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Cap III - II

Empezaba a llover con más fuerza, porque la mitad de las nubes que cubrían el cielo así lo permitieron. Las rocas, como peces, resbalaban de las manos de quienes luchaban por limpiar la base del obelisco a toda velocidad. De igual manera, el agua había transformado el polvo en barro, y cada rincón impregnado por él se había convertido en un tobogán natural.

El agua se acumuló en lo alto de las paredes, formando arroyos que serpenteaban por los canales. Cada pared vertía el líquido hacia la siguiente, y así de forma sucesiva hasta otra que, ante la obviedad del entorno, derramaba el agua sobre el suelo.

Se estancaba en lugares específicos, bañando enredaderas, tallos y algunos hongos; hasta que caía de estas como un río con acabado artístico. Era un espectáculo digno de ver, a pesar de la erosión del terreno y las grotescas interrupciones en la arquitectura. El agua, el aire y aquella tormenta creaban el espacio perfecto para que el frío y el petricor se instalaran.

Conforme caminaban en dirección al lugar donde había caído el puntal, se notaba la diferencia entre la zona interna y externa: un valle azotado por la tormenta. El maltrato venía del cielo, acompañado de uno que otro relámpago que intentaba tocar la tierra y que, en su intento por encender fuego, fracasaba. De esta manera, la brisa soplaba una y otra vez sobre los niños, colándose entre columnas y paredes rotas erosionadas que marcaban el camino, hasta llegar al pilar donde el extremo de la cuerda colgaba, ondeando como una bandera a poco más de dos metros de altura.

—Será complicado —dijo Yann, expresando su preocupación ante la duda—. ¿Cómo subiremos?

—Tengo una idea —respondió Guinevere—. Subiré a tu espalda, y eso será suficiente para alcanzarla.

Yann se acercó a la columna y apoyó sus manos en ella. La superficie era suave y se hacía aún más resbaladiza con el agua que caía por los alrededores.

El líquido empapó su ropa al poco tiempo.

—Está helada —dijo, trastabillando; temblaba sin control mientras mantenía ambas manos en el puntal.

—Ayúdame, creo que puedo subir y tomarla —pidió Guinevere a Lilith. Esta última intentaba alzarla sobre los hombros de Yann.

—Un poco más arriba... —insistía determinada a alcanzar su objetivo—. ¡Listo! Ahora súbeme, Yann.

—No puedo alzarte más —respondió él, haciendo un gesto de molestia con la cara. Como era natural, se le notaba que quería quejarse por lo incómodo que era tenerla sobre su cabeza—. ¡Date prisa, estás pesada!

Las fuertes ráfagas de viento impedían que la niña alcanzara uno de los extremos de la cuerda que colgaba del peñasco.

—Tendré que saltar, sujétate —anunció preparándose para tomar impulso.

—Espera, qué... —exclamó Yann, pero Guinevere se arrojó sin escuchar la advertencia. Su audacia sorprendió a Yann y Lilith, quienes quedaron atónitos al verla intentar agarrar la cuerda, a pesar de las palabras del primero.

La niña pudo haber fallado por muy poco hasta acabar golpeándose con el filo del suelo, pero al final logró aferrarse a la tira. Se deslizó bajo la lluvia por aquella superficie resbaladiza, sin esperar que fuera su decisión. Guinevere descendió hasta el suelo sin soltarse, dejando a Yann asombrado.

—Ahora tenemos que desenredarla —indicó ella, señalando el extremo alto de la columna con el dedo—. Subamos una vez más.

—Bien, esta vez iré contigo —dijo el más rubio. Ambos treparon sobre el pilar que Krohn blandió como un arma, usando las correas que la ataban para escalar mientras Lilith vigilaba. Cuando llegaron a la parte más alta, poco a poco fueron soltando los amarres.

El ruido en las ruinas era intenso, en especial por las pisadas que resonaban en ellas. Sin embargo, aún no se podía percibir nada concreto. Era algo extraño, junto con el estruendo de la tormenta, esa sensación de desastre parecía estar cerca. «Es curioso, todo suena como si estuviera a la vuelta de la esquina, pero... no veo nada», pensó Lilith, desconcertada.

En ese instante, Guinevere la interrumpió con un grito desde lo alto.

—¡Lilith, no dejes que se formen nudos!

