26
1894.
Bélgica, una cuidad con conflictos de trabajos laborales dirigidos por burgueses vanidosos, lo primero que miré de la capital de Bélgica (Bruselas), mucha gente se reunía en un edificio con las puertas cerradas.
Hombres con el rostro pintado de sangre y con el cuerpo teñido de carbón, mujeres con las manos deformadas y con cabello hecho trizas mientras eran expuestos en todo publico, y finalmente, los niños, que carecían de valentía y eran dispuestos a luchar sin ningún familiar que los proteja.
Pocas veces salía un guardián del edificio para anunciar que aún no serían atendidos. Cosa grave porque desencadenaron su furia por la frustración que los tenían sus reyes.
Annie miraba a los habitantes con horror, tanto que en silencio le salía lágrimas de sus ojos por cómo su falta de recursos monetarios eran nulos y la gente seguían siendo explotada sin ninguna ganancia en sus bolsillos.
—Que tragedia tan grande con todas estas personas sufriendo de hambre y de enfermedades —dijo Annie mientras llevaba sus manos su boca para evitar quebrarse aún por dentro.
—Hay que irnos de aquí. No hay nada que podemos hacer por su lucha —repliqué con un tono neutro en mi voz para después agarra su brazo y alejarla de aquel sitio deprimente.
Aunque los habitantes tenía su simpatía con los turistas y aunque había lugares hermosos por donde explorar, era variedad de crisis que surgía en el país con el tema político que estaba descuidado.
En pocas palabras, era el reino de la plutocracia.
A pesar que la gente vivía con temor a los regímenes del país, el racismo era más fuerte, tanto que no hubo apoyo de los habitantes del pueblo.
Pero si descartamos lo negativo de las crisis, todos solían ser solidarios con nosotros, tenía tristeza en sus corazones por luchas personales en sus vidas, no obstante, seguían firmes como una montaña ante cualquier tragedia que les sucediera.
Nos dirigimos al municipio de Meise. Annie en ese entonces se había tranquilizado por la tensión que percibía en las personas, pero el aire libre tranquilizó sus nervios. No obstante, una cruda realidad se hizo presente ante nuestros ojos.
Gente de color trabajaba sin descanso por poca mercancías en sus bolsillos, algunos hasta incluso se les notaba la tristeza en sus rostros por las fuertes críticas de sus jefes. Me temía decir que no había compasión de parte de sus patrones, pero lamentablemente, era una triste verdad que aceptaron cruelmente.
La clase trabajadora se esforzaba en tener las expectativas altas de sus patrones. Mientras hacía sus labores con cansancio y sudor, protestaban con malicia en sus adentros con sonrisas falsas. Algunas veces sus señores lo notaban por las traiciones de parte de sus compañeros de trabajo, debido por las actitudes de cólera que para la mayoría ya era evidente para delatar a cualquiera con facilidad.
Caminamos sin ninguna preocupación que nos estuviera perturbando en medio de nuestra ruta, sin embargo, con nuestros ojos presenciamos las realidades que puede que vivir cada tipo de persona por diferentes circunstancias.
Nos detuvimos al lado de una casa muy descuida por la pintura de sus paredes y portones, nos quedamos viendo entre nosotros dos; sabíamos qué impulsivo era para nosotros ser testigos de su miseria.
De pronto el portón se abrió, y lo primero vimos era un hombre con un traje negro que le llegaba hasta los tobillos, con unas botas y guantes oscuras y un sombrero de copa de la misma tonalidad que su traje pero con una cinta gris y broche de oro; tenía una piel más blanca que la leche, un cabello negro tan largo que llegaba hasta sus hombros junto con algunos flequillos que cubrían algunas partes de su semblante malhumorado que era acompañado de una insensible y fría personalidad. No parecía tan viejo, pero tampoco parecía tan joven.
Nos observó con malicia, se puso a nuestra altura y nos habló con una pequeña sonrisa.
— ¿Puedo ayudarlos? —preguntó.
—No, muchas gracias. No queremos causar molestias —comentó Annie.
— ¿Quieres entrar a mi hogar? —dijo dirigiéndose a mí.
