Prólogo
PRÓLOGO
Corría por el bosque como si no hubiese un mañana. El vestido se le iba trabando en cada pequeña rama que se encontraba por el camino pero eso no le impedía avanzar, cuando se le trababa, tiraba con fuerza. No tenía tiempo para andarse con delicadezas, tenía que llegar hasta Duncan y tenía que hacerlo ya.
Por favor, que no le haya pasado nada. Por favor, que esté bien –Pensaba mientras corría como el alma que lleva al diablo. Tenía ganas de pararse y coger aire como si no hubiese un mañana. Quería respirar una gran bocanada de aire sin que le doliesen los pulmones, pero no podía. Duncan era más importante que todo lo demás, avisarlo era mucho más importante.
- ¡Duncan! –Gritó con el poco aire que tenía en los pulmones. Nunca antes había corrido tanto y con tanta fuerza. Estaba poniendo toda su energía en esa carrera.
Llegó al claro del lago y se tropezó con las ramas del suelo e inevitablemente cayó en peso. Sus rodillas quedaron magulladas y sangrando por completo, pero no fue eso a lo que ella prestó atención.
Allí, tirado como si no fuese más que un deshecho humano se encontraba él.
Duncan.
El amor de su vida.
Había llegado demasiado tarde.
- Duncan –Gritó cuando comenzó a correr hacia él. Se dejó caer a su lado y le agarró de la mano fuertemente- Cariño, cariño, ¿puedes oírme?
Duncan sabía que iba a morir. Estaba perdiendo muchísima sangre y parecía que solamente había aguantado porque sabía que ella llegaría hasta él. No podía irse sin despedirse.
- Quiero... -Susurró el chico mientras abría su mano izquierda con las pocas fuerzas que tenía- que te acuerdes de mí.
Un anillo con una gema verde en el centro se encontraba en la palma ensangrentada de su mano. Era el mismo anillo que pretendía usar esa noche para pedirle que se fugara con él. La amaba tanto que era capaz de dejarlo todo atrás por ella y sería capaz de volver a recibir otra flecha por ella.
- No, no va a hacerme falta un anillo para acordarme de ti, ya te tendré a ti para verte todos los días -Dijo Marie.
- Gobernarás este país mejor que nadie. Te quiero, Marie –Susurró entrecortadamente. Sus dientes estaban manchados de sangre, al igual que toda su ropa. Le habían clavado dos flechas: una en el estómago y otra prácticamente en el corazón.
- Te quiero –Susurró devuelta en su oído mientras las lágrimas bajaban incontrolablemente por sus mejillas- Jamás me olvidaré de ti. Te lo prometo.
Marie esa noche tuvo que ver como la persona que amaba exhalaba su último suspiro con una sonrisa en los labios y una mirada llena de amor, cómo siempre que ella se encontraba con él.
- Nos volveremos a encontrar en la otra vida –Susurró Marie mientras le cerraba los ojos y le daba un pequeño beso.
Fue un beso de despedida pero a la vez fue una promesa. Una promesa de que volverían a encontrarse para poder estar juntos, esta vez para siempre.
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