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Cap I - III

Palabras más, palabras menos, era Hugh quien contaba la historia después de todo. Una leyenda muy conocida por los herederos del Egni; leyenda que se traspasó de generación en generación hasta la actualidad, donde las familias guardaron el origen de la Egni Hudol y lo transmitieron a sus hijos. No obstante, había mucho que se enseñaba en los grados superiores; por esa razón, el niño desconocía gran parte.

—Fue una mala idea encender esa fogata —dijo Guinevere señalándola con el dedo tan pronto Hugh hubo terminado su intervención, esa que narró entre gestos y variados tonos de voz.

Yann sostenía aquel reloj de bolsillo frente al fuego el tiempo que duró el relato; era dorado y resplandecía como nuevo mientras Hugh articulaba una palabra tras otra. Parecía tener una conexión especial con el egni. Lo hacía girar con poca dificultad sobre la palma de su mano, captando la atención de todos los presentes como si fuera un truco de feria, hasta que el cuento llegó a su final y Guinevere intervino, entonces, el espectáculo se detuvo.

Yann mantuvo la cabeza inclinada desde su última intervención, sentado a un lado de la fogata, con la mirada fija en el artefacto al igual que sus compañeros. Su cabello liso caía en mechones sobre su frente, y su voz surgía trémula y callada:

—Imaginen qué pasaría si de la misma forma en que el egni se agota cuando se usa sin criterio, este frío que nos rodea extrajera el calor de nuestros cuerpos.

Guinevere había desatado un enérgico debate con su comentario sobre la importancia de apagar las llamas, mientras Yann defendía la necesidad de mantener luz y calor en ese momento. El tema central giró en torno a la propuesta de Hugh sobre usar la luna como alternativa, pero el más rubio no estaba de acuerdo y quería dejarlo claro. Para él, no debía restarse importancia al frío.

Nadie se atrevió a contradecir la idea, ya que desde un principio se planteó con ese enfoque. Fue evidente que tanto Shannon, cuando se frotó los brazos por primera vez, como los demás, necesitaban el calor. En su mente, Yann no pretendía ser un cretino, aunque era seguro que así lo veían los demás; solo intentaba, a su manera, ser objetivo y exponer la realidad, cruda como se mostraba frente a él.

Saraid decidió poner fin al debate con su último comentario y se marchó a caminar entre los escombros de una fila de pilares que había cerca. Entre tanto, Hugh terminaría cediendo ante Yann y la aspereza de su mensaje, con una sonrisa risueña que solo alguien como él podía ofrecer.

—También pienso que necesita apagarse —murmuró Shannon para sí mismo. El silencio se instaló en el ambiente, uno donde solo la brisa opinaba y una imponente lechuza sobrevolaba las ruinas por encima de los cinco.

—Una lechuza —exclamó Saraid en ese tiempo en que estuvo alejada. Alzó la mano para acompañar el vuelo del ave con un salto, en un instante donde la emoción la invadió y, así como el salto, se evaporó en cuestión de dos segundos—. Es increíble... algo tan hermoso y a la vez un mal augurio. Y solo por volar de noche... Mira mi ropa, es un desastre.

—Alan ha vuelto. ¿Podemos continuar? —Se escuchó decir a Shannon. El sonido de su voz se amortiguó por la distancia y los árboles que rodeaban el valle alrededor de las ruinas. «Al menos sigue vivo», pensó Saraid al mismo tiempo que se dirigía hacia la ubicación de la fogata, y la conversación que se desarrollaba a su alrededor se volvía cada vez más clara.

—Creo que deberíamos movernos de aquí —comentó el niño del collar, volviendo con una idea que hizo que las preocupaciones del rubio por el frío pasaran a un segundo plano.

—¿Te has vuelto loco? —exclamó Yann al instante en que saltó de su asiento.

—Sé que suena extraño, pero lo digo muy en serio.

—Estoy de acuerdo con él, hemos sido descuidados —intervino Guinevere, sorprendiéndolo, ya que no la había visto hablar desde hacía mucho rato. Las conversaciones se mezclaron, y era complicado distinguir quién hablaba o qué decía, pero estaba claro que tres de ellos querían extinguir las llamas.