—No queremos hostigar en su estancia —aclaré.
—Y no lo harás, de cualquier modo están para conocer este bello país —siguió insistiendo-. Eres gentil, no me sentiría bien en dejar que un extranjero haya venido lejos para irse sin antes visitar mi mansión. Te veo inquietante junto con tu acompañante, que mejor manera de despejarse la mente con una buena velada.
Accedimos al final, no fue una decisión agradable para Annie por el ambiente que sentía por la mala conducta del hombre, pero aún así ella quiso seguir conmigo aún en los peores momentos que presenta este mundo y su época.
El jardín que tenía en la entrada principal, era mas seco que el desierto de Sara, a pesar que se hacía tanto frío, no había vida verde o coloridad en esa tierra que iluminará su deprimente hogar. Por dentro, era una expectativa diferente; decoraciónes con mayor cuidado, con paredes medio claras y medios oscuras, con suelos llenos de alfombras y con muebles bien ordenados.
Nos recibieron como invitados, en la sala del comedor. Nos habíamos sentado cerca de dos hombres: uno que tenía la actitud de un gobernante y la vanidad de un rey; y el otro que fue el que amablemente nos dio la entrada a su humilde casa.
Marcus Carlier y Renus Maes.
Marcus era hombre mayor con una barba larga castaña, un cabello largo que le llegaba hasta sus hombros y un manto que tenía una tela tan fina y de gran calidad como los que usan los mismísimos reyes. Siempre era una persona abierta con esas palabras más honestas y crueles que pueden salir de su boca, no sabía que decir de él en ese preciso momento que nos conocimos por primera vez, pero no tenía mucha confianza para sentirme tan cómodo para hablar.
Ordenó firmemente que tomáramos asiento, y eso hicimos.
Renus era callado y obediente ante las órdenes de su señor. Al principio tenía la sonrisa marcada en su rostro, sin embargo, un misterio abarcó en nuestra convivencia; su forma educada y gentil había sido reemplazada por un silencio temeroso ante su patrón, agregando también, su menor interés en nosotros.
Pocas veces cruzaba algunas palabras conmigo con algo de entusiasmo al momento de hablar por una conversación equilibrada.
Eran unas mentalidades un tanto extrañas. Pero quién soy yo para juzgar la forma de ser de las personas.
Cuando nos sirvieron el alimento, muchos sirvientes vinieron con bandejas de comidas y bebidas exóticas. Algunas veces en su idioma salían gritos de enfado de parte del señor Carlier que eran a veces criticados por su mal desempeño en sus pequeñas tareas (esos eran sus motivos de ambos señores) los empleados solían ser gente color que a pesar de ser regañados, eran tolerantes. Ya hecho todo su labor, se retiraron tan temerosos y tan callados que ni siquiera nadie reclamó cerca de sus oídos.
Annie reaccionó por la situación en la que estaban: — ¿Por qué los tratan tan mal?
Ignoraron su pregunta, y cambio ella recibió carcajadas sin fin de parte del señor Carlier, mientras que Renus permaneció en silencio.
No tuve palabras al respecto. Me sentía molesto por su forma de ser y apenado por la manera de burlarse de su protesta. Dejamos el tema de lado como si el viento cruzará a nuestro alrededor y luego se volviera alejar de nosotros.
Annie estaba desanimada; jugaba con los trozos de comida por medio de su tenedor, presionaba mucho los pedazos de carne junto con los vegetales, el tenedor hacía tantos chillidos que hasta habían rayones en su plato.
Los hombres no toleraban el escándalo que causaba en su mesa, yo me quedé callado con una de inocencia mezclada con la pena ajena a mi entorno, pero Annie perdió la atención en nosotros y a recostó su cabeza en la mesa mientras hacía la misma acción infantil.
Lo que me sorprendió fue que ninguno de los dos mostró enfado con diálogos, no obstante, algo salió de la voz del hombre de traje negro.
—Nunca he tenido molestias por la actitud de las mujeres, y en especial de las niñas. Su impaciencia histérica siempre vienen de lo guarras que son con los caballeros.
