Cap II - III
Un pie de gran tamaño se posó de golpe sobre ellos, dejando caer restos de musgo y otros tipos de maleza en la brecha. El ruido ensordecedor generó una vibración intensa que se propagó a través del suelo, estremeciendo sus cuerpos. Shannon presionó con fuerza su brazo contra Saraid y Guinevere para protegerlas. Los pasos se sintieron otra vez, sonando al unísono cuando el canto coincidió, lo que provocó que el terreno cediera a lo largo de la zanja, ampliándola todavía más en distintos puntos.
Alan y Yann eran los únicos que mantenían la mirada fija en los acontecimientos, cada uno con sus propias motivaciones, pero con un objetivo en común: reaccionar con extrema rapidez ante cualquier eventualidad. A estas alturas, sus vidas pendían de un hilo y la determinación en sus acciones podría marcar la diferencia entre un estado y otro.
—Tres, cinco, siete... —murmuraba Alan para sí mismo, contando los troles que cruzaban la brecha junto al primero. La situación se volvía cada vez más amenazante con cada nueva imagen.
Podían distinguirse otras tonalidades de voz, algunas más graves que otras. Esto era algo natural, considerando la variedad de los caminantes.
—Dos, cuatro, seis... —murmuraba Yann mientras continuaba enumerando los troles que cruzaban de su lado. Todos en la zanja temblaban de miedo, y él no era una excepción.
Otro pie sobre la trinchera deformó los bordes, haciendo que más escombros cayeran sobre sus cabezas.
Los troles exhibían una apariencia casi única: diferían en su vestimenta, color de piel y los objetos que llevaban. Algunos eran casi tan altos como aquellos árboles, mientras que otros no lo eran tanto, pero que comparado con cualquier niño seguían siendo igual de enormes; con cuerpos anchos y extremidades fuertes, cubiertos por pieles o mantos repletos de hojas de forma improvisada.
Las cosas que portaban consigo variaban en técnica y diseño. Algunas parecían simples troncos o trozos de árbol tallados de manera rudimentaria, sin forma o similares a bates de béisbol con muchas imperfecciones. Otras eran solo un amasijo de chatarra amenazante, capaz de causar daño con un equilibrio perfecto entre fuerza y habilidad.
Una vez la suma de ambos niños superó los veinte, un trol en particular captó la atención de Alan. No muy lejos de ellos, la luna logró atravesar las nubes con un haz de luz del tamaño de una lavadora, revelando al trol con un leve color azul; uno que podría decirse: variaba entre un arándano del mismo tono y el morado, a lo largo de su gruesa piel, con partes más brillantes que otras. El resplandor lunar iluminaba sus rasgos grotescos y resaltaba su imponente presencia entre los demás troles. Era como si el brillo mágico realzara su aura amenazante y llenara el aire con una sensación de peligro inminente.
Su estatura y la envergadura de sus brazos revelaban una forma física notable y poderosa. Se alzaba casi tan alto como un árbol, con una presencia que infundía obediencia, y sus brazos musculosos parecían hechos para empuñar el arma que llevaba sobre los hombros. Cada movimiento que hacía dejaba entrever una destreza innata y una fuerza descomunal, lo que le confería una apariencia aún más intimidante. Era evidente que este trol estaba preparado para moverse con habilidad y ferocidad en el campo de batalla.
Llevaba atada a su brazo esa arma de siete lados, una columna cuyo tamaño abarcaba casi dos tercios de su cuerpo. Estaba envuelta en tiras de cuero en uno de sus extremos, mientras que el otro estaba esculpido en forma de puntal, adornado con un enigmático símbolo. Una reliquia que parecía haber sido extraída de antiguas ruinas celtas, evocando una sensación de poder ancestral y misterio.
El trol en cuestión atravesó la brecha siguiendo el mismo patrón que los demás, pero se detuvo un paso adelante. Apresó las cuerdas en su mano, y con un poderoso movimiento, dejó caer el objeto con una fuerza implacable. Lanzó al aire un bramido, interpretado por los chicos como «Krohn», un sonido gutural que resonó en sus oídos. Otra vez hizo mover las hojas, y los corazones de aquellos que se encontraban ocultos latían desbocados, presos de la incertidumbre y el miedo.