—Está bien que lo diga ella, porque lleva rato jugando con su librito y sabemos que no se moverá de ahí, pero tú eres tan terco e impulsivo... —dijo Yann mientras gesticulaba con las manos y Hugh intentaba hablar por encima de él.

—No hace falta ser tan directos, la fogata está bien —añadió con una sonrisa.

—Hace unos minutos querían calor, y ahora todos quieren frío. Quién los entiende —comentó Lilith.

Saraid tomaba asiento.

—Deberías explicarte mejor, Alan. No puedes pedirnos esto sin una razón válida. Sabes lo difícil que fue encender la fogata... —añadió, pero antes de que pudiera terminar su frase, Lilith la interrumpió.

—Lo que me costó, dices.

—Es difícil de explicar, es más como una especie de corazonada —afirmó, rascándose la nuca.

—¿Solo por una corazonada? Eso no es motivo suficiente —replicó Lilith, y Yann estuvo de acuerdo.

—¿Ven todos? Ya enloqueció. —El collar de Alan comenzaba a variar su intensidad y las llamas de la fogata se agitaban con el aire.

—¿Esperan que diga algo como «chicos, la razón por la que insisto en que nos movamos de aquí es porque desde que llegamos escucho ruidos extraños»?

—Que tú mismo aceptes lo ridículo que suenas es un buen comienzo —dijo Yann.

—Oh, vamos —Alan llevó su mano al rostro en señal de frustración—. Si les digo eso, dirán que podría ser cualquier cosa, como un animal, porque estamos en un bosque. Pero deberían pensar en que encendimos esta fogata sin precauciones en una oscuridad absurda, ¡en Annwn! Ahora, imaginen quién pudo haberla visto.

—¿Dices que alguien nos observa? —preguntó Saraid.

—Creo que se refiere a prevenir eso —explicó la niña de la libreta. El viento sopló y las aves detuvieron su canto.

—La razón por la que salí de las ruinas fue para investigar. Durante ese tiempo, llegué a la conclusión de que nunca nos cuestionamos nada sobre este lugar antes de convertirlo en nuestro campamento —dijo Alan. Debido a la agitación, el cristal de cuarzo azul que llevaba colgado al cuello emergió de su camisa.

—A eso me refería desde el principio, y nadie supo responder. Fue un error haber llamado tanta atención. Ninguno de nosotros entiende nada sobre Annwn —señaló Saraid, imponiendo su voz por encima de las demás.

Guinevere se acercó por primera vez a las llamas, despertando el interés de todos con su acto inusual. Vestía un pijama azul de estilo camisa y pantalón, decorado con un estampado de nubes, y su piel clara resaltaba bajo la luz del fuego. Después de apartar el cinto que usaba como marcador en su libreta, la abrió y dijo:

—Espero que esto ayude a justificar mi punto. —Luego comenzó a leer en voz alta lo que había anotado hasta ahora.

»Desperté en el suelo de unas ruinas después de haber estado en mi habitación, y todavía no tengo idea de cómo sucedió. Pero está claro que este lugar es el mítico Annwn, al cual los estudiantes de tercer año vienen a realizar sus primeras prácticas. Siento mi egni crecer en fuerza y cantidad; ahora estoy más convencida que antes... «Omitiré esta parte porque no quiero entrar en detalles sobre lo molestos que pueden llegar a ser ustedes» —aclaró, haciendo una pausa antes de continuar tras pasar la página.

»Estoy rodeada de muros deformes, baldosas que parecen de mármol desgastado y rejas dobladas de manera peculiar. Los chicos descubrieron un agujero con cenizas, posiblemente recientes, ya que suele llover en los bosques. —Todos escuchaban con atención, conscientes de que esta era la primera vez que la niña se abría de ese modo. Algunos asentían con la cabeza, mostrando comprensión, mientras otros miraban con curiosidad el cristal de Alan. Entretanto, Guinevere siguió leyendo sus notas en voz alta, compartiendo sus observaciones con el grupo a medida que ubicaba los puntos más importantes con su dedo.

