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Ciento diecisiete

Evangelina e Ismael estaban cruzados de brazos frente a los gemelos, que refunfuñaban mientras se agarraban la cabeza, sentados en la mesa del comedor. La decisión de ellos estaba tomada y era inamovible.

Habían elegido como fecha para la boda doble el veintiocho de junio, el día de cumpleaños de los gemelos.

El argumento de Evangelina era un poco más sólido, ese día también era el aniversario de la mañana que se conocieron en La Escondida, cuando Franco era ese cliente extraño que acudía por primera vez y les cortó la mañana de recreo. Ismael solo quería ver el mundo arder, y se aferró al motivo de Evangelina.

—Básicamente nos estarían obligando a festejar nuestro cumpleaños —protestó Bruno.

—Básicamente les reemplazaríamos esa fecha por una más importante —lo corrigió Ismael, balanceándose hacia adelante y atrás.

—Además, es la fecha más cercana para casarnos en el Planetario como vos querías, Fran, sino tenemos que esperar a septiembre —reforzó Evangelina—. Y te recuerdo, Bruni —lo apuntó con el dedo—, que esto también es porque querés que seamos los únicos, y es una de las fechas que te ofreció el gobierno de la ciudad. ¿O querés que lo hagamos el mes que viene con otras parejas?

—No, de ninguna manera —sentenció Franco—. ¿Qué decís, puber?

—El punto de mi cuñadita es acertado, además... ¿Podrías decirle que no? Yo no puedo, a ninguno de los dos.

Bruno señaló a ambos, Evangelina haciendo puchero, e Ismael con la expresión rígida. Seguía reacomodándose en su lugar, reforzando el agarre de los brazos cruzados, casi sin parpadear.

—¿Llegamos a hacer todo en tres meses? —le consultó Franco a su hermano en voz baja.

—El que tiene el trabajo más arduo soy yo, me toca ocuparme de la novia, nosotros tres nos arreglamos con un traje y ya. Pero sí, llegamos.

—¿Perdón? —Evangelina había escuchado desde su lugar—. ¿Cómo que tenés que ocuparte de mí? —repitió con una risita incrédula.

—El vestido de novia, mi ciela... —aclaró con tono burlón—. Yo no voy a permitir que te compres algo hecho. Nos vamos a sentar a ver vestidos para inspirarte, y va a ser de diseñador. Quiero que sea único, que marques tendencia, y que todas las novias te envidien.

—Bruni, no vueles que es solo una boda por civil, y básicamente nos vamos a casar en una plaza, en pleno invierno. Ya veo que nos toca un día helado, como el año pasado.

—¿Y qué tiene? Aunque sea algo sencillo, quiero que sea único e irrepetible. Que lo será, porque el diseñador que contacté no está al alcance de nadie.

—Eva, ya fue. Decile que sí, no se la vas a ganar —le susurró Ismael—. Te dije que era peor que Franco cuando se le mete algo en la cabeza. Dejate mimar.

Y así lo hizo. Evangelina y Bruno pasaron muchas tardes encerrados con llave en el estudio para que Franco no pudiera entrar, mirando pasarelas europeas, revistas de moda, y un sinfín de vestidos de novia. Evangelina estaba ampliamente sorprendida de los conocimientos que tenía Bruno sobre moda y tendencias, y fue así como finalmente pudo diseñase dos modelos exclusivos.

Porque, luego de la boda por civil, era el turno de la fiesta en el salón exclusivo de la torre Alvear.

Lo que Bruno desconocía era que Evangelina quería un tercer vestido para la noche de bodas, en la búsqueda con él había visto un modelo que derrochaba tanta sensualidad que no era apropiado para el civil o la fiesta. Y su cabeza había creado tantas fantasías apenas lo vio que había perdido la concentración, imaginaba el lado más salvaje de Franco acariciándola por encima de la tela con su piercing y perdió la cabeza.

