Noventa
Evangelina llegó tan exhausta y pasada de emociones aquel veinticinco de diciembre a la noche, que no tuvo tiempo de sufrir el vacío de su hogar. Se duchó, y se fue a dormir para ir a trabajar al día siguiente. Además, tenía que ponerse en campaña para conseguir su propio auto, algo que Franco prometió hacer con ella ese día al salir de la oficina.
Porque al mediodía tenía una cita con Mauricio Leiva.
En ausencia de Dae-myung, dejó a Evangelina a cargo y partió a La Plata sin perder tiempo. Llegó a la hora pactada, cuando Gloria ponía tres platos en la mesa, y luego de ser recibido por Mauricio con una actitud completamente distinta a la del sábado, almorzaron en total armonía.
Básicamente, el almuerzo sirvió para que los Leiva pudieran conocerlo de manera orgánica.
Franco insistió tanto en lavar los platos que Gloria no pudo resistirse, la mujer aprovechó para ir ganando tiempo y preparó café, a sabiendas de que era un hombre ocupado y que venía desde la capital. Fue Franco el que finalmente salió de la cocina con la bandeja de mimbre, tres tazas de café, y un plato de masitas secas.
—Es la primera vez que tenemos un invitado que se sirve solo —bromeó Mauricio.
—Y sí, porque tu ex yerno no tocaba un plato ni aunque le pagaras.
Franco se contuvo para no reírse delante de la pareja, pero falló en el intento, y Mauricio lo acompañó con algunas carcajadas.
—Bueno... Acá estoy —comenzó Franco mientras endulzaba su café—. Usted dirá qué quiere hablar conmigo, y no tiene que disculparse por nada, en todo caso el que tiene que hacerlo soy yo, por irrumpir en su casa para llevarme a su hija.
—No te niego que el sábado estaba muy enojado con vos, si bien Evita siempre fue una mujer de carácter fuerte, ese empoderamiento que demostró, antes no lo tenía. Y qué justo que este cambio repentino aparece junto con vos.
—Tiene razón. Yo la empoderé, y estoy muy orgulloso de eso.
—¿A pesar de que le costó el matrimonio?
Franco suspiró y dejó la taza de café sobre la mesita ratona.
—Dígame una cosa. ¿Usted alguna vez tuvo la oportunidad de ver el matrimonio de su hija?
—Ni siquiera fuimos a su boda. Ella simplemente se levantó un día, empacó sus cosas y se fue. Dijo que Daniel había conseguido un monoambiente de alquiler en Pompeya, y que se iban a vivir juntos. Tengo que reconocer que al menos esperó a que yo consiguiera un trabajo, porque es cierto lo que dijo el sábado.
»Soy contador, ya retirado. Trabajé por treinta años en una distribuidora, fue mi primer empleo después de graduarme. Un día decidieron recortar personal, y caí en la volteada. Por eso me deprimí, ese trabajo era lo único que conocía. Evangelina consiguió un trabajo para colaborar en la casa, pero nunca mencionó que había dejado de estudiar. En cuanto me enteré, decidí dejar de comportarme como un idiota y comencé a trabajar de manera independiente, hasta que un día me llegó una oferta laboral para una multinacional. Evita se fue de esta casa tres meses después, cuando se aseguró que su madre y yo íbamos a estar bien.
—El chico tiene razón —intervino Gloria—. Después de que arreglé mis asuntos con ella, hablábamos cada tanto, por lo general era yo quien la llamaba. Y la notaba triste, ella no lo decía pero yo lo sentía, soy su madre. Y por más que le preguntara si todo estaba bien en su matrimonio, en el fondo sabía que algo no andaba bien.
—Estaba sola, Gloria. Evi no tiene amigos a excepción de sus ex compañeros del restaurante, tampoco tenía relación con ustedes... Y de repente, aparecí en su vida y le mostré un mundo que dejó de lado por enfocarse en la carrera de Daniel.
—Vos estuviste ahí, ¿Qué fue lo que pasó exactamente entre ellos? Y no menos importante, ¿cuál fue tu papel en la historia?
