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14

Los rayos más radiantes de la estrella más cercana a la Tierra, iluminaron con gran intensidad, junto a ellos venían bellas nubes con sus figuras que encajaban con el arcoiris.

Cuando la brisa fresca sopló un aire cálido, Anastasia dictó lo siguiente:

—Que quede en el pasado todos los malos entendidos, ¿De acuerdo?.

Se puso de pie y agarró la canasta junto con las chucherías que había dentro del objeto. Por mi parte yo permanecí echado en el mismo lugar y me digné de valor para dar mis razones.

—No eres mala, lo sé. Podemos ir a un mejor lugar.

—Creí que esa cicatriz te ayudaría a entender en las circunstancias en la que te encuentras.

—Entiendo que lo hayas hecho para controlarme.

—No... Ellos jamás te controlarán -Dio una ligera pausa en su oración para mostrar una cicatriz en la palma de su mano derecha —. Esto me hicieron por mi incredulidad, sumando los golpes y maltratos cuando era una pequeña criatura.

—Es básicamente lo mismo que yo recibí de tu parte —reproché.

— ¡Y lo lamento! —exclamó ella- Habrá que dejar nuestras diferencias y volvernos unidos como hermanos.

Di un ligero suspiro y con una voz temblorosa, hablé: —Solamente no quiero ir... No pienso regresar... Es un agujero muy oscuro para mí.

Me había levantado, no obstante, mi vista no estaba alcance de ver a la joven. De pronto sentí por un segundo su consuelo y su paciencia en mí. Mis ojos la miran de nuevo, pero esta vez, siento como sus manos me dan caricias en mi rostro. Una ligera sonrisa me hace tener fe en Anastasia, por primera vez.

Dimos inicio a nuestra caminata al lugar que menos deseo nombrarlo "hogar". Una inconveniencia vino a nosotros; las mujeres y los hombres impidieron nuestros pasos quedando al final rodeados por una muchedumbre que fueron traídos por la desgracia que han recibido dos mujeres humildes por una niña callejera.

De sus bocas salían insultos, penas y menor frecuente protestas defensivas en nuestro veredicto. Mientras la bulla resona, la autoridad llega a la ofensiva de tenernos con las manos en cadenas y con la condena del silencio.

•••

Las horas habían transcurrido con un conflicto de una mayor gravedad; nos habían hecho tantas preguntas acerca de nuestros orígenes, y algunas veces, los resultados definían un futuro destino a cada uno. Con solamente responder unas cuantas dudas, la oportunidad de protestar en aquel dilema se anula por completo.

Por mi suerte, ha de ser opulento que me hayan catalogado como un inocente sin cuidado, su veredicto, es darme libertades estando dentro de la supervisión de instryctoras religiosas a las afueras de Inglaterra. En el caso de Anastasia, la situación la circula hasta llevarla a las rejas.

No había mucho que hacer; las decisiones relacionadas con Anastasia eran serias, tanto así que su vida corría en peligro.

Todas las personas seguía discutiendo del castigo que darle por sus malas acciones: las víctimas y la familia de las víctimas, seguía al tanto de la aclaraciones de cada uno de ellos; los oficiales y las instructoras religiosas, esperaban pacientemente concluir con tema.

— ¡Quiero que la retenga con los suyos¡ Una malcriada como ella merece que la tengan encerrada en un reformatorio —replicó una de las víctimas.

—Así es. Tendrá trabajos tan pesados hasta que se rompa la columna —habló uno de los familiares.

—Y para comenzar su castigo, recibirá diez azotes —dijo un hombre de mayor edad.

Habían tomado cartas en el asunto de forma repentina y fácil. En la sala de una vivienda se escuchaba las votaciones, que hay final, fue un voto decisivo que concluyó la sesión.

Desde el comedor oía los acuerdos que habían hecho para hacer la vida de Anastasia aún más miserable. Podía ver cerca de la mesa con clarida la alegría que tenían las instructoras de ver todo terminado.

—Debes estar feliz de venir con nosotros, pequeño. Después que les informemos a tus padres sobre lo sucedido, tendrás una vida en España, regresaras hasta que tengas la edad apropiada de volver a tu hogar —comentó una de ellas.

—Hermana Luna, no quiero irme —dije en un pequeño puchero.

—Esa no es una decisión que tú debas tomar —dijo la otra con un semblante serio en su oración.

—No quiero que sufra a Anastasia. Ella no sabe lo que hace.

— ¿Entonces tu sufrirás por ella?

—Así es.

Ambas monjas daban un contacto por medio de sus ojos, cuando se dieron la cara, soltaron grandes carcajadas por mis comentarios. Pará ellas solamente soy una criatura sencilla con intenciones de mayor simplicidad.

La hermana Luna era una mujer de treinta años con un carácter pasivo y un amor que trae en grande por niños como yo. La hermana Celeste era lo opuesto a la hermana Luna, podría decirse que tenía un comportamiento insensible con las personas menos cercanas, a pesar de sus sesenta años de edad, seguía siendo una buena mujer cooperando con los necesitados. Aunque ellas tuvieran un espíritu limpio, no se involucraron para apoyarme.

—Este niño es muy majo —dijo la hermana Luna, con su lengua española y su natural acento.

Entonces dije en su idioma: —Debeís entender lo entristecido que estoy por el dolor de la pobre criatura. Sí vosotros veís lo mismo que yo, cambiará para bien y no traerá desdicha.

Ellas quedaron atónitas por la gran impresión de tener la oportunidad de escucharme con su idioma natal. No era la gran sorpresa, uno de los idiomas que he aprendido antes de mis viajes era el español, mas aún sigue siendo un reto para mí comunicarme de esta forma.

