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Setenta y cuatro

—Dos semanas, dos semanas y te lo sacás de encima.

Evangelina refunfuñaba para sí misma al ver que eran las siete y cuarto de la mañana, y La Escondida ya tenía sus puertas abiertas. Pero grande fue su sorpresa al entrar y ver a Alan al otro lado de la barra, preparándose un café.

—¡Alan! No me digas que... —El muchacho solo afirmó con la cabeza y una amplia sonrisa en sus labios—. ¡Ay! ¡Felicitaciones!

Evangelina corrió hasta su posición y lo abrazó con cariño, Alan respondió al gesto y permanecieron así unos largos segundos.

—¡Guau! ¿Tanto me extrañaste? —bromeó separándose un poco, pero todavía abrazado a ella.

—Dale las gracias a tu primo Claudio. Que chabón más insoportable, boludo. Pero contame todo, ¿cómo se lo tomó?

—Para la mierda —intervino Patricio, que estaba llegando al restaurante—, porque encima se dejó en evidencia solo. Isidro y él llegaron a darle la noticia cuando yo estaba corriendo para atender la barra y la caja, mientras él leía un libro tomando café en una de las mesas, como si fuera un cliente más.

—¡Jodeme! —exclamó Evangelina, llevándose una mano a la boca—. Pero yo le había seleccionado una cajera para que me cubriera, la que iba a quedar definitiva cuando me fuera, ¿qué pasó?

—Duró dos horas con él —recordó Patricio mientras se acomodaba en la barra—, lo mandó a la mierda antes de las diez de la mañana y se fue. No soportó sus malos tratos.

—Ese fue el detonante para mi papá. La chica se fue enojada y dejó una mala reseña en Google Maps, papá la vio, se contactó con ella, se disculpó, y le pagó con creces las dos horas trabajadas. Le ofreció volver cuando Claudio se fuera, pero no quiso, solo borró la reseña como muestra de agradecimiento por las disculpas.

—¿Y Claudio qué dijo a todo esto? —quiso saber Evangelina.

—Negaba todo, al menos eso es lo que alcanzamos a escuchar desde acá, porque Alan se quedó conmigo dándome una mano para descomprimir el trabajo.

—Eso mismo —completó Alan—, que todo lo que hacía era para darle a La Escondida el prestigio que se merecía, que él sentía que los verdaderos dueños del restaurante eran ustedes tres. Estaba indignado porque no podía creer que tres empleados manejaran el negocio. Igual, lo que pasó acá no es nada comparado al quilombo familiar que se armó.

»Mi tía y mi papá se mataron, porque Claudio distorsionó todo con su madre. Habló mal de ustedes tres, y hasta Franco cayó en la volteada. Decía que se tomaba atribuciones que no le correspondían solo por ser «el amiguito millonario de la cajera». Que usaba el restaurante para seguir engordando su fortuna mientras él no recibía un centavo a cambio. Fue entonces cuando papá le mostró lo que Franco le pagó como compensación, y cuando exigió la parte de mi tía, papá lo sacó cagando. Franco fue vivo, y en los papeles figuraba su nombre, no el del restaurante. No sé cómo lo supo, pero...

Evangelina se mordió el labio y luego hizo un puchero, mientras se debatía en confesarlo o no. Era evidente que Franco había leído a la perfección las intenciones de Claudio, y se lo hizo saber a sus amigos.

—No se enojen por esto que les voy a decir, pero yo sabía lo del traspaso a Claudio mucho antes que ustedes. Me lo dijo Isidro en confidencia, y yo se lo conté a Franco con la promesa de que no diga nada. Conoció a Claudio y al toque le sacó la ficha, habrá imaginado que haría una cosa así.

—Lamentablemente, fue más lo que destruyó que lo que preservó. Ustedes se van a fin de mes, Ángel ya se fue... Me toca reconstruir esa magia de las mañanas con nuevos empleados.

—Mirá el lado bueno de las cosas... Estás acá, Alan —remarcó Evangelina—. ¿Quién te ha visto y quién te ve? Ahora abrís vos el restaurante, te juro que puedo oler la responsabilidad que cargás encima. ¿Qué te hizo tu amigo en Estados Unidos?

—Ni me hables, por poco y me estafa, su magnífico negocio era un ponzi. Me avivé porque algo olía raro y no invertí ni un centavo. Igual me quedé, y me dediqué a explorar el negocio gastronómico. Encontré un montón de lugares con la misma estética de La Escondida, y fue en ese momento que comprendí lo que había perdido. Y cuando estaba buscando la mejor manera de decirle a papá que reconsiderara el traspaso, me llamó para que vuelva urgente a Buenos Aires.