Así pues, los cantos se detuvieron junto con la marcha y por unos instantes un silencio abrumador se apoderó del lugar. El rugido ensordecedor de la criatura había cesado, dejando tan solo el eco de su última exhalación resonando en el aire.
Alan reconoció de inmediato aquel estruendo; era el mismo que había marcado el comienzo de los cánticos. Sin dudarlo, comprendió que se trataba del líder y, sin perder tiempo, hizo una señal a Lilith para que todos abrieran los ojos.
El trol giró su rostro a la izquierda y mantuvo la mirada fija. Dejó escapar ráfagas de aire por su gran nariz; una y otra vez respiraba, con afán respiraba. Alan apretó la mano donde guardaba el cristal, y su cara había perdido esa amabilidad. Sin decir palabra, apartó a Lilith de su camisa, mostrando su enfoque absoluto.
El trol volvió su cara hacia la derecha y el ambiente seguía ocupado por el silencio. En él existía el sonido de su respiración, y nada más, dando la impresión de estar agotado por la gran caminata o ansioso. De manera extraña, incluso sus músculos parecían emitir sonidos cuando se tensaban, revelando el esfuerzo.
Entre tanto, los pensamientos proyectaban sombras en la mente de una Guinevere atenta a lo que ocurría a su alrededor:
—En caso de que algo salga mal, tendremos que improvisar —dijo Alan con seriedad—. No tenemos tiempo para planificar otra cosa. Así que es crucial que todos estén atentos a la dirección en la que nos dirigimos. Una vez que hayamos avanzado lo suficiente, imaginen una bola de fuego que viaja en línea recta. Si continúan así, encontrarse con los muros sería cuestión de tiempo. Esto es importante en caso de que nos separemos por alguna razón. Todos deben entender esta parte.
Concluyó enfatizando la importancia de su mensaje.
—¿Cómo sabremos cuando llegue el momento? —preguntó Saraid.
—Será evidente cuando tengamos que improvisar, yo avisaré. Aunque parezca contradictorio, eviten separarse. Traten de mantenerse juntos, sin importar lo que pase.
—No pienses en hacer algo imprudente —intervino Yann con tono serio.
—Por supuesto que no, solo asegúrense de seguir el plan —afirmó Alan, compartiendo la misma determinación que el rubio.
La respiración del trol marcaba el ritmo de la escena. Permaneció inmóvil, con su rostro girado hacia la derecha mientras sostenía en su mano la imponente roca heptagonal. En ese preciso instante, todos los presentes observaban en silencio, expectantes. El brazo del trol comenzó a desplazarse, tensó las cuerdas y, con un movimiento fluido, regresó el arma a sus hombros, listo para continuar su camino.
Adelantó su gran pierna izquierda, haciendo vibrar el suelo cercano, mientras las luces seguían iluminando el bosque con pequeños rayos de color luna. Y tal vez por ser Annwn, se les miraba brillar cual escarcha.
—Después de todo, tendremos que improvisar —susurró Alan, asegurándose de que solo Lilith pudiera escuchar—. Manténganse alerta en el camino, nos volveremos a ver.
—¿Qué dices, Alan? Espera —respondió Lilith, intentando detenerlo.
—¡Oye! ¿Qué haces? —susurró Yann. Apenas pudo notar qué estaba pasando.
—¡Váyanse, tontos! —exclamó, y esto fue lo último que dijo.
El trol se apresuraba a dar el siguiente paso, generando un crujido al tensar las cuerdas de cuero que envolvían el extremo de la columna. Alan aprovechó ese momento para cambiarse de lugar en aquella zanja y quedar frente a todos los que se agazapaban en ella. No se preocupó por mantener el silencio que aún reinaba en esa parte del bosque, pues los sonidos del enemigo se confundieron con los propios.
Los demás le miraban con expresiones de alarma, pero antes de que Saraid pudiera hacer algo, Shannon se lo impidió. Lilith seguía sin entender lo que estaba sucediendo, mientras Hugh mantenía sus ojos abiertos en espera. El resto del grupo creía saberlo todo, pero la duda se reflejaba en sus rostros.