Franco termino de degustar la masita con la mirada perdida, intentado acomodar en su cabeza todo lo sucedido desde aquella mañana en que llegó a La Escondida. Comenzó a relatar su punto de vista, incluso dio detalles del trabajo que hicieron con las terminales Eva. La pareja interrumpió el relato un par de veces, pero solo para pedir más detalles de alguna situación puntual, o para que Franco repita algo que no habían entendido.
—A mí nunca me dio buena espina, ¿qué querés que te diga? —Gloria le refunfuñó a su esposo—. Lo que pasa es que vos estabas enceguecido con su carrera y las cosas que imaginabas que podía hacer siendo tu yerno. ¡Ni una sola vez te llevó a la cancha!
—¡Bueno! Pero cuando todavía venía a la casa era pasante de redacción, ¿qué podía hacer en ese entonces?
—Sí, pero él te endulzó el oído. Que cuando llegara a periodista te iba a traer camisetas firmadas, autógrafos... —Gloria enumeraba con sus dedos, indignada—. La que se enojó con nosotros fue Eva, no él. Pudo haberlo hecho igual, ¿no? Si tanto cariño te tenía...
Franco posó su mirada sobre el banderín que anti decoraba el living. River Plate. Tenía la oportunidad ganarse a los padres de Evangelina, y darle una alegría a ese hombre. Tomó su teléfono y envió una nota de voz.
—Hola, Sergio. ¿Me mandas por acá el proyecto de River? Lo necesito ahora.
El rostro de Mauricio se tiñó de confusión, Franco solo hizo un gesto con sus manos para que aguardara la respuesta. Cuando recibió el archivo sonrió de lado.
—Mauricio, ¿está listo para el último concierto?
—¿De qué hablás?
Franco busco la página con el diseño y colocó el teléfono sobre la mesa, en dirección al hombre.
—Los que se encargan de estas cosas son mi hermano y mi cuñado, pero este proyecto en particular lo estoy encarando yo. ¿Lo ve?
Mauricio miraba atentamente la camiseta de River en la foto, pero no lograba distinguir nada. Fue Gloria la que le señaló la marca de su flamante producto en la manga: «Eva», y debajo, «Chanchi».
—Sigo sin entender.
—Mi hermano Bruno hizo un pequeño piloto poniendo a Chanchi en las camisetas de un club del ascenso, y los números fueron buenos. Cuando me mencionó que quería hacer lo mismo en primera división, inmediatamente pensé en River. Porque es el club de Evangelina, y quería que tanto su producto como su nombre estuvieran en la camiseta.
»El club está interesado en que seamos su nuevo sponsor, y pronto tendremos una reunión en las instalaciones de River. Si se anima a tocar por última vez, puede venir conmigo en calidad de contador; no tiene que hacer nada, es por si alguien pregunta quién es usted, para que yo pueda responder que es el contador de Chanchi.
Mauricio enmudeció con el teléfono de Franco en la mano, mientras Gloria se limpiaba las lágrimas que comenzaban a escaparse de sus ojos.
—¿Ahora ves la calidad humana de la que te hablaba el otro día? —Gloria le preguntó a su esposo, mientras se limpiaba las lágrimas con una servilleta—. No tiene ninguna obligación con vos, y ahí lo tenés, invitándote al club de tus amores.
—¡Pero si este hippie sinvergüenza hace esto porque está enamorado de Evita! —escupió entre risas—. Tenías razón, mujer. Las apariencias engañan. Me demostró más amor en dos horas, que Daniel en quince años.
—Obvio que hago todo esto por amor, Mauricio. Yo amo a su hija con todo mi ser, y quiero que sea feliz con o sin mí. Y una de las aristas de la felicidad de Evi es usted. Por eso estoy acá, quiero que tenga la certeza de que no hice nada más que amarla y respetar su matrimonio. Reconozco que en un momento me propuse enamorarla a toda costa, porque siempre que estaba triste por algo, el nombre de Daniel aparecía en el relato. Nunca medí las consecuencias de cómo quedaría ella si su matrimonio se acababa.
—Debió ser duro, ¿no?
—No se imagina cuánto —suspiró, bajando la cabeza.
—Ahora tenés el camino libre... Y mi aprobación.
Franco levantó la mirada pero no la cabeza, clavó sus ojos en los de Mauricio con el semblante serio.
—Con todo respeto, no quiero convertirme en el nuevo Daniel, quiero que me acepte por mi persona, mis valores, y no por ser...