»Todo indica que este lugar es uno de los sitios construidos en el antiguo Heraklion, utilizado para los torneos después de haber pasado muchos años. Entiendo que es así porque eso a lo que llaman "fogata" es el lugar donde encenderían el famoso fuego olímpico, como se conoce en todo el mundo en la actualidad.

»Es evidente que algo ocurrió en estas ruinas, ya que este tipo de suelos no se rompe con tanta facilidad y las rejas no pudieron doblarse por sí solas, al menos no de esa manera. Además, se siente una vibración en el terreno cada cierto rato, como si alguien diera grandes pasos a una gran distancia. Es seguro que Alan, el chico que me sonrió al abandonar las ruinas... «Esta parte no es tan necesaria, solo la uso para recordar de quién se trata, en fin, la omitiré» —dijo descartando la referencia.

»Creo que él se percató de la resonancia en el ruido de las aves del bosque después de cada pisada. Cuando yo lo noté, subí al asiento para entender de dónde venía; la respuesta es obvia, viene de lo profundo del bosque. —Cerró la libreta y cruzó los brazos; pese a ello, no fue suficiente para que Hugh evitara tomarla.

—¿Qué más dice? ¿No aparezco yo por ninguna parte?

—No dice más nada, Hugh —respondió ella, esquivando al niño y su intento por tomar el cuaderno. En el forcejeo, se pudo apreciar un lazo azul que sujetaba su cabello castaño, el cual caía hasta la cintura.

El grupo guardó silencio después de la detallada explicación sobre las ruinas que ella dio. Era como uno de esos momentos en los que nadie sabe qué decir y todos se miran las caras.

—¿Acaso se han vuelto locos? —exclamó Yann ante la reacción generalizada, en un intento por que la cordura se desligara de la lógica—. Mi problema no es solo la fogata, ahora quieren irse. ¿Adónde?

—Mantén la calma, niño rubio. Aunque eso que dice tiene sentido, también es cierto que necesitamos una idea clara de hacia dónde ir —añadió Lilith con su visión más escéptica.

—No estoy del todo segura, pero en este tipo de lugares suele haber un punto de regreso, tal vez uno central, uno que se alimente de egni para funcionar —dijo Guinevere al mismo tiempo que mostraba un portal garabateado que había dibujado en su cuaderno. Con esto solo buscaba dar una explicación convincente—. Mi teoría es que nuestra presencia aquí es pura casualidad.

—Yo podría haberlo dibujado mejor... —murmuró Hugh. Guinevere resaltó los trazos del dibujo en su cuaderno y lo colocó frente a la vista de todos.

—La zona del portal pudo haber quedado activa desde nuestra llegada o poco antes; si entramos en ella, podríamos regresar —explicaba—. Pero debemos movernos cuanto antes, ya que no sabemos cuánto tiempo funcione y ninguno de nosotros sabe cómo reactivarlo. Si por alguna razón se cierra...

—Podríamos quedar atrapados aquí —intervino Shannon, completando la frase. El peso del tiempo se manifestó; la niña retiró su libreta.

—Y sé que no me equivoco en esto último —afirmó Guinevere con mucha determinación en su voz.

Su convicción impuso un silencio que hizo evidente la calma que se respiraba en el bosque. Todos parecían muy asustados, pero ninguno tenía claro a qué le temía más: si al hecho de ser devorados por criaturas que podrían estar cerca o al temor de quedar atrapados en Annwn. El frío sopló y las copas de los árboles se movieron; la llanura alrededor de las ruinas se inclinó en la misma dirección que la brisa, y junto al chispear de las brasas, esto era lo único capaz de escucharse.

—Pienso que debemos intentarlo —opinó Shannon, secundado por Saraid mientras se ponía de pie. Los demás, excepto Yann y Lilith, también fueron determinantes al corresponder con un «¡Hagámoslo!».

—Apaguemos esta cosa —exclamó un Hugh lleno de energía, antes de plantear una pregunta que nadie había examinado y que resultaba perturbadora, considerando la posibilidad de que algo pudiera estar observándolos—. Por cierto, ¿alguien sabe cómo?

