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17

Mi huida me había dejado ciego; por tantos árboles y colores verdes, hacían confundirme con facilidad. No sabía mi ubicación, sin embargo, solo mis instintos me hicieron salir de aquel laberinto.

En medio de la nada, la cabalgata dio trotes a mi destino. No hubo pausas en el día y no hubo siestas en la noche.

Mi caballo no soporta mucho mi ritmo. Dejaba que descansará unas horas y le daba los suficientes provisiones para recolectar su energía.

En las noches no dormía en absoluto; dejaba a mi fiel doméstico como guía a mi ruta. Siempre caí derrotado por el sueño, no obstante, era un consuelo tener la noche a mi mando.

Había traspasado tierras verdes y desiertos secos, al fin había llegado a mi destino: Lincoln. Mi boca estaba estaba muda, mi piel sudaba radicalmente por los rayos del día y mi único mecanismo que tenía era ver y oír.

Mi fiel caballo me dio el recorrido del enorme pueblo; no había tanta diferencia a mi hogar natal; diría que la mercadería es un movimiento acelerado a la misma similitud que un lugar muy poblado, a excepción del oficio infantil que es un forcejeo económico en cada ser viviente con escasez de recursos.

Con las pocas fuerzas que tenía, pedí a un habitante del lugar que me diera algunas indicaciones para dirigirme a tal dicha granja. Teniendo entendido su dirección, di toda marcha con una cabalgata larga en medio de una gran multitud.

Llendo más a fuera del pueblo, mi viaje costaba de un camino recto de veinte kilómetros. Al llegar al sitio, me topé con un letrero en la entrada “La granja Griffin”. Después de leerlo supe que iba en el camino correcto. Eso fue suficiente para seguir adelante con todo y caballo.

Un hombre con piel trigueña, con el pelo gris y barba corta, me vio como un ser misterioso divagando sus tierras. Estaba sentado en su silla de madera con la botella de whisky en la mano. Al verme, dejó su botella en el suelo y se levantó para ir directo a mí.

—Buenos días —me saluda con una voz muy ronca —, ¿en qué puedo ayudarte? —dio su pregunta para dejar la cortesía a un lado e ir directo al grano.

—Buenos días, estoy en busca de una criatura. Su nombre es Maddie.

El hombre se rasco la barba y dijo: —No he escuchado un nombre como ese en mis tierras. Las únicas criaturas visibles entre nosotros, eres tú y aquella buena para nada —señala a la izquierda.

Vi a una joven con una piel pálida y sucia, su vestido marron era tan pequeño que apenas llegaban hasta sus rodillas, su delantal estaba desfigurado por causa de la mugre y su capota era una opresión; para su rostro y cabello estaban invisibles, incluso las cintas que tenía  atadas a su mandíbula, la hacían sufrir tanto como si el mismo gorro la estuviera torturando.

Mientras ella estaba recolectando maíz con su delantal y con sus propias manos, yo solamente veo su mechones negros bailar al ritmo del viento. Decidí acercarme y aún así no quería hablarme.

—Disculpe, señorita. Estoy buscando una niña, su nombre es Maddie. ¿La ha visto?

Ella quedó tiesa como una estatua y un pequeño descuido hizo que todos sus productos recolectados hicieran desprender el delantal hasta que todo el maíz cayera al suelo, no entendía nada. Quedó aterrorizada al mirar su desastre, y entonces la oí llorar. Creí ser la causa de su tristeza, pero cuando se volteo, sus lágrimas fueron mis lágrimas.

La claridad de sus ojos reveló su identidad.

—Maddie...

—Evan...

Nuestro encuentro fue único y esencial, tanto ella como yo la alegría volvía hacia nosotros. Nos dimos un abrazo tan fuerte que deseaba que fuera eterno, todo era bello, todo era alegría y todo mi esfuerzo valió la pena. Sin embargo, el encuentro no duró mucho cuando siento una mano en mi pecho apartarme de ella de un empujón, ya estando hecha esa acción, se percibe a una mujer con la agresividad de un toro con un rencor hacia Maddie.

La mujer se acerca ferozmente hacia la criatura, con una palmeta en su muñeca derecha, comienza dar azotes en los brazos de una inocente víctima. Cuando ella no soporta el dolor, su equilibrio se pierde y cae a la tierra sin fuerzas para defenderse. El ardor cambia; en vez de sus frágiles brazos, ataca a su invulnerable espalda.

Trató de detenerla agarrando por detrás, mas no contaba su tamaño y mucho menos su astucia. Rápidamente como sintió mi tacto, dio un tremendo azote directamente a mi rostro, y es así como caigo en la misma posición que Maddie.