—Muchacho, sos un hombre de negocios. Estás cagado en guita, y estás perdiendo tiempo valioso con este viejo amargado, intentado arreglar un asunto que no te compete...
—Sí —lo interrumpió—, me compete porque me siento culpable de lo que pasó con Daniel.
—Tu único pecado fue amar a mi hija. ¿Y querés que te diga algo? Me encantó su nueva versión. Es una mujer hecha y derecha, que sabe lo que quiere y lucha por conseguirlo. Y eso es gracias a vos. Las apariencias engañan; Daniel vivía de pantalón y camisa, cuidaba su imagen en exceso porque decía que un periodista tenía que estar siempre impecable... Y ahí lo tenés, cuando mi hija empezó a sobresalir la dejó. Y vos, vestido como un adolescente, con esos pelos largos del flequillo, el arito ahí en la oreja...
Franco sonrió por lo bajo, recordó lo prejuicioso que era, en palabras de Evangelina.
—No es un arito, es un piercing. Y tengo más.
Se puso de pie, y levantándose el flequillo, le enseñó el piercing de la ceja, junto con sus dos adquisiciones uruguayas: el piercing en el trago de la oreja y el del ombligo. Adicionalmente, le mostró el tatuaje de los corazones de 8 bits en la cara interna del antebrazo.
—¡Mamita! Pasás por un detector de metales y y explota de tanto fierro en el cuerpo.
—Es acero inoxidable —aclaró con una risa—. ¿Por eso me dice hippie?
—Y... Entendé que es un cambio brusco. De Daniel a vos hay un abismo de diferencia, empezando por el aspecto físico, porque encima sos una mole, nene. No te pintes de verde porque te confundo con el increíble Hulk. —Franco rio por la comparación exagerada—. En serio, hay un abismo entre ustedes dos, y agradezco que así sea —remarcó con seriedad.
La charla fue tan amena que el tiempo había volado, y Franco debía regresar a la oficina porque Evangelina lo esperaba para ir a la concesionaria a elegir su nuevo auto. Franco se despidió de Mauricio y Gloria, prometiendo llamar para coordinar la reunión en las oficinas de River, y que así pudiera conocer al club de sus amores.
—Por favor, no le diga a Evangelina que estuve acá. Y en serio, llámela, que ella lo está esperando y no se anima a hablarle después de lo que pasó el sábado. No espere a que venga en año nuevo, porque no se lleva bien con su sobrino y no quiere volver a generar un momento incómodo, la voy a llevar de nuevo con mi familia a Lanús para que no esté sola.
—¿Sos de Lanús?
—Sí, nací allá, pero ahora vivo en Puerto Madero con mi hermano.
—A la mierda —exclamó sorprendido—. ¿Y también tenés una hermana?
—No... ¿Por qué lo pregunta?
—Es que dijiste que tu hermano y tu cuñado se encargaban de los contratos en los clubes, y...
—Son pareja, Bruno es homosexual. —Cuando el rostro de Mauricio comenzaba a teñirse de prejuicios, Franco lo apuntó con un dedo—. No empecemos, veníamos bien, Mauricio —lo recriminó cariñosamente.
—Tenés razón —bufó derrotado—. Ya aprendí la lección.
Y cuando estaba por irse, recordó un pequeño detalle que quizás Mauricio debía procesar.
—Una cosa más. ¿Usted conoce a mi hermano? ¿Alguna vez lo vio en televisión?
—No... Que recuerde, no...
Franco busco en su teléfono alguna foto en donde estuvieran juntos de cuerpo completo y se la enseñó.
—Somos gemelos casi exactos, así que no se confunda. El de traje es Bruno, el hippie soy yo.
Finalmente, se despidieron con un apretón de manos, un cálido abrazo, y la promesa de volver a verse pronto.
Y en esa oportunidad, era Mauricio el que esperaba que volviera convertido en su yerno.
La canción de multimedia pudo haber sido la principal del libro, pero me gustó más Asignatura Pendiente de Ricky Martin. La quería meter en algún lado, y este fue el capítulo ideal.
Básicamente es Franco diciendo: podré tener todo el dinero del mundo, pero lo que más quiero, su hija, no la tengo.
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