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Cerise Hood


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Cerise Hood

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La tarde se encontraba tranquila en el bosque, y el sol, ya casi escondido en el horizonte, pintaba el cielo con tonos anaranjados y rojizos. T/N, la hija del Conejo Blanco, se encontraba saltando entre los árboles, disfrutando de la ligereza de su forma animal. Con sus orejas largas y su pelaje blanco que resplandecía suavemente bajo la luz, se sentía completamente libre. En su forma de conejo, todo era más simple, y podía perderse por completo en los placeres sencillos de la naturaleza.

Cada salto la llevaba más lejos, entre las raíces de los árboles y los arbustos que crecían por todo el bosque. Sin embargo, había algo en el aire ese día, algo que la hizo frenar bruscamente, levantando las orejas al escuchar un crujido a lo lejos. Un sonido pesado, pero cálido, que anunciaba la presencia de alguien. Algo en su instinto animal la alertó, y su cuerpo se tensó al instante.

De entre la oscuridad de los árboles emergió una figura alta y de movimientos imponentes. La luz de la tarde iluminó su pelaje grisáceo y su cuerpo musculoso. T/N reconoció inmediatamente al hombre lobo. El Lobo Feroz. Su presencia era inconfundible. Había algo en sus ojos dorados que destilaba un poder brutal, algo tan salvaje como el bosque mismo.

Antes de que pudiera moverse o siquiera entender la situación, el Lobo Feroz se acercó con paso firme, y en un parpadeo mostró sus colmillos, afilados y brillantes como cuchillas. T/N, paralizada por el miedo, no pudo evitar temblar. Quiso huir, pero sus patas no respondían. Su instinto de conejo la empujaba a correr, pero la mirada feroz del lobo la mantenía en su lugar. Sin embargo, antes de que algo más pudiera suceder, una sombra pasó a su lado. Una figura familiar apareció entre los árboles, casi invisible en la oscuridad del bosque: Cerise.

Con los ojos brillando de un plateado inquietante y los colmillos a la vista, Cerise apareció entre la maleza, pero su postura no era de ataque, sino de contención. Había algo extraño en su mirada, algo que reflejaba una lucha interna. El lobo se acercó más a T/N, su presencia intimidante, pero Cerise lo detuvo al instante. La mirada de Cerise se dirigió al lobo, y en ese momento parecía que todo el bosque se detuvo.


—Papá —Dijo Cerise en un susurro, su voz tensa—No le hagas daño.


El Lobo Feroz hizo una pausa, y durante un momento que pareció durar una eternidad, T/N sintió que la atmósfera se volvía densa, cargada de algo entre el amor y el miedo. Sin embargo, su reacción fue repentina: Cerise dejó escapar un rugido bajo, y antes de que T/N pudiera reaccionar, vio que la joven mostraba sus propios colmillos, afilados y peligrosos.

El miedo se apoderó de T/N. Intentó dar un paso atrás, pero sus piernas flaquearon bajo ella. Los colmillos de Cerise se mostraron más agresivos, como si su naturaleza licántropa estuviera al borde de desbordarse. T/N trató de comprender lo que ocurría, pero su mente se nubló, y antes de que pudiera hacer nada más, el miedo la invadió por completo y todo se oscureció.

Cuando T/N despertó, se encontraba en una habitación suave, cálida, rodeada por las paredes de madera y decoraciones rojas. Se incorporó lentamente, confundida, con el cuerpo aún adolorido. A su lado, una figura conocida la observaba con una expresión tranquila. Era Caperucita Roja, la madre de Cerise. Su rostro estaba sereno, pero había una preocupación velada en sus ojos.


—¿Cómo te sientes? —Preguntó Caperucita con dulzura, su voz llena de preocupación.


T/N intentó recordar lo sucedido, pero su cabeza seguía nublada, como si los recuerdos se desvanecieran en su mente. Miró a su alrededor, tratando de situarse, pero la habitación era completamente ajena. En su pecho, el miedo aún no se disipaba.