La mujer parecía ser dos veces más alta que yo, tenía el cabello castaño con sombrero de paja adornado en algunas partes por bellas flores, el sobretodo de su vestimenta la hacía ver con una postura firme que le proporcionaba autoridad. Su vestido marron con su delantal blanco, la hacían ver simple, no obstante, sus prendas eran más formales que la vestimenta de Maddie.

—Makeyla, te he dicho que si solo un grano cae al suelo, mi mano te caería a ti —dijo la mujer con un seré tono de furia —. ¡Tú! ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —se dirigió hacia mí con el mismo sentimiento de amargura.

—Vengo a llevarme a esta niña.

—¡Jaj! Si deseas puedes llevarte mis vacas, o mis utensilios, hasta incluso las prendas de mis criaturas —rió al terminar.

—No soy un ladrón, pero esta niña no es de propiedad suya. Deben volver a su hogar.

—Mi marido pagó justamente por ella. Si te la llevas, me dejas sin nada.

Un conflicto tenía la mujer hacia mí, fue una complicación tan grande que hasta incluso llegó a los oídos de aquel hombre que he visto hace rato.

Llegó y nomas preguntó: — ¿Por qué tanto escándalo esa pequeña huérfana? ¿No decías que buscabas a una tal Maddie?

—Es exactamente a la persona que busco. No es una huérfana.

—Ella es Makeyla —intervino la mujer con su lengua escurridiza.

—Le cambiaron su identidad por abusos y traumas. Debe volver conmigo.

El hombre miró a su mujer, la señora mostraba disgusto ante mis palabras, y eso fue suficiente para dar su oferta.

—Te la vendo, por veinte —replicó en seco.

— ¿Chelines? —mis gesto hizo una mueca de desagrado.

—Libras —concluyó todo con una cantidad peor que lo que yo había imaginado. Al final acepté el trato, sin embargo, el tiempo tenía un limite para llenar sus bolsillos de oro.

Como su espectador de su acto, puedo afirmar la crueldad del mundo con los hombres, con las mujeres y con los niños.

Me retiré del sitio con las manos vacías, no antes de presenciar el acto de maltrato; cuando estaba a punto de irme, la mujer agarró bruscamente a Maddie del brazo y la condujo hacia dentro de la casa con todo el producto recolectado. Adentro, todo estaba a puertas y cortinas cerradas con un silencio frío.

Ha de sufrir, pero pronto saldrá el sol para llorar de emoción.

Mi nuevo trayecto era el pueblo al que yo fui anteriormente. Di mi caminata con los pies descalzos y con la cuerda de cuero en mi mano, la misma cuerda con la que sujetaba el caballo. Saque todo lo valioso que tenía como provisiones, no era mucho, pero era algo.

Vendí todo lo que me había acomodado y alimentado en el viaje; el pan que habían sido un sustento en mis días, el agua que me ha otorgado elixir vital en los momentos más calurosos y finalmente mi fiel cabello; ha vuelto mi viaje un recorrido corto y dio varios trotes aún y mis momentos de derrota, lo he vendido junto con las chucherías de su cuerpo. Por el gran afecto que he tenido hacia a él, lo he bautizado como: “Athan”.

Todo lo que tenía había sido cambiado por monedas, no obstante, no eran lo suficientes para recuperarla. Cincuenta chelines, tres libras y quince peniques eran lo único que había ganado. Aún tenía que conseguir más de lo que tengo.

Arranqué un pedazo de tela de mi manga derecha y cubrí el dinero con esa tela blanca marcada por machas negras. Lo que he aprendido en mis tiempos sombríos, es de reflexionar primero y tener confianza de los codiciosos después.

Ambas manos cargaban el boleto de la libertad de una criatura, no me he descuido, por el momento. Miré a mis alrededores con tan solo una pizca de esperanza llegará para darme un oficio, mas no apresté atención al movimiento de la gente que me rodeaba. Varios empujones hicieron desviar mi vista de una salida, la gente grita con furia para que me apartara de su camino, ¿no eran conscientes de mi conflicto?

Que egoístas.

Por un choque tremendo que di en medio de la multitud, hizo que aquella bolsa cayera al suelo. Cuando intenté recuperarla, los pies del pueblo intervenían, cosa que era grave por el daño que recibido por mis acciones.

Las réplicas no hicieron falta, pero no le importancia. Estaba tan atónito por esas monedas, que nunca las perdí de vista. Vi que un joven de piel oscura y con la edad de trece años, observó la conducía que había adelante suya y se fijó en mí como un obstáculo. Él tuvo temor, sin embargo, no se rehusó al miedo para evitar agarrar las monedas.

Cuando tuve la oportunidad de salirme de la multitud, mi enojo empezó a tomar dominio de mi mente; mi semblante derramaba cenizas, mi paciencia se rompía como un frágil cristal y mi furia había crecido tanto que estaba en un punto que ya ignoraba mi razonamiento y mi conciencia. Mientras más pasos seguía adelante, él no sé inmutó, incluso quedó tan quieto que una estatua. Con la sangre fría del miedo y con los ojos abiertos como platos, no tenía valor de irse.