Lilith agarró la cuerda apenas la niña terminó de hablar y la acomodó alrededor de sus brazos, evitando así que se enredara. Guinevere y Yann saltaron sobre la maleza, se pusieron de pie, sintiendo algunos calambres, y agregaron un «vamos» a su actuar. En ese instante la lluvia arreciaba, pero todos sabían que las cosas podían empeorar en cualquier momento.

Shannon intentaba limpiar la zona del portal lo más rápido que podía. Gritó de dolor tras sentir el ardor cuando una roca afilada perforó su mano. Era una herida superficial, pero como es la sangre de escandalosa, no pasó mucho tiempo antes de que la lluvia creara un charco de agua color escarlata que se iba aclarando sobre los escalones.

Tanto Hugh como Saraid lo advirtieron, y esta última se acercó para ayudar.

—¿Estás bien? —preguntó soltando lo que tenía con ella.

—Tranquila, no es nada grave —respondió él, viendo su mano ensangrentada. Aunque no era una cortada profunda, había mucho color en ella, algo común en estos casos.

La abertura apenas se notaba cuando el agua la hacía resaltar.

—Estuvo cerca —comentó Saraid, utilizando una parte de su bata para limpiar la herida. Él mostró algo de incomodidad en el proceso, ya que le ardía a causa del roce.

—A estas alturas, no importa mucho mancharse la ropa, ¿verdad? —bromeó Shannon.

Saraid compartió una sonrisa y asintió.

—¡No hay que detenerse! —exclamó Hugh, consciente de lo ocurrido, pero decidido a seguir con el plan.

—Está un poco raro —murmuró Shannon, refiriéndose a Hugh.

—No podría culparlo —comentó Saraid mientras seguía limpiando la herida—, tanto él como Lilith parecen muy afectados por la muerte de Alan. No es que los demás no sintamos su pérdida, pero ellos en específico, junto con Guinevere...

Entonces ella dejó de hablar.

—Es cierto, su muerte nos afectó a todos —indicó Shannon con la intención de ayudar a Saraid con las palabras. Conforme la escuchaba opinar, notaba que a ella le costaba hablar del tema—. A veces... Todavía puedo escuchar su voz en mi cabeza, como si estuviera aquí con nosotros.

«¡Váyanse, tontos!», recordó Shannon, reviviendo aquel momento en su mente.

—Fue por eso que te distrajiste, por la angustia y los recuerdos —añadió Saraid en su esfuerzo de ayudar.

—Sí, creo que fue una mezcla de ambas —respondió él, preocupado por su estado mental—. Solo espero no estar perdiendo la cabeza.

—Yann puede parecer un cretino, pero tiene razón cuando dice que lo mejor sería enfocarnos en buscar una manera de salir de aquí. Una vez lo logremos, podremos hablar del tema —comentó ella, dejando caer una lágrima que se confundió con las gotas de lluvia en su rostro.

—Sé que lo haremos, intenta estar tranquila —dijo él, usando la mano saludable para consolarla.

—Bueno, parece que ya se detuvo el sangrado. Al parecer, sanas rápido —añadió queriendo cortar la conversación, tal vez porque no le interesaba alimentar una esperanza que se mostraba inalcanzable: escapar de Annwn.

Los truenos sonaban en lo alto. Ahogados entre las nubes, mantenían un ritmo constante, casi repetitivo. A pocos metros Lilith cruzó el mismo acceso que cuando llegaron por primera vez al portal.

—¡Tenemos cuerda! —exclamó con una risa nerviosa, tratando de disfrazar su estado de ánimo al igual que los demás a su alrededor. Fue lo primero que llegó a las mentes de Saraid y Shannon tan pronto la vieron entrar.

No podía cargar todo el amarre por su cuenta. El otro extremo de la cuerda parecía estar flotando hacia la parte de afuera, hasta que Guinevere y Yann se unieron a ella con el resto. Era una adición importante: una herramienta más; una que alimentó ese rastro de esperanza que se desvanecía con ligereza. Parecía que había pasado mucho tiempo debido a las muchas cosas que habían ocurrido, pero la verdad era que solo transcurrieron unos pocos minutos desde su llegada.

—Presten atención —dijo Guinevere, dejando caer las correas al suelo con un golpe suave—. Esas columnas parecen sólidas, podría asegurarlo. Vamos a atar esta cuerda a la parte más alta del obelisco, ya que el momento incrementa con la distancia.

»Después, anclaremos el amarre a cuatro columnas. —Y prosiguió como quien imparte una cátedra—. De esta manera, distribuiremos el peso y aplicaremos fuerza para derribarlo de forma segura. Cada columna soportará una parte del obelisco y, con un mínimo de esfuerzo, caerá.

