Cap II - II
Avanzaron sobre las ruinas que hace momentos parecían seguras, y a pesar de sus diferencias, caminaron como un solo grupo. Las vibraciones en el suelo generaban una sensación de hormigueo bajo los pies, dificultando el avance a través de los escombros en el camino. Exploraban el lugar con dificultad, casi a ciegas, confiando en la memoria y la intuición.
Miraron hacia la izquierda y divisaron el hoyo que habían utilizado para encender la fogata y del cual rescataron a Alan. Adelantaron los fragmentos de piedra donde habían estado sentados hace apenas unos momentos, experimentando un extraño sentimiento de nostalgia. Resultaba curioso cómo podían tomar afecto por un lugar que los había mantenido prisioneros. A pesar de ello, en medio de la adversidad, este rincón del bosque les había otorgado un breve respiro.
—Hace poco nuestros problemas parecían más simples —comentó Hugh en voz baja.
Cuidando de no ser vistos, mantuvieron una postura vigilante mientras avanzaban hacia la zona segura de Guinevere. La abertura en la reja era historia; incluso Hugh podría atravesarla si quisiera, aunque en el fondo no estaba entusiasmado con la idea. Uno a uno, pasaron por el agujero hasta encontrarse al otro lado. Alan iba al frente, seguido por Lilith. Shannon, en cambio, estaba último en la formación y se disponía a cruzar la verja cuando la vibración de las pisadas se detuvo.
Se miraron las caras ante el estruendo de un golpe que se encontró con el suelo de forma inesperada, de tal magnitud que las rejas se estremecieron y los objetos que estaban por caer, cayeron.
Una línea de aves voló de improviso desde mediados de la arboleda, transmitiendo una serie de sonidos a la distancia, llamando la atención de todos los presentes en esa dirección. Si un ave nocturna era mal augurio, preocupaba lo que pudiera significar una parvada completa.
De pronto, se escuchó un sonido en el aire: algo desconocido para ellos, compuesto por un único tono muy grave, cuya onda hizo mover las hojas en los árboles y espantó al resto de las aves en el bosque. Surgió como un rugido arrojado al viento, que duró tres segundos y, al estar cerca de terminarse, fue acompañado de otro gran golpe contra el suelo. Todo parecía darle la razón a Saraid, ellos habían llegado.
—¿Qué fue eso? —preguntó Shannon, deteniéndose junto con el resto.
—No presten atención, sigan adelante —dijo Lilith, tratando de mantener la calma. Pero justo cuando intentaron reanudar la caminata, escucharon otro sonido, esta vez más definido y claro.
—¡Yo-ho! —gritó una voz que se prolongó en el tiempo, con un tono igual de grave y potente. Las cuerdas vocales del emisor parecían resonar cual placas tectónicas. Al final de la frase, una serie de fuertes pisadas al unísono hicieron temblar el terreno, provocando que los escombros en las ruinas se desplazaran.
—Qué fácil es decirlo... —añadió Hugh. A medida que se alejaban de la mesa que habían utilizado como refugio. El sonido perdido a lo largo del pequeño valle los invadió, el mismo valle que separara las ruinas de los primeros árboles y que diera acceso a todo ese follaje llamado bosque.
Fue sencillo tasar un antes y un después, por que luego de aquel segundo impacto inició un retumbar de pasos que se escuchaban a la distancia. Parecían estar coordinados con los cánticos imposibles, esos que consiguieron marcar el viento y con él los pensamientos de los herederos. Los sonidos se propagaban hasta las ruinas, mientras las aves abandonaban el área y cientos de plumas negras flotaban en la parte baja de las nubes.
Desde entonces, los cantos no hicieron más que incrementar.
A partir de una sola voz, la segunda expresión a través de oídos humanos se escucharía como: «Troll kalla mik». Imitando el ritmo de la primera, ese «Yo-ho», hasta cerrar con otra fuerte pisada. En un tono lo bastante grave, las frases quedaban separadas en dos partes, perpetuando las notas bajas en la primera y en la última palabra. Con toda seguridad, estos versos estaban destinados a ser escuchados a lo largo del recorrido.
Continuaron caminando a pesar del momento tan terrorífico y del aviso de peligro proveniente de aquella dirección. Estaban a punto de acceder al bosque cuando los cantos de los troles empezaron a tomar forma con palabras que aludían a una lengua antigua, tal vez ya muerta.
