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Setenta

Por primera vez en su relación, Evangelina optó por no contestar las llamadas de Daniel. Tenía sentimientos encontrados, y sabía que ese no era el momento ni la forma adecuada para discutir cómo seguir en ese nuevo capitulo de sus vidas juntos.

Extrañamente, no le costó conciliar el sueño, y se despertó antes de que sonara la alarma. Su reloj biológico estaba configurado con los horarios de La Escondida, y comenzó a preocuparse por su futuro cercano, cuando ya no trabajara más en el restaurante. Pidió un Uber directo al aeropuerto, y todavía no le aceptaban el viaje cuando el timbre de su casa sonó. Le bastó repetir la escena de la noche anterior para encontrar el Porsche negro en la puerta del edificio. Negó con la cabeza mientras cerraba todo el departamento, tomó su maleta y bajó al encuentro.

Ismael la ayudó con el equipaje mientras Franco aguardaba en el asiento trasero, no pudo con su genio y se ubicó adelante para molestarlo en forma de juego. Cantaba junto a Ismael las canciones que la radio sintonizaba, mientras Franco suplicaba que pararan. Evangelina se despidió de su amigo como si se ausentara por años, y ya a solas con Franco abordaron el vuelo justo a tiempo.

Y grande fue la sorpresa de Evangelina al subir al avión.

—¿Primera clase? ¿No será mucho?

—Si viniera solo me calzo la capucha, auriculares y barbijo para que nadie me reconozca, y viajo en económica. Yo no soy Bruno, no tengo problema con esas cosas. Pero hoy estás vos, así que... Además te cuido de cualquier chismoso, lo único que le falta a Daniel es que te viralicen en redes viajando conmigo. Así que dejate tratar como una reina.

—Si no te molesta, quiero dormir un poco. Todavía tengo el reloj biológico de La Escondida y me levanté demasiado temprano.

—No hay problema, relajate. Quizás te siga en la siesta.

A pesar de que Evangelina estaba más tranquila luego del episodio del día anterior, Franco decidió otorgarle su espacio y no molestarla durante el vuelo. Se colocó sus auriculares, y aunque cerró los ojos no durmió. Cada tanto los abría para observarla a su lado, con la respiración pesada y los labios entreabiertos.

No pudo resistirse a correr su cabello solo para tener una vista detallada de su rostro, y cuando su dedo acarició la aterciopelada piel del rostro de la mujer que amaba, un escalofrío recorrió su cuerpo, mientras sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Suspiró frustrado y se reacomodó en su butaca, lo mejor era dejar que todo fluya, al menos ya tenía la certeza de que Evangelina comenzaba a ver la realidad en cuanto a su relación con Daniel.

Le costó despertarla cuando estaban a punto de aterrizar, realmente estaba agotada mentalmente. Ya con sus maletas y a punto de salir del aeropuerto en Montevideo, era el momento de decidir el alojamiento.

—Elegí. ¿Qué preferís?

Evangelina no entendía la pregunta. Franco puso frente a sus ojos un manojo de llaves, y su teléfono con un correo electrónico en pantalla.

—No entiendo, Fran.

—Esta es la llave de mi departamento, y esto, una reserva en un hotel. Yo me quedo con lo que no elijas, vos decidís si preferís la comodidad de un departamento, o que sigan atendiéndote como una reina.

—Ah, ¿me vas a dejar sola entonces?

Dudó un momento si su tono era de reproche o de desilusión. Lo mejor era hablar con sinceridad.

—Si me dieras a elegir, nos vamos juntos al departamento, pero no quiero que pienses mal de mí, después de lo que ya sabés y que no voy a repetir —remarcó, atropellando las palabras—. Fue por eso que saqué una sola reserva en el hotel, me pareció innecesario pagar una habitación para mí cuando estoy más cómodo en el departamento que compré cuando estuve viviendo acá.

—¿Y no podés quedarte conmigo en el hotel? Digo, en otra habitación —se apresuró a aclarar—, así seguimos preparando la charla.

—Hagamos algo, vamos al departamento a trabajar, y a la noche te llevo a dormir al hotel, ¿te parece?

—Sí, no me hace gracia quedarme sola en una ciudad que no conozco.

—¿Es tu primera vez en Uruguay? —Evangelina asintió—. No te preocupes, no es muy distinto a Buenos Aires. Vamos a mi casa y después salimos a pasear, ¿sí?

Al cabo de una hora, Evangelina ya estaba admirando la decoración del departamento de Franco. No estaba completamente equipado, pero tenía lo básico para poder vivir con comodidad y trabajar remotamente. Y lo que despertó su curiosidad fue la habitación completamente vacía.

