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Veintiocho

Franco no emitía sonido. Con las manos hundidas en los bolsillos de su campera, observaba a Evangelina de pies a cabeza, una y otra vez, intentando reprimir esa sonrisita ladeada de enamorado que hacía años no esbozaba.

—¿Estás bien? —preguntó Evangelina entre risas.

—Nunca estuve mejor que ahora. ¿Lista para conocer las oficinas de Chanchi? Ah, y buen día, perdón mis modales, estoy medio dormido.

Evangelina asintió con la cabeza repetidas veces en respuesta a su pregunta, parecía una pequeña niña ilusionada y Franco no puedo resistirse. Acortó la distancia, formalizó el saludo con un beso en el cachete y la abrazó. Acto seguido, la tomó de la mano y la condujo hasta el último piso. Se detuvo en la puerta de ingreso.

—Sé qué por ahora es solo por hoy, quizás mañana... Pero esto es tuyo hasta que terminemos el proyecto.

Franco sacó de su bolsillo una tarjeta de acceso con su nombre y su foto, que no era otra que la de su cuenta de WhatsApp, a falta de una foto corporativa. Luego de que colgó la credencial en su cuello, Evangelina tomó la tarjeta y la examinó, grande fue su sorpresa al leer la posición que rezaba la tarjeta.

—¿Analista de Producto? ¿Y esto?

—Es el puesto más cercano a lo que vas a hacer —dijo, minimizando el asunto—. En cuanto a la foto, si te molesta que haya usado la de WhatsApp, puedo sacarte una foto más formal.

—No, está bien... ¿Cuántos de tus empleados tienen una credencial con una foto en blanco y negro en la costanera de Vicente López?

—Y en pose artística —agregó entre risas—. Ninguno, vas a ser la envidia de la oficina. ¿Lista entonces?

—Sí.

Franco tomó la tarjeta que colgaba del pecho de Evangelina, con sumo cuidado para no tocar de más, y la apoyó en el lector de la entrada al piso. Una chicharra sonó irritante, y empujó la puerta de vidrio para dejarla pasar. Ya del otro lado, la oficina era más imponente de lo que parecía a través del cristal. Todos los escritorios alineados, cada puesto con el toque personal del empleado que lo ocupaba. Caminó entre los pasillos observando todo a su paso, admirando los puestos vacíos a esa hora de la mañana, hasta que su vista cayó en la oficina al centro del piso.

—Esa es mi oficina, ahí vamos a trabajar. Bruno le dice la pecera de los nerds, porque también la uso como sala de reuniones con el equipo de desarrollo.

La curiosidad de Evangelina aumentó al ponerle atención, todos esos post-it pegados, los garabatos con marcador en los vidrios... Y uno de esos le llamó la atención al acercarse, el escrito más grande del cual salían flechas a más anotaciones.

—Orson... —balbuceó.

—Es mi mayor proyecto, el único en realidad —explicó, parándose tras ella.

—Guau, es que verlo así... No tenía idea de la magnitud de este laburo, del impacto que va a tener en tu compañía.

—Por eso te necesito, ¿ahora lo entendés? Te necesito conmigo, Evi.

Franco cayó en cuenta de lo que dijo y del tono que utilizó cuando Evangelina se volteó y lo observó confundida. Inmediatamente, hundió los dedos en su flequillo maldiciéndose por haber arruinado todo, hasta que Evangelina sonrió.

—¡Que exagerado que sos! —exclamó entre risas mientras le daba un golpecito en el brazo.

Franco sonrió aliviado, y cambió de tema de inmediato.

—Y esa es la oficina de mi hermano —agregó señalando el falso piso superior con otros dos espacios vidriados—. Allá debería estar mi oficina, pero como no la uso Bruno se le asignó a Ismael. Vamos, y de paso te invito a un café.