Guinevere explicó su plan, y los demás se miraron desconcertados, sin comprender muy bien lo que la niña propuso.

—¿Qué? —murmuró Saraid.

—Siempre puedes traducirlo para nosotros —dijo Lilith, buscando que Guinevere simplificara aún más las cosas.

—En principio, lo que sugiere es atar la correa a la columna que se movió y pasarla por detrás de estas otras. Después, tiramos de ella con fuerza y ¡Bam! El obelisco caerá —explicó Shannon en su intento por ilustrar la idea.

Yann se ofreció para escalar la pila de rocas sobre el portal. Sin esperar confirmación, tomó uno de los extremos de la cuerda y se dispuso a completar la tarea lo más rápido posible. En ese momento, un cuerno de guerra resonó en la lejanía, seguido de un rayo que cayó cerca e iluminó la zona. Otro sonido se hizo presente, aparte del trompetazo: eran gritos; gritos que provenían de una dirección cercana.

—¿Escucharon eso? —preguntó Lilith, sorprendida—. Parecen gritos de... ¿niños?

—¿Niños? ¿Y qué hay del cuerno? Debemos apresurarnos —dijo Yann, corriendo hacia la montaña de escombros para amarrar la correa.

—Ayúdenme a rodear los pilares con el otro extremo —exclamó Guinevere mientras se disponía a ejecutar su plan.

Mientras tanto, Lilith insistió.

—Eso escuché...

Un rugido familiar les recordó el porqué debían apresurarse, cortando su intervención.

—¡Está aquí! —exclamó Yann desde el montón de escombros, cuando apenas terminaba de asegurar el obelisco.

—Yo les daré todo el tiempo que pueda, usaré mi egni para retrasar a Krohn —comentó Lilith. Sin reflexionar sobre la idea de que no había uno, sino varios troles junto al líder. Miró la cuerda en sus manos y la soltó, alzó el rostro, cubrió su cabeza con la capucha de la sudadera y prosiguió—. No creo que pueda hacer demasiado, pero es lo más sensato; intenten conseguirlo con todas sus fuerzas.

—Es una locura lo que dices, Lilith —agregó Shannon. Intentó detenerla al tomarla del brazo, pero ella se soltó de la misma forma en que Alan lo hizo esa vez.

—Sabemos que soy la única que puede hacerle frente. En cambio, ustedes solo podrían gritarle hasta que se canse. Increíble, no puedo creer que esté de acuerdo con el rubio, pero todos ustedes son una carga —dijo mientras se volvía hacia el lugar donde cayó el puntal de piedra, la fuente del ruido—. Dense prisa, como si sus vidas dependieran de ello.

Entonces se alejó, simulando una sonrisa, mientras se perdía después de atravesar esos muros.

—¡Ya la escucharon! —gritó Shannon en tanto se dirigía a un lado de Guinevere.

Lilith estaba a punto de abandonar la parte interna cuando apresuró el paso. Alimentada por la esperanza, sentía que podía hacer casi cualquier cosa. Incluso enfrentarse a los troles. Había culpa en aquellos que intentaban descubrir el portal, pero nada podía hacerse; siempre fue su decisión.

Una vez afuera, el ejército de troles estaba cubierto por la lluvia, emergiendo del follaje en el extremo del bosque. Derribaban árboles enteros a su paso, dejando los muros exteriores en ruinas, separados de Lilith por un pequeño valle. La luna permitía mirar a los troles directo a los ojos, y hasta la niña sabía que no habría esperanza si decidieran atacar las ruinas con Lilith en solitario para impedirlo.

La marcha de Krohn comenzó y Lilith fue testigo. Lo hizo como si él nunca hubiera tenido interés en recuperar su arma, porque su plan parecía perfecto y la comida no iría a ningún sitio. Sin embargo, los niños se tenían a sí mismos, contaban con Guinevere de su lado, con Yann, Shannon y Saraid, también con Hugh y una Lilith que esperaba afuera para hacerles frente.

—¿Me quieres? Tendrás que venir por mí —dijo la niña, oculta bajo su capucha y con las manos listas.