Un grupo de niños no entendería estos versos que, traducidos a lengua ordinaria a riesgo de perder su significado, rezaban:
¡Yo-ho!
me llaman trol,
trol de la Luna.
Gigante de los vendavales,
maldición de las lluvias.
¡Yo-ho!
compañía del oráculo,
amenaza nocturna errante.
Tragón del pan celestial,
¿qué soy sino un trol?
El resto de las frases eran un único canto arrojado al aire por varias voces. Su tonalidad oscilaba entre bajos y tenores, ligados al retumbar. El cántico ejercía de escolta junto a los tambores de guerra que marcaban el ritmo al cual debían avanzar, anunciando la inminencia de un enfrentamiento. Lo cierto es que, para aquellos sin experiencia en batalla, dichos tambores creados con cada pisada inspiraban terror cuando la onda, producida por voces y golpes, se transmitía a través de sus pequeños cuerpos.
—No puedo ver nada —dijo Guinevere, adelantada a Saraid.
—¡Haz silencio, Guin! —susurró esta última.
—Igual no creo que nos escuchen con todo este escándalo —añadió Hugh.
Era un hecho que ante la "exageración", no se podía negar que todo pasó del silencio al barullo en un parpadeo. Pocos optaron por querer imaginar algo que no fuera el futuro más próximo; esas partes donde al menos conseguían entrar al bosque o llegar a un muro que los ocultara. Todas ellas, metas a muy corto plazo.
«No quiero imaginar lo que podría pasar si uno de ellos consigue vernos...», decía Yann en medio de su monólogo interno. «Piensa en otra cosa... piensa en otra cosa... Céntrate».
Los niños se abrían camino a través de un bosque oscuro y húmedo que era traspasado por la impaciente brisa, la cual empezaba a soplar con mayor intensidad. Helada, parecía anunciar que se avecinaba una tormenta.
Mucho ofendía a la cordura que no hubiera nada más aparte del verde o el marrón alrededor. Tampoco había forma de sustituir al negro más que con bichos verdes y amarillos, y las criaturas cuya existencia era presumible en un bosque de este tipo se habrían esfumado como consecuencia del ruido.
Todos juntos, intentaban pisar en los lugares donde lo hiciera Alan. Fue él quien vio la ubicación de las segundas ruinas; así, una casualidad lo había convertido en líder. Iba lo más al frente que se podía, tomando decisiones por el grupo; incluso Yann, que no acostumbraba a seguir a nadie más que a sí mismo, decidió unirse respetando eso.
—Todos, abajo —susurró Alan, gesticulando con la mano que tenía libre—. Allá, creo que podemos cruzar por debajo de las raíces en vez de rodear.
Era un árbol adelantado en el "sendero" cuya forma en la base era la de una puerta triangular, formada por la separación del tronco, y que permitiría bajar en esa dirección.
—A estas alturas me da igual si tuviera que cruzar un río, siempre que signifique marcharnos —añadió Saraid tras sujetarse de un tronco mohoso y limpiarse la mano con la bata—. ¡Puaj! Qué asco.
—Un río... —dijo Hugh enamorado de la idea. Pensaba en voz alta—. Desde que llegamos no he probado una sola gota de agua...
Entonces, Guinevere lo interrumpió.
—¿Un intento de profecía autocumplida?
—¿Un qué?
—Ya sabes, una profecía... —Y cuando él se quedó callado, ella insistió—. Por decir que deseas agua. Es una forma de ciencia supersticiosa, después de asumir que la magia no existe, pero a estas alturas, quién sabe.
Ella se encogió de hombros mientras adelantaba otro paso en el sendero. Ahora bien, Hugh no parecía ser el tipo de niño que reemplaza las figuras de acción por libros.
—Sigo sin entender... —respondió él, y como a Guinevere no le gustaban las medias tintas.
—Veamos. En un pueblo, la gente vive feliz, pero se esparce un rumor sobre el agua: se está acabando. Todos racionan el líquido y la escasez empieza a notarse. El rumor del agua se cumplió, quien lo dijo fue un profeta y los profetas anuncian profecías.
—¡Ah!, ya entiendo, pero pedí un poco de agua, no lluvia. No hay forma de que algo así se cumpla. La lluvia no la controlan las personas.
—Es cierto, solo si como la gente normal tomas en cuenta que la magia no existe, pero tú estás en las tierras de Annwvyn —añadió la niña, creando tensión en el grupo—. Igual solo es una broma; es casi seguro que llueva.