—¿Ahora entendés por qué no te ofrecí quedarte de una? —se apresuró a aclarar Franco, parado tras ella.

—¿Y qué se supone que sería este cuarto?

—La habitación de Bruno, pero es tan jodido con sus cosas que preferí que él mismo la decore cuando venga. Si elegís quedarte conmigo, puedo traer el sofá para acá y vos te quedás con mi habitación.

—No voy a hacer eso, Fran, duermo en el hotel así no te robo la cama. Te necesito lúcido y bien descansado, porque no sé si pueda hacerlo sola. No conozco a nadie, y...

—Yo tampoco, no te preocupes —se apresuró a aclarar—. No conozco a nadie de operaciones, o el equivalente a mi equipo en Argentina, así que iremos los dos a ciegas.

—No sé qué tan bien salga esto entonces —rio, cubriendo su boca con la mano—. Pero bueno, ya estamos acá. Mejor vamos a poner manos a la obra, te muestro lo que preparé.

—Dale, acomodate y yo pido comida.

Evangelina se sentó en el sillón y tomó su teléfono para avisarle a Daniel que había llegado bien a Uruguay, si bien todavía estaba algo molesta por la discusión del día anterior, quería avisarle que todo estaba bien y ya estaba del otro lado del charco. Pero los minutos pasaban, y ni los tildes se ponían azules, ni la respuesta llegaba. Quería atribuir la falta de respuesta a la diferencia horaria con Qatar, pero algo dentro de sí le gritaba que algo no andaba bien.

Y Franco, ni corto ni perezoso, notó ese repentino cambio de humor en ella, y cambió los planes.

—¿Qué te parece si mejor vamos a comer afuera? Así conocés Montevideo, y después vamos a las oficinas de Chanchi.

—Sí... —suspiró mientras se ponía de pie y guardaba el teléfono en su bolsillo—. Me gusta la idea.

Dejaron el equipaje en el living y salieron en busca del restaurante que Franco ya había probado en su estadía. No le costó mantener la cabeza de Evangelina lejos de Qatar, hablando de la comida, las cosas que podía encontrar en Uruguay, y de las comodidades que tenía en las oficinas de Chanchi. Esto último la motivó al llegar el momento de ir al edificio.

—Bienvenida a Chanchi Uruguay.

—Ay, Franco... Pero hasta huele todo a nuevo —exclamó sorprendida, sin dejar de admirar cada detalle a su paso.

Se mordió la lengua para evitar decirle que ese pequeño imperio podía ser manejado por ella, porque le agradaba que se sintiera tan a gusto allí. De a poco le fue enseñando todas las oficinas, hasta finalizar en la sala de reuniones en donde impartirían la charla al día siguiente.

—Te juro que me esperaba un auditorio lleno de gente, me tranquiliza saber que no es tan grande esto.

—Es que no es muy grande la nómina, aún... —acotó por lo bajo—. Van a entrar un poco ajustados, pero esto sería todo. ¿Ves? No era tan terrible.

—La verdad que no... Me quedo más tranquila.

Franco la presentó con su par uruguayo, aquel que le pidió la charla, y luego de un café de presentación en la cocina, ambos partieron de regreso al departamento cuando ya caía la tarde. Evangelina tomó sus maletas y cuando estaba a punto de salir, Franco no pudo con sus ganas de que se quedara con él.

—¿Estás segura que no querés pasar la noche acá? Ahora sí podemos pedir comida y terminar de preparar la charla. Yo duermo en el sofá, de verdad, no voy a hacer nada que no quieras, Evi.

Evangelina se lo pensó un momento, no estaba en condiciones de quedarse sola en un país desconocido para ella, a pesar de las similitudes culturales, porque todavía le pesaba la discusión con Daniel, y era consiente de que junto a Franco no tenía tiempo de pensar estupideces.

—¿Y la reserva del hotel? Tampoco quiero que gastes al pedo.

—Nunca hiciste el check-in... A lo sumo se anulará la reserva, no tengo idea, eso lo hizo Ismael. Solo sé que te reservó la suite presidencial.

—Están en pedo, ya tuve suficiente lujo con el vuelo en primera. Dejá, me quedo acá.

Franco solo asintió para ocultar su alegría por convivir unos días con la mujer que amaba. De hecho, era su oportunidad para demostrarle cuánto la respetaba y aguardaba pacientemente su oportunidad. Y lo mejor de todo era que Evangelina estaba comenzando a abrir los ojos con Daniel.

Era su oportunidad de enamorarla.

Franco y Evangenila conviviendo por algunos días... ¿Qué puede malir sal? 🙃

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