Pero al no encontrar nada similar en el mercado local, no le quedó más remedio que contactar al diseñador y hacerle el pedido. Y se moría de la vergüenza al mostrarle el modelo y pedirle que sea austero con los materiales, porque planeaba pagarlo con el dinero que Franco le había reintegrado del auto, cuando finalmente se lo regaló. Y obviamente, le pidió absoluta reserva, también le apenaba que Bruno o su madre supieran lo que planeaba hacer con ese vestido si lo veían en las pruebas.

—Tu secreto está a salvo conmigo, y es tan sencillo que es mi regalo, en nombre del afecto que le tengo a Bruno —supo decirle el diseñador—. Tu cuñado y tu mamá van a venir a las pruebas, pero ya encontraremos el momento adecuado para que también te lo pruebes sin que se enteren.

Siendo cuatro, y teniendo cada uno una tarea encomendada, el otoño se consumió entre preparativos, detalles, y la escueta lista de invitados: la pequeña familia de los gemelos y los Leiva, porque Ismael nunca conoció a su padre, y su madre había fallecido dos años atrás. El resto que llenarían el salón de la torre Alvear eran los reducidos equipos de trabajo de los gemelos, los afectos de La Escondida, y los viejos amigos de BMX de Ismael, que aunque había colgado la bicicleta, todavía seguía en contacto con ellos.

Mauricio y Eugenio finalmente se conocieron en Lanús apenas se concretó el divorcio, cuando la boda ya era un hecho. Los consuegros hicieron tan buenas migas, que Eugenio cayó un fin de semana de visita en La Plata, acompañado por Dae-myung, su chinito, y Julieta, que desde el episodio del hospital no pudieron separarse. Franco no tuvo más remedio que nombrarlo gerente de operaciones en Uruguay, cuando la cabeza temporal renunció debido al desorden que había dejado Nelson, y aunque operaba desde Argentina, a veces le tocaba pasar semanas enteras en Montevideo, y la distancia reforzó el vínculo generado con Julieta.

Y aunque sonaba extraño, Daniel también estaba invitado a la boda, pero eligió no asistir para comenzar a salir de la vida de Evangelina naturalmente, alegando motivos laborales de su nuevo trabajo en las emisoras que volvieron a confiar en él. Tal como le había anticipado a Franco y Evangelina aquella tarde en el Monumental por videollamada, había terminado la relación con la periodista chilena y se encontraba a la deriva, poniendo el foco en su carrera, y con alguna que otra cita de ocasión.

Subidos a esa vorágine, junio llegó rápido; todo estaba perfectamente planificado y ejecutado, solo restaba esperar a que llegara la gran fecha.

Aunque a Franco le faltaba definir una cosa, y se le acababa el tiempo.

Evangelina leía noticias en su celular, vistiendo solo una remera de Franco, con un pie apoyado en la silla mientras aguardaba a que su futuro esposo preparara el mate. Uno de sus grandes logros desde que vivían juntos en su flamante nuevo departamento, fue convertir a Franco en un adicto al mate, y por supuesto, a enseñarle a prepararlo adecuadamente, junto con todo el ritual que conlleva.

Franco la alcanzó en la mesa, y no solo trajo el mate, sino que colocó frente a Evangelina un globo terráqueo decorativo que había traído de su piso con Bruno, y lo giró.

—¿Y esto? —preguntó Evangelina, dejando el teléfono sobre la mesa.

—¿No nos estamos olvidado de algo?

Evangelina lo miró sin comprender de qué hablaba.

—O estoy muy dormida, o realmente no entiendo.

—Evi, la luna de miel —aclaró entre risas, mientras iba a buscar su portátil—. Faltan dos semanas para nuestro casamiento, y todavía no la reservamos. Decime a dónde querés ir y ya mismo hago las reservas.

Evangelina tomó el globo y lo observó con desinterés, mientras Franco volvía con su computadora. Fueron minutos de incertidumbre, hasta que frenó en América, y marcó con su dedo la extensión territorial argentina, mientras sonreía pícara.

—¿En serio me lo decís, mi amor? —soltó Franco con una carcajada, y ella asintió con suficiencia—. A ver... Me voy a poner en modo Bruno. La guita para mí no es un problema, tengo diez mil palos verdes en el banco, la Wikipedia quedó desactualizada. Puedo llevarte a la luna si querés... ¿Y elegís Argentina?

