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Capítulo 3: LA RAZON DE AMAR

Sukuna veía a Yuuji sentado en el jardín, apenas se movía en su lugar, como si temiera que el más mínimo movimiento le fuera a causar daño. Lo veía pocas veces al día, a veces pasaba una semana, por lo que cada intento de intercambiar palabras era precioso para él.



—No deberías estar aquí— escucho a sus espaldas, mas no le importo y siguió mirando



—Estoy en mi derecho, sobre todo porque Yuuji carga con un hijo mío— respondió sin prestarle atención



—Eres un bastardo enfermo ¡¿Cómo pudiste hacerle eso?! ¡Es tu hermano! — le dijo lleno de ira, pero sin levantar la voz para no perturbar a Yuuji que sabía podría escucharlos



—¿Me dices enfermo? Tu tampoco eres un santo, podrás tener esa falsa fachada de tranquilidad, pero en el fondo eres igual de monstruoso que tu padre, se lo que hiciste después de que me marche, después de todo también tendrás un hijo—



Megumi no fue capaz de decirle nada, ya que Sukuna tenía toda la razón. Empuño sus manos al lado de su cuerpo, conteniendo las ganas de golpearle, lo empujo a un lado, yendo a donde se encuentra Yuuji. Se agacha a su lado, poniendo una de sus rodillas en el pasto, tomas las manos tibias entre las suyas apretándolas un poco en un intento de hacerlas entrar en calor.



—Entremos — le dijo — Está comenzando a hacer frio, te enfermaras—



—Entiendo, eso no debe de pasar ¿No? — le respondió Yuuji, sin levantar la mirada del suelo, moviendo sus pies que colgaban de la banca en la que estaba sentado —No se me permite dejar morir a estos niños—



Megumi trago saliva ante la voz carente de vida que tenía Yuuji con cada una de sus palabras, le vio moverse tambaleante debido a su barriga de ya 5 meses en dirección a la mansión, pasando a un lado de Sukuna sin siquiera mirarle. Por una parte, le dolía el corazón no solo por sus actos, sino por la forma en la que su sueño de una hermosa familia no existiría jamás. No se atrevía a preguntarle a Yuuji se amaba a sus niños, tampoco quería preguntarle por lo que sentía por el o incluso por Sukuna.

Así se habían vuelto sus monótonos días, dormía en una habitación al lado de Yuuji, Sukuna del otro lado del pasillo, ambos como guardianes de alguien a quien amaban pero que habían destruido. Uno; Megumi, por su necesidad de una familia de ensueño y el otro; Sukuna, por un insano amor que no era permitido por ninguna sociedad.



Y Yuuji en medio de ellos como víctima de los actos en conjunto de; como había dicho Sukuna, de personas que buscaban el poder, incluyendo a su propia familia.








Yuuji se hallaba sentado en la orilla de la cama, sentía que el oxígeno no llegaba como debía a sus pulmones, odiaba la sensación de movimiento en su barriga, las molestias en su cuerpo, el no poder ni desatarse los zapatos. Estaba solo, pero no se permitiría pedir ayuda de nadie, por orgullo, por dolor o por pena.



Aun así, odiaba también el hecho de que siempre había alguien que; bien o mal, lo cuidaba.



No subió la mirada cuando sintió las manos de su hermano desatar los cordones de sus zapatos, temblaba, no solo de miedo; sino que también de dolor, un dolor en su alma que nada mas no se marchaba.





—Todo mejorara, en cuanto el bastardo de Megumi salga de nuestro camino, te llevare lejos, lo prometo— le dijo Sukuna





Yuuji sollozo sin decir nada, apretando sus labios en un intento de acallar su llanto.





—Vete — le dijo —Déjame solo—



Sukuna no le hizo caso, ayudándole a subir a la cama, tocando con suavidad su hinchado vientre, logrando un estremecimiento en su cuerpo. Le acomodo lo mejor que pudo en la cama, dejándole de lado con una almohada ayudándole a sostener el peso de su vientre.





Si este noto el hecho de que era ignorado por su hermano, al mayor no le importo. Subió a la cama y con cuidado, lo beso. Yuuji abrió los ojos en cuanto sintió el beso, asustado, intento negarse, mas no lo logro. Sukuna mayormente lidereo el beso a pesar de saber que sentía que Yuuji no le correspondía, cuando termino, se vieron a los ojos, notando que ahí no había nada más que dolor.





—Déjame solo... — le volvió a decir







Sukuna se marchó poco después, asegurándose antes de cerrar la puerta de que Yuuji estuviera descansando. Camino en dirección a su habitación, viendo que entre las sombras se encontraba Megumi acechando. Lamio sus labios sabiendo que no era visto, sonriendo con una locura que sabía no podía ser curada.

