C. A Cupido
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C. A Cupido
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En un rincón del vasto bosque donde los árboles susurran secretos antiguos y el viento trae consigo los ecos de las voces de antaño, T/N caminaba con paso sereno. Su alma, tan libre como la naturaleza que la rodeaba, se fundía en armonía con el mundo que la sostenía. El sol se filtraba entre las hojas, lanzando rayos dorados sobre su piel de tono cálido, mientras sus ojos, profundos y llenos de sabiduría, brillaban como espejos del alma. La hija de Pocahontas, con su capacidad para conectar con el espíritu del mundo y sus dones chamánicos, había crecido aprendiendo a escuchar lo que el viento, los árboles y los animales tenían que decirle.
Había algo especial en el aire esa tarde, algo que despertaba la curiosidad de T/N, como si la naturaleza misma estuviera invitándola a una aventura más allá de su entendimiento. Algo, o más bien alguien, parecía estar esperando por ella.
Al llegar a un claro rodeado de rocas cubiertas de musgo, T/N detuvo su caminar. En ese espacio, una suave brisa movió las hojas de los árboles y, de repente, una figura apareció ante ella. Era una joven de cabellera rosa, con una mirada intensa y profunda como el océano. Sus ojos azules brillaban con una luz etérea, como si fueran la reflejo de un cielo sin fin. Su atuendo, aunque moderno, estaba inspirado en las ropas de la antigüedad una toga que fluía como la seda, encajes delicados en la parte inferior y unas medias que dejaban ver su piel de manera elegante, todo adornado con símbolos de corazones, flechas y plumas. Las alas de marfil en su espalda se desplegaron suavemente, dando la impresión de que podía alzarse a cualquier momento.
T/N, aunque sorprendida, no se mostró ni nerviosa ni asustada. En su corazón, sabía que todo lo que ocurría en la naturaleza tenía una razón. Sus ojos se entrecerraron, como si estuviera percibiendo algo más profundo.
—¿Quién eres?—Preguntó T/N con voz suave, pero firme, como una brisa que toca la piel con dulzura.
La joven sonrió, su rostro reflejaba una mezcla de emoción y comprensión—Soy C.A Cupido, mensajera del amor y la amistad, hija adoptiva de Eros, dios del amor. Pero puedes llamarme Cupido, si lo prefieres.
T/N asintió lentamente, sintiendo una conexión instantánea con la joven de cabello rosa—¿Qué trae a un espíritu como tú a este rincón del mundo? No es común encontrar seres como tú en estos bosques.
Cupido dio un paso adelante, haciendo que sus alas brillaran ligeramente bajo la luz que se filtraba entre los árboles—He venido porque los corazones necesitan ayuda. A veces, incluso los más poderosos en el amor se sienten perdidos, atrapados en las dudas y miedos. He sentido tu energía, T/N, hija de la naturaleza y la sabiduría. Creo que hay algo que solo tú puedes entender.
T/N la observó detenidamente. Su presencia era cautivadora, como si algo antiguo y sabio emanara de ella, algo más grande que el amor en sí mismo—¿Ayudarme? Soy una simple hija de la tierra, de los vientos y las aguas. Mi vida está guiada por los espíritus de mis ancestros, no por flechas de amor.
—Pero ¿No es el amor también parte de la naturaleza?—Preguntó Cupido con suavidad, como si lo estuviera descubriendo por sí misma—El amor es la fuerza que conecta todo, desde las criaturas más pequeñas hasta los seres más grandes. Sin él, la vida no sería más que una chispa en la oscuridad.
T/N sonrió levemente—El amor es una parte importante, lo sé. Pero lo que busco, Cupido, es entender el propósito más grande de todo. No solo el amor entre seres humanos, sino el amor por la vida misma, por cada hoja, por cada gota de lluvia. Eso es lo que me conecta con todo.
Cupido, sintiendo la verdad en las palabras de T/N, se quedó en silencio por un momento. Entonces, con una chispa en los ojos, se acercó a la joven.
—¿Y si te dijera que el amor no es solo lo que se da entre los humanos, sino algo aún más profundo, que incluso los dioses han tenido que aprender a entender?
T/N la miró con interés—¿Qué quieres decir?
—Ven—Dijo Cupido, tomando la mano de T/N con suavidad—Quiero mostrarte algo.
Juntas, caminaron hacia el corazón del bosque, donde los árboles se alzaban como gigantes que susurraban historias de tiempos remotos. Allí, en un pequeño claro, se encontraba un árbol antiguo, cuyos troncos estaban cubiertos de símbolos antiguos, algunos incluso reconocibles por T/N como aquellos que se usaban en las ceremonias chamánicas de su gente.
—Este es el Árbol de los Corazones Perdidos—Explicó Cupido mientras señalaba el árbol—Cada corazón roto, cada alma perdida en el amor, deja una marca aquí. Algunos corazones encuentran la paz, otros siguen buscando.
T/N, con la mirada fija en el árbol, extendió su mano hacia el tronco. Sentía la energía que emanaba de él, una mezcla de dolor, pero también de esperanza—¿Y qué hago yo aquí?—Preguntó.
—Lo que tú hagas aquí será distinto—Respondió Cupido—Tu conexión con la naturaleza y los espíritus te permitirá entender lo que otros no pueden. Cada corazón tiene su propia historia, pero a veces, el amor no es lo que nos une. A veces, es la sanación.
T/N cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. Sabía que lo que Cupido decía tenía un profundo significado. Ella podía sentir las antiguas emociones atrapadas en el árbol, la tristeza de corazones rotos y la esperanza de nuevos comienzos. Extendió sus manos hacia el árbol, murmurando palabras en una lengua olvidada, la lengua de los espíritus de la tierra. Con un leve estremecimiento, vio cómo la corteza del árbol comenzaba a brillar suavemente, como si algo hubiera despertado.
—Lo has hecho—Dijo Cupido, su voz llena de asombro y gratitud—Has sanado una parte de este corazón roto, T/N. Has mostrado que el amor no solo se trata de flechas y encuentros, sino de entender las heridas y ofrecer curación.
—El amor no es solo lo que nos une, también es lo que nos ayuda a sanar y a aprender. Todo está conectado. Y quizás, eso sea lo más grande que puedo enseñar.
Cupido la observó con una mezcla de admiración y humildad—Tienes razón. Eres mucho más que una hija de la tierra. Eres una sanadora del alma, una guía para aquellos que han olvidado cómo amar de nuevo.
Ambas jóvenes se quedaron en silencio, contemplando el árbol, el viento susurrando a través de las hojas. En ese momento, Cupido comprendió algo profundo; aunque ella era la mensajera del amor, a veces el amor verdadero era aquel que no solo unía, sino que también sanaba.
—Gracias—Dijo Cupido finalmente, mirando a T/N con gratitud—Me has mostrado algo que nunca olvidaré.
T/N la miró con una sonrisa tranquila—Recuerda, Cupido, el amor no es solo flechas. El amor es la vida misma.
Y, con ese intercambio de sabiduría y compasión, las dos jóvenes se despidieron, sabiendo que, aunque sus caminos fueran distintos, su encuentro había dejado una marca imborrable en sus corazones.
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