Evangelina se levantó sin emitir palabra, fue hasta el pequeño perchero en donde guardaban las llaves, tomó las del Peugeot de Franco, y las colocó en el centro de la mesa. Inspiró profundamente antes de comenzar a detallar sus motivos.

—¿Te acordás aquel sábado que salimos a buscar los Orson por Microcentro y San Telmo? ¿Lo bien que la pasamos? ¿Lo perfectos que fuimos riéndonos de boludeces, con el tiempo en nuestras manos? Eso quiero. Agarrar el auto y salir sin rumbo, donde vemos un pueblito, ciudad, o lo que sea, paramos y lo disfrutamos.

»Vos lo dijiste la guita no es un problema, entonces hagamos eso que muchos quieren hacer, pero es económicamente insostenible. Bruno se va a recorrer Europa, ¿qué va a ver? Torre Eiffel, la de Pisa, alguna que otra cosa... —enumeró con sus dedos, algo despectiva—. Tenemos un país hermoso que tiene absolutamente de todo: playa, bosque, desierto, montañas, nieve... Vamos a disfrutar mucho más nosotros que tu hermano.

»Y esto nunca te lo dije —recalcó con un dedo en alto—, pero ese sábado fui muy feliz a tu lado, quizás no lo recuerdes porque fue la vez que te cruzaste a tu ex novia, y quizás tenés un sabor amargo de ese encuentro. Pero yo no lo olvido, y te lo dije en ese maldito correo que te mandé el día que te dejé. Lo que más lamentaba perder si lo nuestro se hacía público, era esa espontaneidad que nos caracterizaba. Lo perfectos que somos cuando nadie nos ve, y nada ni nadie importa. Y a diferencia de ese sábado, ahora yo también te amo. Y por eso quiero repetirlo, para ver cómo se siente cuando los dos amamos al mismo tiempo.

Franco bajó la tapa de su computadora completamente decidido, tomó las llaves de su auto, las observó un largo rato, y redobló la apuesta.

—¿Y si mejor alquilamos una casa rodante?

—Estarías rompiendo mi regla de la espontaneidad, porque estás planeando —recalcó—. No entendés mi punto, quiero que sea espontáneo; vos lo dijiste, la guita no es un problema. Quiero que cada día sea una sorpresa, quizás habrá noches que dormiremos en un hotel cinco estrellas, o en una pensión, o incluso en el auto. Dentro de una carpa en un camping, quizás...

Se sostuvieron la mirada por unos largos segundos en total seriedad, hasta que Franco aflojó entre risas.

—Estas completamente de la cabeza, y me encanta —sentenció Franco con una enorme sonrisa, mientras se acercaba para sellar el acuerdo con un beso—. ¿Y la noche de bodas?

—En el piso 51. Bruno se va apenas termina la fiesta, y nosotros... Cuando nos pinte salimos sin rumbo, me voy a dejar llevar a donde me lleves. Ya lo hice una vez, y acá estamos.

Franco no podía dejar de sonreír mientras acariciaba y peinaba el cabello de Evangelina, completamente incrédulo de estar a nada de convertirla en su esposa. Todo el camino recorrido para ganarse su corazón, con todo el sufrimiento que conllevó, había valido la pena.

—Te amo con toda mi alma, mi amor. Tanto, que ya no me alcanza con decirlo, y me desespera no saber qué hacer para que entiendas lo inmenso que es este amor —dijo con la voz temblorosa y lágrimas en los ojos.

—Lo entiendo y lo siento —aseguró, mientras acariciaba su mejilla—. Por eso estoy acá, porque me amas mucho y bien. Lo hiciste, agarraste cada pieza de mi corazón roto, le diste un beso, la pusiste en su lugar, y hasta borraste las cicatrices. Está como nuevo y es tuyo.

Su mirada cayó sobre el tatuaje del brazo de Franco, y acarició el único corazón rojo antes de finalizar.

—Ahora me toca a mí cuidar este corazón para que no pierda su color. Tu última vida, la mía.

Tres capítulos más y se acaba... 🙈

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