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Cincuenta y tres

Lunes.

Primer lunes que Bruno se sintió chiquito mientras caminaba entre los escritorios de sus empleados, rumbo a su oficina en el entrepiso. Solía usar esos pasillos como una pasarela en la que desfilaba imponente, ojeando a quienes trabajaban y dejando saludos cordiales a cada paso. Sin embargo, esa mañana su cabeza apuntaba al piso, respondía los saludos murmurando, y sus piernas eran gelatina.

Sentía a flor de piel la incertidumbre de reencontrarse con Ismael luego de la noche de pasión del sábado.

Entró a su oficina, dejó su maletín, y se perdió observando a Ismael por la puerta entreabierta. Atento a su computadora, escuchaba música a bajo volumen, y cuando estaba juntando valor para enfrentarlo, el joven sonrió de lado cuando el intérprete de la canción que sonaba dijo «Ha empezado todo, era tu capricho. Yo no me fiaba, era solo sexo».

Ese mínimo acto reflejo de Ismael era el empujón que necesitaba para enfrentarlo esa mañana.

—Para mí no fue solo sexo, Ismael.

Ismael solo lo observó con mirada gélida, volvió su vista a la pantalla de la computadora.

—Es una canción, Bruno. No me rompas las pelotas que es temprano, ¿si? —Tomó una hoja de su escritorio y se la extendió—. Estas son tus reuniones de hoy, decime si necesitás que te acompañe a alguna, sino me voy con Franco que me pidió una mano para seguir retirando terminales.

Bruno no podía creer la transformación de Ismael, mucho menos después de lo cariñoso que había sido con él al despedirse la madrugada del domingo.

—¿Te arrepentiste de lo que pasó el fin de semana? —preguntó en voz baja, algo avergonzado.

—La verdad que sí, obviamente era mejor plan quedarme mirando una película en calzones en el living de mi casa, sin embargo tuve que jugar a la enfermera con mi jefe. Como si fuera poco verte la cara de lunes a viernes, ahora también tengo que andar limpiándote el culo los fines de semana.

Bruno tomó asiento frente a él, y se recargó sobre el escritorio para quedar lo más cerca posible de él.

—¿Qué mierda te pasa? ¿Dónde quedó el Ismael que me abrazaba y me acariciaba la noche del sábado?

Ismael replicó la posición de Bruno, acercándose aún más sobre el escritorio.

—No está. ¿Acaso no era eso lo que querías? Solo estoy haciendo lo que me pediste el sábado, así que si hoy no me necesitás, dejá de romperme las pelotas para poder hacer lo que me pidió Franco.

Ismael volteó su computadora y le mostró el listado de comercios en zona norte a los que debía ir a retirar las viejas terminales de cobro.

—No te necesito —admitió—. Aunque sí te necesito conmigo —sonrió de lado.

—Así no van a funcionar las cosas, te lo advierto.

La canción seguía sonando como una ironía del destino: «Perdona si me río por mi desasosiego, te miro fijo y tiemblo solo con tenerte al lado y sentirme entre tus brazos. Si estoy aquí, si te hablo emocionado, estoy alucinado. Si, estoy alucinado».

—Tampoco van a funcionar si no nos damos el tiempo necesario para conocernos.

—Sí, Bruno, pero hoy es lunes. Lunes. Día hábil. No somos quinceañeros, hay que trabajar, vos tenés la agenda reventada y yo quiero ayudar a tu hermano porque se lo prometí.

Bruno tomó el celular del bolsillo de su saco, y luego de un par de tecleos canceló las reuniones de la primera mañana.

—Solucionado. ¿Qué preferís? ¿Desayuno aislados en el lugar más exclusivo de Puerto Madero? ¿Hotel con entrada privada?

—Así no son las cosas, Bruno... —protestó bajando los hombros.

—Tomalo como una orden, en este momento soy tu jefe y acabo de cambiarte las tareas.

Ismael suspiró frustrado.

—Ninguna de las dos, vamos a mi casa. Al menos quiero estar cómodo.

Bruno deslizó sobre el escritorio las llaves del Porsche y se levantó decidido rumbo a la salida, después de todo no era extraño verlos salir juntos del edificio. Ismael condujo poco decidido hasta su casa, dejó el auto en uno de los estacionamientos bajo la autopista, y guío a Bruno hasta su pequeño departamento de la propiedad horizontal.

—¿Es tuyo? —preguntó mientras observaba curioso el rústico y angosto pasillo.

—Alquilo, yo no nací en cuna de oro.

—Yo tampoco —replicó con énfasis—, soy lanusense.

—Entonces dejá de comportate como si lo hubieras hecho.

Ni bien entraron, Bruno se abalanzó sobre Ismael y lo besó sin prejuicios. Acto seguido, se separó para evaluar su reacción. Decidió indagar ante la falta de respuesta.

—Me lastima que me trates así después de lo cálido que fuiste conmigo el sábado.

—Te lo dije, esto no va a funcionar si te vas a poner así cada vez que sea distante en la oficina.

—Pero no había necesidad, estábamos solos.