Un fuerte estruendo se realizó en la mesa, todos los cubiertos, platos y vasos resonaron con tanto volumen. Annie con sus dos manos formó dos puños que con tan sólo un golpe a la mesa todo el ambiente se volvió frío.
— ¿¡Cómo se atreven a ofender de esa manera!? —reclamó con gritos de furia.
—No veo el por qué hay tenerlo en silencio —habló el señor Carlier.
—Así que para ustedes somos un acto de comedia —continuó ella aún con la discusión en juego.
—Todo el mundo tiene su papel en el mundo, lastimosamente, no todos pueden tener la eficiencia para estar a la altura en donde nosotros estamos —aclaró Renus —. Simplemente deben ser buenos para obedecer y oír.
De mi boca no salía ninguna protesta, estaba asustado, sumando también, que no sabía que debía hacer en medio de ese escenario. Se creía la gran cosa, intimidan de la manera más vaga posible, y aún así no me sentía en posición para poner hablar.
—Evan, vámonos —ordenó Annie.
— ¿Vas a dejar que una mujer tome tus decisiones por ti? —preguntó Renus en el momento en que ella se sentía invulnerable.
Cuando la chica pelirroja me habló yo le di la cara, pero cuando el rey y el brujo me hablaron yo les di la cara a ellos. Al darle mi atención al hombre del traje negro, perdí de vista a mi amiga. De lejos se escuchó cómo una puerta se abría y se cerraba.
Miré a todos lados confundido y preocupado por ella, pero no la vi en la sala del comedor. Me levanté de la mesa y salí a buscar. Moví mi asiento atrás para irme de prisa sin dar ninguna despedida.
Cuando iba por la puerta me tropecé por accidente con un barril de agua, un hombre de color se encontraba regando los suelos de la entrada, no protestó por el accidente que causé en medio de su aseo, mas bien, se hizo aún lado con una expresión de temor. Lo observé por un momento, sin embargo, no me quedé mucho tiempo para hablar y menos para disculparme.
He de decir que me sentido arrepentido por el desastre que había provocado.
Estuve afuera tratando de buscar a Annie, para mi sorpresa no había ido lejos. Estaba su cuerpo recostado en la pared de la entrada del portón, supo que yo venía por ella, sin embargo, no quiso hacerme caso.
—Te estaba buscando -hablé.
—No dijiste nada cuando ellos me atacaron.
—No debiste confrontar su idealismo.
—Me estaban humillando. En el momento en que me reuní a su hogar siempre trataban de ahogarme por ser diferentes a ellos. Yo estaba acorralada mientras tú estabas aterrado.
—Mejor vámonos de aquí...
— ¡Ahora quieres exigirme como ellos te han dicho!
— ¡Eso no es cierto!
Todos sus gestos de enfado no paraban, de muchos gritos y posturas de dominio le quitaron su tolerancia. Al principio no quiso mirarme a los ojos, después me dio la cara solamente para mostrá que su cólera no venía de ellos dos, sino que también de mi falta de cooperación.
La discusión terminó por un ruido causado por un niño y su pequeña torpeza. Unas chucherías cayeron al suelo, hicieron un gran escándalo que nuestros oídos fueron atraídos por su desastre.
Estaba recogiendo unos piezas metálicas y unas herramientas, agarró algunos objetos y los volvió a meter en caja que traía con él. Annie y yo estábamos decididos en ayudarlo, fuimos corriendo con toda prisa a su dirección, empezamos a recoger todo lo que había votado y finalizamos con todos los objetos guardados y bien revisados que ninguno se haya dañado.
El chico parecía muy asustado, sus ojos verdes claros lo delatan su miedo ante nosotros. Era como yo, mas su temor por su tono de piel era entendible por lo que pasaba pero no era justo.
Lo ayudamos a incorporarse nuevamente para levantarlo, cada uno agarró un brazo para ponerlo de pie y después sostuve su caja con todas sus cosas ordenadas mientras que Annie se agachó para revisar sus heridas en sus rodillas. Pudimos ver al niño sonreír por primera vez y Annie se sintió feliz por su buen acto de bondad en que estaba involucrada.