La reacción de quienes pudieron escuchar parte de la conversación superó las expectativas de la broma, pues era un hecho que se encontraban en un bosque propio de los cuentos infantiles.
—Qué problemática —murmuró Yann—. Como si ya no fuera suficiente con aquellas cosas.
—En ese caso, la lluvia nos beneficia. Los troles huelen a metros de distancia, ¿no es así? —expresó Hugh, intentando ser tan brillante como Guinevere y procurando no parecer culpable si en algún momento empezaba a llover—. El agua podría cubrir nuestro rastro. Igual, ¿cómo sabes que lloverá?
—Vaya, al fin suenas coherente —opinó Yann en voz baja. Luego habló más alto:— ¿Y si nos mantenemos callados?
—El bosque está húmedo —añadió la niña, ignorando las palabras del rubio—, las nubes sobre nosotros son nimbiformes; si lo piensas mejor, esta forma de estremecer el ambiente con sonidos tan graves supera a las ranas y también a los insectos en su intento por acelerar las cosas. Es seguro que lloverá.
Cercanos a cruzar aquellas raíces, se adentraron todavía más en tierra de hadas.
De la historia más fantástica: enredaderas colgaban desde lo alto junto a luciérnagas y otras diminutas fuentes de luz; los arbustos brotaban en casi cualquier parte, y árboles deformes y enormes extendían sus raíces a decenas de metros.
Los escasos rayos de luz que lograban filtrarse desde el cielo sufrían una segunda interrupción a causa de la densa copa de los árboles. Se convertían en destellos luminosos intermitentes que duraban apenas unos segundos. En ese entorno, saber dónde pisar era cuestionable, ya que siempre era necesario prestar mucha atención al descender una pendiente o al atravesar una zanja.
Alan, en su intento por dominar el camino, tropezó con una de las raíces de aquel árbol abierto en la base, cayendo al borde de una grieta con restos de madera muerta. Las luces iluminaron su rostro mientras estaba acostado boca arriba, poco después de que su grupo lo viera rodar cuesta abajo. En ese momento, el sonido de los cantos era tan insoportable que los chicos intentaron prestar mayor atención al descenso.
Quedó tendido, oliendo el musgo bajo su espalda, con la cabeza colgada al borde de la grieta, como si la dejara suspendida en la orilla de la cama. Hizo una señal de alto con el dedo, casi imperceptible, y esta fue iluminada en medio de tanta sombra por un rayo de luz intrépido.
Aquellos que lo seguían se detuvieron, eso fue un hecho, pero no por la señal que él hiciera con la mano, sino más bien porque le observaron bambolearse junto con los desechos del bosque.
De pronto, los restos de madera se movieron todavía más durante el corto tiempo que él estuvo acostado, observando todo a la inversa. Otro rayo de luz, que vagaba rápido de derecha a izquierda a pocos metros de distancia, reveló la imagen de un trol cubierto por pieles curadas; llevaba consigo un tronco enramado con hojas aún verdes. La iluminación se perdió en el momento en que el niño del collar se levantó con rapidez.
Sin pensarlo dos veces, Alan tomó la mano de Lilith, quien intentaba bajar de donde él había caído, y tiró de ella con fuerza, llevándola consigo adentro de la zanja.
—¡Rápido, bajen! —exclamó en un susurro, haciendo señales con la mano. Bastó con mover los brazos para que los demás entendieran el mensaje de urgencia, y sin importar si el momento era el adecuado o no, se arrojaron a la zanja sin perder tiempo, procurando no llamar la atención ni ser iluminados.
Una vez en ella, decidieron recostarse sobre la pared opuesta a la llegada de los temibles visitantes. Guinevere recordaba las primeras lecturas que hizo al libro de Berkant cuando era tan solo una pequeña niña: «Si las raíces de un árbol tiemblan, es porque las pisadas de un trol del bosque pueden sentirse a menos de veinte metros». Aunque en este caso no era posible ni se buscaba confirmar la cita.
—¡Shhh...! Nadie hable —susurró Alan desde el lado izquierdo, junto a Lilith.
Los niños se encontraban en aquella zanja, que parecía más un río seco debido a la acumulación de ramas y hojarasca por el cambio de las estaciones.
