Treinta y cuatro
—Buen día, chicos.
Franco estaba tan enojado con Alan que no escuchó su saludo, y se sorprendió cuando el joven lo saludó con un efusivo beso en el cachete, al cual no respondió.
—Ay, llegaste justo. Voy a llamar a tu papá, ¿querés que lo ponga en altavoz así te recaga bien a pedos ahora y te sacás el problema de encima?
Los ojos de Evangelina y Patricio no podían estar más abiertos, y es que ninguno esperaba ver a Franco así. Una mezcla de furia y parsimonia, claramente intentando mantener la calma para no armar un espectáculo ante los pocos clientes que había a esa hora.
—¿Qué decís, Franco? ¿Qué te pasa? —preguntó Alan con voz temblorosa, soltando una risa nerviosa para ocultar la mueca de pánico.
Porque aunque se lo notara tranquilo, era más que evidente que estaba enojado.
—Me enteré que no cumpliste tu parte del trato, así que yo voy cumplir mi parte. No hiciste ni un cuarto de lo que hace Eva, entonces no me queda otra que hablar con tu papá para que me gestione un reemplazo para el viernes.
—¿Quién te dijo eso? —insistió.
—Yo se lo dije, Alan —confesó Patricio con calma, envalentonado luego de saber que para Isidro, el verdadero y actual dueño, era un empleado intocable—. El viernes fue un quilombo y vos no hiciste un carajo, te pelotudeaste todo.
—No fue tan así, si estuve cobrando toda la mañana... —se defendió.
Y mientras Patricio y Alan tenían su pequeña discusión, con Evangelina oficiando de árbitro, Franco no dejaba de ver las cámaras de seguridad dentro del local. Comenzó a reírse discretamente, en vano. Un silencio se hizo en la barra, todos quería saber por qué Franco había mutado del enojo a las risas.
—Alan, en serio —musitó, todavía entre carcajadas—. No me hagas revisar las cámaras de seguridad, porque con lo poco que te conozco me basta para creerle a Patricio, así que vamos a hacer una cosa. Voy a confiar en vos, y no le voy a decir nada a tu viejo. Pero si el viernes me llego a enterar que de nuevo te pelotudeaste todo, no solo no hay pago, sino que también voy a tener una larga charla con Isidro. ¿Estamos de acuerdo?
Alan asintió ocultando la pizca de vergüenza que Franco le hizo pasar delante de sus empleados. No tenía ánimos de que el hombre, por más poderoso que fuera en el mundo de los negocios, lo siguiera rebajando de esa manera, y mucho menos dentro de su local. Aclarado el asunto, cada uno siguió con lo suyo y esperó a que Evangelina le entregara los dibujos antes de retirarse.
—Me encantan, Eva —expresó mientras pasaba las hojas con cuidado de no dañarlas—. Ya mismo los mando a digitalizar, así los ves el viernes ya puestos en el menú de inicio.
—¿Y qué voy a hacer el viernes? Ya viste que no ayudé mucho más que eso.
—Estás equivocada —la corrigió con un dedo en alto—. Ahora mismo tengo a todos los chicos trabajando en todo lo que remarcaste la semana pasada, vos tiraste las ideas y ellos se están encargando de materializarlas. Así que prepará esos deditos porque el viernes te la vas a pasar cobrando ventas ficticias.
Evangelina asintió poco convencida de sus palabras, si en la próxima visita a las oficinas de Chanchi no se sentía verdaderamente útil, ya buscaría la manera de persuadir a Franco para que continúe con su proyecto en el restaurante, y de ese modo no sentirse tan culpable por descuidar su puesto y a sus compañeros. Franco abandonó La Escondida para seguir trabajando en el desarrollo de las nuevas terminales, y no volvieron a verse las caras ni a cruzar palabra por chat hasta el jueves a la tarde, cuando le confirmó que nuevamente pasarían a buscarla por su casa, pero un poco más tarde que la primera vez, a las nueve de la mañana.
Lo que no esperaba Evangelina esa mañana de viernes, era que el mismísimo Franco conduciría el Porsche Panamera.
—Isma... Buen día...
Sus palabras quedaron en el aire cuando al acomodarse en el asiento trasero reconoció la mirada de Franco, era inevitable no notar el piercing en su ceja, accesorio que Ismael no utilizaba, además del flequillo ladeado.
—Buen día, señorita.
—¿Franco? ¿Ahora sos chofer también?
Negó entre risas, moviendo la cabeza.
—No, es que Ismael estaba ocupado con mi hermano y no quise molestarlos. Alguien tenía que venir a buscarte, ¿y para qué voy a mandarte un taxi si puedo venir yo?
—Te juro que si no te hubiera visto en la tapa de la revista de negocios de Isidro con tu hermano, pensaría que sos un empleado mitómano.