De pronto, dos voces se hicieron presentes con mucha bulla ante un sólo nombre.
—Manou, Manou, Manou. —repetía y repetía, con cada llamado más alarmante.
Y fue entonces cuando una pareja de cuarenta años de edad. La mujer que cubría su cabello con un pañuelo me arrebató la caja con ambas manos; el hombre que se vestía con pantalones de tirantes negros empujó con todas sus fuerzas a la pelirroja con el objetivo de separar al niño de ella.
La mujer hizo de pertenecía suya la caja como un tesoro valioso, el hombre cargó a su hijo con ambos brazos llendo lejos de nosotros y Annie seguía débil en el suelo llorando por la agresividad que ha recibido de parte de ellos.
Después de eso, nunca los volvimos a ver.
Su llanto era silencio y su ojos derramaban cascadas de angustia. Aunque el dolor de sus raspones era inmenso, nada se comparaba a la triste realidad en la que ella enfrentaba.
En un mal momento llegó aquel infame de traje negro, se puso al frente de su cabeza, mientras que ella aún con las lágrimas en sus ojos levantó la cabeza, lo miró y escuchó su amargura.
—Aceptalo, para ellos eres su mayor enemigo. Debes acudir el rol que tienes en la sangre.
No soportaba oírlo; era arrogante y sus intenciones eran malévolas. Débilmente, ella usó sus pocas fuerzas para ponerse de pie. Sus lágrimas pintaron su cara y su voz seguía aguda por su llanto.
Renus habló con un corazón oscuro, pero después de eso, dejó sellados sus labios y se quedó viendo a una víctima agonizando de tristeza.
Había sido un día pesado para ella, muchas situaciones la rodeaban y solamente quería huir de sus problemas. Con brazo se quitó unas lágrimas en sus ojos, después corrió lo más rápido que podía en una dirección sin rumbo y con el dolor que destruía su bella alegría.
Sabía por lo que estaba sufriendo, era inhumano. Cada segundo que pasaba sin estar a su lado me llenaba de angustia con dolor de pecho. Me enojé con esos hombres egoístas; me llené de rabia por la forma en la que atacaban a Annie; tenía un puño en mi muñeca derecha pero a la vez un coraje de no usarlo.
Fui tolerante, pero no me guardé mis palabras.
—Tienen pensamientos tan débiles de las personas que no están a su nivel. Espero que algún futuro tenga en cuenta la crueldad que ha hecho por un objetivo sin meta.
Me sentía tan indignado que en lo único que pensaba era en ella. No lo dude mucho en ir a buscarla. Me había ido de ese horroroso lugar mientras seguía en mi deber de encontrar a Annie.
Miré desesperadamente en cada sitio de la ciudad, pero nunca había rastro de ella. Decidido en seguir con mi misión, me había alejado de la ciudad para irme a un lugar más amplio y más rural.
Todo era sonido de aves, insectos y ciervos, todo era paz y no había nada que interrumpiera a la naturaleza. Entonces fue allí donde la vi; sentada en una roca torcida a la par de dos árboles, acariciando una criatura pequeña pero feroz y aliviando sus penas del disgusto que tenía guardado en sus ojos y sus labios.
Se percató de mi presencia con su vista, no se complicó mucho en sacar sus palabras.
—Lo siento…, fui desconsiderada contigo…
—No todo es crees —dije —. Sé que sientes que la gente te está desafiando, y la verdad es que tienes razón. Pero tú no eres mi esclava eres mi amiga, no soy dominante soy comprensivo, y no traes vergüenza traes más orgullo como una verdadera princesa.
Caminé para llegar a sentarme a su lado, di leves pasos cortos con tal de que mis esfuerzos no fueran una carga menos con que lidiar y me senté a su lado con las piernas estiradas y con mi brazo derecho abrazando su mochila y su cuerpo. Su cabeza se recostó en mi hombro y la mía se recostó en su hermoso cabello.
A pesar que un rey y un brujo nos hayan hecho daño con sus ofensas e insultos, supimos bien que cuando caemos nos volvemos a levantar.
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