No había momento del día en el que no soñaba con tener de nuevo entre sus brazos a su hermano, viendo su sonrisa, su rostro lleno de placer mientras le toma, el sonido de su voz agudizada por el placer, su dulce voz pidiendo más, su cuerpo lleno de sudor y piel caliente llena de marcas que dejasen sus labios.





—Yuuji, Yuuji, Yuuji...—





Sukuna gemía entre dientes el nombre de su hermano mientras se daba placer, añorando la calidez del interior de Yuuji, esperando por el momento en el que volviera a sentirlo. Cerraba sus ojos pensando en la forma en la que lo tomaría, en la que se aferraría a la piel de sus caderas mientras dejaba marcas de sus besos en toda cada lugar que le fuera posible.

Momentos después, cuando Sukuna vio su mano manchada de su propio semen, sintió la ira llenar cada centímetro de su cuerpo. No tenía a Yuuji durmiendo a su lado como se suponía debía de ser, soportando la convivencia con el pelinegro quien le había robado lo que desde la concepción le pertenecía.







Megumi se quedó en el umbral de la puerta después de ver que Sukuna se perdía en su habitación, lo culpaba, se culpaba de la situación en la que estaba envuelto. No solo había pensado con ira por lo que había visto, sino que con lujuria.

Después de poco tiempo de lo sucedido, ya calmado se había dado cuenta de que; si se hubiera calmado, habría ayudado a Yuuji en el obvio dolo por el que estaba pasando, que había sido abusado no solo por alguien de confianza, sino que había sido su propio hermano.



Entro con cuidado a la oscura habitación, moviéndose como una sombra hasta quedar frente a un dormido Yuuji. Vio con dolor en su alma el rastro de lágrimas en su rostro, la forma en la que su cuerpo evitaba ser consciente de el bulto en su vientre, el cómo sus manos se alejaban lo más que se ponía de su barriga, como si no le importara.

Porque lo era, Megumi sabía que si hubiera sido decisión de Yuuji habría terminado con el embarazo.



Megumi le acaricio el cabello húmedo, acomodándolo para que no le molestara mientras dormía, recordando lo sucedido en cuanto supieron la fecundación de los fetos.

Jin y su padre habían sabido por sus medios lo sucedido la noche en la que tuvieron sexo, dicho claro; por la servidumbre de la mansión. Fue un escándalo que apenas pudieron cubrir con la fuerza de sus apellidos.

Estaban pasando por problemas para acallar los chismes por lo que pensaron que llamar un médico para realizar un aborto no sería conveniente.





Yuuji seguiría con el embarazo.





En cuanto los niños nacieran, Sukuna se haría cargo de su hijo, llevándoselo al matrimonio que había sido cambiado con una mujer de una de las ramas inferiores de la familia Ryomen; llamada Uraume, criando al niño juntos pero alejados de Yuuji y su nueva familia.

Era un buen trato; sacarían a Sukuna de sus vidas e intentaría comenzar una nueva y desde cero con su Yuuji y su bebe.





Todo, todo pronto estaría bien.





Yuuji miraba su vientre, era atendido por un par de jóvenes que; agradecido, no le dirigían la palabra. No tenia ganas de salir de la cama, no tenía ganas de comer o siquiera de respirar.





Yuuji no tenía ganas de nada.





En cuanto el par de jóvenes se marcharon con su bandeja de comida intacta Yuuji volvió a recostarse en la cama. Recordaba si cerraba los ojos esa noche, recordaba si sentía su vientre, si dormía, si veía a su hermano o a Megumi ¿Cómo se había ido tanto al infierno su vida?

Yuuji volvió a sentir ese dolor en su pecho que amenazaba cada vez con ahogarlo hasta la muerte. Lo peor era que solía tener pesadillas donde asesinaba a dos pequeños querubines de sonrisas angelicales y mejillas sonrosadas. En algunas los ahogaba con una almohada, en otras en una tina con agua y la peor de ellas, una terrible imagen donde se sentaba con cada niño en brazos en medio de la sala de la gran mansión, con su familia alrededor, todos con una bala en medio de los ojos, sangre mojando sus dedos descalzos mientras el calor del fuego a su alrededor le hacia sentir ese amor que nunca antes había sentido.







Despertaba llorando, anegado en sudor y lágrimas, Megumi; quien dormía en una cama individual a su lado para cuidarlo, le ayudaba a calmarse, y tomaba su mano hasta que se volvía a dormir.





Pero los recuerdos aun se quedaban en su memoria cuando despertaba y se quedaban con él el resto del día.





Por primera vez en 6 meses toca su vientre, se siente culpable porque sabe que los bebes son inocentes, que debe amarlos porque son sus hijos, no quiere hacerles daño, pero a su vez los quiere libres y lejos de todos ellos. Comenzando a pensar que; si se le diera la oportunidad escaparía donde nunca nadie lo pudiera encontrar.



Comenzando de nuevo, solo, en compañía de sus inocentes hijos.

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