—¿Así, sin más...? —Yann quiso intervenir para expresar su escepticismo. Pero su intento por hablar fue interrumpido por una roca del tamaño de un horno microondas, con forma de terrón de azúcar, que se estrelló contra una de las columnas más altas, provocando un derrumbe catastrófico.

La estructura se vino abajo, transformada de pronto en escombros y nuevos obstáculos; caminar a través de ellos se había convertido en una complicada carrera de habilidad. Los fragmentos de roca salieron volando, impactando contra cualquier superficie disponible, y el aire se llenó de polvo y humo.

—¡Rápido, cúbranse! —gritó Alan cuando se vio superado por las circunstancias.

La amenaza era real. Uno de los pequeños fragmentos rozó la oreja de Guinevere apenas en el borde. Impresionada por el nivel de peligro al que se había expuesto, quedó presa del asombro y luego no conseguía moverse. «Pude morir», pensó.

En medio de tanta destrucción, Shannon ayudaba a Saraid a ponerse de pie. La había apartado a un lado cuando una de las columnas se vino abajo. Esa fue la diferencia entre una Saraid dormida para siempre y una que fue arrojada sobre la polvareda. Poco después, se levantaron y se refugiaron detrás de un bloque alargado con forma de mesa tallada, parecida más a un sarcófago que a otra cosa.

Hugh y Yann corrían de un lado a otro, intentando esquivar los distintos proyectiles que caían en diferentes lugares. Este último tuvo mucha suerte al quedar a pocos centímetros de lo que parecía ser el objeto arrojado al inicio. Cayó muy cerca de sus pies, casi pisándole por completo.

Lilith se aventó en dirección opuesta por instinto, ya que fue la única que pudo mirar el impacto sobre la estructura sin tener tiempo para advertir sobre él. Seguía tumbada en el suelo, con las manos en la cabeza. Alan estaba detrás de una de las columnas que aún se mantenían en pie, recostado de espaldas al origen del bombardeo, observando cómo todo se desmoronaba sin poder hacer nada.

Ese primer ataque no sería el último en llover sobre las ruinas. De fondo, el sonido del aire marcaba con un silbido el recorrido de los objetos que volaban por encima del complejo, incluso el de aquellos que se perdían en el bosque y más allá.

—¡Guinevere, sal de ahí! —gritó Saraid, logrando que fuera capaz de reaccionar. Shannon se apresuró hacia ella, y aunque no podía acercarse mucho a causa del peligro, estaba a tan solo unos pasos de distancia con la mano extendida.

—La fogata... —murmuró Guinevere para sí misma y luego lo gritó conforme corría en dirección a Shannon:— ¡La fogata, Alan! ¡Así pueden vernos a través del bosque!

«No deben vernos o no podremos abandonar las ruinas», pensó. Aunque terminaría haciéndolo en voz alta cuando alcanzó a ese que la esperaba, próximo a la mesa y en compañía de Saraid.

—¡Lilith, ve con Shannon! —gritó Alan desde aquella columna. Aún estaba cerca de la fogata y, tras los gritos de Guinevere, sabía que era necesario tomar medidas.

Los bloques caían del cielo y cada vez parecía más peligroso permanecer en el lugar. Todos buscaban protegerse de los proyectiles, sin conocer cuándo o cómo terminaría aquel ataque, ni quién o qué estaba detrás del bombardeo. La sensación de vulnerabilidad era abrumadora.

Lilith se puso de pie mientras seguían lloviendo objetos contra los pilares de lo que habían llamado campamento. Se apresuró a correr junto a Hugh y Yann en dirección al "refugio", pero se dieron cuenta de que la mesa no era suficiente para cubrirlos a todos a la vez. Estaban al tanto de que no podrían permanecer escondidos detrás de ella para siempre.

—Oye, usa uno de tus hechizos para apagar las llamas que encendiste —instó Saraid a Lilith de manera directa, casi como una orden.