Seriamente me miraron con curiosidad, una de ellas bajo la mirada y la otra siguió en silencio contemplando mis peculiaridades.

De pronto, la hermana Celeste propuso un trato justo dictado en mi idioma: —Muy bien, muchacho, haremos esto. Sí la chica soporta treinta látigos, su castigo será breve; vendrá con nosotras hasta que tenga sus dieciocho años, tendrá trabajos forzosos por dos meses y tendrá que hacer una confección de todos sus pecados cada día. Si en algún momento la chica no resiste los azotes, tendrá que aceptar nuestras condiciones. ¿Vale?

Su afirmación fue fría, como a la vez fue acentuada a español. No había más quejas, al final acepté y di una nueva oportunidad que nos vendría bien para ambos.

Todo mi socorro fue oído por los demás, mis esperanzas no fueron vacías, dieron un nuevo reto con el que debía apoyar a mi luchadora para ganar.

Las hermanas corrieron la voz a la nueva solución que propusieron como condición. Toda la gente fue conmigo afuera a realizar la prueba, aunque algunos daban susurros al disgusto de esta idea.

Mi cara mostró asombró y mis ojos se abrieron como platos al encontrarme a Anastasia con una soga atada en sus manos en la espalda y tirada en suelo derramando líquidos rojos y azules en   la mayor parte de su cuerpo. La víctima se figuraba en un hombre con malas mañas, su torpe actuación fue suficiente para delatar su calamidad por si solo.

A pesar que su vestimenta y cuerpo cargaban con un aspecto horroroso, los oficiales no le dieron interés su reposo; la agarraron bruscamente de los brazos y la ataron a un poster de madera dejando visible su espalda sin ninguna prenda que la cubriera.

Uno de los oficiales sacó desde la casa un cinturón grueso de color marrón. Demostró piedad a la chica con un cara pálida y desanimada, mientras que ella la mataba la ansiedad de esperar lo peor.

Entonces el hombre dio el primer azote y un grito agudo resonó con fuerza. La velocidad aumentaba con cada golpe, sin mencionar que la tortura era desgarradora. Cuando le había otorgado veinte azotes, las rodillas de Anastasia tocaron la tierra, por medio de su agotamiento, el hombre paró.

El bullicio de odio de la multitud, se elaboraba por supersticiones en medio de su agobiante dolor. Determinó su vista a toda la gente que la temían por lo que era, luego me vio a mí con tristeza y cansancio. La derrota se asomaba cada vez más cerca, todos dieron su exclamación por su futuro triunfo.

De pronto, sucedió lo inesperado. Las personas se quedaron maravillados por tal resistencia que cargaba la chica. Aunque los azotes la afectarán, no hubo causa para mantenerse rendida para siempre.

Al estar de pie, el hombre comenzó a darle con el cinturón. Las personas no dio escándalo alguno, solamente presenciaron en silencio su persistencia. Los últimos azotes le dieron un color sangriento a la tira larga de cuero, sin mencionar que la garganta de Anastasia quedó quebrantada por el ardor de su espalda.

Cuando terminó, Anastasia volvió a la misma posición con las rodillas apoyadas a la tierra. La había desatado y la llevaron a otro sitio con los brazos agarrados por dos mujeres.

Todo había sido un éxito que me hizo sonreír con ánimos en alto, los demás tenían una reacción opuesta a la mía y más negativa.

Fuimos directo a una posada, y estando allá, empezaron a darle una ligera limpieza al cuerpo de Anastasia, no obstante, no fueron delicados con sus cicatrices. Cuando habían terminado, la cambiaron de pies y cabeza con una vestimenta religiosa, todo lleno de un color blanco en cada prenda.

Sostuve su mano delicadamente y la dirigí afuera de la posada. Estando allí, pude contarle los detalles del trato que había acordado con las instructoras religiosas.

—¿Vas a dejar que me lleven? —su reacción parecía ser una gran sorpresa por mi enunciado. A pesar que el dolor quitó su carácter, sabía perfectamente que no estaba satisfecha con los hechos.

—Te he salvado, suena un cambio radical para ti, pero ve con fe a tu nueva vida. No lo mires como un castigo, miralo como una nueva oportunidad —replique en un tono suave y cariñoso.

—No estoy seguro si es una buena oportunidad para mí —dijo mientras baja su mirada por vergüenza de sí misma.

—Habrá que intentarlo al menos para conocer el error —sonreí.

—D-de acuerdo —se expresó con los nervios que cargaban sus labios.

Poco a poco, ella se iba calmando, la conversación se volvió compatible para ambos, y con eso recibí tranquilidad en mi corazón al saber que estaría a salvo en un refugio santo.

Cuando estaban a punto de marcharse en su carruaje, la detuve por un momento para hablar por última vez con Anastasia antes de decir adiós

—Aquí es donde nuestro camino nos separa.

— ¿No vas a venir?

—Tengo que ir a buscarla, no puedo dejarla —mientras daba mis palabras con pura nobleza, lleve mi mano hacia mi pecho reflejando mi lealtad.

—Entonces debes ir a Oxford. Te deseo suerte y ten mucho cuidado —decía sin preocupaciones.

—Te lo agradezco.

—No, yo te lo agradezco. Tú me has salvado, ahora sé el héroe que ella merece.

Así como una corriente de agua seguía adelante, el final no marcó el destino terminado. El tiempo proseguía cada vez por un grano de arena, pero en cada momento en que uno vive, más aprende en las acciones del pasado y en sucesos del futuro.

Desde que ella se montó en ese carruaje, nuestras aventuras se dividió en otras direcciones alejados de nuestros hogares.


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