Guinevere contó la distancia; Alan la intuyó. Otros solo tenían que mirar a estos dos para saber que los troles se acercaban a menos de quince metros cuando sus corazones parecían querer abandonar sus cuerpos. Las vibraciones empezaban a sentirse cada vez más cerca, tanto que Saraid tomó a Shannon del brazo y también a Guinevere, y mientras Hugh intentaba recostarse lo más que podía de aquella pared, sujetó a esta última.
Todos deseaban mantener la calma, pero nadie era capaz; la tensión en el ambiente lo impedía. No hicieron otra cosa más que permanecer inmóviles, paralizados por el miedo. A diferencia de algunos, Yann se mantuvo alerta, vigilando el extremo opuesto de la formación, mientras Alan apretaba con fuerza el collar oculto en su mano.
Lucía nervioso, al igual que el resto, pero su rostro reflejaba una preocupación más intensa. Yann no podía discernir la causa, ni se atrevía a especular. Se mantuvo recostado en la pared del foso, con la mirada fija en el borde que los rodeaba. Su compromiso y determinación se hicieron evidentes, recordando el momento en que salvó a Guinevere.
Cuando sintieron los pasos a menos de diez metros, todo parecía saltar, incapaz de mantenerse en su lugar en el suelo o en las paredes del foso. Algunos se aferraron unos a otros, tratando de agregar peso y estabilidad. Aunque intentaban disimular el miedo, resultaba imposible, y Lilith no era la excepción.
Los pasos resonaban a menos de cinco metros cuando ella se vio abrumada. Cerró los ojos y por instinto se aferró a la camisa de Alan. Hugh, arrugando la nariz en señal de preocupación, imitó el gesto y sujetó con firmeza a aquellos que estaban a su lado. Shannon adoptó una actitud protectora, extendió su brazo sobre cuantos pudo, demostrando que priorizaba la vida de los demás por encima de la suya.
Sus mentes estaban ocupadas con múltiples pensamientos. Alan, en particular, se mantenía enfocado en no cometer ningún error que pudiera poner en peligro el plan acordado. Esta sensación era compartida por aquellos comprometidos con la acción dentro de aquella zanja.
Si bien ya habían asimilado que tarde o temprano se encontrarían con los troles del bosque, ninguno de ellos había procesado por completo esa idea. Era como planear el salto desde un acantilado hacia un lago, hasta que llega el momento en que debes lanzarte sin dudar. La sensación de la adrenalina al fluir se maximizó en sus cuerpos, conscientes de que no habría margen de error ni segundas oportunidades.
«Qué idea más tonta, Alan. Ahora sé que nunca hubo alternativa», pensó Guinevere, rememorando ese momento en el que discutieron el plan:
—Cruzaremos por el bosque en dirección a los troles, iremos ocultos —hablaba Alan—. Sin duda nos encontraremos con ellos, pero intentemos rodearlos para evitar ser vistos. Salgamos por el lugar de las ruinas donde Guinevere estaba sentada. Es la ubicación más cercana al lado derecho del bosque —prosiguió—. A medida que avancemos nos quedaremos del lado este sin perder el rumbo que tomó el fuego, y así hasta tocar la pared. ¿Qué les parece?
Concluyó su explicación, dibujando sobre el polvo del suelo.
—Tú mismo lo dijiste: «No hay muchas opciones». ¿Acaso importa quién pueda decir que no? —añadió Yann, poniéndose de pie a su lado cuando este hubo terminado de explicar el plan.
Sus mentes, agitadas por los eventos recientes, convergían en un mismo punto, como sintonizadas en un único pensamiento: el momento antes de partir, ese después de que hallaran a Alan, cuando todos estaban ocultos tras la mesa. Era como esas visiones que algunos dicen experimentar al borde de la muerte; esas que avivan los recuerdos:
Saraid acompañaba a la niña, preocupada por su estado. Era la mayor entre las dos y sentía cierta responsabilidad hacia ella. Quería asegurarse de que pudiera sobrellevarlo.
—¿Estarás bien? —preguntó.
—Eso espero... —respondió Guinevere—. La parte más asquerosa será cuando pise un insecto.
—O excremento... —añadió Saraid con una sonrisa y luego se dio cuenta de que el más robusto no decía una palabra—. Hugh, llevas rato en silencio, ¿te sientes bien?
—No lo sé, nunca he sido bueno para correr. Me inquieta imaginar lo que podría pasar si me alcanzan...