—Franco podía entrar en cualquier momento, de hecho, estuvo conmigo en la oficina un rato antes de que llegaras. Solo... —Ismael metió las manos en los bolsillos de su pantalón y bajó la cabeza—. Solo te estoy cuidando, Bruno. Es tu responsabilidad que tu hermano se entere de esto, yo no tengo por qué decírselo, ni él enterarse agarrándonos con las manos en la masa.

Bruno se acercó a Ismael, le tomó el rostro con las manos, y alzó su cabeza para que pudiera mirarlo a los ojos.

—Vos no te das una idea el miedo que tuve desde que te fuiste de casa, sos un hombre tan temperamental que temía que te hubieras arrepentido de lo que pasó el sábado. Estuve a nada de extender mi licencia y no ir a la oficina, porque me mandé una cagada al ilusionarme tan rápido.

—Tenés razón, me arrepentí, y todavía me arrepiento. —Ismael lo tomó de las muñecas y le quitó las manos de su rostro—. ¿Y sabés por qué? Porque el temperamental sos vos, Bruno. El día que te aburras de jugar conmigo yo me quedo sin laburo, porque si no me echás, voy a terminar renunciando para dejar de verte. Ya ves cómo vivo, no estoy en condiciones de que mi economía dependa de tus instintos.

—¿Por qué sos tan negativo? Nada bueno puede empezar con esa actitud.

—No soy negativo, entendé que vivimos en realidades distintas. Yo tengo treinta y cinco años, ¿sabés lo difícil que es el mercado laboral cuando pasaste los treinta? ¡Qué vas a saber vos! —se auto respondió—. Seguro que el primer currículum que viste en tu vida fue el mío.

—¿Por qué sos así? —exclamó exasperado.

—¡Porque tengo miedo, Bruno! —vociferó agitando los brazos y acercando su rostro para quedar a escasos centímetros de él—. ¡Porque tampoco pude sacarte de mi cabeza en todo el fin de semana! ¡Porque te odio y al mismo tiempo estoy empezando a sentir cosas! Y porque no quiero mezclar el trabajo con mi vida personal, menos en la situación en la que estamos.

»No solo soy tu empleado, también somos gays, y eso tu entorno no lo sabe. El día que te decidas a confesarlo vas a ser noticia una semana seguida, y me vas a arrastrar con vos. Ahora, a mí no me importa, ¿pero vos lo vas a soportar? ¿Cuando te empiecen a apuntar con el dedo? ¿Cuando no lo soportes más, me escondas, y le pagues a alguna mujer para que se haga pasar por tu novia?

Se hizo un silencio en el que Bruno observaba el rostro enrojecido y desencajado de Ismael. Fue su turno del baño de realidad, es que era la primera vez que tenía un acercamiento románico con alguien que no era de su clase social.

—Eso no va a pasar nunca porque me respetan, y no sé si hasta me temen, no lo digo porque es un mambo mío.

—Cierto, me olvidaba que billetera mata prejuicios —acotó Ismael con una risa sarcástica.

—¡Bueno, basta, Ismael! Si lo que querías era bajarme al mundo real, lo lograste. Ya está, ya entendí tu situación, ahora entendé la mía. Te necesito, Isma... Y me chupa un huevo cómo vivís, de dónde venís, hasta me chupa un huevo que me trates para la mierda, porque evidentemente eso es lo que necesito para ser mejor persona. Te necesito —repitió, volviendo a tomar su rostro—. Te prometo que si lo nuestro va bien de acá a tres meses, en la próxima entrevista que tenga salgo del clóset.

—Parece que me estuvieras dando trabajo, hijo de puta —rezongó entre risas, también tomando el rostro de Bruno—. Si no paso los tres meses de prueba, de patitas en la calle sin indemnización, y acá no pasó nada.

—Me estoy enamorando, ¿sabés?

—Yo por ahora estoy alucinado, dame unas semanitas y quizás te alcance.

Unieron sus bocas en un beso que iba tomando otro tono, caminaron torpemente sin soltarse hasta llegar a la habitación, en donde volvieron a recorrerse la piel desnuda. Con los puntos aclarados, supieron disfrutarse de otra manera, hasta que el celular de Bruno sonó con una notificación entrante.

—Tenés una reunión en quince minutos, ¿no habías cancelado todo?

—Solo hasta las once. No me digas que...

Ismael asintió con la cabeza, la mañana había volado, y Bruno se levantó como un rayo para ducharse.

—Cancelala —gritó desde el baño.

—Ya lo hice, esa y la siguiente, y la siguiente.

Bruno se asomó por la puerta del baño y lo observó confundido.

—¿Dónde quedó el Ismael responsable que no quería irse de la oficina?

—Le pegaste tres tiros cuando le dijiste que te estás enamorando de él.

Ismael le guiñó un ojo y lo alcanzó en la ducha. Confiaba en que si las cosas no salían bien, al menos Franco podía darle una buena carta de recomendación para su próximo trabajo. Decidió dejarse llevar por esa alucinación que sentía por Bruno.

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