficiente. Cualquier cosa podría ver una fogata desde lejos —dijo Víktor, logrando sonar convincente—. Respecto a la situación actual... ¿Estamos todos?
—Todos estamos aquí —respondió Arthur.
—Entonces, ¿qué quieres discutir? —preguntó Scarlett.
—Es hora de tener una conversación seria —respondió caminando frente a todos los presentes—. Verán, estamos perdidos, eso es un hecho. Pero lamentarse y esperar a que los adultos vengan a rescatarnos es una tontería. Necesitamos ideas claras sobre qué hacer.
—¿Por qué sería un error esperar refuerzos? —preguntó Arthur—. Tal vez solo es cuestión de tiempo.
—Porque nadie vendrá —respondió el niño Vance, señalando las ruinas con su mano.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —inquirió Brígh, esperando que su justificación no fuera tan evidente como sus respuestas previas.
—Simplemente... lo sé. Es demasiado obvio —respondió Víktor.
—Ah, ¿sí? Y... ¿Qué más sabes? —intervino Ériu en esta ocasión.
—Si no fuera así, los refuerzos ya habrían llegado. Es por cosas como estas que nada funcionará —aseveró Víktor, llevando la mano a su cabeza mientras la movía de un lado a otro—. Necesitamos un líder. Y será mejor que aquellos que se sientan incómodos con esto se alejen; así, no se verán afectados por las decisiones que se tomen. No obstante, aquellos que elijan quedarse deberán respetar esa figura.
Víktor observaba a los demás, buscando una reacción. En ese momento, la mayoría de los niños intercambió una mirada, sin saber qué decir.
—Y esperas que te sigamos a ti —dijo alguien entre las sombras, alguien que hasta ese momento había pasado desapercibido. Su participación había sido mínima, limitándose a hacer comentarios sarcásticos y bromas sobre atar a Marco u otras cosas que parecían reflejar la ironía de la situación por puro gusto y nada más.
—El líder podría ser cualquier persona que demuestre estar un paso adelante. Debe tener información privilegiada, iniciativa y ser tenaz, todas esas cualidades que definen a alguien competente —concluyó Víktor, acortando los adjetivos cada vez más, como si estos carecieran de importancia o fueran una mera formalidad para ganar la aceptación del grupo.
—¿Y a quién propones? —preguntó Scarlett, dando por sentado que ya conocía la respuesta.
—Sugiero que Marco sea nuestro líder —respondió señalándolo con ambas manos—. Él tiene información privilegiada que ninguno conoce, además ha demostrado tener iniciativa, lo cual es crucial a la hora de tomar decisiones.
Los rostros de aquellos niños reflejaban asombro; Scarlett quedó atónita al darse cuenta de que lo que ella creía conocer no era más que una simple fantasía. Desde entonces, comenzó a cuestionarse si lo que sentía hacia Víktor era solo una predisposición basada en suposiciones infantiles.
—Confieso que no me lo esperaba —añadió sintiéndose apenada—, pero entiendo tu punto. El chico es bueno para golpear con una rama a quien no lo obedezca.
—Por eso es necesario dejarlo claro: quien no pretenda respetar la imagen de un líder, debe irse o, al menos, no debe seguirnos —intervino el niño Vance—. Tampoco esperamos que participen con nosotros de forma directa, y digo "nosotros" porque, en mi caso, yo planeo respetar esa imagen de autoridad al quedarme bajo su guía.
Entonces llevó su mano al hombro de Marco.
En ese momento, se decía demasiado. La propuesta de Víktor recibió una cantidad abrumadora de objeciones, aunque ninguna se expresó en público; todas se limitaron a susurros y cuchicheos. Ériu observaba el panorama con atención. En lo personal, se encontraba en una encrucijada, sin saber qué hacer. Debía decidir entre ir por su cuenta junto a Brígh o unirse al grupo bajo el liderazgo de Marco, alguien lo bastante impulsivo como para poner en riesgo la vida de todos.
Ériu también era consciente de que sus probabilidades de supervivencia serían casi nulas si decidían separarse, ya que estas variaban de manera proporcional a la cantidad de personas en el grupo. A mayor cantidad de personas, mayores serían las probabilidades de salir ilesos. Era un principio fundamental que debían tener en cuenta.
Se congregaron en el centro de las ruinas, envueltos por la oscuridad, para abordar el tema en cuestión, pero antes debían tomar una decisión. Víktor había puesto en una posición complicada a los más de veinte niños que estaban sombreados por el bosque. Marco se sorprendió, ya que no esperaba que el niño Vance propusiera algo así después de haberlo golpeado. Sin embargo, entendió que debía responder con cierta cortesía tras el anuncio, así que asintió con la cabeza y pronunció una sola palabra, pues incluso para él la sorpresa fue abrumadora.
—Sí —dijo, y aunque la mayoría volteó a mirarle en el momento de esa corta, y precaria, intervención, una vez que terminó, volvieron la mirada a Víktor como si se tratara de un vendedor que ofrece un producto.
Si la analogía cabe, el comprador aceptaría los términos, y el vendedor entregaría el producto, que en este caso era la información que, al parecer, solo Marco conocía. El razonamiento era simple incluso para el más ingenuo: aquellos que se quedaran con el héroe tendrían mayores posibilidades de sobrevivir, y si el héroe estaba con Marco, entonces aquellos que estuvieran con él también sobrevivirían.
—Deberías considerar postularte como líder. No me gusta la dirección que están tomando las cosas —susurró Brígh a Ériu.