Esa vez, el momento parecía eterno. Después de las pisadas y los cantos, el ambiente se sumió en silencio. Sin embargo, el corazón de Alan aún no lo comprendía del todo. El cabello le caía sobre su rostro, ocultando sus ojos, haciendo que leer su expresión fuera imposible para cualquiera.
—Nos ha descubierto —susurró Guinevere con desesperanza en su voz. Y solo aquellos que estaban cerca le escucharon.
—Maldito... —murmuró Yann entre dientes mientras observaba al trol de piel morada a través de la abertura en la zanja. Luego, dirigió su mirada hacia Alan. «¡No lo hagas!», pensó con desesperación, volviendo su mirada al trol.
Alan descubrió su mano, esa en la que había guardado el collar que le entregara Hugh aquella vez. Por un momento, iluminó la zanja y ese espacio del bosque brilló muy tenue. Aún anónimo, corrió en dirección al trol que cargaba la columna, mientras este ya había acomodado sus brazos para dejar caer el peñasco sobre aquel lado de la grieta, donde todos se escondían.
El niño del collar se alejó de Lilith a gran velocidad, hasta que la luz se fundió con su silueta, y el espacio que ocupó junto a ellos ahora estaba vacío. Cada uno ejecutaba su movimiento con precisión. El trol controlaba la gran roca en su caída, mientras Alan corría oculto, acompañado por una luz tenue en medio de la oscuridad.
Alan se elevó en un salto muy hábil que lo reveló tras abandonar la trinchera. Dejó fluir su egni a través del cristal de cuarzo azul y creó un fuerte brillo; una claridad cegadora que iluminó la parte baja de los árboles en Annwn, inutilizando la visión del trol. Este último, sin acostumbrarse a la luz, dejó caer la columna a metros de donde había planeado, pero muy cerca del niño, casi pisándole por completo.
La vibración se propagó a lo largo del área, generando una extraña quietud entre el resto de los troles, quienes se mantuvieron inmóviles. Los niños, desconcertados, cayeron unos sobre otros en medio del desastre. La parte interna de la zanja comenzó a temblar, y las paredes formadas por la tierra y las raíces empezaron a desmoronarse.
—Debemos irnos —dijo Shannon, tomando a Saraid del brazo para instarla a moverse.
—Pero Alan... —reclamó ella, preocupada por el destino que este pudiera tener, mas fue interrumpida por el primero, quien insistió en la necesidad de alejarse cuanto antes.
Siguieron a Yann y aceleraron su huida, alejándose en dirección opuesta al lugar del enfrentamiento. Aunque algunos no pudieron evitar mirar hacia atrás, eran conscientes de que no podían hacer nada, incluso si así lo desearan, ya que regresar sería invalidar por completo el "plan".
Lilith se dejó llevar por la obviedad; si los demás corrían, ella también lo hacía. Si algo pasaba, reaccionaba en consecuencia. En medio de la confusión, no podía comprender si eso era lo que buscaba hacer en un momento como ese. Giraba la cabeza junto al resto para observar cómo la luz dejaba de brillar y la zanja en la que se habían escondido se convertía en una barrera infranqueable que dividía esa área del bosque en dos. Continuó corriendo y segundos después, todo se iluminó de nuevo.
Alan se encontraba en una lucha desigual, intentando esquivar el ataque del trol que lo superaba en altura, fuerza y, sin duda alguna, en experiencia. La columna se alzó una vez más, amenazando con caer sobre él, pero en ese preciso instante, hizo brillar el collar, desviándola de su curso. Golpes resonaban contra el suelo, llenos de furia asesina, como quien intenta aplastar a un insecto con movimientos desesperados. Los rugidos se entrelazaron con la necesidad de respirar y llenaron el aire con sonidos extraños mientras todos, a excepción de uno, huían para ponerse a salvo.
Continuó esquivando los ataques del trol, utilizando el poder del cristal para iluminar la zona y mantener al enemigo a raya. A pesar de sus esfuerzos, en ocasiones caía al suelo, agotado, sin suficiente egni que lo ayudara a desatar la luz. Con movimientos ágiles, buscaba refugio entre los arbustos, pero el trol parecía no darle tregua. En medio de la oscuridad, Alan libraba una epopeya solitaria, cuyos momentos de valentía y sacrificio se desvanecían mientras sus compañeros se alejaban, y que solo eran evidentes cuando algún rayo de luz le alcanzaba desde el cielo o cuando él mismo los creaba.