—No me molestes —exclamó—, solo conozco uno. Apenas terminé el primer año. —Elevó la voz para hacerse oír por encima del ruido.

—¿En serio? ¿Solo conoces uno? —exclamó Yann en medio del caos.

—Adelante, es toda tuya. ¡Ahora apágala! —reiteró ella.

—Buen punto —dijo Shannon mientras todos mantenían la mirada fija en el niño del collar. La mayor preocupación residía en Alan, quien había quedado lejos de la mesa y no podía correr desde su ubicación.

El granito y el mármol llovían por todos lados, pasando de largo o chocando contra otros bloques ya derrumbados. Las columnas se descomponían en varios trozos más pequeños al caer y hacían vibrar el suelo con estruendo.

Alan desconocía cómo apagar las llamas para escapar de las ruinas; no sabía hechizos porque, al igual que Lilith, había culminado el primer año hace poco. Si alguien podía ayudar, era Guinevere. Eso pensaba él, pero ella estaba muy lejos y no era posible hacer que se arriesgara con tanta facilidad. Además, emplear el egni en encantamientos sin tener conocimiento sería problemático, como se pudo ver con Lilith cuando perdió la conciencia.

En el primer año de las academias se enseñaba sobre la historia de la egni hudol, brebajes, criaturas, control y flujo, entre otros temas —varios—, en su mayoría teóricos. Sin embargo, no enseñaban a los niños de once años a conjurar encantamientos. Se quiso así con la intención de prevenir que algunos dañaran a aquellos menos capaces, ya que la forma en que se generaban estos efectos era bastante compleja. Si cometías un error, podías poner en riesgo la vida de otros y agotar tu propio egni hasta perder la conciencia o incluso la propia energía vital.

Alan lo sabía y a pesar de tanto caos, tuvo una idea. Aquellos bloques debían venir de algún sitio, quizás de esas otras ruinas donde estaría el portal del que habló Guinevere. Algo los estaba lanzando desde allí, y al parecer ese "algo" tenía varios amigos. No era momento para hundirse en la desesperación. Recordó que, aunque no conocía encantamientos, podía controlar una forma de energía generada a partir del egni, como en este caso había sido creado el fuego.

—Gracias, abuelo —murmuró Alan mientras sostenía el cuarzo de su collar por unos instantes; luego lo soltó y dirigió la mirada hacia las llamas, con la palma de sus manos extendidas hacia ellas. Los gritos de sus compañeros se mezclaron con la brisa cuando un impacto directo golpeó la mesa.

La vibración se transmitió a todos los que se encontraban ocultos.

Los golpes de las rocas contra el suelo dejaban al descubierto más escombros, pero Alan no prestaba atención a eso. Su objetivo era controlar la llama frente a él. Supo que podía hacerlo porque no era un fuego producido de forma artificial, como se haría con dos ramas o un encendedor; este fuego era egni real, nacido de Lilith.

De repente, las llamas se transformaron en líneas justo delante de sus manos. Se elevaron sobre las brasas, que perdieron brillo hasta volverse tenues y extinguirse por completo. Eran líneas gruesas de color amarillento y rojo ardiente, que emitían sonidos similares a los de las antorchas al ser agitadas con fuerza en el aire y dejaban una estela de calor a su paso, como si estuviera quemando la nada misma.

El objetivo era apagar el fuego y escapar, pero en la mente de Alan había otra preocupación latente. Sin la fogata y teniendo que adentrarse en el bosque, todos quedarían expuestos y sumidos en la oscuridad, sin tener la menor idea de lo que enfrentarían. Utilizando su propio egni, arrojó las líneas de fuego a través del bosque con sagacidad y en dirección al origen del ataque; Lilith era ese ejemplo que él quería seguir.

Las diversas llamas iluminaron su entorno a medida que avanzaban, alcanzando los troncos de los árboles en su trayectoria; las que no, continuaron su camino, revelando sombras de humanoides gigantescos que se aproximaban portando armas improvisadas, igual de enormes. Algunas encontraron su final en los cuerpos de estos seres o en las paredes de otras ruinas, donde se presumía que estaba el portal a casa.

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