Caminaron hasta que Evangelina se detuvo frente a una máquina de café, cuando Franco sintió que estaba caminando solo, se giró y para encontrarla parada en la expendedora, decidiendo qué tomar.

—Eva... Me refería a un café en mi oficina, ¿ya te olvidaste que tengo una cafetera como la de ustedes?

—Cierto.

Como Evangelina ya había hecho su elección, esperó a que la máquina terminara de servir, y luego tomó el vaso para volcar el contenido en la rejilla antes de arrojarlo al cesto.

—No tomes esta basura, ahora te hago un café como los que prepara Patricio.

Y no mintió cuando afirmó que eran como los de su amigo, porque también era cierto que la cafetera era de la misma marca de la que usaban en La Escondida, solo que era un modelo hogareño.

—Por Dios, Fran, si te juntaras con Patricio podría enseñarte a sacarle provecho a esta cafetera. Tenés que pedirle que te enseñe algunos truquitos.

—En realidad, debería enseñarme con ésta que es más chica, voy a ver si la llevo una mañana a La Escondida.

Cuando cada uno tuvo su café, volvieron en silencio hasta la oficina en el centro del piso. Franco tomó asiento en su escritorio mientras Evangelina buscaba dónde acomodarse, porque la disposición de la oficina era bastante peculiar. Al tratarse de un recinto vidriado, el escritorio de Franco estaba pegado a uno de los ventanales, con vista a los escritorios de su equipo. Solo una de las caras no era vidriada, la que sostenía el televisor y algunas repisas llenas de libros. Y las dos paredes vidriadas que restaban estaban rodeadas con armarios bajos. No le quedaba otra opción que sentarse en la mesa del centro, esa misma que Franco usaba para las reuniones con su equipo.

—Vení, traete una silla, te hago un lugarcito al lado mío.

Franco se corrió unos centímetros hacia su izquierda, y Evangelina pudo acomodarse junto a él en el escritorio. Estaban extremadamente cerca, tanto, que sus brazos se rozaban cuando ambos apoyaban los codos en el escritorio. La observaba de reojo, él perdido en cada detalle de su perfil, y ella en la vista panorámica de la oficina.

—¿Y qué vamos a hacer hoy? —preguntó sin quitar la vista del cristal—. ¿Podemos adelantar algo mientras llegan todos?

En ese momento, Franco cayó en cuenta de que no debió pedirle que viniera en el mismo horario que entraba a La Escondida; su equipo de trabajo y la mayoría de los empleados llegaban entre las nueve y las diez, y eran apenas las ocho y media de la mañana.

—Mala mía, Eva... No me di cuenta de pedirte que vengas a las nueve. ¿Te incomoda estar a solas conmigo acá? —preguntó con total sinceridad, para saber cómo manejarse y no arruinar el momento que tanto había esperado.

—Para nada... Esta paz que se respira es muy similar a la que sentimos con los chicos en la apertura, antes de que lleguen los clientes. Creo que si trabajara en una oficina así, sería la primera en llegar solo por tener un momento para estar conmigo a solas. Pero en este caso tengo a mi jefe sentado al lado, así que...

Evangelina dio un fuerte suspiro, y dejó la taza antes de girar su silla para quedar frente a Franco, aún mas cerca. De un bocado volvió a beber ese aroma a magnolia que emanaba de su cuello, y contuvo la respiración por unos segundos para evitar perder el control, mientras pensaba una actividad para pasar el tiempo hasta que llegara su equipo a la reunión de las diez de la mañana.

Pero su mente estaba en blanco.

Llevarla a su zona de confort para entender si esas sensaciones eran lo que tanto temía tampoco había sido suficiente. Porque tanto en La Escondida como en su oficina, el asunto entre ellos seguía siendo laboral. Había una sola manera de aclarar su cabeza, la definitiva.

Estaba dispuesto a invitarla a salir. Pero esperaría a terminar el trabajo, en caso de que las cosas no salieran como él esperaba.

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