A medida que la intensidad del cuarzo disminuía, los golpes del trol se volvieron más feroces, tanto en frecuencia como en fuerza. Alan volvió a iluminar la zona con un destello, pero apenas unos segundos después, su brillo se unió a la cacofonía de golpes y quedó sumido en total oscuridad. Ya no se podía distinguir nada a esa distancia; todo quedó envuelto en un abismo negro, donde solo reinaban los estruendos de la batalla.
Sin detenerse, el grupo siguió huyendo, liderado por Guinevere y Yann. Una vez sintieron el peso de la distancia, tomaron un breve descanso y se sentaron en silencio sobre las raíces de los árboles. Algunos miembros del grupo se inclinaron hasta caer de rodillas, con los ojos abiertos de par en par y la moral destrozada, sumidos en sus propios pensamientos. La calma que reinaba entre ellos era, sin que nadie supiera con certeza el porqué, la ausencia de palabras o quizá una medida desesperada por precaución.
Para los efectos, ya deberían estar cerca de las siguientes ruinas, aquellas que guardaban el punto de regreso a casa, pero no encontraban ninguna pared y la duda de haberse equivocado se abría paso en sus mentes.
Con suficiente frustración, Yann arrojó una roca lo más lejos que pudo. «¡Maldición!», gritó cuando esta no encontró obstáculos en su camino, manteniendo el tono de voz en la última sílaba hasta quedarse sin aliento.
Se movieron deprisa durante algunos segundos más, sintiendo las vibraciones debajo del suelo. Sin necesidad de seguir buscando, identificaron el final de la arboleda, tal como Alan lo había predicho. Frente a ellos había varios muros invadidos por el musgo incinerado. Corrieron hasta abandonar el bosque y se percataron del diseño que exhibía el nuevo recinto.
Las ruinas se alzaban en forma de paredes individuales, cubiertas por la maleza. Varias de ellas presentaban el negro de las cenizas y mostraban la interrupción de las enredaderas en una de sus caras. Grandes cantidades de rocas estaban esparcidas por todas partes, como si un desastre natural hubiera causado estragos poco antes de su llegada. Amontonadas en pequeños cúmulos, guardaban similitud con esas que habían caído del cielo minutos atrás.
Tras abandonar la oscuridad del bosque, llegaron a un valle rodeado de árboles donde cuatro corredores atravesaban unas ruinas en dirección al centro. En la parte visible del complejo, había varias columnas rotas y cuatro muros que bloqueaban la visión del espectador. Esas cuatro paredes curvas en la parte más interna limitaban el concepto de "a simple vista".
Las rejas tenían un aspecto similar a las primeras ruinas, caracterizadas por la interrupción en su diseño: eran los años al mostrar la cara y la presencia de los troles, haciendo lo suyo.
«Se debería poder rodear esos muros», pensó Guinevere. Pero debía ser pronto porque cada vez había menos luz. Apenas algunos rayos podían aparecer o no, en largos intervalos de tiempo.
Exploraron las ruinas, buscando encontrar la puerta que les hiciera volver a casa. Los troles habían quebrado gran parte de la arquitectura, convirtiéndola en munición de catapultas, sin que hubiera algo cercano capaz de lanzar dichas rocas. Algunos concluyeron que poseían la fuerza suficiente para elevar semejante peso desde esa distancia, y esto sería una mala noticia, pues acabaría por sepultar la esperanza de ver a Alan llegar.
—Murió... —dijo Hugh, mientras caminaba junto a Shannon y los demás hacia el centro.
—Tenemos que seguir... Vamos —instó el segundo.
A medida que avanzaban, divisaron los muros que rodeaban el punto medio. Con la experiencia de haber enfrentado a los troles y la conciencia de que los enemigos habían estado presentes hace poco tiempo, preparando algo, no querían correr el riesgo de ser emboscados. La inocencia se desvaneció de sus mentes, quedándose atrás junto con la ingenuidad de la niñez.
Se dividieron en tres grupos, organizados para rodear aquellas paredes, y se prepararon para acceder al centro de las ruinas de manera aleatoria.