—Esa es la idea... Pasar lo más desapercibido posible. En eso soy todo lo contrario a Bruno, y creo que este negocio funciona gracias a eso. —Hizo un corto silencio, sin despegar la vista del espejo retrovisor—. ¿Te vas a quedar mucho tiempo más ahí? Te tomaste en serio lo de tener un chofer, eh. Vení acá adelante, no te voy a comer.
—Bueno, perdón. Es que no te vi, semejante monstruo con los vidrios polarizados... —protestó en voz baja.
Evangelina se apresuró a cambiar su posición en el asiento trasero por la del copiloto, mientras Franco reía por la frescura con la que se desenvolvía. Durante esos días en que no tuvieron contacto, lo había analizado en profundidad, y no encontró una razón válida para no avanzar de a poco con ella. El nuevo POS ya estaba completamente definido, y la realidad era que pronto Evangelina ya no tendría actividades específicas de su experiencia como comerciante. No habría motivos para llevarla cada viernes a sus oficinas, todo lo contrario; porque luego de ese día, si todo salía como esperaba, el próximo paso era la prueba final en el restaurante, con ventas reales.
«Es ahora o nunca», había pensado esa mañana antes de salir de su casa en la mañana.
Sin embargo, no apresuró las cosas. Ese día cumplió con su palabra, y estuvieron toda la mañana haciendo ajustes surgidos de las pruebas con ventas ficticias. Todo el equipo estaba atento a cada comentario de Evangelina, apenas ella remarcaba algo, los programadores se apresuraban a corregir los pequeños errores y recargaban el sistema operativo con las modificaciones en la terminal. Fue alrededor de las cuatro y media de la tarde cuando el equipo entero estalló en aplausos y silbidos por haber terminado el modelo beta. Y como recompensa por el arduo trabajo, Franco les deseó un buen fin de semana y los mandó temprano a casa.
Quería quedarse a solas con Evangelina para invitarla a salir.
Como era obvio, en menos de cinco minutos su oficina vidriada había quedado completamente vacía, a excepción de ellos dos. Evangelina interactuaba con su celular, mientas Franco se limpiaba el sudor de las manos con la tela del pantalón en sus muslos. Había sobre pensado tanto el momento indicado para avanzar, que en ningún momento se había parado a planear qué es lo que diría, cómo lo diría, y evaluar posibles escenarios de victoria y fracaso. Eligió ir por lo más simple y acorde al momento.
—Lo lograste, ¿viste? Y vos no te tenías fe cuando te hablé del proyecto. Lo terminamos en tiempo récord, y esto fue gracias a vos, Eva.
—Lo logramos, dirás. Date un poco de crédito también, porque yo no confiaba en mí, y vos insististe porque descubriste algún talento escondido en mí.
Franco supo que ese era el momento adecuado. La mirada de Evangelina clavada en la suya, esa sonrisa enorme que lo derretía, la soledad de la oficina...
No quería pensar más, quería dejarse llevar.
—Esto amerita una celebración, ¿no creés? Te invito a cenar esta noche, ¿qué te parece?
Y sus alarmas se encendieron cuando esa gran sonrisa de Evangelina se aflojó.
—Ay, justo esta noche no puedo, Fran... Me invitaron a la cena de la previa de los Martín Fierro de cable. Dani y su noticiero están nominados y van a salir a cenar como festejo antes de la entrega de premios la semana que viene. Justo estaba viendo si consigo un taxi o un Uber y...
—Esperá, no entiendo nada... —la interrumpió levantando las palmas, algo abrumado—. ¿Martín Fierro de cable? ¿Y vos qué tenés que ver con eso?
—¡Ay, Franco! ¿En serio? El programa de Dani está está nominado como mejor programa deportivo, y el noticiero en el que trabaja también...
Dejó de escuchar. Ruido blanco, las pulsaciones por las nubes... ¿Dani?
—¿Dani? ¿Quién es Dani?
—Franco, ¿es en serio? —soltó una pequeña carcajada incrédula—. Daniel es mi marido.
A todos los síntomas anteriores, se le sumaron los músculos del cuerpo temblando como una hoja, y un nudo en la garganta que le dificultaba la respiración.
—Eva... ¿Vos estás casada? —soltó intentando mantener la calma, en un hilo de voz.
—¿Me estás jodiendo, Fran? Todo el país sabe que soy la esposa de Daniel Grimaldi, ¿en serio no sabías que estoy casada?
El mundo entero se caía sobre su cabeza, mientras sentía un calor indescriptible en su antebrazo. El segundo corazón se estaba coloreando solo de la rabia y de la impotencia, lo estaba confirmado.
Se había enamorado de una mujer casada.
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