Al llegar al ladrón, le pregunté: — ¿Por qué tomaste esto?

No respondió en absoluto. Sus ojos dieron un último vistazo a la bolsa y luego prosiguió a devolverla.

—Lo siento, señor. No era mi intención.

Me había quedado maravillado por la conducta tan ejemplar que había presenciado con mis propios ojos. La servidumbre era más recta por el código moral que nos han instruido desde recién nacidos, la gran diferencia de ellos, era su tipo de raza; criados para servir a los hombres que autoridad hacia ellos, juzgados por su desigualdad y maltratados como animales.

Viendo al pobre muchacho, mi mente dio recuerdos en lo que había sido en mi pasado, cuando mi corazón no sabía destruido.

—Por favor no me digas señor —dije cambiando mi rabia por tristeza —, dime Evan.

—No quise robarle, por favor no le digas esto a tu familia.

—No estoy encima tuyo. Vivimos en realidades diferentes, pero mis problemas no alteran nada para dar odio a una persona.

Por un momento el me miró de otra forma más positiva y su confianza fue tan grande que cada suposición que él tenía sobre mí había desaparecido.

Las personas no son tan tenebrosas cuando te estás sumergiendo en su mundo.

Conocí más a fondo aquel chico que para mí era un misterio. Seguí sus pasos alejados del público, no me altera, después de todo, tengo su confianza. Fuimos a una pequeña choza vieja y abandonada, no había mucho que decir de ella, aunque para nuevo amigo era un refugio contra el mundo. Pude contemplar un cofre de madera, él decidió abrirlo y de ese objeto sacó una camiseta con mangas largas, pantalones con tirantes negros, zapatos bien ilustrados y por último una boina con gran cantidad de dinero en el hueco.

—Esto te ayudará con tus problemas —dijo mostrando intimidad hacia mí.

— ¿Por qué me ayudas? ¿Cómo te pago? ¿Qué necesidad hay en esto para ti? —las dudas que venía dentro de mí, no podía estar para siempre escondidas.

—La ayuda es por compasión, la paga no existe para mí y si vivo como un esclavo por mi piel, quiero al menos enseñar mis valores a una persona de la servidumbre y la pobreza. No me involucres, menos andes involucrando a mis padres y a mis hermanos.

En su rostro temía por su vida, aunque él me viese como amigo, no ha de borrar las alarmas ante un pequeño descuido.

Aaron Hamilton, ese era su nombre. Un pobre adolescente nacido en Inglaterra por gracia de Dios y voluntad de su madre. Creció aprendiendo a sobrevivir por ser juzgado por sus patrones de piel clara, no ha descartado que los tiempos de la esclavitud no han cambiado, solamente fueron más suavizado por las décadas que han pasado.

Para mí no es diferente, es cualquier hombre joven que recibe puñetazos del mundo por medio de nuestra imperfección.

•••

Con todo lo que joven Aaron me había obsequiado, llegué esperanzado, pisando los pies con refinados zapatos, posando con una ropa limpia y teniendo en mi cabeza una boina; un símbolo de valoración que nunca olvidaré en absoluto su bondad en mí.

Di lo acordado aquel hombre de la granja. Las monedas estaban esparcidas en sus manos, dudo por un segundo, pero cuando hizo la cuenta, dio un suspiro y replicó sus últimas palabras.

—Podes llevarte a esa criatura, tú y ella ya no podrán ningún pie en mis tierras.

El alivio fue agradable por tantos años que he recorrido por ella, y el sol salió una vez más para brillar. Veía de lejos cómo habría esa puerta de la casa para dar una carrera hacia mis brazos. De niña su energia era tan pura que no sabias si era introvertida por sonreír al día o simplemente sus emociones eran espontáneas, ahora su nuevo anhelo despejó cualquier cadena que había en todas sus muñecas y tobilleras, la gran alegría había vuelto en su bella sonrisa.

De lejos, las miradas no hicieron falta. El hombre seguía en la entrada con la mecedora como trono y su semblante neutral ante nosotros. Aquella mujer era diferente, dentro de la casa nos espiaba por medio de una ventana polvorienta, mientras tenia en sus brazos a su recién nacido, era evidente que no estaba contenta por el trato que hice con su marido, sus ojos lo mostraban y sus cejas también.

Ante toda esta travesía que he hecho para tenerla en mis brazos, fue la oportunidad que he recibido. Ella no volteo a ver a la granja, solamente me vio a mí como su leal guardia. No hubo palabras de ninguno, mas nuestro pies siguieron adelante para dirigirnos nuevamente casa.

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