La sorpresa fue mayor cuando gran parte de los troles la evitó. Solo uno de ellos se dirigió hacia donde ella estaba con la intención de reclamar lo que era suyo. El resto corrió en otra dirección, priorizando la parte externa de las ruinas. Empuñaron sus armas como si una batalla fuera a tener lugar en aquel valle, pero era muy pronto para saberlo, porque ahora Lilith debía pelear contra Krohn en su intento por mantenerlo alejado de la parte interna.

—Con cuatro pilares será suficiente, el peso debería reducirse bastante —afirmó Guinevere—. ¡Vamos, jalen!

Se les veía emplear cada vez más fuerza sobre la cuerda, que estaba muy tensa, pero se resbalaba a causa de la lluvia. La fricción producida por la superficie de las columnas disminuía al mismo ritmo. Era un intercambio justo, podría decirse.

—Sigue siendo inútil —dijo Yann—, necesitamos más.

—¡No se den por vencidos! Sigan jalando —instó Saraid, cerrando los ojos y apretando los dientes.

—Ya perdimos la oportunidad de huir... Solo queda esto, así que ¡jalen! —gritó Shannon—. ¡Sí se puede!

Todos ellos se unieron en coro mientras tensaban las correas una y otra vez.

—¡Sí se puede! —exclamó Hugh. Segundos después, cayó al suelo desmayado por el agotamiento.

—¡Hugh! —gritó Saraid.

Pero Yann insistió:

—¡No se detengan! Sigan jalando o todo habrá sido en vano.

Krohn avanzaba amenazante, decidido a tomar lo que era suyo. Lilith lo observó mientras él la señalaba con la mirada y supo de inmediato que debía actuar. Sin perder un solo segundo, comenzó a correr hacia la niña que se encontraba junto al arma, preparada para enfrentarse a él. Lilith se movió con agilidad, esquivando un golpe mortal y acortando la distancia entre ellos en un momento crucial.

Ella se levantó y soltó un grito desafiante hacia la bestia, mostrando determinación y valentía, entonces, dijo:

—¡Tân Bel! —Las llamas brotaron de sus manos en medio de la lluvia, aludiendo a esa vez frente a la fogata.

Las pequeñas partículas brillaron en el aire, algunas se expandieron, otras hicieron lo opuesto, generando explosiones mínimas que obligaron al trol a girar su rostro con una mano en frente. Algunas explosiones alcanzaron su cara con dificultad a casi cinco metros de altura.

Krohn retrocedió, como si reconociera el poder de los herederos, y la niña se detuvo, exhausta, con los signos del cansancio. «Aquí vamos de nuevo», pensó Lilith.

Emplear egni esta vez le había dejado agotada, algo que le costaría caro, porque la pelea recién comenzaba. Krohn evadía a Lilith, ahora a la misma distancia que él de la columna, tal vez unos cinco metros. Caminó para rodear el arma, moviéndose en dirección a la entrada, mientras ella, para impedir que se aproximara demasiado, se movió en sentido contrario. En ese momento, Krohn había quedado más cerca del portal que ella.

Lilith respiraba con dificultad, empapada y tratando de mantener los brazos arriba, señalándolo.

El gigantesco trol se acercó al puntal cuando ella tuvo en cuenta aquel sentimiento de alarma. Seguro Krohn planeaba ignorarla por completo para dirigirse hacia el portal. «Va a entrar a las ruinas. No... he fallado», pensó desesperada. Aunque las cosas, para bien o para mal, no se desarrollaron como temía.

Krohn posó su mano sobre la superficie de la enorme columna tras notar que algo había cambiado, las cuerdas que la cubrían ya no estaban.

En un estallido de furia, soltó un rugido ensordecedor que resonó en el cielo y que se escuchó a cientos de metros a la redonda. Lilith nunca había sentido tanto miedo en su vida, comparable nada más a una de esas pesadillas donde se es presa del pánico.

Ella fue incapaz de moverse.

El trol levantó su arma enfurecido, tras recordar que era distinta, y volvió a rugir con más fuerza. En sus ojos se reflejó la necesidad de matar con más intensidad que aquella vez en el bosque. Entonces, Lilith distinguió los cuernos blancos que nacían debajo de las orejas de Krohn, junto a otros más pequeños en su barba. El rugido resonó llenando el espacio y creó un eco que parecía detener la lluvia sobre él cada vez que lo arrojaba al aire.


—¡Jalen! ¡Jalen! —gritaban al unísono los que estaban frente al portal, aquella vez cuando se escuchó el primer rugido. Era seguro que Krohn se había encontrado con Lilith y, ahora, todos ellos lo sabían.

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