—Y un día, maduró.

Todos voltearon hacia la puerta, Franco estaba de brazos cruzados y una sonrisa de suficiencia. Entró con lentitud y se paró frente a Alan, se sostuvieron la mirada por un segundo antes de fundirse en un cálido abrazo.

—Tenías razón en todo —reconoció Alan—, en parte tus regaños me ayudaron a sentar cabeza.

—Felicitaciones, hermano. Aprovechá al máximo este lugar, que es una joya escondida en San Telmo. Por mi parte yo te voy a ayudar, después de todo tienen el descuento vitalicio a todos sus clientes que paguen con Chanchi, y según mis cálculos, ya debe estar corriendo. A ver... Patito, lo de siempre.

Franco aprovechó para testear por primera vez a Eva en una venta real, y festejó al ver el descuento aplicado en la tarjeta, que no era más que un informe de bonificación en la cuenta del usuario, para no distorsionar el comprobante de pago con el ticket fiscal. Por último, consultó el saldo en su cuenta desde la aplicación móvil, y allí estaba el importe bonificado.

Oficialmente, el proyecto de los Orson había culminado.

—Che, este domingo empieza el mundial, creo que no necesito pedirles que se vengan acá a mirar la apertura.

—¿Y por qué no vienen a casa? Yo voy a estar solo, Bruno viaja el viernes justamente a Qatar para ver el mundial, y tengo una tele de ochenta y cuatro pulgadas.

Evangelina comprendió el porqué de ese viaje, no era por él, sino por Ismael. Recordó cuando Bruno le había contado que estaba planeando el viaje para sorprenderlo, a sabiendas de que el hombre era un gran fanático del fútbol. Sin embargo, como todavía no habían blanqueado su relación, no hizo ningún comentario al respecto más que regalarle una mirada cómplice a Franco.

—Guau, hermano, seguro se le ven hasta los pornocos a Messi —expresó Patricio entre risas.

—Me tienta, no te miento, pero este lugar va a explotar el domingo.

—No lo creo... —opinó Evangelina—. ¿Quién va a querer ver Qatar Ecuador?

—Eso no, pero la ceremonia de apertura sí. De hecho, compré un proyector, voy a ver si acomodo un poco aquella zona —señaló el fondo del restaurante con su dedo—, y pongo ahí la pantalla para los partidos de Argentina.

Y Franco, cruzado de brazos, no podía dejar de admirar el gran cambio que tuvo Alan luego de que estuviera a punto de perder la herencia de su abuelo. Cuando Evangelina y Patricio se dispersaron para atender a los clientes, Franco tomó a Alan por los hombros y lo apartó hasta la calle.

—Escuchame... ¿Esto ya es tuyo legalmente? ¿Ya es oficial?

Alan afirmó orgulloso con la cabeza.

—Estás hablando con la tercera generación de dueños de La Escondida. Sí, hermano, papá ya me hizo el traspaso legal.

—No sabés cuánto me alegra, te confieso que al principio de esta aventura con los Orson me pareciste un pendejo pelotudo, que se hacía el niñito rico con la plata de papá. Un piojo resucitado, digamos. —Ambos rieron—. Pero me cerraste el culo, y ahora te merecés mucho más esto.

Franco metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón para tomar su billetera, de ella sacó una tarjeta blanca —porque el rosa había desaparecido hasta de las tarjetas—, y se la entregó.

—¿Y esto? —preguntó confundido mientras tomaba el plástico.

—A pesar de tu falta de responsabilidad cuando arrancamos el proyecto, y a pesar de que te pagué las horas trabajadas —lo recriminó en tono de burla, con un dedo en alto—, me diste una mano enorme cubriendo a Evangelina en los días que me la llevaba a la oficina. Esa es tu bonificación.

—De verdad, no tenías que hacerlo. ¡Gracias!

Se fundieron en otro abrazo, mientras ambos sentían que ese era el comienzo de una nueva amistad.

—Entenderás entonces por qué no puedo ir a tu casa el domingo, al menos hasta que consiga un administrador de mi absoluta confianza para dejarle a cargo el restaurante.

—Sí, no te preocupes. El domingo me tenés acá.

Conversaron un poco más en la vereda antes de entrar, cuando Alan le presentó a Lisandro, el nuevo jefe de cocina que reemplazó a Ángel. Desayunó con los chicos tras la barra, como en los viejos tiempos, y luego partió a las oficinas de Chanchi.

Su siguiente objetivo era convencer a Dae-myung para que acepte su oferta de trabajar unos meses en Buenos Aires.

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