Dieron un salto sorpresa, preparados para enfrentar cualquier eventualidad. Incluso Lilith se unió con la intención de utilizar el fuego, aunque no sería necesario. Una vez dentro, descubrieron que el espacio estaba vacío, solo había más columnas cerca de las paredes internas, la mayoría en buen estado y tan sólidas como el marco de esa puerta en medio de las ruinas.
Allí se encontraba el portal antiguo, un arco elevado sobre una plataforma de tres escalones. Tenía tal vez tres metros de altura y su marco estaba grabado en Futhark antiguo.
Runas con luz propia brillaban con intensidad. No obstante, su resplandor se veía obstruido por las rocas que bloqueaban el paso, como si estuvieran amontonadas con malicia para sellar la entrada o la salida, dependiendo de cómo se mire. Una columna en medio soportaba varios peñascos, haciendo que atravesarla fuera un acto de proeza. En la parte posterior, se exhibía el mismo principio; ninguno de ellos cabría por las aberturas, ni un pixie podría.
—Esto es increíble. ¡Es una maldita broma! —gritó Yann frustrado. Mantuvo el tono elevado de su voz cuando cayó de rodillas, apretando los puños con fuerza.
—Intentemos moverlas —propuso Hugh. Utilizó su egni para forzar los enormes bloques, pero sus esfuerzos parecían insuficientes.
—A menos que seas un trol de cinco metros de altura, no servirá de nada que te desmayes frente a nosotros —dijo Guinevere al niño. Y aquellas palabras hicieron que él se detuviera.
—¿Qué haremos ahora? —dijo Saraid, mientras secaba su nariz.
—Presten atención. Se están acercando —intervino Lilith. Su voz sonaba diferente y se limpió el rostro con la manga del suéter. Lo intuyó tras agacharse y tocar el suelo; tras ponerse de pie para anunciarlo, esperando ser escuchada.
Los cantos habían cesado, pero ahora las pisadas resonaban con mayor intensidad y frecuencia, como si los dioses del Olimpo organizaran una carrera de titanes que, al correr, hicieran vibrar la roca bajo sus pies. Los restos de pared se desplomaron y la estructura tembló. Desde afuera, se escuchó un estruendo cuando un objeto pesado golpeó el suelo, trayendo consigo malos recuerdos de un pasado reciente. Sabían de quién podía tratarse, pero era imposible, ya que se suponía que aún debía estar lejos.
—Krohn... —susurró Shannon, temeroso de pronunciar aquella palabra. Los demás lo escucharon en silencio, el mismo que siguió al comentario.
—¿Y si pueden saltar grandes distancias? —preguntó Saraid, mirando a su alrededor con inseguridad, rogando por una respuesta.
—No es posible, ¿verdad, Guinevere? —inquirió Hugh—. ¿Verdad que no pueden saltar así?
—No lo sé... no deberían, no pueden... o eso creo. ¡No lo sé! —respondió ella, mientras secaba las lágrimas en sus ojos.
—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Shannon, abandonando las ruinas internas.
—¡No, espera Shannon! —gritó Saraid, pero ya era demasiado tarde para hacerlo cambiar de parecer.
—Tiene razón, iré con él —añadió Lilith.
Yann también se unió a ellos, dejando el espacio de la misma forma en que lo hizo el primero.
Avanzaron con cautela, siguiendo los pasos de Shannon, hasta que se detuvieron a su lado y miraron en la misma dirección. Lo que vieron les dejó atónitos, como si estuvieran presenciando una historia de terror hecha realidad. A pocos metros de distancia se encontraba la columna heptagonal, rodeada por correas de cuero que se movían con el viento y que estaba clavada con firmeza al suelo, abandonada por completo.
Los tres observaron la cercanía con la que había caído, mientras escuchaban los estruendos de la destrucción provenientes del bosque. El sonido de árboles derribados a lo lejos se sumaba al ritmo de las pisadas, creando una sensación de déjà vu, como si estuvieran viviendo algún tipo de broma cósmica.
Al igual que la mítica espada, el arma del trol azul reposaba inmóvil, esperando ser levantada por su legítimo dueño. Descansaba sin un rey que la reclamara.
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