—Tiene que ser una broma. No sabemos qué nos espera ahí afuera ni por qué estamos aquí —respondió Ériu en un susurro.
—Tú serías un buen líder. Sería como aquella vez que jugamos a ser piratas. Además, ese tal Marco solo conseguirá que nos maten.
—No, no asumiré esa responsabilidad. Dividirnos de esa manera es inhumano; nos obliga a elegir un bando donde hay favoritismos y otro donde no hay nada. Están utilizando lo que saben como arma.
—Ese Víktor es violento, y hay algo en él que no me agrada. Lo mismo pienso del niño loco. Tú sabes que odio a los tiranos, Ériu. Dime, ¿qué harás? —Más adelante, muy cerca de Víktor, Scarlett estaba por dar su opinión.
—Tienes razón, necesitamos una figura de liderazgo. Somos demasiados y debemos hacer que funcione si queremos salir de aquí. Si no todo esto será un desastre. Aunque el camino que estás tomando para plantearlo...
Pero fue interrumpida.
—En resumen, estás planeando enviar a la muerte a aquellos que no acepten seguir a Marco —dijo Arthur.
—Entiendo que pueda sonar así, pero solo es retórica. Con esto, espero fijar un precedente: aquellos que decidan unirse deben comprometerse a seguir las reglas, sin sorpresas ni anarquía. En caso contrario, es mejor que elijan su propio camino, porque cuando se trata de poner nuestras vidas en juego, no podemos permitirnos cometer errores —explicó Víktor con seriedad.
De repente, una voz masculina, hasta ahora desconocida, gritó desde la multitud. Fue clara y concisa con su mensaje:
—¡Yo postulo al pelirrojo!
Era Brígh, que intentaba disfrazar su voz y se había ocultado entre la muchedumbre. Empujó a Ériu hacia adelante y todos los demás voltearon a mirar, sorprendidos por el alboroto. Y allí estaba el pelirrojo de pie, solo.
Brígh había desaparecido entre la oscuridad.
—Estoy de acuerdo —respondió el niño Vance—. La validación del grupo es crucial para tomar una decisión justa. Incluso si mi equipo pierde, estoy dispuesto a compartir toda la información con el líder ganador para el beneficio de todos. ¡Juntos, podemos enfrentar los desafíos y encontrar la mejor manera de sobrevivir en esta situación!
Cerró el puño y lo mostró frente a su pecho.
—Tengo una propuesta más —intervino Ériu—. Podemos establecer una cadena de mando de al menos tres integrantes. El perdedor puede tomar el tercer puesto y tener voz en el liderazgo. De esta manera, aseguramos que todos se sientan representados.
—Bien, creo que tu propuesta sobre la cadena de mando es razonable —dijo Víktor—. Sin embargo, el segundo lugar deberá ser asignado por el ganador. Espero que lo entiendas, ya que se trata de la mano derecha de un líder, y no debería ser ocupada por un disidente.
—¡Bien! —dijo Ériu, aceptando la propuesta.
—¡Bien! —añadió Víktor—. Entonces que inicie la votación; el nombre que más claro se escuche será el ganador. ¡Los que estén conmigo digan «Marco»! —gritó al aire, buscando generar apoyo hacia el niño de cabeza rapada como líder. El mismo al que había golpeado hace minutos, pero que ahora estaba dispuesto a respaldar.
El resto del grupo miró la escena con sorpresa, pero decidieron seguir la sugerencia y comenzaron a repetir el nombre de Marco en forma de coro, aunque con menos entusiasmo que el niño Vance.
—¡Los que estén conmigo y quieran salir de aquí griten mi nombre! —clamó Ériu—. Haré lo que esté a mi alcance para guiarlos a casa.
Pero pocos recordaban algo así, este niño era mejor conocido por su alias «el Pelirrojo», que por otra cosa.
La solicitud de Ériu generó confusión entre aquellos que lo consideraban una opción. Cuando llegó el momento de elegir, se escucharon tres sonidos diferentes que resonaron en el ambiente. Uno de ellos fue claro y audible: «Marco». Los otros dos fueron una combinación borrosa entre las palabras «Ériu», «Pelirrojo» y «Oreo». Y Ninguno de ellos fue tan claro como el primero, que proclamó a Marco vencedor.
Ahogada por los vítores de apoyo al nuevo líder, Brígh continuaba gritando el nombre de Ériu, pero no sirvió de nada, ya que era la única.
—Está decidido, a partir de ahora Marco se ha convertido en nuestro líder —dijo Víktor, alzando el puño al aire.
—Y tú serás mi Segundo —añadió Marco, golpeando a Víktor en el brazo en señal de triunfo.
El lugar estaba ocupado por un ambiente festivo donde no había nada que celebrar, excepto la idea de haber tomado una decisión, lo cual traía alegría a los corazones de aquellos resentidos con la suerte.
«Qué tonta, Brígh. Quedé como un idiota», pensó Ériu. En ese momento, Brígh puso la mano en el hombro de Ériu y dijo:
—¿En serio? Es decir, ¿no tenías otro discurso mejor que eso? «Griten mi nombre»; perdimos la campaña... —Suspiró—. Supongo que fue más fácil cuando éramos niños de nueve años y en vez de toda esta multitud solo estábamos cinco en el parque.
—No pensé en nada más... ¿Qué podrían querer todos a estas alturas si no es salir de aquí con vida? —aseveró Ériu—; no queda más que ver lo que decidan, esperemos que no sientan la necesidad de intentar algo estúpido.
De esta forma el pelirrojo concluyó su intervención, mirando con preocupación el lío en el que se habían metido.
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