—¿Dónde...? ¿Dónde está Cerise? —Su voz salió entrecortada, aún asustada.


Caperucita suspiró con suavidad y se acercó un poco más. Sus ojos reflejaban la carga de una madre que intenta proteger a su hija.


—Cerise... ha tenido que alejarse. Es complicado para ella —Respondió con una voz tranquila, pero marcada por una sombra de tristeza—Ella está lidiando con algo que no puede compartir, al menos no aún.


T/N frunció el ceño, pero no insistió. Algo no estaba bien, y aunque no entendía completamente lo que sucedía, algo le decía que Cerise estaba en conflicto, atrapada entre dos mundos que no podía reconciliar.


...


Los días pasaron lentamente. T/N intentó mantener su mente ocupada, pero no podía dejar de pensar en Cerise. No entendía por qué la joven había reaccionado de esa manera, ni por qué su naturaleza licántropa parecía tan fuera de control. Sin embargo, no pudo evitar sentir una conexión con ella, algo profundo que no podía ignorar. Cada vez que intentaba encontrarla, Cerise parecía desaparecer, desvanecerse entre las sombras del castillo y del bosque.

T/N no sabía si era miedo o una necesidad inexplicable lo que la mantenía buscando a Cerise, pero el hecho de que no pudiera encontrarla solo aumentaba su inquietud. Tenía que hablar con ella, entender por qué había mostrado esos colmillos, por qué había dejado ver su verdadero ser de una manera tan desconcertante.

Un día, después de varios días de búsqueda sin éxito, T/N salió al jardín, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de colores cálidos. Entre las flores rojas y negras, vio una figura solitaria. Era Cerise. Estaba allí, en silencio, bajo la sombra de un árbol. Su capucha roja cubría parcialmente su rostro, pero T/N podía ver sus ojos grises, profundamente pensativos.

T/N se acercó con pasos cautelosos, sintiendo cómo su corazón latía más rápido a medida que se acercaba a ella. Al llegar a su lado, no pudo evitar preguntarse por qué Cerise parecía tan distante, tan apartada.


—Cerise —Dijo suavemente, y la voz de T/N tembló ligeramente—¿Por qué no me lo dijiste?


Cerise levantó lentamente la cabeza, y sus ojos se encontraron con los de T/N. Hubo un silencio profundo entre las dos, un silencio que hablaba más que mil palabras. Cerise suspiró, como si todo el peso del mundo descansara sobre sus hombros.


Con una sonrisa tímida, respondió—No sé cómo hacerlo... No sabía si me entenderías, si... si podrías aceptar lo que soy.


T/N la observó con atención. Algo en su mirada, esa mezcla de miedo y vulnerabilidad, la tocó profundamente.


—Yo... te entiendo más de lo que piensas —Respondió con una sinceridad que la sorprendió incluso a ella misma. Luego dio un paso más cerca, casi sin pensar, y la mirada de Cerise pareció ablandarse, como si un peso invisible se hubiera levantado de su pecho.

Cerise bajó la mirada, apretando suavemente los puños. Finalmente, habló con una voz quebrada—Tengo miedo, T/N. Miedo de que veas todo lo que soy... miedo de que me odies por ser parte de algo tan oscuro.


T/N se inclinó hacia ella, tocando suavemente su hombro con una mano cálida y reconfortante.


—No me vas a perder por lo que eres. No tienes que esconder nada de mí, Cerise.


Por primera vez en mucho tiempo, Cerise levantó la vista, y en sus ojos brillaba algo más que miedo. Era gratitud, una sensación de alivio al saber que no estaba sola en ese camino.


—Gracias —Susurró Cerise, su voz llena de emoción contenida.


Las dos permanecieron juntas en el jardín, bajo la luz suave de la luna. Aunque aún había mucho que compartir, sabían que ese era el primer paso. Ya no había secretos entre ellas.

El viento susurró suavemente entre los árboles, como un eco de promesas sin palabras, mientras T/N y Cerise se quedaban allí, compartiendo la tranquilidad de un entendimiento mutuo que iba más allá de sus diferencias.

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