—Tú irás conmigo, gordito. Quédate cerca —añadió Lilith. Todos miraron con preocupación, preguntándose si ella sería capaz de utilizarlo como señuelo.
—No... bueno, ya sabes, tranquila. Puedo ir con Shannon, ¿verdad, Shannon? —respondió Hugh, riendo con desconfianza.
—Muy bien, en ese caso, definamos nuestra formación —dijo Shannon.
—Yo iré al frente —añadió Alan—, ya que nadie sabe a dónde nos dirigimos.
—Iré detrás de ti —dijo Lilith.
—De acuerdo, seré el tercero —intervino Yann—. Detrás de mí puede ir Hugh, luego Guinevere, Saraid y finalmente Shannon. No perdamos más tiempo discutiendo estas cosas.
Eran recuerdos pasajeros de distintos momentos en el pasado cercano, como esa vez cuando las ideas de Alan parecían volverse cada vez más irracionales y Yann intervino tras su segundo intento de planear algo creíble:
—¿Realmente crees lo que estás diciendo? ¿Cómo pretendes evadir troles que pueden oler a metros de distancia?
—Estamos lo bastante sucios y llevamos demasiado tiempo aquí, es probable que no se den cuenta —respondió Alan—. Además, no tenemos otra opción.
—Pero, Alan, no funciona así. Ellos pueden oler nuestro sudor —dijo Saraid.
—Aun así, no tenemos alternativa —intervino Guinevere—. Si llegan a las ruinas de todos modos seremos descubiertos y nos matarán. La única diferencia entre morir aquí o allá, es que aquí estaremos más lejos del portal.
Shannon se acercó a Guinevere mientras la veía limpiar sus pies. Un sentimiento de remordimiento lo invadió y, a causa de sus creencias personales sobre la importancia de disculparse, le habló:
—Si te diera mis pantuflas, no te servirían. Además, podrías perderlas y quedaríamos descalzos. No es un buen momento para algo así.
—Tienes razón, supongo que siempre me pasa lo mismo —respondió ella con cierta resignación—. La historia de mi vida, mal momento para cosas que de verdad importan.
—A pesar de eso, creo que puedo ayudarte —dijo Shannon mientras rasgaba las mangas de su pijama—. Hugh, ven aquí, amigo.
Tomó algunas cuerdas de su pantalón y en pocos segundos improvisó un vendaje. Las utilizó para envolver sus pies descalzos, simulando así un par de zapatos.
—Gracias, esto servirá, aunque ahora tus brazos quedaron descubiertos. Y Hugh... —dijo mirando cómo el pijama del niño más robusto perdía la forma.
—Sería peor que te lastimes —respondió Shannon.
—Amigo, mi madre me matará cuando vea esto —añadió un Hugh preocupado por las consecuencias.
Guinevere se aproximó a Yann mientras se encontraba solo. Deseaba expresar su gratitud, aunque notó que él no tenía intenciones de hablar ni de interactuar con nadie en ese momento. La presencia de Guinevere le traía a la mente recuerdos que prefería dejar atrás, sobre todo ese cuando la salvó de morir:
—No te di las gracias en ese momento, pero valoro mucho que hayas sido capaz de salvar mi vida... —Intentó decir, pero sus palabras se quedaron en el aire cuando él la interrumpió.
—Habría sido un problema dejarte morir, considerando que eres la única que podría ser de utilidad en esta situación —respondió el niño, con cierta incomodidad.
Parecía evidente que prefería no hablar del tema.
—¿Insinúas que me salvaste para utilizarme?
—Oye, no quiero sonar mal ni nada por el estilo, es un fastidio cuando usan tus palabras contra ti. Dependemos los unos de los otros, ¿qué hubiéramos hecho con tu cuerpo en tal caso? Eres más lista que eso.
—Lo sé... es decir, entiendo, solo buscaba ser cortés —dijo tras notar la actitud distante de Yann.
—Es lo menos que podrías hacer, en fin, de nada —respondió él de manera escueta, desviando su mirada, y decidido a retirarse. Sus palabras reflejaron cierta frialdad y desinterés, como si quisiera poner fin a la conversación lo antes posible.
—Oye, pero aún no te doy las gracias... —insistió ella con un tono de voz más firme, queriendo transmitir su mensaje de forma directa y decidida.
—Tampoco es que me importe mucho —afirmó el niño rubio. Después se retiró.
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